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Noise significa ruido y el rock ya sabemos lo que es. Ahora, puede que la combinación de las dos palabras no sugiera nada concreto a no ser que estemos familiarizados con todas las formas surgidas en Estados Unidos fruto de la explosión del rock alternativo de los años 80.
Bosquejemos, pues, una breve descripción introductoria. Imagine, querido lector, una combinación de los siguientes elementos: unas guitarras bañadas en ácido sulfúrico con la distorsión al 11, unas lineas de bajo muy marcadas y potentes y una batería igualmente contundente, con una más o menos acentuada linea industrial según la banda elegida. Aderece todo ello con gritos y formas de 'cantar' no ortodoxas de variado pelaje y, en general, una tendencia evidente a la mala baba y al puñetazo sonoro dirigido directamente a la cara.
Lo expuesto puede recordar a géneros como el metal, el punk o el hardcore; pero más allá de las existentes similitudes y diferencias en el sonido de todos estos estilos, algo característico del noise-rock es la imaginería que lo rodea. En ella, el descaro del rock, la oscuridad del metal y la irreverencia del punk están presentes, pero existe algo más perturbador en el simbolismo noise que bien merece un análisis más detallado.
La idea aquí no es (solo) detenernos en las portadas sangrientas de Unsane y los caóticos directos de The Jesus Lizard, ni de pormenorizar las características de la vena arty de Sonic Youth o adentrarnos en el supuesto exotismo del japanoise. No, el objetivo tampoco es nombrar la influencia musical de Velvet Underground o de unos Flipper, sino intentar analizar toda la iconografía que rodea esta música. Y para tal fin, tomaremos como guía la obra de otro de los popes indiscutibles de todo esto: Steve Albini.
JORDAN, MINNESOTA
Es 1985 en Jordan, Minnesota. Este “típico pequeño pueblo de los Estados Unidos” (así lo describía su propio alcalde) se hizo tristemente famoso por haber sufrido una ola de violaciones a menores e incluso se llegó a hablar de mutilaciones y asesinatos. 24 personas fueron acusadas de ello y eso, en un pequeño pueblo de 27.000 habitantes, supuso que uno de cada 110 habitantes de dicho lugar se convirtiera en supuesto peligro para la sociedad de la noche a la mañana, en seres repulsivos con conductas inadmisibles. Sin embargo, finalmente fue James Rud, un recolector de chatarra, el único condenado por todo lo sucedido.
Aunque el tiempo ha relativizado el suceso –los testimonios de los menores fueron recogidos de manera nefasta, por lo que se magnificó todo a una escala de ciencia ficción por mucho que sí que existieran casos reales de pederastia–, el pueblo sirvió de inspiración para Steve Albini y su grupo de por aquel entonces, Big Black. El primer LP de la banda, Atomizer, se publicó en 1986 y abre con “Jordan, Minnesota”, una canción sobre el dichoso pueblo, en la que Albini grita como si él mismo estuviera teniendo sexo.
El disco, con una caja de ritmos como batería y las guitarras chirriantes de Albini marca de la casa, es uno de los más reverenciados del noise-rock y en él, aparte del mencionado título, se encuentran otros como el ya clásico “Kerosene”, en el que se plantea el prenderse fuego a uno mismo como alternativa válida a la repetitiva y triste vida en la América profunda.
RAPEMAN: LA DELGADA LíNEA
Otro de los proyectos del bueno de Albini fue Rapeman, basado en un manga japonés en el que el protagonista es una especie de superhéroe que lo que hace es... violar. Sobra decir que dicho proyecto sufrió numerosos boicots por parte de los grupos feministas de las ciudades en los que llegó a aterrizar.
Rapeman es algo que podríamos encasillar dentro de la lógica del noise-rock. Ya que, sea como mera provocación punk, como diálogo entre la crítica política y el nihilismo más destructivo o como grito sucio a rebosar de testosterona, las bases del imaginario del mundillo son esas. Sangre, sexo, locura, muerte, violencia, drogas, suciedad y, sobre todo, la perversión forman parte de la simbología de la que hablamos. No tenemos más que repasar algunos otros nombres ilustres que nos ha dado el género para darnos cuenta de ello: Unsane, Whores, Gay Witch Abortion, Butthole Surfers, Lubricated Goat, Urinals, Cows, Young Widows, Rectal Hygienics, Dayglo Abortions, Dwarves, Rudimentary Peni. Todo amor.
