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Puerto Rico
Puerto Rico y el capitalismo del desastre
Cinco años de inacción desde el paso del huracán María hacen de Puerto Rico una isla debilitada y a ratos a oscuras, literalmente. El pasado día 18 de septiembre el huracán Fiona entraba a las 15.20 hora local por la costa suroeste, dos horas después del inicio de un nuevo apagón. El servicio eléctrico no funciona y sin la autogestión comunitaria de un pueblo que sabe organizarse a sí mismo, el abandono sería digno de la mayor de las repulsas. Continúa siéndolo. El territorio lleva años transformándose en paraíso para el extranjero adinerado, a la par que en territorio hostil para el boricua local.
Desde el año 2017 Estados Unidos, que ejerce un poder colonial sobre Puerto Rico, dice haber destinado 12.000 millones en fondos federales para reparar la red eléctrica, destrozada tras el paso de María. El Comité Especial de Descolonización de la ONU reiteró hace tres meses que el estatus colonial que padece la isla no le permite tomar decisiones soberanas para atender sus necesidades y reconoce el derecho inalienable del pueblo puertorriqueño a la libre determinación e independencia. La isla, que depende del Gobierno federal para subsistir, espera contemplativa una ayuda que no llega. La Autoridad de Energía Eléctrica, corporación pública encargada de proveer el servicio, era un eslabón más en el bloqueo económico de Puerto Rico, sumido en una deuda pública abismal provocada por el despilfarro de fondos y las sucesivas corruptelas del gobierno.
La solución fue privatizar el servicio a través de la compañía LUMA Energy, con un contrato de quince años que daba comienzo el 1 de junio de 2021. Pronto se da un incremento excesivo en las facturas y para más inri, las interrupciones en las líneas de transmisión continúan, lo que hizo estallar la situación el pasado 23 de agosto. Durante dos días una protesta masiva llenó las calles de San Juan, exigiendo una investigación por irregularidades al consorcio LUMA y la inmediata rescisión del contrato. El promedio anual de duración de interrupción del servicio no ha dejado de crecer y supera ahora la métrica histórica de 1.243 minutos, según datos del Negociado de Energía de Puerto Rico (NEPR).
Las exenciones contributivas y lo paradisiaco de sus playas convierten a la pequeña isla en una residencia de lujo para inversionistas y personajes varios del universo cripto
La sociedad puertorriqueña ha vivido a lo largo de los últimos años más pérdidas por la falta de energía que por el huracán María. Según la Universidad de Harvard, la cifra asciende a 4.645 personas fallecidas, la inmensa mayoría de ellas perfectamente evitables de no ser por el descarado abandono del país más poderoso del mundo. “No podemos fiarnos ni de quienes nos brindan el servicio eléctrico”, me confía un ponceño. Su ciudad pertenece a la costa sur, que junto con el centro de la isla sufre un abandono constante. De cara al mundo, Puerto Rico es su pequeña y turística área metropolitana y las soluciones se concentran en San Juan, dejando al resto de la colonia en una situación de precariedad e inseguridad indiscriminada.
Pedro Pierluisi, actual gobernador, exigió a la compañía transparencia y el rápido restablecimiento del servicio eléctrico y agua potable, insistiendo en la necesidad de energizar hospitales e instalaciones sanitarias, que en muchos casos continúan dando servicio a través de generadores. Sin embargo, no hay explicación a su reiterada permisividad ante un evidente despilfarro de fondos públicos, cuyo destino nunca fue el acordado.
Las exenciones contributivas y lo paradisiaco de sus playas convierten a la pequeña isla en una residencia de lujo para inversionistas y personajes varios del universo cripto. No obstante, como bien plasma la periodista puertorriqueña Bianca Graulau en un reportaje, aquí vive gente cosechando futuro. La gentrificación desplaza al boricua local de su casa, también de su barrio, su tierra y su playa. Hacer de un territorio un paraíso inalcanzable para su residente local es expolio. La quiebra económica y los desastres naturales han hecho de Puerto Rico un pueblo resiliente, donde la lucha se lidera desde los barrios porque los de arriba solo han sabido ocupar y extenuar un territorio para ganar la ‘batalla por el paraíso’, como lo llama Naomi Klein en su libro Puerto Rico y el capitalismo del desastre.
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