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Transfobia
Este mal camino que es mi hogar: elogio a la transfeminidad no binaria
Hace un par de noches, estando de fiesta, un hombre desconocido me interpeló para preguntarme mis pronombres. Cuando mi respuesta fue que, en mi día a día, me nombro en femenino, el señor expresó: “Pues tendrías que currártelo un poco más, no sé, dejarte el pelo largo, ponerte unas tetas, vas por mal camino para ser una mujer”. Cuando yo le respondí que no era eso lo que buscaba, él concluyó: “Pues entonces no vayas pidiendo que te traten de she/her”.
No pude quedarme más sorprendida ante este episodio disciplinario y estructuralmente violento que buenamente podría traducirse en un tono policial que acusa: “Señorita, he notado que usted no está haciendo el género de forma binariamente apropiada ¿No cree que me debe una explicación?”. Y no, ninguna transfeminidad no binaria le debe una explicación a nadie de cómo habita su cuerpo, y menos a un desconocido poco cortés. Pero yo se la voy a dar. Se la voy a dar porque si algo nos debemos a nosotras y nosotres es la posibilidad de hacer de nuestra inconformidad de género un espacio habitable, acogedor y bello.
Este es un sistema binarista porque al nacer a las personas se les asigna coercitivamente un destino social: hombre o mujer
Este es un sistema binarista porque al nacer a las personas se les asigna coercitivamente un destino social: hombre o mujer. En el Manifiesto aceleracionista del género, Vikky Storm y Eme Flores exponen que la performatividad del género, por la cual producimos nuestra identidad a través de repeticiones mediadas por violencias sistémicas, nos llevan a decir sí al género: “Sí, soy un hombre. Es lo que soy y lo que siempre he sido. No puedo escapar de ello ni negarlo. Soy un hombre”. Esto no es más que una mentira que nos vemos obligades a repetir. Pero a fuerza de repetirla, llegamos a creerla. El género se convierte en algo natural, ineludible, eterno. Deja de ser una identidad impuesta y se convierte en una parte eterna de lo que somos [...] Desviarse del camino se torna un acto impío. De hecho, nos parece que no hay otra opción. Decimos que sí porque es lo único que podemos decir. Se hace inconcebible que pueda ser de otra manera, que haya otro camino” (2019).
En esta línea, la filósofa marxista Holly Lewis define la cisnormatividad como la exigencia de que nos comportemos “como si solo hubiera dos géneros no superpuestos, dos planetas completamente distintos e inmutables ordenados por la naturaleza, y que un individuo debe ajustarse a uno u otro sin ningún sentido de alienación o sugerencia de incomodidad” (2022a, xxvi). Pero, ¿qué sucede cuando una persona se siente alienada por el género, cuando alguien está incómode con el papel social que se le ha asignado? ¿Nadie se atreve a decirle no al género? Demos un paso más: ¿por qué no iba a sentirse todo el mundo alienado por un papel social que les ha sido impuesto de forma coercitiva y que limita lo que pueden ser? En este sentido, ¿no están acaso todas las personas oprimidas por la cisnormatividad?
A día de hoy, el marco hegemónico para explicar la experiencia de las personas trans da cuenta de la forma en que éstas habitan el género como algo individual y divorciado de las relaciones sociales que estructuran el modo de producción capitalista. Esta forma de leer lo trans ha sido denominado por la escritora Nat Raha como “liberalismo trans”. El liberalismo trans naturaliza el binarismo de género, el binomio hombre-mujer, al dar a entender estas categorías como verdades íntimas de cada une, en vez de como destinos sociales impuestos a través de prácticas violentas y correctivas. Pero ¿y si hubiese otra manera de pensar y politizar las vidas trans? ¿Y si pudiésemos leer lo trans en términos de deseo y rebeldía?
