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Opinión
El apartheid cultural
Estamos en un momento de reformateos acerca de la idea de nación, lo que también quiere decir un momento de exclusión para las minorías.
Que los responsables de las institucionales culturales lleven semanas hablando sobre el rescate es alentador, pero también es preocupante que la identidad interfiera en ese salvamento. Las instituciones de este país siguen obsesionadas por una “cultura común” —la dominante, la española— que en absoluto homogénea, que cuando salga al rescate seguirá ejerciendo su jerarquía, y volverá a presentarse a sí misma como “la cultura salvadora”, dejando al margen otras configuraciones culturales que seguro acabarán quedando fuera del tablero. Estamos en un momento de reformateos acerca de la idea de nación, lo que también quiere decir un momento de exclusión para las minorías y la población migrante bajo la excusa de los recursos limitados.
Este modelo cultural está en crisis, no funciona. La nación y la cultura común como mero nombre para procesos de homogeneidad social no funcionan. La sociedad ha cambiado demasiado rápido y muchas prácticas se han quedado obsoletas. Porque detrás de estas grandes ficciones nacionales solo existe insolidaridad y la imposibilidad de una pertenencia libre.
Una cultura común tan restringida, es segregacionista además de reduccionista pues imposibilita a ver a Frank T como uno de los mejores locutores de radio españoles, a Najat El Hachmi o a Munir Hachemi como representantes literarios, o a Morad, el Greco o al Puto Chino Maricón como representantes del pop español. Una cultura tan estrecha es incapaz de observar las nuevas cartografías de intercambios culturales porque están obcecados por reproducir la cultura de la nación. Habría que empezar a aflojar la cuerda, porque la tensión va en aumento. Los poderes culturales tienen que ceder.
Una cultura tan estrecha es incapaz de observar las nuevas cartografías de intercambios culturales porque están obcecados por reproducir la cultura de la nación
Este debate entre cultura e identidad relacionado con la presencia de población migrante y sus descendientes llega tarde. En Inglaterra y Francia se inició a principio de los ochenta, y aquí ya se debería haber amplificado la idea de cultura de la nación. De hecho, la cultura tendría que desmarcarse de las fronteras.
Quizás alguien tendría que plantearse micro reformas del sistema cultural para que rompan con las categorías obsoletas y estancas de identidad. Ya va siendo hora de desvincular las formas culturales de los grupos migrantes y ciertas minorías nacionales a prácticas privadas o marginales, porque ¿la alteridad solo puede producir una cultura aparte? ¿Por qué tiene que asimilarse la población migrante? Y, por último ¿hasta qué punto tienen derecho a la igualdad y libertad cultural?
Esta praxis que se llama racismo cultural también se practica en lo medios de comunicación, donde la tendencia es hablar de racismo sin atender a que las prácticas que fomentan desigualdades estructurales
Este sistema segregacionista no ha cambiado mucho en los últimos tiempos. Hace diez años participé en una investigación con diferentes artistas y músicos residentes en Barcelona. La gran mayoría, con independencia de su procedencia o disciplina, les costaba sobrevivir. Lo curioso era que si el mercado, o la sociedad, les consideraba foráneos tenían más dificultades para acceder a las ayudas y a las programaciones culturales. Al final funcionaban en las periferias, alejados del sistema cultural porque sus trabajos solo eran aptos para ser presentados en actos sobre diversidad cultural, la solidaridad internacional o la inclusión social.
Esta praxis que se llama racismo cultural también se practica en lo medios de comunicación, quienes son muy torpes a la hora de abordar la diferencia desde la normalidad, llevándola a los extremos y reforzándola. La incapacidad de hablar de una cultura común por miedo a perder no sé qué, hace que existan programas en TV3 que, en vez de normalizar la diferencia con aportaciones y contenidos culturales abiertos que permitan a los ciudadanos entender la complejidad de la sociedad que nos conforma, contratan a gente negra para que enseñe a los blancos lo que es ser un racista. Porque ahora la tendencia en estos medios es hablar de racismo, sin atender a que las prácticas que fomentan desigualdades estructurales no ofrecen oportunidades a una gran parte de la población y, esta, es otra forma de exclusión cultural.
Si el camino que se dibuja ante nosotras está lleno de banderas y de rechazo a la diferencia, ya sea por desafección o convicción, todos saldremos perdiendo
Entonces podemos seguir abordando la problemática desde la superficie sin atajarla de raíz. Podemos pensar en salvar la cultura sin el compromiso con la existencia de otras narrativas en la esfera pública. Podemos seguir dejando nuestros proyectos en manos de funcionarios que siguen creyendo que los inmigrantes y minorías no entran en materia cultural, porque su concepción reduccionista de la cultura está absolutamente normativizada y no existe la posibilidad de un léxico compartido.
Si el camino que se dibuja ante nosotras está lleno de banderas y de rechazo a la diferencia, ya sea por desafección o convicción, todos saldremos perdiendo, porque la identidad marcará hacia donde distribuirán los recursos, se gestará un apartheid cultural en nombre de “la cultura común”, y el ecosistema cultural seguro que se empobrecerá.