Más allá del recelo: una nueva narrativa para el sindicalismo y la economía social y solidaria

Una mirada personal desde la cooperación, la interseccionalidad y la agenda internacional
Referente de ESS e Innovación Social en ACPP
22 jul 2025 11:44

A lo largo de más de veinte años trabajando en cooperación internacional y en la promoción de la Economía Social y Solidaria (ESS), he vivido muchas veces una sensación extraña, difícil de nombrar pero imposible de ignorar, cuando sindicatos y entidades de la ESS comparten mesa de trabajo. No es un choque frontal, tampoco una hostilidad explícita. Más bien es una incomodidad que se revela en silencios, en posturas, en maneras sutiles de marcar diferencias y mantener distancias.

Esta situación siempre me ha resultado paradójica. Ambas partes comparten un nacimiento común en el siglo XIX, impulsadas por la misma necesidad urgente de responder a la explotación del trabajo. Comparten valores fundamentales: solidaridad, cooperación, justicia social, la lucha por una vida digna. Sin embargo, esa cercanía ética se ve frustrada por distancias estratégicas que, durante décadas, han impedido una alianza profunda.

Desde mi rol en Asamblea de Cooperación por la Paz (ACPP), he podido observar de cerca esta contradicción. Nuestra organización nació estrechamente vinculada al sindicalismo. Durante décadas, hemos combinado en nuestros proyectos la defensa de derechos laborales con alternativas económicas desde la ESS. Esta doble herencia me ha permitido ver con claridad tanto afinidades profundas como tensiones persistentes.

Una y otra vez, vuelvo a la pregunta central: si compartimos tantos objetivos y valores, ¿por qué cuesta tanto trabajar juntas desde la confianza?

Orígenes comunes, caminos divergentes

Históricamente, las organizaciones obreras buscaron diversas formas de enfrentar la explotación laboral del capitalismo industrial. Sindicatos, mutualidades y cooperativas emergieron como herramientas complementarias de resistencia. Sin embargo, aparecieron divergencias estratégicas cruciales.

El sindicalismo clásico se articuló en torno al conflicto y la negociación colectiva, posicionándose como contrapeso del capital. Las cooperativas apostaron por la creación autónoma de espacios económicos gestionados por trabajadores y trabajadoras. Esta diferencia estratégica generó durante generaciones una distancia ideológica significativa, especialmente en sectores del sindicalismo marxista, donde las cooperativas se percibieron como soluciones parciales dentro del sistema capitalista.

En contextos internacionales complejos como Oriente Medio o América Latina, he comprobado cómo ambas estrategias, lejos de excluirse, pueden complementarse. En proyectos de cooperación como los que hemos impulsado desde ACPP en Centroamérica, hemos visto sindicatos colaborando con cooperativas agrícolas y redes de ESS para fortalecer los derechos laborales en sectores como la producción de aceite de palma en Honduras o el sector pesquero artesanal en El Salvador. En estos contextos, la alianza ha permitido ir más allá del asistencialismo, combinando autogestión y reivindicación colectiva en comunidades atravesadas por la desigualdad, la migración y la violencia estructural.

La realidad contemporánea, marcada por la precarización laboral masiva y la crisis climática, no nos permite seguir anclados en prejuicios históricos. Durante mis años de colaboración con el movimiento sindical, he podido vivir de cerca esa frontera: el espacio donde sindicatos y economía social se reconocen, dialogan y a menudo no se encuentran. Pese a las diferencias, la distancia es cada vez más pequeña cuando se ponen en el centro las necesidades reales de quienes sostienen el trabajo. Pero para que esa cercanía se convierta en alianza, hacen falta honestidad, diálogo y una voluntad política que vaya más allá de las declaraciones de principios.

Obstáculos reales: falsas cooperativas y viejas inercias sindicales

Es necesario abordar obstáculos concretos que frenan esta confluencia. Uno evidente son las “falsas cooperativas”, entidades que pervierten la figura legal cooperativa para precarizar aún más las condiciones laborales. Estas prácticas dañan la esencia misma de la ESS y generan lógica sospecha desde el sindicalismo. Aquí no caben medias tintas: ambas partes deben colaborar activamente para denunciar, combatir y aislar estas prácticas fraudulentas que dañan por igual a la ESS y al sindicalismo.

