Ausencia de discursos, desatención, interseccionalidad y políticas públicas

Existen ciertos puntos comunes que llevan a los hombres a no querer participar del feminismo y/o a rechazarlo. Explicamos algunos de ellos y proponemos estrategias alternativas para incorporar a los hombres a este cambio social.
24 ene 2021 06:06

Este es el segundo artículo de tres sobre la pregunta ¿qué podemos hacer para que los hombres se unan al feminismo? El primer artículo sobre esta misma cuestión se puede consultar aquíEn esta segunda parte seguiré profundizando y aportando respuestas sobre “qué podemos hacer para que los hombres se unan al feminismo”, alejándome de la explicación escueta y simple —aunque en ocasiones cierta— que considera que los hombres no se unen al feminismo porque son simplemente machistas o porque no quieren renunciar a sus privilegios.

Tras conversar con un gran número de hombres con posturas ideológicas y procedencias muy diversas, he encontrado puntos comunes que les ha llevado a no unirse al feminismo o a rechazarlo públicamente. Aquí, expondré algunos de estos puntos y propondré varias estrategias y medidas que podemos utilizar y que deberíamos tener en cuenta si queremos que los hombres se interesen por el feminismo, participen en él y/o lo apoyen.

Pero antes de comenzar a leer sobre este tema, recuerdo que para entender bien todo lo que voy a comentar es necesario que nos situemos en la piel y en los ojos de los hombres —especialmente de los más novatos en feminismo—. Eso nos ayudará a comprender realmente por qué la gran mayoría de estos no están comprometidos con este movimiento y sus valores.

Los propios discursos sobre masculinidades aún se encuentran en una fase muy incipiente, de modo que no existen unas ideas totalmente firmes y claras al respecto

1. No hay un discurso firme sobre hombres y feminismo

Lo cierto es que aún no hay un discurso firme que diga cuál ha de ser el papel de los hombres en el feminismo. Algunas personas piensan que los hombres solamente han de apoyar al feminismo, pero sin intervenir ni unirse a él; otras consideran que han de participar activamente, pero únicamente respaldando a las mujeres; y otras defiende que los hombres han de ser sujetos y agentes del feminismo.

Detrás de estos debates existe un esfuerzo por definir objetivos para los hombres, pero también hay una enorme disputa por el discurso y por los símbolos, como la que estamos viendo en la actualidad entre feministas radicales y transfeministas. Los hombres y sus ideas sobre las “nuevas masculinidades” reabren el debate sobre los sujetos del feminismo y desplazan la visión de un feminismo únicamente por y para mujeres.

Personalmente, considero que los varones debemos ser sujetos y agentes feministas a través del trabajo de nuestras masculinidades y del apoyo a las mujeres. Sin embargo, los propios discursos sobre masculinidades aún se encuentran en una fase muy incipiente, de modo que no existen unas ideas totalmente firmes y claras al respecto. Dentro del actual discurso sobre masculinidades he apreciado tres claras tendencias: el feminismo como sacrificio, el feminismo por y para las mujeres y el feminismo como deconstrucción. Por supuesto, no son tres categorías rígidas y hay hombres que tienen un discurso relativamente equilibrado entre estas tres formas. El conflicto surge cuando únicamente se opta por una de ellas.

El feminismo como sacrificio es aquella idea que hace un especial hincapié en la necesidad de que los hombres renuncien a sus privilegios y al poder, es decir, los hombres se han de sacrificar en favor de la igualdad. El problema de este planteamiento es que ignora los beneficios que tiene el feminismo en los hombres, como una mejor salud física y mental, una vida más saludable, mejores relaciones de pareja, una mayor satisfacción personal al contribuir a un mundo más justo, la ausencia de la presión constante por competir y demostrar, una menor inseguridad personal, una reducción de las conductas de riesgo masculinas, menores tasas de ingreso en prisión, eliminación de la violencia y la discriminación…

El feminismo por y para las mujeres, por su parte, es el discurso que últimamente está causando más polémica en los debates. Este grupo considera que centrar los esfuerzos de los varones en deconstruirse o en revisar sus propios problemas es una forma de “mirarse el ombligo”. Argumentan que si no destinamos la mayor parte de nuestra atención a los problemas de las mujeres y a políticas dirigidas a ellas, lo que estamos haciendo es perder de vista el problema real y quiénes lo causan. Sin embargo, aquí estamos volviendo nuevamente al discurso construido en torno a las mujeres, perdiendo de vista que los hombres son potenciales agentes de cambio desde sus masculinidades e ignorando la importancia de que auto-revisen sus comportamientos, sus opiniones, sus valores y sus prejuicios. En realidad, este planteamiento ni siquiera es un discurso sobre masculinidades, pero lo he incluido porque se está vendiendo como tal y porque es demasiado frecuente en los debates.

