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El planeta se encuentra inmerso en cuatro encrucijadas, cada una de las cuales por sí misma tiene la potencia para dislocar el mundo que conocimos: la disputa hegemónica y la transición geopolítica hacia un reordenamiento mundial; la crisis estructural del sistema capitalista; el progresivo agotamiento de los combustibles fósiles, y el cambio climático. Sumadas descalabran los parámetros que rigen nuestras vidas y nos arrojan al plano de la incerteza sobre un mañana nada lejano. Vincular hechos aparentemente desconectados es una clave para aprehender el quid de nuestro tiempo. Nunca tan apropiado como hoy aquel proverbio chino: “El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo”.
La disputa hegemónica y la transición geopolítica hacia un reordenamiento mundial es una lucha constante que diariamente concatena capítulos aparentemente inconexos de esa misma trama. A su vez esa disputa se encuentra atravesada por los otros tres ejes.
Cuando hablamos del enfrentamiento entre Estados Unidos con China y Rusia, tendemos a concentrar la mirada en pocos aspectos. En tiempos de guerra, el principal es el terreno militar. La fascinación infantil de muchos expertos por el último juguete armamentístico —aviones caza de quinta generación, misiles hipersónicos, guerra radioelectrónica— redobla esa inclinación reduccionista, esa mirada simplificadora y deformante, ya que si bien es un terreno decisivo, la partida se juega en decenas de tableros simultáneos todos los días. Esos tres países pesan individualmente más que el resto —dos por su actualidad y el tercero por una combinación de circunstancias históricas, geográficas y militares—, lo cierto es que en la partida múltiple participamos todos; países pero también actores no estatales, que tienen enorme relevancia, ya sea empresas multinacionales u organismos internacionales. Una imagen mas aproximada a la real es entonces, la de una partida simultánea en miles de tableros, y en cada uno intervienen cientos de jugadores.
“Se trata de un juego realizado en un solo gran tablero, muy complejo, en el que existen cientos de miles de variables sobre las cuales actúan varios cientos de jugadores con cierta relevancia, y muchos millones de importancia molecular”
Para mas confusión, no se trata de compartimentos estancos, las medidas en un tablero impactan sobre lo que sucede en los otros; de manera colateral, pero también hay movimientos realizados en una partida, que no están destinados a tener efectos sobre esa misma sino que fueron concebidos para impactar en otro tablero. Para acercar la metáfora a una representación más aproximada, se trata de un juego realizado en un solo gran tablero, muy complejo, en el que existen cientos de miles de variables sobre las cuales actúan varios cientos de jugadores con cierta relevancia, y muchos millones de importancia molecular.
La propia dinámica de la prensa, donde cada noticia es un compartimento estanco de las demás, no ayuda a promover nuestra capacidad de relacionar como dos cosas que aparentemente no tienen que ver, están íntimamente relacionadas. Por ese camino, la distancia entre cómo conciben la política sus hacedores —los policy makers— y el ciudadano crece, aumentando a partir de la incomprensión, un espacio ampliado para la manipulación.
El pulso multidimensional de Estados Unidos con Rusia
Un ejemplo de esas vinculaciones: Estados Unidos desarrolla hacia Rusia en el plano militar una estrategia de imposición de costos para obligarla a realizar gastos de defensa que entren en tensión con la inversión social. Esa planificación se encuentra desarrollada en un estudio publicado en 2019 por la Rand Corporation, titulado Extending Russia, 354 páginas escritas por un equipo de especialistas provenientes de las más diversas disciplinas, cuya oficio es la destrucción de países, y que en este caso concentran su expertise en Rusia.
