Opinión
Adolfo Suárez: hombres ejemplares, impunidad y cultura de la violación
Doctora en Estudios interdisciplinares de Género y exasesora del Ministerio de Igualdad (2019-2023)
Mientras Adolfo Suárez jugaba a ser el marido ejemplar, el político del consenso o aquel tipo que, a pesar del insoportable dolor de muelas (como relata anecdóticamente la serie Anatomía de un instante), por encima de todo tenía como objetivo conquistar la democracia española, entre cigarrillo y cigarrillo, al parecer, en esa agenda llena de democracia, se incluía la violación con una menor de 17 años.
La evidencia demoledora es que a ninguna superviviente de violencia sexual le sorprende la denuncia contra el expresidente que relata varias agresiones sexuales a lo largo de tres años. En realidad, a la mayoría de las mujeres tampoco. En este caso, como en la mayoría de ellos, la cultura de la violación ha operado magistralmente, tal y como siempre lo hace, ocultando y afianzando la impunidad del supuesto agresor, es decir, de Adolfo Suárez, para hacernos creer “como que esto nunca hubiera pasado”. El olvido, ya lo saben las activistas de la memoria histórica antifascista, es un gran aliado para nunca rendir cuentas por tus tropelías.
La propia cultura de la violación y su ideología patriarcal lleva siglos afianzando un relato que representa a los hombres ejemplares como los grandes adalides de la moral intachable. Incluso aun cuando sabemos que no lo fueron, se les disfraza con esa sofisticación tan propia de la cultura de la violación, que les trata como “balas perdidas”, “mujeriegos” o “viva la virgen”, cuando, en vez de nombrarles como violadores, se les representa de esa forma tan castiza y despolitizada que consigue alejarles de lo que verdaderamente fueron: violadores de mujeres. Pongamos como ejemplo a Alfonso XIII.
En el caso de Adolfo Suárez, al parecer, muchos medios de comunicación no se están atreviendo a romper las normas del juego, abrazando sin ningún pudor la cultura de la violación para aleccionarnos y dejarnos claro que hay hombres intocables del régimen del 78
Los hombres ejemplares y la mayoría de los agresores operan de esta forma porque pueden permitírselo, gracias a todo un sistema social de impunidad, impertérrito en el tiempo, que les abraza y les calma. Sobre esto, hace décadas que la psiquiatra feminista Judith Herman ya lo explicó en su obra de referencia Trauma y recuperación, acerca de las tretas de los agresores sexuales, siempre empeñados en mantener intacto su capital simbólico, mientras consiguen forzar a las víctimas al silencio vital, bajo la amenaza de destrozarles la vida si rompen con las normas del orden patriarcal.
Para este caso, o para los otros cientos de casos mediáticos de personajes poderosos que de sobra son conocidos, como Dani Alves, Plácido Domingo, Harvey Weinstein, Bill Cosby o, por ejemplo, el cómico y presentador británico Jimmy Savile (un agresor en serie distinguido con la Orden del Imperio Británico), la impunidad se fuerza a fuego lento gracias no solo a la existencia de un agresor que la impulsa, sino también al sostenimiento vasallático de una red infinita e indescriptible de apoyo que alimenta la impunidad del agresor, desde lo simbólico a lo material, consiguiendo ahogar a la víctima hasta dejarla sin respiración o, en otros casos, abocándola al suicidio, como le sucedió a Virginia Louise Giuffre, tras denunciar las violaciones de Jeffrey Epstein y la colaboración irreductible de Ghislaine Maxwell.
En el caso de Adolfo Suárez, al parecer, muchos medios de comunicación (algunos muy importantes y conocidos, que saben del caso desde hace meses) no se están atreviendo a romper las normas del juego, abrazando sin ningún pudor la cultura de la violación (es decir, blindando la impunidad y silenciando a la víctima) para aleccionarnos y dejarnos claro que hay hombres intocables del régimen del 78.
Como un mantra, en bucle, no hay ni un solo caso mediático de agresores sexuales que no cumpla a rajatabla lo que advertía Herman. Todos ellos buscarán el silencio de la víctima a cualquier precio, atacarán lo más importante para ella, su credibilidad, y, finalmente, si esta estrategia no les funcionara, desplegarán todas las armas a su alcance para reventar a la agredida, tildándola de mentirosa, loca o provocadora, para poder salir así vencedores. Es verdad que también tenemos otros casos, como el de Íñigo Errejón, que se lían la manta a la cabeza, escriben cartas que racionalizan todo lo que sucedió y consiguen que sintamos, incluso, mucha pena por ellos. Yo los llamo “los cartitas”. También de estos hay algunos actores famosos.
Creo y presiento que estamos a las puertas de un #MeToo en el ámbito político de proporciones inimaginables
Hay otra característica muy recurrente en los hombres ejemplares violadores que consiste en premiarles sin descanso. Cuando no les rinden honores de Estado, les ponen a las calles de todos los pueblos de un país su nombre o les regalan la nominación de los aeropuertos para dejar claro que, pase lo que pase, todo el tráfico aéreo de un país y los millones de viajeros y viajeras que llegan a una ciudad van a tener que comerse con patatas su existencia inconmensurable.Y así, un sin parar, porque la historia de la impunidad de los agresores sexuales, famosos y no famosos, ocuparía baldas y baldas de las estanterías de una biblioteca pública con las miles de anécdotas de todos los premios recibidos tras ser señalados como agresores sexuales.
Mientras nos lamemos las heridas, desesperadas ante la complicidad y el silencio de algunos medios de comunicación o de aquellas instituciones que, sorprendentemente, no dicen “ni mú” ante las gravísimas violaciones de derechos humanos que enfrentan las mujeres que se atreven a revelar lo sucedido, creo y presiento que estamos a las puertas de un #MeToo en el ámbito político de proporciones inimaginables, liderado, como siempre ha sido, por el hartazgo de las víctimas y supervivientes de violencia sexual, que, agotadas de tanto silencio, han puesto un puño sobre la mesa para decirles a los agresores sexuales y a la cultura de la violación que sus horas están contadas. Ojalá que así sea, pues como dirían las activistas que destaparon el #Metoo en EEUU, the time is now.
Desde aquí, solo me queda aprovechar estas modestas líneas para mandarle todo mi cariño y mi apoyo a la víctima de Adolfo Suárez y a todas las mujeres que, en soledad, han conseguido armarse de valor para romper el silencio en esos espacios a los que la modélica Transición española al parecer, nunca llegó.
Los artículos de opinión no reflejan necesariamente la visión del medio.
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