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La victoria de Lula da Silva en la primera vuelta de las elecciones con el 48,43% y más de 57 millones de votos, frente al 43,20% del actual presidente Jair Bolsonaro, con 51 millones, deberá aún confirmarse en la segunda vuelta del día 30 de Octubre. La complicada batalla que se anuncia sólo agranda el mito de su figura política dentro y también fuera de Brasil. Seguramente la batalla del balotaje, pese a la clara ventaja del candidato del PT, será agónica. No obstante, la izquierda ya ha dado un paso importante ganando el primer round de unas difíciles elecciones que tienen al mundo expectante.
Hace tan solo cuatro años, ni sus más fieles colaboradores creían que el hombre que estaba encerrado arbitrariamente en una celda de la cárcel de la ciudad derechista de Curitiba, podría siquiera salir con sus propios pies. Finalmente, su demanda para que se reconociera que su encarcelamiento fue arbitrario ha sido reconocida no solo por la Corte Suprema de su país, sino hasta por el comité de Derechos humanos de Naciones Unidas. Nadie hubiera creído que, después de la masacre mediática en su contra, volvería a candidatarse a Presidente de la República. La expresidenta Dilma Rousseff llegó a decir que temía por su vida en la prisión. Pero ahí está Lula da Silva de nuevo, añadiendo un nuevo capitulo a su biografía ya sobresaliente. Niño pobre, metalúrgico, sindicalista, preso político, y presidente. Siempre supo de la dimensión de su figura. Y esa plena consciencia, de lo que fue y de lo que es, le ha dado fuerza y coraje para enfrentar las adversidades y llegar donde ha llegado.
El 8 de noviembre de 2019, el mismo día que salió de la cárcel, se dirigió directamente al campamento de los Sin Tierra (vigilia Lula Livre) para agradecer su apoyo a los centenares de personas que permanecieron acampadas 580 días bajo sol y lluvia ante el centro de detención de la Policía Federal donde estaba preso. Ese fue su primer acto de campaña, y desde ese día no cejó en su empeño de organizar una oposición sólida, capaz de vencer esas elecciones presidenciales contra Bolsonaro, cuya falta de escrúpulos ha conducido a Brasil a las tinieblas en este último cuadrienio.
Lo más preocupante es el marco de violencia que el fascismo ha impuesto en el Brasil en tan poco tiempo, al punto que una candidata trans de la izquierda está obligada a acudir a votar con chaleco antibalas
Bolsonaro, ex capitán del ejercito, amante de los torturadores, alguien que ha declarado que la dictadura militar tendría que haber matado más, ha vuelto a tener un apoyo espectacular al superar los 40% de los votos en esa primera vuelta. Además, el Partido Liberal (PL) de Bolsonaro ha cosechado el mayor numero de parlamentarios (99 diputados) en el fragmentado Congreso de los diputados brasileño y éste cuenta con más gobernadores aliados que Lula, probando que la extrema derecha está muy viva en Brasil. Estos resultados llaman la atención en vista del triste legado que su gestión ha dejado, pero lo más preocupante es el marco de violencia que el fascismo ha impuesto en el país en tan poco tiempo, al punto que una candidata trans de la izquierda está obligada a acudir a votar con chaleco antibalas. Hasta el propio Lula da Silva tiene que acudir a algunos mítines en algunas zonas del país vestido con ese extraño artilugio. Sin hablar de los 2 militantes del PT que fueron asesinados por apoyadores del actual presidente y de las agresiones, que han sido constantes a lo largo de la campaña.
Bolsonaro ha sido parcialmente derrotado pese haber gastado miles de millones de reales en las últimas semanas en un intento de comprar las voluntades de los electores. El resultado electoral es un soplo de esperanza también en el exterior, y no sólo para Latinoamérica, sino también para el mundo que quiere despedirse de una aberración política y dar la bienvenida a un liderazgo fuerte, de los que el mundo no está precisamente sobrado. Con Lula volverá el Brasil de la solidaridad internacional, de la fiabilidad en los acuerdos, de la justicia social y, sobre todo, de la búsqueda de la solución pacifica de los conflictos, más necesaria que nunca ante los posibles abismos que abre la guerra entre Rusia y Ucrania.
No cabe duda de que las elecciones de Brasil, por su tamaño e importancia en el continente americano, son importantes en la estrategia internacional de la ultraderecha. No en vano, Bolsonaro es seguidor de Steve Bannon. Por lo tanto, una contundente respuesta de la izquierda popular y democrática puede construir un muro de contención al avance del fascismo en el mundo, principalmente después de la alarma causada por la reciente victoria de Giorgia Meloni en Italia y Jimmie Akesson en Suecia. En estos momentos el movimiento internacional de la extrema derecha está poniendo toda la carne en el asador para empañar la posible victoria de Lula da Silva el próximo 30 de octubre.
