Música
Cathy Claret, y el flamenco se hizo pop

Rubia gitana de raíces francesas y pionera de la fusión flamenca, Cathy Claret es una figura que bien merece una reevaluación de sus logros artísticos, poco valorados.

Cathy Claret
Cathy Claret presenta nuevo disco, 'Primavera'.
16 feb 2018 07:00

Adoptada desde hace tres décadas por la familia Pata Negra de los Amador, rubia gitana de raíces francesas, pionera de la fusión flamenca, Cathy Claret es una figura que bien merece una reevaluación de sus logros artísticos, que no son pocos.

Con tal fin, primero hay que enfocar hacia sus humildes orígenes. “Estuve haciendo la vendimia en el sur de Francia durante seis o siete años. Comencé con 16. Había que ganarse la vida”, recuerda para El Salto.

“Allí tenía amigos gitanos. En la vendimia me llegaba todo el flamenco en tiempo real. Se escuchaba a Camarón, Lole y Manuel, Manzanita. Mamé mucho flamenco. Había un gitano de Sevilla que traía maquetas de Pata Negra. Lo flipé. Era algo de otra dimensión, algo fuera de lo normal. Esas guitarras… Desde Django Reinhardt y Jimi Hendrix no había escuchado algo así”.

Su contacto con el arte de los hermanos Amador fue más allá. Y su debut discográfico, la excusa ideal para contactar con ellos. “Cuando tuve la oportunidad de hacer mi primer disco, ni Camarón tenía teléfono. Sin embargo, pude encontrarme con Raimundo en 1986, aunque ya hacía tiempo que conocía a familiares suyos. Era amiga de una prima suya y de Rafael”.

“He tenido una vida muy dura —revela— porque mi madre murió siendo yo muy joven. Mi padre era muy amigo de Rafael Amador. Era muy punk, muy extremo, como Rafael, que me decía: ‘Tu padre me cae muy bien porque va hacia el final de la vida, como yo’”.


En aquel final de los años 80, Cathy sazonó la liturgia flamenca con tonos pop, chanson francesa y bossa nova. Álbumes como ¿Por qué? ¿por qué? (1987), Cathy Claret (1989) y Soleil y locura (1991) conforman una trilogía básica para entender dichos vientos de integración musical.

Su habilidad para dotar de sabores nuevos a sus melodías azucaradas tuvieron sentida repercusión. Pero Cathy es de corazón e independencia gitana. En su primer lp, “aparte de la flauta y la guitarra, también tocaba el bajo. Lo tocaba todo, y ni siquiera lo ponía en los créditos. En aquella época no era nada normal que una chica tocara tantos instrumentos. De aquella, tenía unos diez años menos que todos los que estaban metidos en el nuevo flamenco. Era muy adelantada”.

“Tengo dos facetas, la de música y la de solista. Pero lo que más me gusta es hacer los sonidos, los arreglos, la producción. Me siento compositora”, reconoce.

En aquellos años 80, donde había que pasar sí o sí por el aro para alcanzar el éxito, la naturaleza a contracorriente de Cathy la excluyó de las grandes ligas. En cierta manera, era un espíritu afín a Gloria Van Aerssen y Carmen Santonja, las Vainica Doble.

Pero, a diferencia de ellas, Claret no alcanzó el reconocimiento. Algo en lo que no excluye una parte de autocrítica: “Yo era súper tímida. Solo me gustaba hacer la música. No quería hacer promoción. Me borré yo misma del mapa. Ahora me doy cuenta. Tenía que hacer tele, pero odiaba cantar en playback. Tampoco quería actuar en minifalda, como me pedían. Me sentía horrible. Me negué a hacerlo, únicamente quería hacer los discos y desaparecer. Era ingobernable”. Pero también alude a otros motivos: “Si hubiera sido un chico, quizás la cosa habría cambiado. ‘Se trata de un chico muy especial al que no le gusta hacer promoción’. Pero siendo chica, siempre lo tenías más complicado”.