El tercero de los discursos, el feminismo como deconstrucción, podría ser la perspectiva más acertada de las tres. Como ya he dicho, si los hombres no llevan a cabo sus propios procesos de comprensión de sus problemas y contracciones, difícilmente podrán cambiar. Una vez que asumamos nuestra responsabilidad como individuos y nos conozcamos a nosotros mismos, podremos realmente contribuir a cambios reales de forma coherente. Además, si hasta la fecha los dos primeros planteamientos —el del hombre que se sacrifica y se fustiga, y el del hombre que solamente respalda el feminismo a una distancia prudencial— han sido los más extendidos y no han conseguido grandes cambios en los varones, tal vez sea el momento de abordar este tema desde una perspectiva diferente, sino seguiremos tropezando todo el tiempo con las misma piedra.

Por lo tanto, yo apuesto en este debate por este último planteamiento, ya que supone convertir a los hombres en sujetos y agentes feministas, derribando ese muro que separa a los varones del feminismo y que los convierte en invasores o personas totalmente ajenas a él. Para ello, los hombres feministas han de elaborar sus propios planteamientos, bebiendo de todas las aportaciones intelectuales y experiencias de nuestras compañeras, pero evitando copiar o replicar sus discursos. Del mismo modo, los hombres debemos de crear una agenda política feminista propia, que no esté definida o supeditada a la de las mujeres.

Si no trabajamos con perspectiva de género con varones y no damos respuestas también a sus problemas, los progresos seguirán siendo pocos y lentos

2. Si los y las feministas no prestan atención a los problemas de la masculinidad, ya lo harán otras personas

Datos sobre suicidios, condenas a prisión, alcoholismo, accidentes de tráfico, fracaso escolar, personas sin hogar… se han convertido en un fuerte argumento frente a los planteamientos feministas.

Es demasiado habitual encontrar debates donde los/as feministas hablan de los datos sobre violaciones y los hombres responden con los datos sobre las víctimas de homicidio, los/as feministas hablan de los datos de depresión y los hombres responden con las tasas de suicido, las mujeres hablan de desigualdad salarial y los hombres responden con el porcentaje de varones sin techo, y así una competición sin fin.

El feminismo no puede ser una competición de quién es más víctima. Todos los problemas han de ser abordados. Así que, si existen una serie de fenómenos que afectan desproporcionadamente a los varones, debido en gran parte a las consecuencias de la masculinidad, se han de hacer políticas para evitar este mal sin peros que valgan.

Desde el feminismo, tanto hombres como mujeres, no han prestado suficiente atención a los males particulares del género masculino, así que otros grupos se han encargado de convertirlos en un escudo frente al feminismo.

En España está siendo Vox el partido político que está poniendo sobre la mesa muchos de estos problemas. Así, nos guste o no, Vox tiene uno de los discursos sobre masculinidades más potentes de este país, consiguiendo hacerse hueco entre las masculinidades tradicionales, las híbridas y algunos tipos de nuevas masculinidades. Para comprobar esta afirmación solo tenemos que ver los datos de voto de este partido, cuyos votantes son mayoritariamente hombres.

Pensar que los varones que votan a Vox en particular o a las derechas en general lo único que buscan es conservar sus privilegios o que simplemente son machistas, queda increíblemente lejos de la complejidad de este asunto y supone culpar a los demás de fallos que pueden ser propios.

Vox ha conseguido que, por un lado, los hombres vean que son víctimas del mundo en el que vivimos y, por otro, que se den cuenta de que muchos de los problemas que les afectan han sido desatendidos.

Este fenómeno no es exclusivo únicamente de España, en Europa, Estados Unidos y Latinoamérica se están viviendo procesos similares.

