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Finanzas éticas
Todas somos cómplices de crímenes de guerra
Para entender el origen de las finanzas éticas y la banca ética nos tenemos que remontar a los años 60 y 70 del siglo pasado. El régimen de apartheid en Sudáfrica y la guerra de Vietnam impactan en las conciencias de muchas personas, especialmente de las más activas en los movimientos sociales y pacifistas de la época, que se empiezan a preguntar por las causas de esas atrocidades. Pronto descubren que muchas de las entidades financieras donde tienen depositados sus ahorros están financiando la industria del armamento y múltiples regímenes autoritarios con su propio dinero. De ahí surgen las primeras iniciativas de banca ética en el mundo, con el objetivo de utilizar las finanzas y el dinero de la ciudadanía únicamente para financiar proyectos empresariales con impacto social y ambiental positivo.
La historia se repite. Casi medio siglo después se vuelve a oír hablar de apartheid, ahora contra el pueblo palestino, y tenemos dos terribles conflictos armados muy cerca de las fronteras europeas, con graves implicaciones en nuestro día a día. Por suerte, en esta ocasión tenemos ya un sistema consolidado de entidades de finanzas éticas tanto en nuestro país como a nivel global. ¿Por suerte?
El recientemente publicado barómetro de las finanzas éticas en España, que recopila datos de entidades como Triodos Bank, Fiare Banca Etica, Oikocredit, Coop57 o Coop Halal, -que operan hace tiempo en nuestro país- indica que el sector ha crecido relativamente en el último año a nivel de proyectos financiados. La cifra ha superado por primera vez los 1.900 millones de euros en préstamos a empresas con impacto positivo en la sociedad. Pero a su vez el ahorro recogido por estas entidades (2.594 millones de euros) y el número de personas clientes (186.000) han retrocedido levemente respecto al año anterior, en un contexto ya marcado por la invasión rusa de Ucrania. En cualquier caso, el volumen de las finanzas éticas no llega a representar ni siquiera el 1% del sector financiero en España.
Tomando en cuenta esos datos, así como los reflejados en los últimos informes del Centro Delás de Estudios por la Paz y de otras organizaciones internacionales que investigan las inversiones de la banca convencional en la industria armamentística, podemos concluir que la mayor parte de entidades financieras de nuestro país tienen algún vínculo con la militarización de fronteras o con la producción y comercialización de armas. Es decir, que alrededor del 99% de la población española somos cómplices de crímenes de guerra y lesa humanidad. O dicho de otra forma: nuestros ahorros están manchados de sangre inocente. Y lo peor es que teniendo opciones y alternativas consolidadas para evitarlo, no somos capaces de cambiar de banco y mover nuestro dinero de forma masiva hacia la construcción de un mundo más justo, sostenible y en paz. Cambiar de banco: un pequeño gesto que puede salvar vidas. Un pequeño gesto que sí, que da pereza, pero que sin excesivo coste ni esfuerzo pasa a convertirnos de cómplices de asesinato a verdaderas activistas por un mundo mejor. Y sí, está bien que hagamos algunos tweets contra la guerra o que nos manifestemos una tarde por la paz. Pero si nuestro dinero está en manos de la banca convencional, estará trabajando 24h al día y 7 días a la semana por la guerra y la violencia.
Y no es cuestión de bandos, porque recordemos: en una guerra nadie gana. ¿Nadie? Las principales empresas de armamento han visto aumentar sus cotizaciones en los mercados de valores en más de 30.000 millones de dólares desde el inicio de este último conflicto entre Israel y Palestina. Mientras tanto, algunos datos apuntan a que en los primeros 10 días de hostilidades murieron más de mil menores, es decir, uno cada 15 minutos. En nuestras manos, en nuestras cuentas corrientes y en nuestros bolsillos está el poder de cambiarlo. ¿Sabremos aprovechar lo aprendido y construido estas últimas cinco décadas?