En ese tiempo, vivió la cara más amarga del negocio, como recuerda: “Hice actuaciones en directo, pero me catalogaron de rebelde. Y me pasé muchos años sin poder vivir de la música. Lo pasé fatal. No tenía dinero. Únicamente me salía trabajo en el extranjero”.


La sublevación de Cathy contra los estereotipos consensuados del universo pop la acabó relegando a un injusto segundo plano. Sin embargo, cuando el arte fluye a borbotones, ese fuego siempre está al acecho. Y en el cambio de milenio, se materializó en las canciones de La chica del viento (2000), un disco fabuloso de título harto representativo sobre la esencia nómada de Cathy. Precisamente, la canción titular —recuperada para su nuevo trabajo, Primavera— refleja al dedillo su peregrinaje en la vida: “He dado muchas vueltas por este mundo, no soy de ningún sitio. Yo no tengo hogar. He recorrido caminos oscuros sin saber nunca dónde iba a parar. Me levanto cuando quiero y duermo con la luna. Soy libre como el aire. Yo soy la chica del viento y del sol. Tengo un corazón bohemio y soñador”.

A lo largo del siglo XXI, ha seguido haciendo discos, mientras volvía a sufrir las artimañas de discográficas como Subterfuge, y una prensa hispana miope ante sus repetidos logros.


Mientras en España vivía la incomprensión, en Japón le llevan saliendo imitadoras desde los 90. Fue en el país del sol naciente donde, finalmente, Cathy ha podido encontrar el reconocimiento a su carrera, que en 2015 se vio enaltecida por Solita por el mundo, un trabajo que condensa sus diferentes yoes en una decena de giros radiantes. “Tenía muchas cosas que decir. El disco me lo tuve que pagar de mi bolsillo. Iba de 100 en 100 euros. Cosas como la promo y el vídeo también las tuve que hacer yo misma”.


El brillo de canciones como “Destino cierto” o “Todo se va” echó redes hasta orillas anglosajonas donde, desde alguna publicación llegó a ser considerado mejor disco del año. La suerte estaba cambiando. Sobre todo, cuando “una fan de Japón envío mi disco a una compañía, y se volvieron locos”. Y de ahí, un paso a fichar por el selló oriental Respect Record.

“Para Solita por el mundo lo hice todo yo sola. Pero con Primavera me dieron carta blanca. Simplemente me dijeron que tenía que entregarlo en octubre. Todas las canciones son nuevas. Y, modestia aparte, me salieron las mejores de mi vida. Se ve que cuando hay dinero todo es más fácil. Empecé de cero en marzo del año pasado. No tenía canciones. Pero dije que sí porque vivo de la música, soy cabeza de familia y tengo tres personas a mi cargo. Y cuando no tenía trabajo, lo hemos pasado muy mal”.

Después de tal carrusel de vaivenes, Cathy ha encontrado la oportunidad de oro para germinar una enredadera de melodías a la altura de sus momentos más granados. De “Primavera” a “Sepulcral”, en su nuevo disco vierte todo su talento para orquestar una candorosa sucesión de estribillos con cepo.

“He seguido la línea de Solita por el mundo, donde mi voz tenía mucho protagonismo, y sonaba más como en mi primer disco. Solita por el mundo es un trabajo que hice a lo largo de cuatro años, por lo que se pierde algo de cohesión, no como en este último, que fue algo más continuo. Un disco que he trabajado durante medio año, con una producción más moderna y lograda, con más letras en francés. Por contrato, tenían que ser diez cortes, pero me gustaba tanto el sonido que recuperé dos canciones que tenían que ser bonus tracks, ‘La chica del viento’ y ‘Bolloré’”.

Este 28 de febrero, Primavera florecerá con la luz del día, la ocasión ideal para volver a recordar por qué Cathy Claret no solo es “la diva de los susurros” en tierras niponas, sino también parte integral de aquella generación de los Smash, “El Lebrijano”, Ketama y Pata Negra que, desde los años 70, abrieron las puertas del flamenco a los maridajes musicales más brillantes que hayan salido jamás desde la península Ibérica.

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