El ojo del feminismo y sus objetivos tradicionales no ha estado situado en los hombres, lo cual es razonable, pero hoy día numerosas agencias internacionales han puesto de manifiesto que los avances en igualdad están siendo muy lentos debido a que las mujeres están cambiado, pero los hombres no. Por ello, si no trabajamos con perspectiva de género con varones y no damos respuestas también a sus problemas, los progresos seguirán siendo pocos y lentos.

La interseccionalidad no puede ser únicamente una cosa de mujeres, ya que todos los hombres no se encuentran atravesados por situaciones similares

3. La interseccionalidad en hombres y los privilegios

El establecimiento dual de la figura de la víctima (mujer) y el victimario (hombre) ha creado la falsa imagen de que todos los hombres son privilegiados y ostentan el poder y que todas las mujeres se encuentran desposeídas y oprimidas.

La interseccionalidad no puede ser únicamente una cosa de mujeres, ya que todos los hombres no se encuentran atravesados por situaciones similares.

Así pues, podríamos intentar responder a algunas preguntas: ¿un hombre discapacitado es más o menos privilegiado que una mujer capacitada?, ¿un hombre gay negro es más o menos privilegiado que una mujer heterosexual nacional?, ¿un hombre de clase baja es más o menos privilegiado que una mujer de clase alta?, ¿un hombre trans es más o menos privilegiado que una mujer indígena?, ¿un hombre inmigrante discapacitado es más o menos privilegiado que una mujer blanca prostituta?, etc.

Lo cierto es que no existe una respuesta correcta a estas preguntas. Podemos estar de acuerdo en que existe un sistema que oprime y discrimina por sexo, género, orientación sexual, clase social, raza y/o nacionalidad, pero no podemos afirmar que absolutamente todos los hombres sean privilegiados u ostenten el poder. He de recordar una vez más que no estamos en una competición por ver quién es la persona más oprimida o la que más sufre.

Este es uno de los motivos por el que muchos hombres del colectivo LGTBI+ no se sienten cómodos dentro del feminismo, ya que una vez que se te coloca la etiqueta de varón, automáticamente se te coloca también la de privilegiado, ignorando todo lo demás. El discurso dual privilegiado/subalterna presenta este enorme problema.

Ahora bien, incluso si nos centramos en el famoso BBVAh de Amaia Pérez Orozco, es decir, en el Burgués Blanco Varón Adulto heterosexual, reclamarle que renuncie a sus privilegios y al poder es un gran problema, ya que para renunciar a los privilegios y al poder, en primer lugar, uno se ha de sentir y/o saberse privilegiado y poderoso. Sin embargo, la mayoría de las personas no se sienten privilegiadas o poderosas, porque cargan con sus propias historias que les impiden sentirse como tal. Así, cada vez que se dice que “los hombres no quieren renunciar a sus privilegios”, somos transportados a la errónea imagen de que un grupo de señoros maquinando para que el mundo y las mujeres estén a sus pies.

Por ello, lanzar consignas en torno a los privilegios puede ser realmente ineficaz e improductivo. Se requiere de mucha pedagogía y mucho tiempo antes de colocarle a una persona la etiqueta de privilegiado y que ésta la acepte.

En cualquier caso, el discurso del privilegio cada vez tiene menos fuerza porque se está vaciando de contenido, es decir, es la palabra estrella que se utiliza en todo debate, pero que nunca es explicada y nunca lleva incluidas propuestas sobre como renunciar a los privilegios. Si todo es privilegio, nada es privilegio.

Aunque esta consigna y este mantra feminista sean muy populares, la realidad es que prácticamente la totalidad de esos hombres “privilegiados” o “poderosos” no se sienten como tal y, por tanto, no pueden renunciar a algo que no saben que tienen, además de que, como ya he dicho, ser hombre no es sinónimo de ser necesariamente privilegiado y poderoso.

Las políticas públicas de igualdad han ido dirigidas hacia las mujeres, visibilizando la desigualdad social y empoderándolas, pero no se han intentado corregir las causas estructurales que nos llevan a los hombres a comportarnos de forma tóxica o violenta

4. No hay apenas políticas públicas de género para hombres

En 1995 en Beijing, en la World Conference on Women se alertó de que los avances en igualdad de género estaban siendo lentos y muy limitados debido a que, si bien las mujeres estaban cambiando, los hombres no. Posteriormente instituciones internacionales como Naciones Unidas o la Organización Internacional del Trabajo han apoyado también esta afirmación y han propuesto medidas para avanzar en la igualdad desde la construcción de masculinidades disidentes.

