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Son las doce del mediodía. El viejo pide un café antes de sentarnos a charlar en el bar del hotel en el que se hospeda, y nos colma con una sonrisa perenne que queda suspensa en el aire durante casi una hora de entrevista. Se lo toma rápido. Al fin y al cabo, aquí no hay jebena buna (el ritual del café etíope) y las brocas del reloj evocan un ritmo acelerado. Sin embargo, no parece importarle demasiado y susurra con voz suave: “Me encanta España. Cada vez que vengo la veo más cambiada, pero es un país muy interesante. Muy bonito. Soy muy fan del flamenco, me parece un estilo fascinante”.
A pocos días de celebrar su septuagésimo cuarto aniversario, Mulatu Astatke aparece en Madrid como ese chaval etíope de dieciséis años que se fue a estudiar ingeniería aeronáutica al norte de Gales. Su piel está más curtida. Son más de cinco décadas encendiendo los escenarios de todo el mundo. Pero cierta inocencia sigue centelleando en el brillo de su mirada. Cierta incredulidad, quizás, aleja al hombre del mito. A aquél que se sienta tranquilamente en su African Jazz Village Club, de Addis Abeba, durante una noche cualquiera, como ajeno a ser uno de los músicos más relevantes de África y la persona que más ha hecho por situar Etiopía en el mapa mundial de la música.
“Hace casi 52 años que ‘inventamos’ el Ethio-jazz. En la llamada Tierra de las Oportunidades (Estados Unidos), si llegas con algo bueno y diferente tienes muchas probabilidades de triunfar. Y fue un éxito total que ha dado la vuelta a todo el mundo”, reconoce el que fue el primer estudiante africano de la Berklee College of Music de Boston.
“Imagínate lo difícil que hubiera sido hacer eso desde cualquier país de África a finales de los 50”, se lamenta Astatke. “Crear un estilo exitoso es como crear una persona exitosa; tienes que enseñarle de todo. Matemáticas, física, química, poesía, literatura, arte… Y ayudarle a desarrollar su talento y encontrarse a sí mismo. Pero, ¿cómo íbamos a hacer eso en África por aquél entonces?”, repite con cierta melancolía.
Había hecho muchísima investigación de grandes hitos del jazz: Miles Davis, Duke Ellington, Count Basie… Pero a la hora de encontrarme a mí mismo me vino la idea del Ethio-Jazz a la cabeza
No fue en Addis, eso es cierto. Nació de las calles de Nueva York. De las mismas que acunaron el mambo de Xavier Cugat, el bebop de Charlie Parker o el hard-bob de John Coltrane. Pero Astatke asegura que el escenario era trivial, porque el jazz parte de la herencia africana en la esclavitud estadounidense.
Así que la búsqueda y el parentesco con su propio bagaje cultural parecía llevar al genio en una dirección para nada azarosa. “Recuerdo que un profesor fantástico que tuve en Berklee siempre nos decía 'sed vosotros mismos', y yo siempre tuve en mente eso de ser yo mismo. Había hecho muchísima investigación de grandes hitos del jazz: Miles Davis, Duke Ellington, Count Basie… Pero a la hora de encontrarme a mí mismo me vino la idea del Ethio-Jazz a la cabeza y fundé The Ethiopian Quintet”.
Astatke cogió los cuatro modales y las cinco notas que conformaban las melodías etíopes tradicionales y las mezcló con el jazz del que había estado nutriéndose en Estados Unidos. “Lo difícil entonces era cómo mezclar la escala pentatónica etíope con los doce tonos occidentales sin perder belleza. ¡Pero lo hice! Conseguí crear lo que yo llamo las cinco contra las doce. De eso va el arte del Ethio-Jazz, y nació un estilo que es tan grande como el reggae, el blues…”, cuenta orgulloso el padre del estilo, quien reconoce que su obsesión era no perder el carácter, las armonías y la belleza de la música etíope en la mezcla. “En este sentido el Ethio-Jazz es una ciencia. Solo que la ciencia juega con químicas, y nosotros lo hacemos con sonidos”.
