Música
Antònia Font, en el submarino pop

Montados en su propia nave espacial, y bajo sus propias reglas, Antònia Font trazaron un rumbo que, en sus largos años de silencio, no tuvo sucesores.
Antonia Font
Imagen promocional
10 sep 2021 06:00

A dos décadas de la publicación de Alegría, el disco que les puso en la primera plana del pop español, Antònia Font retoman su actividad discográfica, tras ocho años de silencio. El vacío fantástico propiciado por su ausencia durante todo este tiempo hace que su retorno cobre una expectación mayor, originada por el recuerdo de una trayectoria que supo recoger el testigo mágico de Sisa y la ironía ensoñadora de Vainica Doble y encapsularlas en chipiritifláuticas piezas pop de dibujos animados.

Fundados en 1997, desde el mismo instante de su formación quedó claro que Antònia Font no era un grupo al uso. Dicha autonomía fue ratificada en A Russia (2001), su segundo LP, compuesto de exultantes filigranas pop como “Cantar”, “Focs artificials”, “A Russia” y “Tots es motors”. Esta última es un claro ejemplo de lo que el grupo mallorquín era capar de generar en el oyente, por medio de un estribillo de exuberante intensidad dionisíaca.


Solo en este póquer de canciones afloran suficientes detalles como para comprender la autonomía total del grupo liderado por Joan Miquel Oliver. Pop galáctico cuyos referentes se disuelven en la forma final, trazada en la voz mercurial de Pau Debón y la sensibilidad festiva de un grupo donde lo submarino y lo galáctico confluyen en un imaginario trazado desde la ubicuidad regionalista (y por tanto, universal) de cinco tipos que, al igual que la Granada lorquiana de Morente o la Zaragoza algoriana de El Niño Gusano, confirieron de identidad fantástica a su Mallorca natal; en su caso, subrayada por el hecho de cantar en mallorquín, su lengua autóctona, de la cual Debón es capaz de extraer oro puro de la musicalidad surgida de cada ligera inflexión propia de su dicción medirránea.

Como si de unos Devo embutidos en retranca mallorquina se tratase, la propia imagen del grupo, en vídeos como el de “Alegría” o “Wa Yeah!”, simboliza el ADN sci-fi escapista de un grupo cuya música parece haber sido compuesta para la banda sonora de una Atlántida imaginada por Gianni Rodari.


Con estos mimbres, entre 2001 y 2013 Antònia Font empalmaron seis trabajos de estudio que, tras un primer LP de ensayo-error, constituyen uno de los tesoros más gozosos que nos ha brindado el universo pop de este siglo, con momentos cumbre como la terna de clásicos instantáneos conformada por Alegría (2002), Taxi (2004) y Batiskafo Katiuskas (2006).

Álbumes como estos llevaron a Antònia Font al éxito masivo dentro de nuestras lindes, hecho inaudito para un grupo que cantaba en una lengua cooficial distinta del castellano. Sin embargo, su secreto surgía de establecer un corpus pop en el que el Franco Battiato de los años 80 jugaba un tute a tres con Sisa y Kiko Veneno. En base a esta fórmula única, sonaban como el grupo que siempre hubieras soñado que tocara en las fiestas de tu pueblo. Uno imaginario como el Calabuch de Berlanga o el de Amanece, que no es poco, a los que retrotraen en alusiones a amores sembrados en campos de fresas, a fuegos artificiales y mediante rumbas de plaza de pueblo con la sonrisa eterna de “Alegría”.

En su capacidad para evocar diferentes planos expresivos, incluso contradictorios, es donde Antònia Font construyeron su submarino particular

En su capacidad para evocar diferentes planos expresivos, incluso contradictorios, es donde Antònia Font construyeron su submarino particular. Uno dentro del que, tal como explicaba Joan Miquel Oliver para Capgrós en mayo de 2006: “La fascinación por las cosas desconocidas e inconmensurables, por el infinito, son temas que nos preocupan desde la infancia y no nos abandonan nunca. Me gusta ponerme en la piel de un robot, de un astronauta o un submarinista, porque expresan muy bien la idea de la soledad. Cuando escribo, me gusta reflejar un futuro ‘real’, en que la gente no dirá ‘joder, qué guais que estamos en este futuro’, sino que seguirá teniendo las mismas preocupaciones que nosotros”.

En la misma entrevista, Oliver destripa las interioridades de unas canciones que, tal como le había vaticinado, equivocadamente Sisa, no estaban hechas para alcanzar el éxito. Sin embargo, tal como lo ve el propio Oliver: “Las canciones de Antonia Font tienen una superficie atractiva, pero también un fondo lleno de ironía y sutileza. Sisa me dijo un día que no triunfaríamos nunca porque somos ‘demasiado sutiles', porque nadie entendería los chistes subyacentes. Pero lo importante es que gran parte del significado de mi mensaje en realidad se encuentra a la superficie, es en este plan donde dedico la mayoría de mis esfuerzos. Las pequeñas trampas de fondo son una anécdota que entenderé yo y cuatro más, pero no son lo más importante”.

Montados en su propia nave espacial, y bajo sus propias reglas, trazaron un rumbo que, en sus largos años de silencio, no tuvo sucesores. La única manera de curar el mono generado por su ausencia fue a través de los discos en solitario del propio Joan Miquel Oliver, compositor principal de los mallorquines y una de las figuras que, junto a Carlos Berlanga, Parade o Vainica Doble, pertenece al Olimpo de los creadores más originales del pop estatal. En su caso, y tal como lo definió en su momento el propio Miquel Oliver: “Pop inventado, autodidacta, sin estilo definido y con letras con pretensiones poéticas más que narrativas”.

Características como estas son las que también definen a álbumes como Bombón mallorquín (2009) o Pegasus (2015), pequeñas obras maestras firmadas por Oliver, capaces de reenfocar el cinemascope pop de Antonia Font desde una perspectiva más minimalista, sin perder el encanto de sus trabajos más relucientes al frente de sus camaradas.

En este sentido, cambiar el submarino pop por una tabla de surf fue la adaptación básica de un Oliver que, tras haber conformado una carrera en solitario sobradamente sólida, se comprometió al órdago lanzado por Debón en su última cena anual de grupo, que hacen una vez al año con las ganancias derivadas de los royalties de su primer LP. En la misma, la voz del grupo sugirió la idea de hacer un par de conciertos, a lo que Oliver respondió que un retorno solo sería real con un trabajo nuevo bajo el brazo.

Tras convencer al resto del grupo, la idea cobró forma en un nuevo LP que verá la luz a principios del año que viene, cuyas enormes expectativas germinan por la certeza de saber que, más o menos inspirados, un reencuentro con el quinteto mallorquín siempre nos convertirá en la Alicia que se pierde tras el agujero que lleva al País de las maravillas pop.

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