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Francia
Gases lacrimógenos en una rave, música electrónica en el Eliseo
Desde los años 1980, en Francia, se celebra cada 21 de junio, además del solsticio de verano, la llamada ‘fiesta de la música’. El concepto es simple. El que quiera, puede salir a la calle a tocar música. Todos aprovechan la ocasión. La multitud está en las calles, de tarde y de noche, para disfrutar tanto de la programación oficial, propuesta por las alcaldías, como de los numerosos artistas que tocan libremente, desde jazz a músicas electrónicas, desde batucadas a conciertos de rock, pasando por todo el abanico de géneros, ensayos y sonidos que se puedan esparcir por la inmensidad de la atmósfera. Es verano, es alegre, es familiar, festivo y popular.
Cuando yo empecé mi carrera, en Toulouse, en aquel entonces año 2012, recuerdo la fiesta de la música como un gran momento, articulando primavera y verano, donde el compartir destacaba y embellecía la fiesta. Pasábamos la tarde montando el puesto en el que distintos amigos iban a tocar por la noche, tirábamos cables desde las ventanas más cercanas, los vecinos colaboraban, proporcionando electricidad a quien se lo pidiera. El flujo de personas no paraba hasta la madrugada. Cada ciertos metros, otro puesto, otros artistas, jóvenes, otra música. Recuerdos de guitarra, cantos, tocadiscos y sound system, el ruido de la libertad llenaba la ciudad de un indescriptible entusiasmo colectivo.
Pero los años pasaron y —no solo en Toulouse— poco a poco se despojó a la fiesta de la música de sus espacios de libertad. En cada ciudad, las plazas céntricas y las calles más concurridas fueron reservadas a la programación oficial, cuando no fueron privatizadas. La represión del poder hacia los espacios donde se cultiva la libertad, donde no tienen lugar las lógicas del mercado, se ha hecho cada vez más fastidiosa, y todavía más cuando se trata de fiesta.
Mientras tanto, en su conjunto, los sucesivos gobiernos, desde el del primer ministro Manuel Valls hasta el de Emmanuel Macron, se volvieron cada vez más autoritarios, usando retóricas securitarias para reprimir todo lo que no se ajusta a su norma.
Hasta que llegó el 21 de junio de 2019.
Aquel día como cada año, Francia celebraba la fiesta de la música. En Nantes, al noroeste del país, algunos colectivos de música electrónica organizaron conciertos en los muelles que bordean el estuario del Loire, río que atraviesa la ciudad. Se trata de una zona portuaria desafectada, a poca distancia del centro, donde no hay vecindad ninguna que pueda molestarse.
Sin embargo, a las 4 de la mañana, el gobernador mandó a la policía antidisturbios a desalojar la fiesta. Desproporcionados efectivos de policía llegaron y dispararon gases lacrimógenos y balas de goma. Por la confusión y los gases, asfixiantes y cegadores, decenas de personas cayeron al río.
A la primera cuarentena de la primavera 2020, se sumó una segunda, luego una tercera. La cultura y la juventud fueron de los primeros sacrificados
Esa noche, mientras la policía reprimía una fiesta electrónica en el día de la fiesta de la música, los bomberos rescataban unas veinte personas de las corrientes del Loire. Pero no a Steve Maia Canico, de 24 años. Pasaron cinco semanas antes de que se encontrara el cuerpo. Cinco semanas en las que la maquinaria mediática ensució su memoria para limpiar la actuación policial, en las que la maquinaria policial, judicial y administrativa compitió en un superproducción de mentiras para legitimar la operación, y fabricar su impunidad.
Ese drama, esta violencia estatal impune, una vez más en esta última década represiva, marcará de dolor, de indignación y de lucha al mundo de la fiesta, y de las músicas electrónicas particularmente. Pero en 2019 no se acabó la represión. De hecho, se intensificó.
Dos años han pasado. Y una pandemia. En Francia, como en una mayoría de países, el gobierno aprovechó la situación de shcok para consolidar todavía más el estado de excepción que ya regía desde los atentados del 2015, así como un control social cada vez más inescapable. A la primera cuarentena de la primavera 2020, se sumó una segunda, luego una tercera. La cultura y la juventud fueron de los primeros sacrificados. Entre octubre del 2020 y mayo del 2021, ningún tipo de espacio cultural o festivo fue tolerado. Ni cine, ni museo, ni música, ni menos fiesta.
Para el año nuevo, después de casi un año de pandemia, Francia está bajo toque de queda, a las 18h. Y se prohíben las reuniones de más de 6 personas. Sin embargo, el hartazgo hacia las medidas restrictivas se ha generalizado. En Bretaña, más de 500 policías de las unidades antidisturbios intervienen en una fiesta electrónica en la que participan más de 2000 personas. Multan a la mayoría, y en los días siguientes se suceden redadas para arrestar a los presuntos organizadores. El fiscal requiere hasta 10 años de cárcel, con 16 cargos. Por haber organizado una fiesta, un 31 de diciembre.
Llega la primavera, y con ella una tercera cuarentena. Así se cumple un año de pandemia. En el sector cultural, está a punto de estallar la cólera. En las principales ciudades se ocupan los teatros. A iniciativa de algunos artistas, se empieza a tocar música en las plazas, los días de mercado en los pueblos, colectivamente, nada más que unas canciones, unos instantes, para recordar que la cultura, la música, alegran los corazones. Y que da trabajo a muchos artistas, ya exasperados, de rodillas. Casi sistemáticamente, por tres acuerdos y tres canciones, caen multas, llegan policías a desalojar aquellos que no dejan fluir la imperturbable máquina de un capitalismo post pandémico autoritarista y distópico.
El homenaje a Steve Maia Caniço
En este contexto, llega entonces el 21 de junio 2021, la fiesta de la música. Se han levantado buena parte de las restricciones, para que la gente disfrute del verano, de sus vacaciones. Pero parece que la fiesta sigue siendo persona non grata, aunque no cualquier fiesta. El 9 de julio reabrirán las discotecas playeras. Y para celebrar el solsticio musical, en el patio del Elíseo, residencia presidencial, está convocada por Emmanuel Macron, el presidente rey, justamente… una fiesta electrónica.
Dos días antes, el 19 de junio, cerca de Nantes, tuvo lugar otra fiesta, también electrónica pero aquella en memoria de Steve Maia Caniço. Ni perdón, ni olvido, gran parte de la juventud y de los que gravitan con las músicas electrónicas recuerdan. En medio del campo, la policía reprimió la fiesta con una intensidad delirante. Miles de granadas lacrimógenas, cientos de balas de goma durante siete horas, que dejaron decenas de heridos. Un joven de 22 años perdió una mano por una granada explosiva. Los 400 antidisturbios que participaron del desalojo acabaron destruyendo todo el material de sonido con hachas y mazas. El símbolo es terrible. A los dos años del asesinato de Steve Maia, el gobierno de Emmanuel Macron sigue con el más absoluto cinismo.
Este año, en todo el país, la noche del 21 de junio fue escenario de numerosas persecuciones policiales, inundando de gases lacrimógenos las calles donde se juntaba la gente a festejar. La indecencia del poder parece no tener límites. Tanto en la retórica como en la práctica, se convierte cada vez más en un régimen autoritario. Si el año 2020 ya fue distópico, ¿cómo acabará el 2021?