En España el Pacto de Estado contra la Violencia no habla tan siquiera de masculinidades y hasta 2020 no se aprobó por primera vez una línea de trabajo con hombres desde el Ministerio de Igualdad. Es cierto que algunas localidades, provincias e instituciones habían anunciado con anterioridad algunas tímidas medidas, pero pocas políticas realmente valientes se han llevado acabo hasta la fecha.

Las políticas públicas de igualdad han ido dirigidas hacia las mujeres, visibilizando la desigualdad social y empoderándolas, pero no se han intentado corregir las causas estructurales que nos llevan a los hombres a comportarnos de forma tóxica o violenta. Así, resulta imposible revertir el machismo.

Hay que tener cuidado también con muchas de las medidas que se están proponiendo porque están siendo calificadas como políticas de masculinidades las mismas políticas que se llevan aplicando durante años y que, en realidad, no trabajan la masculinidad. Aquí reaparece el debate sobre si entender el enfoque de las masculinidades como sacrifico, como un movimiento por y para mujeres, o si ponemos el foco en la deconstrucción masculina. Como he planteado anteriormente (link de ¿Qué podemos hacer para que los hombres se unan al feminismo? (II)), seguir con los dos primeros enfoques es seguir haciendo lo mismo esperando resultados distintos, luego no podemos esperar que solucionen nada.

Algunos ejemplos de las políticas de masculinidades que he escuchado son: establecer cuotas en el ámbito laboral, realizar inspecciones para comprobar si se cumple con la igualdad salarial, revalorizar la maternidad y los cuidados, aumentar la publicidad dirigida a mujeres para implicarlas en las carreras de ciencias, multar a los hombres que consuman prostitución, restringir el acceso a la pornografía… Claramente, no son políticas de masculinidades.

En el sector educativo también están apareciendo problemas en torno a esta cuestión. La educación tiene un potencial enorme para cambiar las relaciones actuales, sin embargo, hasta la fecha, los resultados están siendo pequeños y lentos. Las enseñanzas sobre feminismo en los colegios cuentan con pocos recursos, se realizan una vez al año en una clase que suele durar de una a cuatro horas, no cuentan para evaluación y no son obligatorias en todos los centros. Todo esto ha provocado que en estos cursos se den unas nociones básicas sobre feminismo que normalmente giran en torno a la empatía hacia las mujeres, los datos de violencia de género y corregir algunos comportamientos machistas muy evidentes. Por supuesto, nada de masculinidades. Difícilmente vamos a conseguir resultados distintos si no trabajamos más a fondo la igualdad en los colegios y realizamos una y otra vez los mismos talleres que ya se han mostrado poco efectivos.

Finalmente, quiero mencionar que es muy importante que los hombres dejemos de pedir perdón por reclamar políticas de igualdad. Si estamos de acuerdo en que las masculinidades hegemónicas y tradicionales son problemáticas, si estamos de acuerdo en que son necesarios nuevos hombres para un nuevo mundo, si estamos de acuerdo en que el machismo es un problema, si estamos de acuerdo en que los accidentes de tráfico, los suicidios, la violencia, la alcoholemia, etc. son males sociales, ¿por qué tenemos tanto miedo los hombres feministas a pedir políticas públicas feministas para nosotros?

No es necesario acompañar todo el tiempo nuestras demandas de políticas públicas de “pero esto no ha de suponer un merma en los recursos destinos a las mujeres”. ¡Claro que no se han de reducir los recursos de igualdad dirigidos a las mujeres! Del mismo modo que no queremos quitar recursos a otras partidas públicas como puede ser dependencia, salud, educación, inmigración… No queremos quitarle recursos económicos a nadie ni estamos minimizando los problemas ni las necesidades de nadie. Queremos recursos para abordar problemas que se materializan en los hombres pero que afectan a toda la sociedad. Eso es justificación suficiente para que el sector público le preste atención. No hay que pedir perdón por ello ni pedir permiso para nuestras reivindicaciones.

Sobre o blog
Demoler, verbo transitivo: deshacer, derribar, arruinar... Y eso intentamos: deshacer las viejas masculinidades y poner en duda las nuevas, derribar a los hombres de siempre y arruinar los planes del patriarcado desde la reflexión sobre quiénes somos y cómo renunciamos a nuestros privilegios.
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