Opinión
Hacia un capitalismo feudal

Las crisis son siempre un momento de reconfiguración del capitalismo. Eso define los campos de lucha y las formulas de resistencia y ofensiva de las clases subalternas.
Venecia inundada 2012
La Plaza de San Marco, en Venecia, inundada por el "Acqua Alta", fenómeno agravado por el cambio climático. Foto: Roberto Trombetta

Es militante de anticapitalistas y de la redacción de Viento Sur.

29 ene 2021 06:13

Vivimos tiempos de ansiedad. La pandemia del covid-19 ha catalizado de forma concreta una serie de tendencias ya presentes en el sistema-mundo: los problemas son globales, ecológicos, caracterizados por la agudización de las contradicciones entre las clases y entre diferentes territorios. En Occidente, la emergencia de corrientes de extrema derecha forma parte de la nueva normalidad política. Las viejas clases medias, asustadas ante el impacto de una crisis que las empuja hacia el despeñadero de la historia, luchan por aliarse con las élites en un frente común contra una gran mayoría de la población cada vez mas precarizada y aplastada.

Para las clases populares del mundo, la situación es extremadamente complicada. La reconfiguración de un proyecto político, social y cultural alternativo al capitalismo es todavía incipiente y amarga, llena de saltos, oportunidades, retrocesos y derrotas. En realidad, si nos viéramos “desde fuera”, comprenderíamos que es un proceso habitual. Configurar un proyecto anticapitalista necesita tiempo: condensar experiencias, trasmisiones de saberes, organizaciones, intelectuales, referencias... le llevó al movimiento obrero clásico décadas de conflictos, derrotas y pequeños avances que parecían insignificantes. Por supuesto, no afirmo que tengamos tanto tiempo. La crisis ecológica introduce una nueva temporalidad. No hay duda de que es el problema central de nuestro tiempo, porque sin resolverlo, no podremos afrontar los demás.

Dicho esto, me parece interesante destacar que las crisis son siempre un momento de reconfiguración del capitalismo. Para los que luchamos por un cambio social radical, estas tendencias no son secundarias. Definen los campos de lucha y las formulas de resistencia y ofensiva de las clases subalternas. En ese sentido, la idea fundamental que quiero destacar es que vivimos una reconfiguración en términos feudales del capitalismo: el poder político se torna cada vez más insignificante, y oscila entre la impotencia y el servilismo funcional ante los todopoderosos señoríos “libres” de las multinacionales.

No podemos saber que tipo de revueltas generará esta nueva crisis, pero si podemos estar seguros de una cosa. La clase política no será percibida como parte de la solución, si no como parte del problema

El caso de la UE con las farmacéuticas refleja bien ese proceso. Incapaces de generar una estructura productiva y distributiva propia, los Estados capitalistas delegan en empresas supranacionales funciones que en una época de excepción deberían ser fundamentales. No es solo que privaticen los beneficios y les regalen financiación pública. Es que han perdido el control sobre las empresas. Esto es un cambio cualitativo con respecto a otras épocas de crisis. Por ejemplo, en la Primera Guerra Mundial, los Estados asumieron la centralización económica como forma de enfrentarse a los retos que la guerra les imponía. No estoy reivindicando aquel terrible modelo burocrático-industrial belicista. Lo que me interesa destacar es que a día de hoy, los Estados son incapaces de hacer una operación similar ante una crisis de magnitudes desconocidas.

La cuestión es que tipo de geografía política se deriva de esta nueva configuración política del capital. Es pronto para saberlo, pero si que podemos avanzar algunas tendencias. La que me parece más destacable por sus posibles repercusiones es que comienza a reaparecer la desconfianza contra la clase política. Esto podría ser un síntoma de una nueva “crisis orgánica”, es decir, de una nueva fase en la separación y conflicto entre “gobernantes” y “gobernados”. La última crisis generó momentos de ese estilo y con expresiones variadas: las revoluciones árabes, el 15M. No podemos saber que tipo de revueltas generará esta nueva crisis, pero si podemos estar seguros de una cosa. La clase política no será percibida como parte de la solución, si no como parte del problema, fundamentalmente, por su combinación de incapacidad y servilismo frente a los intereses irracionales a corto plazo del gran capital.

La radicalidad de la crisis que viene provocará también revueltas abigarradas, sin predeterminación ideológica, de toda esa nueva clase trabajadora que se está conformando bajo el nuevo feudalismo capitalista

Ante esta situación la respuesta desde la izquierda no puede ser que “no todos los políticos son iguales”, auto-posicionándose como el ala moralmente respetable de una casta despreciada y odiada por amplios sectores de la población. Sin duda, una respuesta de esas características sería la mejor muestra de que la izquierda ya no es capaz de ofrecer e inventar otra política, lo cual tendrá como consecuencia ser percibidos como parte del problema. La respetabilidad de los sillones tienen su costes.

La nueva derecha ha optado por explorar su propio camino ante este nuevo capitalismo feudal. Por supuesto, no ofrecen ninguna solución frente a los nuevos señores feudales. Les ofrecen mas pleitesía, pero a cambio de aplastar con más virulencia a los de abajo. La izquierda tiene que pensar como afronta esta nueva convulsión que viene. Las formas de protesta no serán siempre desfiles organizados, aunque tengamos que llegar con más fuerza organizada que nunca para tener alguna posibilidad de vencer. La radicalidad de la crisis que viene provocará también revueltas abigarradas, sin predeterminación ideológica, de toda esa nueva clase trabajadora que se está conformando bajo el nuevo feudalismo capitalista. Comenzar a pensar en que lado queremos estar y contra quien queremos confrontar los próximos años es también una tarea urgente.

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