Masculinidades
Antifeminismo y ruptura: la politización de la frustración masculina

A menudo es difícil saber ubicar el papel de los hombres en la nueva sociedad que se abre paso, puede que una explicación sencilla y satisfactoria para todo el espectro completo es que precisamente sea desarmar la idea de un “papel de los hombres”.
24 oct 2021 07:00

Puede que a modo de terapia, puede que a modo de advertencia a mí mismo y a mis congéneres en el más estricto de los sentidos, las circunstancias me lleven a la redacción desde la penumbra de esta reflexión desde el ominoso espacio de la masculinidad hegemónica en su construcción heterosexual de las relaciones afectivas. En Twitter resuena una columna de El País de Ana Íris Simón que idealiza el amor romántico por encima de concepciones modernas de “amor líquido“, en el WhatssApp una conversación de alto contenido y valor emocional y de fondo el episodio 4 de la temporada 20 de South Park, en el que los niños comienzan una campaña de agresividad misógina en respuesta a la venganza de las niñas contra todos ellos, que consiste en cortar todas sus relaciones amorosas a causa de la actividad de un troll machista en internet que en realidad no controla ninguno de ellos, por lo que al no sentir esa responsabilidad reaccionan protestando exhibiendo sus miembros como agresión.

Todos estos fantasmas emocionales involuntarios me bloquean la capacidad de terminar de rematar un artículo sobre las conexiones de la izquierda reaccionaria a altas horas de la madrugada, solo puedo pensar en la naturaleza de las relaciones sexoafectivas “absurdas pero necesarias” -citando al grupo Mafalda- y al leer sobre ese espectro antifeminista solo le doy vueltas a la politización del target divorciado y de la frustración masculina ante ese último aspecto de la liberación femenina que jamás podrá volver a ser invadido por la represión o el deseo masculino: la autodeterminación de “las mujeres” para mandarnos a paseo. Ese es el momento en el que realmente cae cualquier careta y queda al descubierto la verdadera masculinidad hegemónica que resiste a cualquier intento de destrucción. Ahí, ese ser primitivo que vela por nuestros privilegios se revela en su más temible faceta, gritándole a tu razón que este es el precio de tu pusilanimidad frente a la liberación de aquella otredad que le pertenece por derecho. Sin duda esa latencia interna tan potente es una inmensa ventana de oportunidad política constante y persistente que, además, tiene un fácil enemigo en el movimiento político que se encarga de recordar a todas esas personas que pertenecen a esa otredad que reclama ese monstruo interno que no han venido al mundo a soportarnos.

Un 14% de los votantes de Vox pertenecen al espectro de divorciados muy por encima del resto de partidos. Es un valor compartido por otras extremas derechas del mundo y España. Hay en un extremo que debería ser opuesto talleres de “nuevas masculinidades”, he recorrido algunos y nunca he asistido a ningún debate honesto sobre esta latencia intrínseca a la masculinidad. En los casos menos sangrantes estos talleres consisten en rituales de autoayuda que se suelen enfocar en la ‘enorme injusticia’ que padecen los hombres que no se ajustan a la masculinidad normativa. Pero aun así estas latencias crean redes opuestas de apoyo ideológico mútuo mucho más masivas que estos talleres que se constituyen como asociaciones de divorciados. Una forma sutil de revanchismo masculino que une al hambre con las ganas de comer en afligidos grupos de autoterapia que comparten una explicación de género que tiene mucho que hablar con esos otros grupos masculinizados de autoterapia que buscan explicaciones sobre otros parámetros de la pérdida de valores y la crisis del modo de vida del hombre nativo europeo de clase media trabajadora.

El siguiente escalón en la construcción del antifeminismo desde el despecho emocional son los movimientos politizados de padres separados que buscan influir en las legislaciones familiares de formas que quebranten la perspectiva de género

El siguiente escalón en la construcción del antifeminismo desde el despecho emocional son los movimientos politizados de padres separados que buscan influir en las legislaciones familiares de formas que quebranten la perspectiva de género. Estos movimientos influyen en otros movimientos de hombres menos centrados en ese aspecto concreto del antifeminismo o la política porque vinculan a un fantasma que recorre nuestros espacios más íntimos y la base de nuestro poder: hay un cambio irreversible perceptible como fuente de inadaptación que se traduce en lo cotidiano como una percepción de “desventaja” que produce un miedo al vuelco de las posiciones previas ante la pérdida de la hegemonía en el territorio de la libertad sexual y de la dominación cultural que históricamente ha asegurado la estabilidad mental y social y la reproducción de la fuerza de trabajo masculina, el trabajo doméstico, la progenie y la crianza. La ruptura sentimental asoma al varón, históricamente poseedor de una infraestructura humana de externalización del trabajo emocional y de mantenimiento del espacio privado, al abismo de la pérdida de firmeza de todas estas instituciones que no es sino la caída del espejismo en el que nos instala el amor romántico.