Al tratar de abordar esto, uno se puede escudar en que es a través de la provocación, de la ironía, del humor negro y de la ruptura de los tabúes y los consensos de la sociedad como estos grupos sacan a relucir la mierda subyacente del sueño americano, de la sociedad de consumo y de las vidas inalcanzables de anuncio publicitario, de una forma más o menos premeditada. Quizás se rían de ello y de la moral puritana, tal como lo podían hacer Throbbing Gristle cuando utilizaban simbología nazi.
Sin embargo, también hay quien no puede ver tal cosa en las letras, portadas y todo el embalaje que rodea este género musical. Grupos que actúan desnudos –Butthole Surfers incluso tuvieron a gente como Kathleen Lynch que se dedicaba exclusivamente a hacer performances desnuda en los directos–, discográficas como Amphetamine Reptile Records en las que las esvásticas abundan, portadas repulsivas y letras que nadie racional ni mínimamente civilizado firmaría son más o menos habituales dentro del género.
El grupo sueco Brainbombs, por ejemplo, es experto en narrar pesadillas difíciles de digerir, con la tortura, el asesinato o los actos de sexo extremo como ingredientes habituales. Seguidores de autores controvertidos como Peter Sotos, la misantropía que emana su obra ha sido generadora de agrios debates. ¿Llevar las cosas a un extremo tan sórdido es muestra de mal gusto y de degeneración o, al contrario, es una forma de satirizar la realidad?
Elementos como los expuestos están presentes, nuevamente, en otros géneros. Las vísceras, torturas y demás parafernalia gore son habituales en el death metal o el grindcore, la misantropía esta presente en el black metal y así sucesivamente.
Pero algo que seguramente sea intrínsecamente noise-rock es el ánimo de reírse de ello, de sacar todas las tripas y ponerlas encima del plato en la cena de nochebuena. De poner en evidencia la presencia de lo abyecto, lo marginal y lo enfermo y regodearse en ello. De jugar en los márgenes y con ellos. Aunque a veces no sea con un ánimo conscientemente político o de denuncia, el noise-rock se recrea con lo que la sociedad quiere tapar por mucho que nos salpique en la cara un día tras otro. Lo que hacen no es otra cosa que explicitar lo perturbador de muchas realidades normalizadas. Y esto suele ser incomodo.
Surgen más preguntas: ¿hablar de violadores normaliza la violación o desenmascara lo podrido de nuestro día a día?, ¿vale para destruir la masculinidad hegemónica o no es otra cosa que la reafirmación del macho y de la misoginia?, ¿la sociedad debe denunciar discursos desviados o son totalmente necesarios para una sociedad sana?
Es, nuevamente, Albini quien en la canción “You Came In Me” de Shellac narra una violación y plantea más dudas. ¿Canciones cantadas por un hombre sobre violaciones son necesarias y catárticas para la víctima o son dañinas para quien las ha sufrido?
THIS IS A SAD FUCKING SONG, EL SUDOR DEL HOMBRE BLANCO
Todos los pueblos son Jordan, Minnesota. No hay más que querer desenmascararlo: el centro está lleno de márgenes, espinas y contradicciones. Es, parece, sobre lo que nos habla todo esto. Una de las canciones más famosas de Shellac, “Squirrel Song”, nos avisa de que no es una canción triste, sino jodidamente triste. Y que no es una especie de metáfora, que es real. La canción trata sobre unas ardillas que no pueden parar de rodar sobre una rueda para así poder mantenerla en marcha. Y así, no paran de sudar. Ya lo decían nuestros queridos Pony Bravo con aquello de “Necesito llorar / pero no me salen lágrimas / lo más que hacen mis ojos / es sudar”. Incapaz de llorar, el hombre blanco heterosexual suda y sangra.