El sindicalismo también debe asumir un reto interno. Pese a sus esfuerzos sigue atado a estructuras rígidas de representación, negociación colectiva y afiliación que no se ajustan bien a la realidad del trabajo contemporáneo, especialmente considerando la dimensión interseccional del empleo actual: mujeres, migrantes y personas racializadas enfrentan desafíos específicos que no siempre están en el centro de la agenda sindical. Los sindicatos deben repensar su modelo, aprender de la ESS e integrar perspectivas interseccionales para explorar nuevas formas de organización laboral democrática más allá de la lógica tradicional empleador-empleado.

Desde ACPP hemos visto experiencias esperanzadoras. En proyectos como el apoyo a trabajadoras domésticas en Túnez, sindicatos como la UGTT colaboraron en la creación de empresas sociales y cooperativas lideradas por mujeres. Estas experiencias muestran que, cuando ambas partes superan inercias y trabajan en proyectos concretos desde la confianza mutua, los resultados pueden ser transformadores.

Complicidad práctica desde la colaboración concreta

Aquí entra en juego una idea clave formulada por compañeros sindicalistas: no basta con proyectos piloto aislados, necesitamos crear espacios prácticos y sostenidos de colaboración. Una propuesta realista sería iniciar experiencias concretas de diálogo Sindicatos-ESS en territorios específicos, aprovechando sus estructuras descentralizadas.

Estas experiencias iniciales podrían centrarse en objetivos limitados pero claros: identificar sectores donde haya prácticas fraudulentas o precarizadoras bajo la figura cooperativa, definir buenas prácticas comunes y establecer criterios sencillos de calidad laboral ligados a la transición ecológica y digital, en sintonía con la OIT, que promueve la ESS como herramienta efectiva para garantizar trabajo digno y justicia social.

Este enfoque gradual permitiría aprender desde la práctica directa, generando una colaboración desde abajo, con protocolos adaptados y realistas para cooperativas que reconozcan su especificidad, evitando conflictos internos mediante acuerdos básicos sobre igualdad salarial, participación democrática y formación continua.

Igualmente sería útil probar modelos concretos de acompañamiento sindical en territorios o sectores específicos, facilitando la formación y asesoría a iniciativas de economía social, y condicionando posibles incentivos públicos a criterios mínimos de transparencia, igualdad y calidad del empleo.

Una colaboración sencilla podría pasar también por un pequeño observatorio territorial conjunto, inicialmente basado en un seguimiento limitado y concreto de condiciones laborales y sociales en entidades ESS del territorio, promoviendo transparencia y confianza mutua sin complejidades institucionales excesivas.

Finalmente, el sector de los cuidados podría servir como área práctica inicial, donde ambas partes compartan ya cierta afinidad y experiencia previa, explorando la formalización cooperativa del empleo y la mejora de las condiciones laborales en proyectos concretos que generen aprendizajes replicables.

Así, sin grandes despliegues institucionales iniciales, podrían darse pasos realistas y útiles hacia una colaboración efectiva entre sindicalismo y economía social.

Lo que el sindicalismo puede aprender de la ESS

La Economía Social y Solidaria ya acumula aprendizajes valiosos que pueden revitalizar al propio sindicalismo. Las metodologías de “organizaciones habitables” que promueve REAS Euskadi -centradas en el cuidado interno, la corresponsabilidad y la sostenibilidad ecofeminista- el bienestar de las personas y del entorno en el centro de la gestión cotidiana. Lejos de ser un simple manual de buenas intenciones, estas prácticas se concretan en herramientas como el Balance Social o las auditorías de género, que convierten los valores en datos verificables y orientan mejoras reales en equidad salarial, participación en la toma de decisiones y corresponsabilidad en los cuidados.

De este enfoque nace también un tipo de activismo económico que interpela al sindicalismo: preguntarse no sólo cómo luchamos por los derechos laborales, sino también con qué prácticas económicas los sostenemos. Que los sindicatos revisen con qué proveedores contratan sus servicios -desde telecomunicaciones hasta energía o suministros- y opten por cooperativas éticas como Som Connexió, entidades de energía verde o redes de consumo responsable, refuerza su compromiso con un modelo económico coherente con los derechos que defienden.

Incorporar estas prácticas ampliaría el repertorio de acción sindical, enriquecería su cultura organizativa con criterios más flexibles y democráticos, y permitiría avanzar hacia una transformación más integral que alinee discurso, acción y estructura. Una alianza basada no solo en lo que podemos ofrecer, sino también en lo que necesitamos aprender.

Lo que está en juego no es solo cómo defendemos el trabajo, sino qué sociedad queremos construir juntas. La invitación es clara: no sigamos siendo ni simples socios ni meros espectadores. Es hora de construir juntas y en serio el modelo económico y social que defendemos, conscientes de nuestra diversidad, pero comprometidas con un mismo horizonte transformador.

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