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Libertad de información
¿A quién le importa Julian Assange?
Frente al deseo de Trump de juzgar a Julian Assange bajo una restrictiva Ley de Espionaje de 1917, hay que defender el derecho a los soplones y sus protectores de publicar secretos de Estado.
Desde que implosionó la economía mundial entre 2007 y 2008, una pregunta recorría los pasillos de Davos y los comités centrales de los partidos: ¿dónde está la explosión social? La respuesta llegó; con retraso. Una de las chispas, en aquel momento vista como la principal, fue la publicación en Wikileaks y cinco medios mundiales de 220 cables diplomáticos confidenciales en noviembre de 2010. Entre muchas otras revelaciones, los documentos evidenciaban la corrupción y los métodos represivos del régimen tunecino de Ben Ali.
De Túnez, las revueltas en países del Magreb y Oriente Próximo se extendieron pronto al Sur de Europa; llegando al corazón mismo de Wall Street.
Hoy es obvio que ni la “transparencia” ni “internet” por sí solos alimentaron protestas en lugares tan distintos como Puerta del Sol o Plaza Tahrir. Sin embargo, con este último goteo de revelaciones, Wikileaks se convirtió definitivamente en la china en el zapato del establishment estadounidense. De hecho, fue 2010 el año clave en que comenzó a publicar material proporcionado por Chelsea Manning.
Una década después, Julian Assange ha sido arrestado en la Embajada ecuatoriana en Londres (con el permiso del gobierno de Lenín Moreno). ¿Los motivos? La misma mañana del 11 de abril se supo que no solo se le retenía por incomparecencia ante la justicia británica; sino también por una orden de extradición del gobierno de Donald Trump. Lo interesante es entender el momento y los intereses de los actores envueltos en esta intriga diplomática global.
Un mártir o un enemigo público hecho a medida para la era digital
La figura de Assange está rodeada de leyenda y controversia. Por un lado, su temprana vida como hacker añade mística a la posterior fundación de Wikileaks. Comenzó a trastear con ordenadores a finales de los 80. Esto revela un alto nivel de familiaridad e iniciativa dentro de las crecientes comunidades alternativas de internet.
Recordemos que la posterior película de Hollywood Hackers (1995) todavía presentaba a estos individuos como poderosos magos de la tecnología. Entonces, la sociedad estaba comparativamente detrás de los avances tecnológicos. Assange se dedicó profesionalmente a la seguridad y al desarrollo de aplicaciones informáticas hasta la fundación de WikiLeaks en 2006. Se entiende que, para entonces, ya era una figura reconocida dentro de las subculturas alternativas de internet.
Assange se convierte en la figura pública detrás de la plataforma WikiLeaks, que pretende ser una plataforma global para “soplones” o whistleblowers, independiente de un grupo mediático concreto. La figura del whistleblower se asocia con la política anglosajona y carece de la connotación negativa del soplón.
En la tradición liberal, se entiende que un Estado funcional debe ser transparente y respetuoso con sus propias leyes de libertad de expresión y publicación. Teóricamente, aquellos individuos que se arriesgasen a revelar secretos estatales comprometedores deberían contar con plataformas encriptadas y libres de influencias políticas y económicas.
Como se ha visto con WikiLeaks, sin embargo, en la práctica la revelación de secretos no ocurre en el vacío. Assange, lejos de convertirse en una figura “global” por la libertad de expresión, se convirtió en un peón del juego internacional.
La OTAN cerró filas en torno a los intereses estadounidenses: ningún país europeo le concedería asilo político. En un mundo dividido en bloques, la organización transnacional se vio obligada a recurrir a países no alineados con los EE UU. En este caso, fue el gobierno ecuatoriano de Rafael Correa el que proporcionó asilo político a Assange. Snowden, otro importante soplón, también tuvo que encontrar refugio en la Rusia de Putin.