La guerra en Ucrania, vista desde EE UU, no está destinada a definir la partida en el plano militar, sino a tener efectos económicos, sociales y políticos para que el jaque mate se produzca en esos ámbitos
Allí se analizan medidas económicas, demográficas, ideológicas y militares para debilitarla. El efecto buscado es disminuir el nivel de vida de la población, generar descontento en la sociedad, y canalizar la responsabilidad hacia el gobierno para debilitarlo progresivamente. A mediano plazo, el objetivo es que ese descontento conduzca a un desplazamiento de Vladimir Putin y que sea reemplazado por alguien más dócil. Una variación máxima es que el propio país termine siendo desmembrado.
La guerra en Ucrania, vista desde Estados Unidos, no está destinada a definir la partida en el plano militar, sino a tener efectos económicos, sociales y políticos para que el jaque mate se produzca en esos ámbitos. A su vez, para que esa planificación sea exitosa, interviene un proceso molecular, en el que participa toda la población rusa y que se cruza con la cultura y la comunicación, ya que la desmejora en el nivel de vida debe ser subjetivamente digerida en función de culpar al gobierno.
Cabe también la posibilidad inversa y que en lugar de interpretarse en esa clave, los aparatos ideológicos del estado ruso hagan prevalecer su perspectiva: “El país padece una agresión exterior y debemos unirnos y defendernos”. Por ahora, esa es la matriz predominante en Rusia y por eso Putin ganó las elecciones con un porcentaje aplastante. Este enfoque suma en el tablero de disputa, a los principales constructores de subjetividad de nuestro tiempo, los medios de comunicación y las redes sociales. Se trata también de una guerra cultural.
Desde la década de los 70, el precio del petróleo se ubicó en el centro de las pulseadas geoeconómicas por ser el flujo sanguíneo del sistema capitalista; la principal mercancía que afecta los costos de producción y transporte de todas las demás. Por el lado de los ingresos, el Estado ruso tiene una dependencia muy alta de la exportación de gas y de petróleo —43,15% para el año 2021—. De manera que el tablero energético también está en el centro de la disputa. Si en el ámbito militar se tensionan los gastos, en el ángulo energético se alimentan los ingresos del estado ruso.
Con el precio del petróleo entran en la ecuación la oferta y la demanda y con ellas la economía mundial, ya que si se encuentran en expansión o en recesión los tres espacios geoeconómicos que son voraces consumidores de energía —Estados Unidos y Canadá, Europa, y China, 55% del total según la OPEP— tracciona hacia arriba o abajo la demanda, y con ella al precio. Por el lado de la oferta juegan un papel clave los tres grandes productores de petróleo, Estados Unidos, Rusia y Arabia Saudita, sumados el 38% de la producción mundial para 2021.
Estados Unidos busca bajar el precio del petróleo para desfinanciar a su enemigo y también para mantener en funcionamiento su aparato productivo adicto al petróleo, pero no tanto como para arruinar su cara producción de shale oil
La disputa no se resuelve en que a unos les conviene que el precio suba y a otros que baje. Se trata más bien de bandas de precios convenientes para unos y otros. Por ejemplo, Estados Unidos busca bajarlo para desfinanciar a su enemigo y también para mantener en funcionamiento su aparato productivo adicto al petróleo —consume alrededor del 20% de la producción mundial, 20 millones de barriles diarios (mbd)—, pero no le conviene bajarlo tanto como para que pierda rentabilidad su producción shale que es una producción cara, y muy dependiente de un flujo constante de inversiones.
A diferencia de los pozos convencionales, los de shale tienen una vida productiva mas corta que hace necesario perforar constantemente para mantener el nivel de producción. En la actualidad el precio de equilibrio —break even es el vocabulario técnico que designa el umbral de rentabilidad— en Estados Unidos se encuentra en 57 dólares según cálculos de Wells Fargo. Se trata de un promedio, ya que hay campos petrolíferos que son más baratos de explotar y otros más caros.