Le actore Travis Alabanza, en su último libro None of the Above responde a su doctor, tratando de rememorar los recuerdos que le hicieron saber que era trans. Elle, tras recorrer distintos pasajes de su infancia, confiesa que ninguno de esos momentos contienen sabiduría alguna sobre lo que era, solo sabe que entonces era libre. Tal vez nunca hubo más secreto que ese, las personas trans y queer, “aquelles que «trascendemos el género», somos afortunades porque hemos decidido escoger otra cosa” dice Alabanza. Hemos deseado ser más libres. Yo quisiera proponer que las vidas trans no ocultan ninguna esencia, sino todo lo contrario: el don de escapar a algo que se siente como inmutable. Ese es el mimbre que entrelaza las experiencias trans, la negatividad frente a una forma impuesta de cómo tienen que ser las cosas, la rebeldía de vivir como si otras vidas fueran posibles.
Ciertamente, durante demasiado tiempo se nos ha querido hacer olvidar el carácter antagónico que anida en nuestros deseos trans, desde los aparatos biopolíticos de la medicina y la psiquiatría, desde el activismo LGTBI liberal, tratan de situar nuestros deseos como innatos, nuestras desobediencias son naturalizadas, nuestra imaginación radical es privatizada. Alabanza lo expresa con una militante claridad: Si he nacido así, entonces lo trans puede seguir distanciado. Si hemos nacido así, si esto no desborda nuestro cuerpo, entonces el deseo de transformación social que albergan nuestras comunidades trans y queer no puede contaminar a quienes más lo necesitan, a los rehenes del binario de género. Por ello, es necesario que la vida de las personas trans esté incesantemente atravesada por la miseria y la violencia estructural, porque cuando estamos demasiado ocupades tratando de seguir con vida, dice Alabanza, perdemos nuestra capacidad para soñar con todo lo que lo trans puede significar.
Pero, ¿qué relación guarda todo esto con el momento en que un desconocido me dice que tengo que esforzarme más para ser una mujer? Pensar la experiencia trans como una encarnación de un deseo de abundancia abre otras miradas posibles. En el capitalismo, lo trans nombra a “las vidas que escaparon” (Laboria Cuboniks, 2018), quienes escogieron, o al menos anhelaron, ser otra cosa más allá de lo que se nos había hecho creer posible. Algunas personas a las que se nos ha asignado coercitivamente el destino de la hombría no hemos podido o querido encajar en ella. Sin embargo, esto no quiere decir que hayamos escogido necesariamente ser mujeres. Por lo pronto, hemos escogido huir, hacia dónde es cuestión de cada una y une. En el caso de quienes, asignadas hombres al nacer, nos nombramos desde el no binarismo, somos una suerte de bandoleras que se esconden en los senderos que se desvían del camino impuesto por la virilidad, trazamos colectivamente nuevos rumbos desde los que poder ser. Paradójicamente, a pesar de las muchas burlas que recibe desde cierto sector del feminismo, el no binarismo siempre fue una postura y una vivencia abolicionista del género.
Cada vez que nos dicen que nos esforcemos más en ser hombres o mujeres, lo que están haciendo es coaccionarnos a soñar menos
Porque cada vez que nos dicen que nos esforcemos más en ser hombres o mujeres, lo que están haciendo es coaccionarnos a soñar menos, a no revelar los deseos desertores que esconden nuestras vidas, no vaya a ser que el resto de personas descubran que otra forma de habitarse es posible. Porque me parece triste que presupongan que nuestro deseo se reduce a un pelo más largo y unas tetas (sin despreciar a quien sí lo desee y sin dejar de reparar en el carácter misógino del comentario) cuando lo que anhelamos es poder anidar en rebeldía y a gusto nuestro propio cuerpo. Porque quiero hacer de nuestra liminalidad un lugar bonito, que no necesite modificación corporal alguna, donde las personas puedan quedarse. Que haya momentos de ternura posibles para los no-hombres que no son lo suficientemente mujeres y viceversa, que no haya ningún trayecto que terminar. Que el nomadismo sea una morada. Querido desconocido, deseo que un día puedas conocer la libertad en potencia que atesora un cuerpo no binario, ojalá en ese futurible llegues a comprender todo lo que estaba diciéndote anoche con aquel “no es lo que busco”. Pero de momento, ¿sabes qué te digo? Larga vida a las errantes de este mal camino, donde cada día construimos juntes un hogar.