Está claro que los países europeos no están preparados para desarrollar una política de seguridad independiente a los intereses de los EE UU, sea el Presidente Obama o Trump.
A nivel personal, el largo encierro ha alterado las percepciones del público en torno a Assange. Al principio de su persecución, se le consideraba en gran medida como un mártir del derecho a la información. Sin desmerecer la labor de los medios de comunicación favorables a los intereses occidentales, es cierto que esta imagen comenzó a descomponerse muy pronto. La misma demanda de extradición por la que tuvo que ocultarse en la Embajada ecuatoriana consistía en varias denuncias por violación y acoso sexual no solicitado en Suecia. Assange alimentó el descrédito afirmando que “Suecia era la Arabia Saudí del feminismo”; y que “había caído en el avispero del feminismo revolucionario” con las acusaciones.
A pesar de todo, no hay que ser ingenuos ante el maltrato de la figura del australiano. Como afirma el filósofo y amigo cercano Slavoj Zizek, ha habido un intento claro de asesinar al personaje. Sin embargo, el mismo Assange ha caído en la trampa: sus posiciones respecto a temas tan dispares como el feminismo, la guerra de Ucrania, Venezuela o Cataluña han alienado a muchos antiguos defensores y colaboradores. De hecho, una de las utilizaciones más claras de su figura se produjo durante la campaña electoral de Donald Trump.
La “special relationship” y el reposicionamiento neocon del proyecto Trump
Un análisis de los discursos del último mes de campaña del antiguo magnate inmobiliario revelan que mencionó WikiLeaks 164 veces. Aunque ahora lo niegue, la publicación de los emails del director de campaña de Clinton John Podesta fue una de las armas arrojadizas más utilizadas en Twitter, entrevistas y debates contra la candidata demócrata.
Estos emails mostraban, entre otras revelaciones, los discursos pagados de Clinton para organizaciones en Wall Street. También revelaban las maniobras internas para alienar a Bernie Sanders y privarle de apoyo dentro del Partido Demócrata.
Conforme se acercaba el final de la campaña, WikiLeaks y Assange reaccionaron a la defensiva ante las acusaciones de colaborar con Trump y, en última instancia, con el Kremlin. Era obvio que la administración Putin no deseaba a Clinton en la Casa Blanca; por otro lado, eso no invalidaba lo revelado por los correos. La situación llegó a tal nivel que el gobierno ecuatoriano restringió el acceso de Assange a internet. Este acusaba directamente al establishment estadounidense de bloquear su derecho a la libertad de expresión, alimentando, a su vez, la imagen que la campaña Trump pretendía crear de Clinton y las élites demócratas.
Más allá de las obsesiones liberales con Trump, Rusia y WikiLeaks, lo cierto es que Clinton perdió por muchos otros motivos. Para Trump, sin embargo, asociarse ni aunque fuese tenuemente con un “enemigo público” como Assange supuso una revolución diplomática en Washington en aquel momento. Sus ambiguas declaraciones sobre la pertinencia de la Alianza Atlántica, la postura ante Rusia, Corea y Arabia Saudí… Todo parecía sugerir que el magnate hotelero apostaría por el aislacionismo y el acomodamiento con las potencias identificadas con el “eje del Mal”.
En una huida hacia adelante, la oposición de la derecha demócrata al gobierno Trump se ha basado en estas tenues pero importantes acusaciones. Sin embargo, las investigaciones del fiscal Mueller no han logrado probar de forma definitiva ninguna conexión entre la campaña Trump y Rusia. Ahora que el gobierno británico ha arrestado a Assange, puede demostrar su patriotismo con la extradición y el juicio. Es una manera directa de alinearse más claramente con la tradición neoconservadora en Washington, una que se aleja del aislacionismo de su campaña y entiende el desafío internacional norteamericano como la reimposición de su autoridad sobre Rusia y China.