Lo del noise-rock seguramente no sea más que un grito, uno entre tantos, abstracto pero real de quien no se siente parte del relato oficial aun siendo el protagonista principal. De quien cuestiona las formas correctas y de quien la cultura mediática mainstream ha dejado de lado, o viceversa. O de quien así lo siente al menos. Ese grito abrasivo y ese chirrido en el funcionamiento habitual de las cosas producido por el freak o de quien se siente outsider tiene un poder de atracción innegable.
El recurso del ruido ha sido muy mayoritariamente utilizado por hombres blancos cabreados. Es decir, no tiene por qué provenir de márgenes de la sociedad como tal. Si bien es cierto que hay tanto mujeres (Erase Errata, Distorted Pony, Sonic Youth, Boss Hog, Melt Banana) como negros (Oxbow, incluso Dälek o Death Grips en forma de rap) dentro de esta vorágine de sonidos no armónicos, la verdad es que es quien está detrás de todo esto es, sobre todo, el más privilegiado de los humanos. Y puede que precisamente por esa paradoja, ese chirrido sea tan penetrante y sugerente.
Todo esto nos acerca, a su vez, a una de las cuestiones de nuestro tiempo: adónde se dirige el grito y a quién se pretende ofender. A los arquitectos liberales (en el sentido anglosajón) de lo correcto o al núcleo del poder real. Por ahora, parece que más allá del gusto por la provocación y la transgresión, cualquier acercamiento al fascismo ha sido neutralizado por las raíces DIY (Do It Yourself) del asunto y del entorno punk que posee el noise-rock. Parece que, debido a esa estructura, la balanza ha caído más hacia la autoparodia y la ironía, así ganando la batalla que parece haberse perdido en otros terrenos como el black metal o cierto folk.
Seguramente, el noise sea un simple aviso de que algo falla, de que hay error, de que hay, en última instancia, ruido. Y esa es una herramienta demasiado valiosa y visceral para que pueda quedar en manos equivocadas.
UNO DE LOS NUESTROS
Los 80 y los 90 ya pasaron hace tiempo y todo esto también ha sido revisado más o menos detenidamente. Hoy en día existen bandas como Pissed Jeans, que tienen mensajes feministas como en su último disco Why Love Now, donde se ríen de lo fácil que es para un hombre obtener reconocimiento y estatus en canciones como “The Bar is Low”.
Es en este contexto donde a nuestro protagonista, Steve Albini, le pasaron revista sobre su obra en una entrevista que trataba exclusivamente estos temas. Él dijo haber intentado siempre ser un aliado feminista y contestó a las preguntas sobre diferentes letras que había ido creando durante su trayectoria. Lo más reseñable para lo que nos incumbe, la siguiente declaración: “Es obligado para un artista el ser honesto, respetar el impulso creativo, cualquiera que sea la dirección que tome. Todo aquello que no lo respete es solo decoración o murmullo intrascendente. A veces el resultado del arte es repugnante pero creo que el mundo es mejor por ello, que se ha vuelto más rico por haber explorado esos pensamientos”.
Dejando de lado Estados Unidos, podemos terminar viendo cómo dentro del Estado Español el grito también resonó. Carlos Desastre de 713avo Amor nos contó en los años 90 que a veces el dolor le iba a visitar a casa y que le cambiaron por pistolas. Al final fue él quien cambió Málaga por Azkoitia (Gipuzkoa), de donde son Akauzazte, de la escuela de Swans y, por lo tanto, de lo visceral.
De esa tierra salieron también los ruidosos Billy Bao, Ximel o Loan pero los más interesantes para nuestro artículo seguramente sean Gutariko Bat (“uno de los nuestros” en euskara), una de las bandas primigenias del noise-rock vasco. Su sonido, absolutamente abrasivo. Gritos retorcidos y nada definidos, bajo gordo y guitarras que bien parecían motosierras oxidadas. Pero más allá del sonido de la banda, es el nombre mismo del grupo el que me parece que resume mejor todo lo descrito hasta ahora.
Ya que, al fin y al cabo, nos indica que ese ser repulsivo está entre nosotros. Que es nosotros. Y que, quizás, lo mejor sea sacarlo a la luz y no ocultarlo. Acercarnos aunque nos repugne.
Eso, creo yo, es lo que viene a contarnos el noise-rock.
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