Nicaragua
“Ortega y Murillo tienen todo el poder, pero también tienen miedo”

Geni Gómez y Allison Belli denuncian la situación de los y las presas políticas en Nicaragua, de las personas exiliadas y de un movimiento feminista condenado a la clandestinidad. Piden que no se legitime el resultado electoral del pasado 7 de noviembre.
Geni Gómez y Bertha Massiel Sánchez
Geni Gómez y Allison Belli, activistas feministas nicaragüenses. June Fernández
15 nov 2021 06:00

Geni Gómez y Allison Belli  son las integrantes de la Articulación Feminista de Nicaragua que recogieron el premio Ignacio Ellacuría de cooperación y derechos humanos del Gobierno vasco, junto a la Asociación Madres de Abril. Esta entrevista se realizó en Bilbao esa semana, diez días antes de las elecciones presidenciales del pasado 7 de noviembre. Los datos de 75% de votos para Daniel Ortega y 65% de participación, según el Consejo Central Electoral, contrastan con la abstención masiva (81,5%) estimada por el Observatorio Ciudadano Urnas Abiertas. Gómez y Belli insisten en la necesidad de que la comunidad internacional no reconozca el resultado de lo que denominan farsa electoral. Siete de las personas que se postulaban para encabezar una candidatura unitaria de oposición están encarceladas.

Los colectivos feministas fueron los primeros en denunciar el autoritarismo, las políticas neoliberales, el discurso conservador y las vulneraciones de derechos humanos de Daniel Ortega. Esas activistas que llenaban las calles con sus gritos y batucadas, esas que ponían el humor y el placer en el centro de la militancia política, han tenido que aprender ahora a moverse en la clandestinidad o (como en el caso de Gómez y Belli) hacer presión desde el extranjero.  

¿Qué significa este premio para vuestra lucha? 
Allison Belli: Es un reconocimiento importante a décadas defendiendo los derechos de las mujeres. Pero también es una oportunidad para volver a poner en la palestra las violaciones de derechos humanos que están ocurriendo en Nicaragua y, especialmente, la situación de las y los presos políticos. Nos sirve para invitar a la población vasca a que mantenga el interés y participe activamente en la denuncia. 

Geni Gómez: Supone un respaldo moral. Esta última etapa está siendo muy frustrante, porque ha habido momentos en los que veíamos una salida, pero la represión se ha mantenido, con nuevas vueltas de tuerca. Las compañeras que siguen en Nicaragua sienten que cada vez quedan menos. Por eso, todo lo que suponga un acuerpamiento, un “estamos con ustedes”, contribuye a sostener la esperanza. Además, recibir este premio tiene un punto de rebeldía hacia Rosario Murillo, quien promovió un decreto presidencial que exige pedir permiso al Gobierno para recibir un premio. Es una medida absurda y estúpida que aprobaron después del premio Cervantes a Sergio Ramírez [en abril de 2018], quien se lo dedicó a los estudiantes que estaban siendo asesinados. Por supuesto que no vamos a pedir permiso. 

El acto de entrega del premio fue el pasado 26 de octubre. En vuestro discurso señalasteis una curiosa coincidencia.
G.G.: El 26 de octubre de 2006 se derogó la figura del aborto terapéutico del Código Penal, que existía desde finales del siglo XIX. Este fue un acuerdo de todos los partidos con representación parlamentaria, pero el Frente Sandinista lo abanderó como parte de los pactos que le permitieron ganar las elecciones siete días después. Así lograron que el PLC [Partido Liberal Conservador, en el poder entonces] bajase el porcentaje de votos con los que se podía ganar sin segunda vuelta, y que las iglesias levantasen su veto al FSLN. La vida y los derechos de las mujeres fueron moneda de cambio. Dijeron dentro del Frente que era una estrategia que luego se revertiría, pero al año siguiente aprobaron una reforma del Código Penal que que prohibió todo aborto, sin excepción. 

La penalización del aborto fue el inicio de todo un retroceso en derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Ya en 2008, Murillo promovió una campaña de difamación del movimiento feminista y la acusación directa contra nueve feministas

A.B.: La penalización del aborto fue el inicio de todo un retroceso en derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Ya en 2008, Murillo promovió una campaña de difamación del movimiento feminista y la acusación directa contra nueve feministas que estuvieron involucradas en el caso de Rosita, una niña embarazada que necesitaba practicarse un aborto. Entonces empezó a acusarnos de ser agentes de la CIA, de dividir la familia y de empañar la imagen de la mujer nicaragüense. También intentó controlar la financiación de la cooperación al desarrollo al movimiento feminista y crear un movimiento paralelo de mujeres, pero no lo logró. 