En un proceso similar, y mientras tanto, al otro extremo de África, en Ciudad del Cabo, nacía el Cape Jazz, de la mano de músicos como el pianista y compositor Abdullah Ibrahim, también a caballo entre el exilio estadounidense y las tradiciones sonoras locales. Asimismo, entre Johannesburgo y Nueva York, vivía el trompetista Hugh Masekela… “Nunca tuve la oportunidad de tocar con Masekela, pero vivíamos todos en la misma ciudad. Él hacía un Blues sudafricano, yo hacía Ethio-Jazz, Fela Kuti flirteaba con el Afro-rock que más tarde sería Afrobeat… Todos intentábamos mostrarle al mundo diferentes direcciones de la música africana. Teníamos diferentes aproximaciones con direcciones comunes. Éramos heterogéneos y con reivindicaciones distintas a las de los afroamericanos de ese momento”, comenta haciendo referencia a la lucha por los derechos civiles que llevaban a cabo otros músicos afrodescendientes de la época como Sonny Rollins. “Teníamos nuestra propia versión de la música disidente. Pero mi única idea era poner la música etíope moderna en el mapa, y eso es lo que hicimos con The Ethiopian Quintet. Encontramos la forma de crear un estilo que se ha podido replicar en diferentes puntos del planeta, en Australia, Francia, Inglaterra, Estados Unidos o Etiopía…”.
En el campo de la música es obvia la enorme contribución que ha hecho África al mundo. Toda la música moderna del mundo tiene una carga africana monumental
Se trataba de crear una especie de bomba expansiva. Un estallido que fuera capaz de arrojar un poco de luz a la caricatura de miseria e incivilización que tenía Occidente de África, cuando lo que pasaba en el continente era diametralmente opuesto a aquello que creía el occidental medio.
“En el campo de la música es obvia la enorme contribución que ha hecho África al mundo. Toda la música moderna del mundo tiene una carga africana monumental. Los saxofones, las trompetas o los trombones tienen ancestros en instrumentos tradicionales de los bosquimanos del centro de África. Escuchad la música Zumbara, del sur de Etiopía y norte del Sudán, son auténticos científicos ingeniosos que combinan doce notas. Allí empezó todo. Y cuando los africanos viajan expanden todo esto. Por eso yo sentí que era importante decirle al mundo que todo lo que tenemos proviene de los bosquimanos. Estamos dejándolos de lado continuamente, pero ellos son los verdaderos científicos”, afirma contundente.
En África, el principal valor es la música
Con más de 30 millones de africanos y africanas viviendo fuera de África, más un sin número de africanos esclavizados durante más de cuatrocientos años, Astatke ve urgente que migrantes y afrodescendientes actúen como embajadores para favorecer un cambio de mirada, actualmente aún muy estereotipada, cuando observamos a África desde fuera del continente.“Insto a todos los músicos africanos a enseñar nuestra contribución al mundo. Y a hablar más de nosotros dentro de estas contribuciones. A hablar de las danzas, de los instrumentos musicales… Todo esto que está por todas partes del mundo pero que viene de África. ¡Somos verdaderos héroes!”, declara el que es conocido como “el trovador viajero”.
No obstante, tampoco le faltan consejos para los propios africanos que, hoy y desde África, están haciendo aportaciones culturales a la escena musical más contemporánea y la experimentación electrónica con el Kuduro angoleño, el Kwaito sudafricano o el Azonto ghanés. Y convencido de que a menudo, las nuevas generaciones dan la espalda a las tradiciones, se dirige directamente a ellos: “Cada uno de nosotros tiene su forma de contribuir al mundo. Pero hagáis electrónica o el estilo que sea, lo más importante que tenéis son vuestras raíces. Así que por favor, no olvidéis a nuestros científicos en los bosques”.
Astatke vive obsesionado con volver a la fuente. Beber de ese chorro incandescente de talento que halla en el continente y reivindicarlo para que sea apreciado en sus múltiples expresiones. Su pasión por los sonidos etíopes más tradicionales explica por qué sus grabaciones introducen instrumentos como el washint –una flauta de bambú–, el krar –una especie de lira– o el masinko – un pariente del n'goni de África occidental pero de una sola cuerda–. Ha pasado largas temporadas con los Dirashe del sur de Etiopía, intentando aprender esa “ciencia” de la que, según él, son maestros. Y su última hazaña ha sido escribir una ópera a partir de un mekwamia, un bastón usado en las iglesias coptas de Etiopía en el siglo VI para dirigir orquestas cuando aún no existían orquestas en el mundo.