Esa cifra permite proyectar que un precio alrededor de 65 dólares es lo deseable para Estados Unidos en el momento actual y en función de sus objetivos geopolíticos (no de sus empresas). No es una franja de precios que pueda sostener a largo plazo sin afectar su producción futura, ya que hay campos que necesitan precios superiores a los 70 dólares para hacer nuevas perforaciones. A medida que la producción convencional sea reemplazada por shale, el break even tenderá a subir.
Por su parte para la OPEP y Rusia, los números empiezan a tomar color cuando el precio supera los 80, y aún mejor si se ubican en una banda entre los 100 y los 120 dólares. A diferencia de Estados Unidos, ese precio no se debe a una necesidad de la rentabilidad de la explotación sino a los ingresos que necesitan países muy dependientes de las exportaciones petroleras para mantener equilibrados los presupuestos estatales —break even fiscal— y su balanza comercial.
No menos que esos valores porque caen sus ingresos y bordean el déficit. No más, porque el precio alto de la energía se transforma en un boomerang que lleva a la recesión a Estados Unidos y Europa, lo cual tracciona a la baja la demanda y caen los precios. Según el FMI, para lograr equilibrio, Arabia Saudita necesita un mínimo de 80,9 dólares a pesar de que su costo de extracción —lifting cost— es de apenas 3,05 dólares según la petrolera de la dinastía saudí, Aramco. Ese bajísimo costo de extracción, le permite a la petromonarquía bombear petróleo cuando la circunstancia lo requiere, para bajar los precios a niveles que lleven a la quiebra a sus competidores o a desalentar la inversión en campos caros.
Actualmente Aramco, interviene en sentido contrario, recorta producción para elevar precios. En la reunión de la OPEP realizada a principios de marzo de 2024, Arabia Saudita ratificó su recorte un millón de barriles diarios (mbd) ubicándose en los 9 mbd. A su vez Rusia, que compartía el objetivo y se había comprometido a una disminución desde fines de 2022, por su necesidad de financiamiento para la guerra, no había concretado el recorte pero si lo realizó en el segundo semestre de 2023 cuando restó casi 500.000 barriles diarios. Actualmente se comprometió a duplicar ese monto y retirar 471.000 barriles diarios de producción extra en este segundo trimestre de 2024.
Desde el comienzo de la guerra en Ucrania, la reserva estratégica realizó por orden de Joe Biden la mayor intervención de su historia, liberando 240 millones de barriles
Un instrumento con el que cuenta Estados Unidos para compensar las bajas en la producción de sus contendientes, es inyectar en el flujo sus reservas estratégicas. Se encuentran en Texas y Lousiana, suman una capacidad de 727 millones de barriles y se trata de cavernas excavadas en bloques de sal que fueron creadas para responder al embargo petrolero de la década del 70. El problema que tiene la utilización de ese instrumento es que se trata de una cantidad limitada y que en algún momento hay que volver a llenarlos, traccionando al alza la demanda. Desde su creación, las reservas solo se usaron debido a emergencias en tres ocasiones: durante el ataque a Irak en 1991 —21 millones de barriles—, en 2005 con el huracán Katrina —11 millones—, y tras el ataque a Libia en 2011 —30 millones—. Desde el comienzo de la guerra en Ucrania, la reserva estratégica realizó por orden de Joe Biden la mayor intervención de su historia, liberando 240 millones de barriles y desde mediados de 2023 se encuentra en los niveles históricos más bajos: actualmente es de 363 millones de barriles. Un indicador de la magnitud de la disputa geopolítica en curso.
Otro factor clave ligado al precio del petróleo es el valor del dólar. Si el dólar sube, como lo ha hecho desde abril de 2021 —actualmente se mantiene en los valores más altos desde 2002—, para Estados Unidos se abaratan las importaciones. Pero esa suba interfiere con el objetivo declarado y de dudoso cumplimiento de reindustrializarse, ya que hace más caro los costos internos de producción.
Actualmente EE UU mantiene tasas de empleo muy altas y uno de los objetivos del poder económico —por muy anti intuitivo que parezca— es crear desempleo para bajar la inflación.