Ponéis en valor que el movimiento feminista fue el primero en denunciar el autoritarismo de Ortega y Murillo. Luego se sumaron el campesino o el estudiantil.
G.G.: El Frente ha intentado cooptar todos los movimientos sociales; el estudiantil pasó de ser un sindicato a un brazo del partido. El movimiento de mujeres era diferente, porque ante el fin de la Revolución, apostó por la construcción de su autonomía. Eso explica que en 1998, ante la denuncia de Zoilamérica [Narváez, hija de Rosario Murillo] a Daniel Ortega por abuso sexual, el movimiento feminista la respaldase y la creyera, como creemos a todas las mujeres que denuncian violencia. El movimiento campesino autónomo surge ante la aprobación [en 2014] de una ley que concede a una empresa china desconocida la licencia para construir un canal interoceánico. Por su parte, muchas y muchos estudiantes han ido sensibilizándose con temas ambientales y esos primeros días de abril [de 2018] organizaron protestas para denunciar el manejo pésimo de un incendio en la reserva natural Indio Maíz. Unos días después, los adultos mayores volvieron a manifestarse con apoyo de los jóvenes por un recorte en las pensiones, como ya habían hecho en 2014, con el movimiento #OcupaInss, que también fue reprimido. Cuando, en abril de 2018, se registraron los primeros asesinatos por parte de grupos armados y motorizados afines al Frente, se levantó a todo el país. Brotó esa sensación de asfixia y de indefensión que estaba latente. 

El FSLN ha intentado cooptar todos los movimientos; el estudiantil pasó de ser un sindicato a un brazo del partido. El movimiento de mujeres era diferente, porque ante el fin de la Revolución, apostó por la construcción de su autonomía

Uno de los lemas ante la represión del Estado es que “Ortega y Somoza son la misma cosa”. 
G.G.: La gente en Nicaragua siempre se ha rebelado ante las dictaduras. El feminismo de hoy hunde sus raíces en la Revolución, porque dio la oportunidad de cambiar totalmente el país y articuló a mujeres populares de todos los sectores. Pero también es un movimiento que peleó por construir su autonomía. Y, precisamente por eso, ha recibido tanto descrédito y difamación por parte de este gobierno. Es muy duro que, además de todo lo que enfrentamos, tengamos que aguantar que digan que nuestra lucha está financiada por Estados Unidos.

A.B.: No se puede llamar de izquierda a un gobierno que promueve la corrupción de los nuevos ricos, que negocia con el cuerpo de las mujeres, que entrega el territorio a empresas extranjeras, que está asesinando a indígenas. Resulta incoherente apoyar la defensa del territorio en Guatemala y Honduras, pero dar la espalda al despojo a las poblaciones indígenas en el desarrollo del canal interoceánico. El movimiento feminista y el campesino han denunciado las medidas neoliberales de Daniel Ortega, quien ha alcanzado un acuerdo con el sector empresarial para lograr lo que él llama paz laboral, que en realidad se basa en la desactivación de la lucha sindical. Además de los movimientos organizados, en 2018 salió a la calle un movimiento espontáneo en repudio de que estuvieran asesinando a las chavalas y los chavalos, porque vieron una línea roja.

¿Hay una parte de la oposición que pide la intervención extranjera, como ocurre con Cuba?
A.B.: No lo creo. Hay un consenso en pedir presión internacional para que las y los nicaragüenses podamos solucionar la crisis de forma pacífica y para que haya sanciones a los funcionarios implicados en crímenes de lesa humanidad. Pero, precisamente por nuestra historia de guerras y conflictos armados, nadie está pidiendo que entren los Cascos Azules. ¿Que Estados Unidos tiene los ojos puestos en Nicaragua? No tengo la menor duda, como los tiene en toda la región. Mi pregunta es, ¿qué hace la izquierda ante los asesinatos?, ¿esperar a ver quién ha contratado a los francotiradores? 

Habéis calificado de farsa electoral las elecciones del 7 de noviembre.
A.B.: Llevamos pidiendo desde mayo de 2018 un adelanto electoral y una reforma que garantice un proceso transparente. El Gobierno no ha hecho nada de eso.