Sin embargo, cree que solo cuando la música tenga el mismo prestigio que la medicina, África podrá salir de su situación desventajada: “En este sistema nos desmoronamos. Tenemos que ser capaces de cambiarlo. Hay que educar a los africanos con más talento, desde las escuelas primarias e institutos, pero también empezando por las guarderías. Solo así podremos cambiar las cosas. Hay que enseñar de igual forma matemáticas, física o química que música. Solo así se transformará África. Cuando un doctor y un músico tengan el mismo valor, entonces habrá esperanza”.
Aunque Mulatu lo tuvo más sencillo que la gran mayoría de etíopes viniendo de una familia adinerada que lo pudo mandar a estudiar a Inglaterra y Estados Unidos, tiene un profundo sentido de responsabilidad social que muestra en todo aquello que hace. “Tengo un programa en la televisión llamado Bringing the Asmaris to the 21th century (los asmaris cumplen en Etiopía las mismas funciones que los griots en el África occidental). La intención es revalorizar los instrumentos tradicionales del país entre las nuevas generaciones. Revalorizando esos instrumentos también estamos fomentando el conocimiento y comprensión de los músicos que los emplean y las culturas que hay detrás”. Una labor que queda diluida ante la falta de inversión en cultura por parte de la mayor parte de Estados africanos, incluido el etíope. “Ellos hacen lo que pueden”, parece excusarlos. “Aunque deben hacerlo mejor en el futuro”.
Generoso en sus respuesta y franco en sus objeciones, Mulatu evita pronunciarse sobre el régimen del presidente Teshome, del Frente Democrático Revolucionario Popular de Etiopía, partido que lleva más de 26 años en el poder ejercido con mano dura y censura. “No soy político, soy músico. Tenemos políticos increíbles trabajando en pro de los derechos humanos en todo el mundo. Hay personas muy inteligentes que pueden hablar sobre lo que pasa en Etiopía, pero yo no soy una de ellas”, esquiva el tema con mueca discrepante.
Sin perder la compostura y la elegancia de un auténtico maestro, y embriagando la atmósfera con el aroma de un romance de más de cinco décadas con la música, vira de nuevo hacia su campo y concluye: “África es un continente maravilloso. ¡Culturalmente hablando le hemos dado tanto al mundo! Hay que querer África y demostrar lo hermosos que somos. Hay que estar orgulloso de ser africano y seguir dando más”.
A las pocas horas, encima del escenario de Conde Duque y con las entradas agotadas un suspiro después de ponerlas a la venta, Astatke repasó junto a una big band de lujo, lo que lo ha llevado a ser uno de los chefs más valorados de la gastronomía sonora de este planeta. Genialidad y originalidad a raudales ante el público del Festival JazzMadrid que recordará, probablemente toda la vida, haber podido asistir a una de las visitas más exquisitas del Jazz contemporáneo en la ciudad.
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Admiro e incluso amo la música de Mulatu Astatke y el Ethio-Jazz. Es una música bella e hipnótica. Y Mulatu: un gran musicólogo, un genio de la alquimia intermusical.
Pero eso de que “hay que estar orgulloso de ser africano” me parece una chorrada monumental; como lo del orgullo de ser europeo, de ser español o de ser catalán…; o lo del orgullo blanco, o lo del orgullo negro, o lo del orgullo gitano...; o lo del orgullo de ser mujer o el orgullo de ser hombre…
Un dictador africano también puede sentirse orgulloso de ser africano, pero eso no lo convierte en mejor persona.
No entiendo lo de sentirse orgulloso de algo que viene de nacimiento, ya sea el lugar de nacimiento, el color de piel, la raza, los genitales o los apellidos. Tampoco lo de sentir vergüenza por ello. Es simplemente algo que no se ha elegido, que viene de serie.
Creo que de lo que deberíamos estar más orgullosos (o no) es de lo que hacemos o dejamos de hacer con nuestras vidas después de nuestro nacimiento, es decir, de nuestra identidad elegida... y no de nuestra identidad impuesta.
Mulatu Astatke es -para mí y para muchas personas- un artista musical imprescindible: nada menos que el creador de una música tan maravillosa como el ethio-jazz. Tal vez algo de lo que también pueda sentirse muy orgulloso.