Uno de los factores que llevan al alza el dólar es la suba de las tasas de interés por la Reserva Federal, ya que funciona como un imán para dirigir capitales codiciosos por obtener esos dividendos. La suba, es a su vez una derivada de la inflación ya que volviendo caro el dinero la FED busca disminuir el consumo y paralizar la actividad económica. Actualmente Estados Unidos mantiene tasas de empleo muy altas —trabajadores que tienen dinero y que por lo tanto consumen, aunque sea poco— y uno de los objetivos del poder económico —por muy anti intuitivo que parezca— es crear desempleo para bajar la inflación.
Es un dato muy revelador en dos sentidos. Por un lado muestra que los Bancos Centrales tal como existen, no son un instrumento neutro y tecnocrático para la administración del valor de la moneda sino una herramienta al servicio del gran capital en la lucha de clases. Además, es toda una confesión acerca de qué trata esa rama del conocimiento llamada “economía”, cuando en lugar de estar dirigida al bien común, apunta a que algunas macro-variables se ubiquen en niveles que optimicen la reproducción ampliada de capital, sacrificando las condiciones de vida, la vida misma, o el equilibrio ecológico del planeta si fuera necesario. El medio convertido en fin y el fin convertido en medio. Fetichismo lo llamaba alguien que escribía desde Londres en el siglo XIX.
La inflación fue causada por la ruptura de las cadenas globales de suministro a partir del covid, con el trasfondo omnipresente de la guerra comercial entre Estados Unidos y China. Luego se sumó la guerra en Ucrania que afectó los precios de la energía —porque Rusia es un gran productor— y de los alimentos —porque Ucrania y Rusia son grandes productores—. En ese terreno Rusia cuenta con dos instrumentos para responder. En materia de alimentos en 2023 jugó una de sus cartas al impedir la carga de grano de Ucrania por el Mar Negro. Actualmente impulsa la creación de un bolsa de cereales de los BRICS que dispute la primacía de la bolsa de Chicago.
El segundo instrumento —ya mencionado— son aplicaciones más precisas de la carta energética. Los recortes a la exportación de petróleo se hicieron específicamente sobre los envíos por los puertos del Mar Negro y del Báltico, es decir los que tienen mas probabilidades de ir a países occidentales. Con esos dos instrumentos Moscú toca una fibra sensible, la inflación que obsesiona a los Bancos Centrales occidentales y puede presionar al alza, a partir de dos sectores —energía y alimentos— que son particularmente volátiles y que tienen impacto inmediato sobre el humor de la población. Si por un lado Estados Unidos quiere horadar desde el interior al gobierno de Putin, Rusia devuelve el golpe y apuesta a que un incremento de la conflictividad social en Europa, generará mejores condiciones para que accedan a los estados, gobiernos que se desaliñen de la estrategia estadounidense.
Aquellos países que transiten esta reconfiguración del mundo sin tener un juego propio, sin contemplar sus intereses, ni recrear el arco de alianzas o las situaciones de fuerza que les permitan autopreservarse, serán furgón de cola, cuando no víctimas, de aquellos otros que sí tengan la capacidad y voluntad de hacerlo. La mayor parte de los países europeos y latinoamericanos, se encuentran entre los que están omitiendo esa tarea y hacen seguidismo de planes producidos en Washington en los que nuestros recursos son puestos al servicio de financiar la hegemonía estadounidense. Las clases dominantes en las dos costas del Atlántico han demostrado su impotencia para amasar otro destino. En los próximos años, estará en manos de nuestros pueblos conquistar un futuro más deseable. Para hacerlo, tenemos que comprender la complejidad del juego en el que se resolverá la disputa hegemónica, bien alejado de uno donde las fichas que no son blancas, son necesariamente negras. Es chino el proverbio que rige la geopolítica de nuestro tiempo: “El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo”.