G.G.: Es importante que el resultado de estas elecciones no sea reconocido por nadie y les coloque en una situación de ilegitimidad que les cierre el acceso a fondos bilaterales de cooperación, lo que será una medida de presión. Anteriores elecciones ya fueron muy cuestionadas, porque [la pareja presidencial] controla la junta electoral y ha ilegalizado partidos políticos a su antojo. Pese a que tienen todo el poder, también tiene miedo, porque saben que ahora hay una mayoría de la población que les detesta. Desde el pasado mayo, han detenido a 40 personas con liderazgo político, económico o social: empresarios, estudiantes, campesinos, feministas… Entre ellas, hay siete que se candidateaban, a las que hay que sumar dos que se exiliaron. Así, han mandado el mensaje de que, si esas personas tan reconocidas y bien relacionadas están en la cárcel en condiciones pésimas, puede pasarle a cualquiera.

¿Que Estados Unidos tiene los ojos puestos en Nicaragua? No tengo la menor duda, como los tiene en toda la región. Mi pregunta es, ¿qué hace la izquierda ante los asesinatos?, ¿esperar a ver quién ha contratado a los francotiradores?

A.B.: Han encarcelado incluso a grandes figuras de la Revolución, como Dora María Téllez. 

G.G.: Y Hugo Torres. ¡Fue quien dirigió el comando que logró la liberación de Daniel Ortega en la dictadura de Somoza! Hay chavalos veinteañeros pero también personas de setenta y pico años con la salud quebrada. 

Habláis de condiciones de tortura. 
G.G.: Fueron detenidas ilegalmente, las sacaron de sus casas en la noche y cometieron saqueos. Nadie supo durante un mínimo de 90 días dónde estaban; técnicamente, estuvieron en situación de desaparición forzada. Todavía no han podido tener entrevistas privadas con sus abogados. Una declaración de la Corte Interamericana de Derechos Humanos empujó al primer permiso de visita de familiares, en la que constataron que habían perdido muchísimo peso, que a algunas no les dejan dormir porque no apagan las luces en las 24 horas, y hay otras a las que mantienen en penumbra, sin dejarles salir al sol. No pueden tener ningún material de lectura ni de escritura, tampoco ropa de abrigo ni de cama. Todo eso está considerado como tortura, porque busca quebrar su salud física y emocional.

Las organizaciones feministas estábamos acostumbradas a expresarnos, a movilizarnos, a organizar encuentros, y ahora nos tenemos que mover en la clandestinidad. Eso es muy fuerte

Tenéis a compañeras de la Articulación Feminista presas.
A.B.: Sí, está Tamara Dávila, que ha sido una voz importante en la denuncia de las violaciones de derechos humanos cometidas por Ortega. Sabemos que ha estado en una celda de aislamiento, tiene la salud deteriorada y la están sometiendo a muchísimos interrogatorios para quebrarla psicológicamente, diciéndole que es una mala madre o que toda su familia se fue y la dejó sola.

¿Cuál es la situación actual de las organizaciones feministas?
G.G.: Estábamos acostumbradas a expresarnos, a movilizarnos, a organizar encuentros, y ahora nos tenemos que mover en la clandestinidad. Eso es muy fuerte. A finales de 2018 cancelaron la personalidad de varias organizaciones, entre ellas algunas feministas. Las últimas han sido el Colectivo de Mujeres de Matagalpa y la Asociación de Mujeres de Jalapa contra la violencia. Además, el Gobierno inventó una ley de agentes extranjeros por la que, si recibes fondos de la cooperación internacional, tienes que inscribirte en un registro que implica perder el derecho a la participación política; las feministas no lo han hecho. No queremos ser mártires, no queremos entregar la vida por nada, así que las estrategias de protección y de autocuidado son muy importantes. 

¿Y qué pasa con los medios de comunicación?
G.G.: El ataque a la prensa es brutal. Se tomaron las instalaciones de los medios más críticos, el 100% Noticias y la revista Confidencial, robaron sus equipos y encarcelaron a periodistas. No existe ya ningún medio impreso, desde que acabaron con La Prensa. Todos funcionan ahora online, incluidos nuevos medios digitales puestos en marcha por jóvenes que han mostrado un valor increíble. Algunos trabajan desde el exilio y otros siguen allá, con unas dificultades tremendas. 

Estáis aprovechando el premio para volver a hacer incidencia política en Euskal Herria. ¿Qué apoyos habéis conseguido y cuáles faltan?
A.B.: Ha habido muchos intentos de feministas vascas que apoyan la causa de Nicaragua para que los partidos de izquierda se posicionen, pero hay un bloque fuerte dentro de EH Bildu que se niega incluso a hablar del tema y, en el caso de Unidas Podemos, Izquierda Unida hace presión porque apoya a la dictadura públicamente. 

