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Música
Ensamble Moxos, la música de la amazonía boliviana
La escuela de música de San Ignacio de Moxos, Bolivia, salvaguarda el patrimonio cultural de este pueblo fundado por los jesuitas.
En la selva boliviana, la localidad de San Ignacio de Moxos suena a música barroca. Se escuchan violines, violonchelos, contrabajos y traversos. También bajones, el instrumento nativo de la región. Es la melodía de un lugar rodeado de pampas, ríos y lagunas.
La escuela de música de San Ignacio, capital del departamento de Beni, hace de nexo entre lo indígena y la imborrable huella de los jesuitas que fundaron el pueblo a finales del siglo XVII. La música mira al pasado y sirve en la actualidad como una reivindicación de la cultura moxeña.
“El legado musical sacro estaba en manos de muy poca gente. Lo guardaban ancianos de voces quebradas y brazos temblorosos que lo habían pasado de generación en generación desde la llegada de los jesuitas”, apunta la directora de la escuela de música, Raquel Maldonado.
La llegada de la globalización trajo una pérdida de interés. El conocimiento parecía abocado a la desaparición cuando una misionera navarra, María Jesús Echerri, tuvo la idea de iniciar un taller musical con jóvenes locales. Entre ellos estaba Claudio Teco Velasco.
Hace más de 20 años que Echerri les enseñó el gusto por la música. Valoró las habilidades de sus estudiantes para que exploraran otros instrumentos más complejos y los llevó desde los sonidos tradicionales a los barrocos.
Tesco Velasco se enorgullece de ser de uno de esos pioneros. El ahora violinista de 34 años reconoce que la música le ha dado la oportunidad de conseguir una titulación profesional. “Es un privilegio ganarme la vida como músico. He podido conocer muchos lugares y a muchos amigos”, dice a El Salto el músico que también se formó en Badajoz.
El proyecto es clave para la comunidad ignaciana. Cada año, la escuela de música acoge a más de 300 alumnos en diferentes especialidades instrumentales. La formación musical, gratuita y abierta a todos los vecinos, es una herramienta de inserción laboral para aquellos con menores recursos económicos, en su mayoría indígenas moxeños.
Ensamble Moxos es quizás el pilar fundamental de esta iniciativa. Es una orquesta formada por los docentes y los alumnos más destacados. Nadie llega a formar parte del ensamble sin determinación. “Hay que ganárselo con esfuerzo, sacrificio, estudiando y entregándose”, resalta Tesco Velasco.
Raquel Maldonado, que también es la directora de Ensamble Moxos, fue la encargada tomar las riendas del proyecto de Echerri cuando la misionera fue destinada a otro lugar. Junto con el gestor Toño Puertas, se ha facilitado una oportunidad históricamente reservada a las élites sociales. “La música no se toma como un simple pasatiempo sino como una profesión que les permite una salida profesional y una educación de calidad. Y ya no son solo los jóvenes los que se dan cuenta sino toda la comunidad y sus familiares que apuestan por ello y se hacen responsables para que vengan”, dice Maldonado.
Una de esas jóvenes es Lorenza Angélica Limaica. De 27 años, esta violinista, contraalto y soprano cuenta con dos hermanos en el ensamble. Su familia ha asumido la importancia de la música y esto le ha abierto muchas puertas. “Estaba en el colegio y tenía que sacar buenas notas para que mis padres me dejaran viajar con la escuela de música. Fue un reto para ser mejor en los dos aspectos”, recuerda Limaica.
A pesar de que el porcentaje de músicos profesionales es bajo debido a las necesidades y esfuerzos de la carrera, Maldonado ensalza la labor social de la escuela: “Todo el quiera tener una experiencia histórica, de identidad o musical puede venir. Aunque hay una selección natural dependiendo de la aptitud y capacidad de trabajo, hay gente que pasa y se lleva la experiencia para toda la vida”.
Reivindicación de memoria y cultura
San Ignacio de Moxos es heredero del encuentro de dos civilizaciones. La identidad moxeña se despliega en la coyuntura entre la música barroca llegada con los jesuitas y las expresiones creativas indígenas.
El trabajo de la escuela de música indaga en la memoria de un pueblo que se vio amenazada con la expulsión de los jesuitas en 1777. Gracias a la recopilación de historias de tradición oral y a viejas partituras, la escuela salvaguarda el patrimonio cultural moxeño. Pero a la vez lo revitaliza: “Escribimos nuestra historia con música. Además de interpretar la música hay un trabajo de investigación para realizar los arreglos del ensamble. No hablamos simplemente de recuperar y tocar sino que también componemos música popular como una apuesta de futuro”, dice Maldonado.
San Ignacio convive entre la música sacra y lo profano. El mestizaje musical es una sinergia que no solo se remite a lo litúrgico, como explica la directora: “Para los ancianos sus motivaciones son absolutamente religiosas y espirituales pero nosotros no podíamos ceñirnos simplemente a ese hábito. Quisimos hacer un proyecto que no dependiera de lo católico”.
Aunque incluso lo popular se encuentra dentro de un marco de celebración católica como asegura Maldonado. El ejemplo se muestra en la festividad de Ichapekene Piesta, donde la comunidad celebra las fiestas del patrón, San Ignacio, cada 31 de julio. Todos los moxeños se echan a la calle independientemente de la religión o clase social en una cita declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad desde el año 2012.
“A través de la música, la gente indígena y la gente carayana (la élite social blanca) nos unimos y no existe ninguna barrera. Todos somos de Beni y de Bolivia”, apunta Limaica.
La selva se hizo música
“Los principales retos han sido la supervivencia y la consolidación”, resalta Maldonado. La escuela de música era una plan humilde y se ha convertido en un proyecto que “toca la fibra más profunda de nuestra cultura y trabaja con nuestra comunidad como estructura educativa”.
Todo comenzó como una suma de casualidades, según recuerda la directora. Se cita a Echerri (“yo quería la tapa de una mermelada y me salió una fábrica de conservas”) para hablar de los principios de una escuela cuya dirección está en manos de Raquel Maldonado desde 2004, tras la marcha de Echerri.
Maldonado dejó el frío y los nevados de La Paz para mudarse a la selva y comenzó la estructuración profesional de la escuela. Uno de los momentos más importantes fue la aprobación del Ministerio de Educación boliviano para que pudieran otorgar la titulación. Antes de eso, “era muy complicado convencer a una persona de que la música podía ser una vía en su vida”, cuenta Maldonado.
Con seis discos publicados, el Ensamble Moxos es el motor económico de un proyecto que ha realizado diversas giras internacionales. Estos ignacianos son embajadores de la cultura boliviana y recientemente llevaron los sonidos de la amazonía por sietes países europeos, incluyendo España, para presentar su último trabajo, Pasión Moxos.
“San Ignacio de Moxos es una de las reducciones jesuíticas de Sudamérica y estamos contentísimos de tener este patrimonio cultural. Somos nosotros mismos los que tocamos la música que sonaba hace tres siglos”, dice Tesco Velasco.