La caída de este espejismo se va precipitando desde el desajuste de expectativas entre dos cosmovisiones, la interacción de los roles de ambas posiciones, sus formas de idear proyectos de vida, los valores en los que se sustentan la propia imagen y la autoestima y el índice de satisfacción durante las etapas de la experiencia. Ante la desnudez de la soledad desde la que se afronta el mundo y la incapacidad para ejercer la posición de dominación, autoridad y control de las situaciones para la que estamos configurados culturalmente nos vemos confusos delante de lo que no depende de nuestra voluntad, la incapacidad para empatizar intelectualmente con la otredad y el autorrelato victimista necesario para explicar las motivaciones de cualquier antihéroe. Nos sentimos inmediatamente damnificados por un poder superior que no somos capaces de controlar y vemos antes la explicación en una conspiración de poderosos hombres capaces de manipular a todas las mujeres del mundo para que nos arrebaten el poder que en la búsqueda del control sobre su propio destino de cada una de las personas que nos aflige en esa cotidianidad individualizada.

La paranoia y el sentimiento ficticio de aflicción por parte de un gran movimiento político y social sobre las bases de nuestro estilo de vida nos coloca en una imaginaria situación de opresión respecto a la otredad que no es sino nuestra ligera igualación en un mundo atravesado de opresiones que nos atañen en uno de los pocos terrenos donde no hay vehiculación legal que la pueda frenar. En esa coordenada confluyen diversos imaginarios de hombres afligidos por esta opresión imaginaria conspirativa generando las bases emocionales perfectas para la construcción narrativa del reaccionariado desde la experiencia cotidiana. Esto, sumado a la creciente colonización femenina de los espacios intelectuales, laborales y de socialización directamente relacionada con la mayor exigencia para abrirse espacio en el ascensor social, ponen esa hegemonía masculina y todas sus certezas en entredicho en espacios cotidianos. Esto no es una percepción “facha” de la que sea posible liberarse sino una nueva cotidianiedad que produce resistencias en el más ferviente “aliado feminista”, que, si logra el imposible desafío de dominar ese impulso mutante y culturalmente construido en la psique desarrollada desde la educación social y audiovisual mediante autotrabajo será a través de una constancia inhumana que no va a liberarle de todas esas sensaciones y desorientación propias de la frustración masculina.

La creación de los ideogramas masculinos reactivos al empoderamiento femenino no se construye de la interacción individual con la pareja sino con el forjamiento de un relato común desde los espacios masculino

El feminismo no combate la autolectura de su construcción constante desde la experiencia de la interacción con el sexo hegemónico con especial atención a lo sexoafectivo, no obstante, el antifeminismo o neo-machismo no puede hablar con claridad de la misma característica porque eso implicaría asumir el origen más inasumible y emocional del conflicto que quiere poner de relieve. Artículos como el citado de El País y otras corrientes discursivas que confrontan o pretenden enmendar las ideas feministas construidas alrededor de la liberación respecto al “mounstruo” que clama por su control parece conocer esta frustración generacional pero pretenden cargar la responsabilidad sobre el espacio privado de construcción de “la pareja”, lo que es indivisible de cargar esta responsabilidad sobre la mujer. Además de la contradicción ética que implica esta resolución, no es realista en tanto en cuanto la creación de los ideogramas masculinos reactivos al empoderamiento femenino no se construye de la interacción individual con la pareja sino con el forjamiento de un relato común desde los espacios masculinos. Así, la única respuesta coherente es la destrucción de la idea de un relato -o contrarrelato- masculino.

A menudo es difícil saber ubicar el papel de los hombres en la nueva sociedad que se abre paso, puede que una explicación sencilla y satisfactoria para todo el espectro completo es que precisamente sea desarmar la idea de un “papel de los hombres” en una sociedad ahora construida por y para nosotros y cualquier consideración que nos haga pensar que es necesario un relato fabricado desde la masculinidad, aunque sea desde la (cuestionable) percepción de su control en los matices de la elaboración de este relato, sino que al revés se trata de fortalecer la comunidad asumiendo en los espacios masculinizados de nuestra cotidianeidad todas esas tareas que quedan desexternalizadas de apoyos, afectos y pedagogía entre hombres para reconectar deseo y realidad. Más que construir un discurso feminista desde la perspectiva masculina como avanzadilla para ir colonizando el debate como a menudo se nos ha criticado, nuestra potencialidad como “jarrón chino” en este terreno es introducir furtivamente el discurso feminista en espacios masculinizados donde desbarate clínicamente la construcción de imaginarios “de parte” sobre un conflicto que se basa en la estructura que genera nuestra naturalizada tendencia a excluirlas de los espacios de construcción de imaginarios compartidos.

Vox
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¿Qué pasa con los hombres para que encuentren en la derecha radical un nicho de confianza? ¿Qué dice o hace la ultraderecha para conectar con un votante masculino?

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Demoler, verbo transitivo: deshacer, derribar, arruinar... Y eso intentamos: deshacer las viejas masculinidades y poner en duda las nuevas, derribar a los hombres de siempre y arruinar los planes del patriarcado desde la reflexión sobre quiénes somos y cómo renunciamos a nuestros privilegios.
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