Ha sido muy duro encontrarnos con gente que tiene idealizada la Revolución sandinista y no sabe que ese partido mantiene las siglas pero se ha convertido en una cofradía familiar sin ninguna política de izquierda

G.G.: EH Bildu ha bloqueado declaraciones institucionales en el Parlamento vasco. Sabemos que no tienen una posición unánime pero, quienes en privado te dicen que es una barbaridad lo que está pasando en Nicaragua, no se atreven a decirlo en público. Ha sido muy duro encontrarnos con gente que tiene idealizada la Revolución sandinista y no sabe que ese partido mantiene las siglas pero se ha convertido en una cofradía familiar sin ninguna política de izquierda, con una retórica antiimperialista mezclada con un discurso familiarista, conservador y pseudorreligioso. Quisiéramos que la izquierda escuche sin prejuicios a los movimientos sociales de Nicaragua, en vez de darnos recetas o hacernos exámenes. Esta situación es nefasta para una futura reconstrucción de Nicaragua, porque las y los jóvenes que han protagonizado la rebelión vinculan la izquierda con la represión, y ven que quien les apoya desde fuera es la derecha.

¿Es un reto para vosotras convivir con esos sectores reaccionarios de la oposición? 
G.G.: Se está agudizando un pensamiento muy conservador. En el primer diálogo nacional, todo el mundo tenía clarísimo que tenían que estar representados los estudiantes y los campesinos. Pero las feministas, ¿por qué? Ese cuestionamiento ha sido permanente. También nos resultó difícil de manejar la realidad de que la Iglesia ha jugado un papel incuestionable en las etapas más duras de la represión: paró enfrentamientos, se puso delante de antimotines, rescató a chavalos rodeados, abrió las puertas de las iglesias… Sabemos que hay muchas cosas que nos diferencian, pero vamos a centrarnos en ese piso en común, que es la defensa de los derechos humanos. Para las feministas, democracia es mucho más que votar cada cuatro años, pero queremos pelear todas las contradicciones en la calle, sin arriesgar la vida.

¿Cuál es la situación de las exiliadas en el Estado español?
G.G.: Muy dura. De las que han solicitado protección internacional, a muy pocas les han concedido el asilo y han tenido que pasar por un sistema que maltrata, que ningunea, que pone una carrera de obstáculos. Esas tienen permiso de trabajo, pero les cuesta encontrar empleo de calidad, porque su experiencia tampoco se reconoce. La mayoría que no logra ese estatus, tiene que estar sin permiso de residencia y buscarse la vida como puede, en unas condiciones muy precarias, con una pandemia por medio. Han encontrado solidaridad por parte de la misma comunidad nicaragüense que ha llegado antes. 

A.B.: Debido a ese impacto de la Ley de Extranjería, la mayoría de mujeres se tienen que dedicar al trabajo del hogar en condiciones de explotación, con mucho racismo y horarios insostenibles. Una mujer exiliada nos decía que no le quedaba tiempo de hacer activismo porque está muy cansada. 

¿Habéis recibido apoyo del movimiento feminista aquí?
A.B.: Las feministas que tienen un vínculo previo con Nicaragua desde los ochenta nos han acuerpado y se han posicionado públicamente. Luego hay un sector de mujeres más jóvenes para las que no somos una prioridad, porque no tienen ese vínculo. También hemos enfrentado boicots y ataques dentro del movimiento feministas por parte de militantes del Partido Comunista de España. 

Esta situación es nefasta para una futura reconstrucción de Nicaragua, porque las y los jóvenes que han protagonizado la rebelión vinculan la izquierda con la represión, y ven que quien les apoya desde fuera es la derecha

G.G.: En los ochenta, el feminismo nicaragüense era un referente en España. Yo me fui en el 1989 con una brigada de la secretaría de la mujer de la Asociación de Trabajadores del Campo, y en 1991 me quedé a vivir allá. Ahora el movimiento feminista en España es enorme, cuesta mucho más conectar. Entendemos que hay muchas causas que merece la pena respaldar, pero vemos que ciertas campañas o temáticas sí que motivan. Nos alegra mucho que haya esa identificación con la lucha por la despenalización del aborto en Argentina, pero debería de animar también a apoyarnos a las feministas de países de Centroamérica donde está completamente penalizado

¿Qué es lo que más extrañáis del feminismo nicaragüense?
G.G.: Salir a las calles, gritar. Echo muchísimo de menos la batucada de Matagalpa. Ahora están en silencio.

A.B.: Y el teatro cabaret. El feminismo nos ha dado creatividad, placer, muchas risas y amigas maravillosas a las que extrañamos mucho.

[Esta entrevista se publicó originalmente en euskera, en la revista ARGIA]

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