¿Qué pasa con los actores secundarios, Reino Unido y Ecuador? El primero se encuentra en una de las mayores crisis de su historia. El gobierno May, aislado de sus aliados naturales en la Europa continental y forzado por la derecha conservadora a acercarse a la administración Trump, ha cedido sin mucho problema al arresto de Assange. Es previsible que no bloquee su extradición, si las autoridades de justicia la encuentran oportuna.
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El segundo, por otra parte, hace ya tiempo que se ha posicionado como valedor de los intereses norteamericanos. El cambio de bando de Lenín Moreno ha supuesto, sin duda, la pieza más extraña en el giro a la derecha de América Latina. Sin embargo, aun el asertivo Rafael Correa habría encontrado complicado resistirse a la presión de un país relativamente tan influyente como los Estados Unidos. Con el palo o la zanahoria, la superpotencia ha encontrado la forma de hacerse con uno de sus objetivos más buscados.
El individuo imperfecto que se enfrentó al imperio
Más allá de los juicios personales y el contexto geopolítico internacional, Julian Assange está perseguido por su papel en revelar y facilitar la revelación de los abusos de gobiernos supuestamente liberales. Torturas, vuelos de la muerte, espionaje… Son asuntos que están proscritos por nuestros sistemas democráticos y que, sin embargo, forman parte del aceite que engrasa el funcionamiento del imperio estadounidense.
La prohibición de establecer tratados secretos es un reclamo largamente asociado a la tradición revolucionaria. Tanto en 1789 como en 1917, se despreciaba a los imperios dinásticos por los acuerdos privados entre príncipes que se repartían el mundo. El mismo Kant consideró que las repúblicas eran formas superiores de gobierno porque una ciudadanía informada jamás permitiría que el gobierno manipulase la opinión pública para marchar a la guerra con un país vecino.
Las labores de Assange se enmarcan en esta larga tradición. Las acusaciones de acoso sexual y sus condenables pronunciamientos ideológicos merecen esclarecimiento y un debate público. Sin embargo, esto está bien lejos de lo que conciben Londres y Washington.
Frente al deseo de Trump de juzgar al australiano bajo una restrictiva Ley de Espionaje de ¡1917!, hay que defender el derecho de los soplones y sus protectores de publicar secretos de Estado. De no hacerlo, el precedente pondría en peligro a Manning, a Snowden, a los periodistas que los apoyaron y a tantos otros que se han sacrificado para rasgar el disfraz liberal de la hegemonía atlántica.
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Me rechina la traducción literal del inglés que resulta en llamar "soplones" a los filtradores o informantes. Un poco de atención.
No acabo de entender a qué se refiere con condenables pronunciamientos ideológicos...Más allá del las críticas a las políticas feministas suecas, no se explicita en ningún momento ninguna otra postura de Assange, más allá del apoyo al derecho de autodeterminación en Catalunya...¿esto último también se incluye en el apartado de ideología condenable para el autor? Para cuestionar la ideología de Assange convendría detallar primero en qué consiste a los lectores...
El autor lo deja claro: además de lo del feminismo, son las posiciones de Assange respecto a lo sucedido en Ucrania, Venezuela y Catalunya sus "pronunciamentos ideológicos condenables". Es decir: que Assange apoyara públicamente a los gobiernos legítimos de Venezuela frente a las intentonas golpistas por parte de USA, que denunciara la promoción de la guerra en Ucrania por parte de USA para hacerse con el control de un área estratégica en su guerra fría contra Rusia, y que denunciara las violaciones de los derechos humanos y civiles del Estado español en Catalunya, son "pronunciamientos condenables".
¿Acaso no lee El Salto Diario lo que publica?? Tal opinión -execrable defensa de los intereses de la oligarquía-, simple y llanamente, no debería publicarse en un medio de izquierda rupturista.
Mal empezamos. Una persona de izquierdas no puede, por coherencia, financiar pagando cuotas la publicación de tales opiniones. ¡Poned más atención, El Salto!