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Obituario
Chato Galante, la dignidad de la memoria
José María 'Chato' Galante (1948-2020) dejó una marca indeleble de respeto y amor entre muchas personas. Jacobo Rivero, autor de este obituario, es una de ellas.
Para acceder al piso que servía como sede de la Liga Comunista Revolucionaria en Madrid, había que timbrar en la puerta de la escalera para entrar en un cuarto blanco de seguridad, antes de poder pasar al interior del local. Solo cuando la puerta de entrada se había cerrado, y te habían visto por el cristal de seguridad, se abría la puerta que definitivamente te dejaba acceder a la sede principal del partido.
La primera vez que accedí a ese piso de la calle Embajadores, en Lavapiés, a finales de la década de 1980, alguien me explicó que aquel protocolo era para evitar atentados. Luego “el Emilio” detalló que era “por si vienen a matarnos o poner un petardo”. La afirmación no era exagerada. La gente que habitaba ese espacio tenía sobre sus espaldas unas cuantas historias de atentados de la extrema derecha y represiones policiales con dolores que llegaban hasta las entrañas. Allí estaban gente como Justa Montero o Chato Galante. Había ambiente de cigarrillos, olor a pintura de pancarta y archivos con ácaros. Por la Liga pasó gente que quién sabe dónde están ahora, pero que quisieron cambiar el mundo a favor de la causa del género humano a partir de un mayo de 1968 en París y una Primavera de Praga que animaban a un cambio en el sentido del viento.
Lejos de habitar una atmósfera oscura y tenebrosa, en ese final de década que se cerró con la caída del muro de hormigón en Berlín, lo que el recién llegado encontraba era un ánimo y una alegría sorprendente después de innumerables derrotas, la última de aquella organización el “OTAN no, bases fuera”. Sin embargo, más allá de los análisis permanentes sobre las condiciones objetivas, había risas incluso sobre los desperfectos personales en la carrocería que acusaban la gente que había sido sometida a porrazos con sangre o persecuciones de fachas pistola en mano.
Si algo caracterizaba la militancia de la Liga era cierta alegría existencial, poco habitual en los grupos de la “extrema izquierda”. Característica que además les granjeaba cierta enemistad por parte de quienes entendían la lucha política como un sacrificio de mártires heroicos. Su militancia vital, con afectos por delante, eran aprendizaje y ejemplo.
Años después supe del calvario de Chato a manos de la Brigada Política Social y más concretamente del miserable personajillo Antonio González Pacheco, alias “Billy el Niño”. Fue hasta hace poco que mucha gente conocimos que Chato fue detenido en cuatro ocasiones y se había encontrado con tan siniestro personaje, que había abusado de su poder e impunidad sin pagar por sus delitos y desvaríos. No estaba solo el excomisario con aires de patético cowboy, estaba acompañado, permitido y amparado por las autoridades. Muchas de las cuáles cambiaron de un día para otro el gris por el marrón, intentando así limpiar el uniforme de manchas de sangre. Chato comió talego en Carabanchel y salió de todo ello con la dignidad por delante con la Ley de Amnistía de 1977.
Pero a Chato no le venció Billy. En el duelo que le planteó la más infame de las condiciones del ser humano, la tortura, Chato Galante fue vencedor porque fue persistente en la lucha en la defensa de sus ideas y no se dejó doblar. Asumió el miedo como condición del ser humano. El propio como lugar de encuentro en el mundo, y el ajeno como denuncia de la propia condición del poder. Hay una escena en la película Easy Rider en la que unos tipos de un pueblo, con sombrero vaquero, meten una paliza a los hippies iconoclastas que representan Dennis Hopper, Peter Fonda y Jack Nicholson. Por la noche, tumbados en un prado y al calor de un fuego, hay una conversación sobre lo sucedido. Nicholson le dice a Hopper: “Lo que representas para ellos es libertad”, y añade “te hablaran y hablaran de la libertad individual, pero si ven a un hombre libre, se asustan y son peligrosos”. La libertad de Chato asustaba entonces y ahora. Y su libertad venció cualquier golpe durante años.
Chato entendió que la lucha por la transformación social iba de la mano del ecologismo, imposible separar una de otra. A través primero de Aedenat (Asociación Ecologista en Defensa de la Naturaleza) y luego de Ecologistas en Acción, su compromiso estuvo vinculado a la defensa del medio ambiente, condición imprescindible para los cambios de modelo productivo, la convivencia de los ecosistemas y la propia sostenibilidad del planeta tierra, el lugar del que nunca separó los pies ni su media sonrisa. Atento tras sus gafas y con su particular tono de voz serena, puso en cuestión las derivas de una economía nuclear que hace de la devastación y la avaricia un terreno de sumisión para los pueblos y sus habitantes. Unas políticas de tierras quemadas por la contaminación del dinero y la explotación de las que somos víctimas hoy más que nunca, con un Coronavirus que es aliento putrefacto de un mundo en estado de descomposición. A la causa imprescindible del ecologismo Chato aportó una mirada cotidiana imprescindible.
Hablar de Chato es también hablar de Justa. Cada uno con su voz propia, con sus sonrisas y sus manos. Sin perder el punto de vista de sus trayectorias políticas comunes que les alimentaba y nutría mutuamente. El feminismo como vanguardia de liberación. Imposible separar un pétalo del otro. Lo cuenta en el libro Historia de la Liga Comunista Revolucionaria (1970-1991), la propia Justa al hablar del feminismo de la Liga: “Hay tres aspectos que fueron característicos de la política de la LCR a lo largo de su historia. En primer lugar, la lucha contra todo tipo de manifestación de discriminación y opresión en cualquier ámbito de la vida de las mujeres, en segundo lugar, la reivindicación de mejoras en su situación que rompieran la dependencia económica, política y sexual, respecto a los hombres; y en tercer lugar la proyección de las reivindicaciones concretas en una lógica que las enfrentara con las causas estructurales de la opresión, apuntando por tanto al sistema capitalista, el Estado, la Iglesia, la familia patriarcal y todas las estructuras opresivas”. Ejemplo de caricias y complicidades, individuales y colectivas. Justa, siempre.
En los últimos años Chato hablaba de justicia y de cine. Su compromiso con el colectivo La Comuna, era la voluntad de vencer al olvido y la desmemoria de la que tanto alardean los arquitectos del odio que quieren enterrar lo más profundamente posible a los muertos para matar lentamente las esperanzas de los vivos. Encontrarse por la calle con él, y con Justa, era hablar de estrenos y proyecciones, una de sus pasiones culturales y de las características comunes de una generación que se llevó no hace tanto a otro cómplice de conspiraciones como fue Miguel Romero ‘Moro’.
Con la película El silencio de otros, dirigida por Almudena Carracedo y Robert Bahar, sobre las víctimas del franquismo, Chato mantuvo un brillo especial en la mirada de una batalla colectiva que, además, permitía ir a ese templo tan querido y que siempre fue abrigo como son las salas de cine. Verle en el escenario de los Goya, sonriendo y enormemente contento en la recogida del galardón a la mejor película documental, fue un premio que aplastó la invisibilidad de las mazmorras y los cuartos de seguridad transitorios para entrar con justicia en la mirada de cientos de miles de personas en todo el mundo. Un reconocimiento en pantalla grande, con un foco de luz que se abría paso entre la oscuridad para escuchar la voz pausada y elegante de una persona querida, digna y libre como Chato Galante.