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Noviolencia
La democracia no es la hostia
A quienes no nos pone la violencia, andamos algo preocupados y preocupadas últimamente. Por cómo crecen cada día las razones para el cabreo generalizado, cómo se sigue repartiendo tortas impunemente desde los diferentes cuerpos de seguridad o crecen los discursos de odio y de intolerancia. Ojalá nos equivoquemos y no se esté formando ante nosotros la tormenta perfecta, de la que no puede salir nada bueno. La violencia es un tobogán que se desliza hacia los infiernos, tan infinitamente fácil de bajar como difícil de subir, una especie de cucaña embadurnada de las peores miserias humanas. Es una mierda, en una palabra, una muy gorda a la que nos acogemos en cuanto la concentración de hormonas supera ciertos niveles en sangre.
La noche siguiente a la detención de Pablo Hasel, parece que hemos bajado un peldaño más. Interior se alarma y expresa su perplejidad ante el asalto de la comisaría de los mossos d’esquadra en Vic, escena que uno ubicaría en las calles Los Ángeles, Nueva York o de cualquier otro barrio norteamericano. Netflix o twitter, ficción o realidad, porque de un tiempo a esta parte los contenedores en llamas se han incorporado a una normalidad en permanente mutación, que ha saltado de los guiones a nuestro día a día.
No ayuda en nada situar la violencia en el otro campo e intentar irse de rositas, amparándose en la obediencia debida y la incuestionable profesionalidad de los servidores públicos. Los responsables de la seguridad en Cataluña y en todo el Estado deberían saber que al final la gente se entera de lo que pasa, y los tortazos, mamporros y perdigonazos en Linares, València, Madrid o Lugo llegan a nuestras pantallas a la velocidad de la luz. Los agravios se acumulan, y si encima vienen con sello judicial y precedido de homenajes a la División Azul, todo cobra una apariencia sistémica fácilmente interpretable y apedreable. De dimensiones planetarias, por lo visto últimamente en las calles de nuestros telefilmes preferidos.
Sin ánimo de equidistancias facilonas, tampoco contribuye en nada bendecir el olor a plástico quemado y mirar hacia otro lado. Son nuestra gente luchando en la calle, la sociedad es la culpable y todo eso. Precisamente porque va a haber que pelearse muchas cosas en los próximos años, romper la baraja no parece la mejor opción.
Claro que hay que acuerparse, llenar la calle, los medios, todo. Los deshaucios se paran en la puerta de cada casa, las injurias a la corona se ponen en ridículo ocupando rectorados y se corre el velo de la pobreza energética haciendo lo propio con las oficinas del oligopolio eléctrico. Van a ser tiempos de miserias, en lo que lo más fácil e inmediato sea odiar y lo más tonificante escapar corriendo del mal, personificado en un uniforme. O en alguien que hable, vista, ame, sienta o rece diferente a nosotros, cada uno proyecta sus miedos a su manera. La violencia sólo va a contribuir a destruir la fe en lo colectivo y nuestra capacidad para construir proyectos comunes y desmontar la violencia estructural. Contra esa, toda nuestra inteligencia.
No conviene para nada alimentar un escenario de violencia, y no sólo por las heridas y los lamentos, sino porque la correlación de fuerzas se nos escapa de las manos. Por algo las fuerzas de orden buscaron históricamente y construyeron el relato del desorden, para voler a instaurar su orden. En ese atrezzo, sólo ganan las posiciones autoritarias y se borran los matices. Se reducen los espacios de encuentro y la generosidad para conceder y avanzar se pierde a borbotones. La violencia es como la porquería: uno se siente autorizado a tirarla si ve que todo está sucio y nadie hace nada para limpiarla.
Puedo entender que si tras años de movilizaciones pacíficas solo se reciben golpes y condenas, a uno se le quede cara de estúpido, y que los cócteles molotov aparezcan como la alternativa, a sabiendas de su poca eficacia. Por lo menos echar un rato divertido mientras llega la revolución, ¿no? Deberíamos leer más y revisar con algo de crítica esa imagen tan feliz de la victoria final. Además, cuando el humo se cuela sin permiso en el comedor de casa, la insurreción no le gusta a nadie.
Claro que es injusto comparar nuestro escenario, el aquí y el ahora, con otros tiempos en los que hubo que ejercer la violencia simplemente para respirar y no morir en el intento. Sin llegar ni de muy lejos a eso, y menos mitificarlo, sería aconsejable bajar el tono de la confrontación y dejar de lanzar palabras envenenadas y adoquines, en campañas electorales, parlamentos, avenidas y comisarías, para seguir discutiendo en paz. El conflicto es inevitable y la democracia no es la hostia, pero es mucho mejor que las hostias a secas.
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Si los medios y los tribunales no están en manos del Pueblo, si las empresas mismas no están en manos del Pueblo... entonces no hay democracia sino una farsa fascistoide.
La democracia no es la hostia pero ¿que es la democracia?
En griego antiguo cratos no significa poder, mas bien significa Estado. En gallego demo significa demonio.
Sera por lo tanto la democracia el Estado del demonio?.
Sí... Debemos poner punto y final a la violencia estructural institucionalizada (política, militar/policial, judicial, económica).