Con la confirmación de la victoria de Lula da Silva en segunda vuelta, el Sur Global podrá presumir de contar de nuevo con una voz fuerte, que represente también a los invisibles de la sociedad. Lula vuelve con más experiencia y más sabiduría, siendo más consciente de dónde radican realmente los problemas y estando más seguro de sí mismo. Tiene la fuerza de haber resurgido de sus cenizas y se ve más capaz que nunca de volver a gobernar la primera economía de Suramérica. La política, con “P” mayúscula, recupera con él su máxima expresión. Ya fue así cuando gobernó de 2003 a 2010. Entonces recibía en su despacho de Brasilia a empresarios y a sin techo, a gobernantes de África o de Europa, sin hacer diferencias entre unos y otros.
Aquellos que creen que los problemas se resuelven hablando, sin cañones por medio, tendrán en Lula a un fiel aliado. Su compromiso con la paz y la cooperación internacional se demostró en actos concretos. En noviembre de 2009, voló a Teherán para conseguir sacar con mucha dificultad del entonces presidente Mahmud Ahmadineyad, la firma de un acuerdo de no proliferación de armas nucleares pese a la oposición de medio mundo, Barack Obama incluidos. Lula da Silva tiene credenciales suficientes si no para liderar, cómo mínimo para apoyar cualquier movimiento internacional en defensa de la paz y la concordia. Es buen conocedor de la posición tradicional de la diplomacia brasileña, que no tiene contenciosos serios abiertos con ningún país del mundo, ni siquiera con sus vecinos. Además, el paso de los años le ha fortalecido en sus convicciones y dice que en la cárcel aprovechó para devorar libros y enterarse de lo que estaba pasando en el mundo.
Los líderes mundiales demócratas están esperando a Lula da Silva. Mientras el actual presidente Bolsonaro no ha sido recibido por ningún jefe de Estado internacional de peso, salvo por su ídolo Donald Trump, Lula da Silva, en su último viaje a Europa como un ciudadano de a pie sin ningún puesto estuvo en el Eliseo con Macron, en la Moncloa con Sánchez y fue recibido por el primer ministro alemán Scholz.
Para un político acostumbrado a sentarse con China, Rusia, EE.UU. o la Unión Europea (UE), ningún tema es tabú. Las relaciones entre los bloques enfrentados se encontrarán sobre la mesa y Lula no dejará de defender la búsqueda de soluciones negociadas a los conflictos
También el mundo multipolar que parece estar naciendo tendrá en Lula un actor por la paz. Con la misma disposición que tiene de desarmar el Brasil de Bolsonaro, el pasado 1 de octubre, en una de sus últimas comparecencias ante la prensa, dijo que si gana las elecciones quiere hacer una gira por algunos países incluso antes de asumir en enero. Es indudable que el objetivo no es sólo hablar de las inversiones extranjeras en Brasil. La agenda estaría abierta. Para un político acostumbrado a sentarse con China, Rusia, EE.UU. o la Unión Europea (UE), ningún tema es tabú. Las relaciones entre los bloques enfrentados se encontrarán sin duda sobre la mesa y Lula da Silva no dejará de defender la posición brasileña favorable a la búsqueda de soluciones negociadas a los conflictos. Para Lula no hay tiempo que perder: los desafíos globales exigen mucha rapidez en las decisiones y el planeta no puede esperar, por ello ha buscado traer otra vez a su lado a Marina Silva, su antigua ministra de medio ambiente y amiga de Chico Mendes.
Cuando fue presidente participó activamente en la creación de los mecanismos de colaboración entre los BRICS y reforzó la cooperación en América Latina bajo el paraguas del Mercosur; aumentó la cooperación con África, principalmente con los países de habla lusa; y no descuidó los compromisos con China, EE.UU. y la UE. Habló en el mismo tono con George Bush hijo y con Fidel Castro, con Hugo Chávez y con José María Aznar. Fue respetado por todos. Como ha dicho el compositor Chico Buarque, “El Brasil de Lula no fue suave con los Estados Unidos ni duro con Bolivia”. Esto se pudo ver en 2006, durante la crisis del gas con Evo Morales. Entonces aceptó, en contra de las presiones de la élite económica brasileña, las demandas legitimas del presidente Morales para mejorar la tarifa del gas, hasta entonces claramente desventajosa para el país andino.
La victoria definitiva de Lula da Silva queda aplazada a escasos 10 días a la espera de su confirmación en la segunda vuelta. El gran abanico de posibilidades abierto deja aún en vilo a los demócratas, no sólo brasileños sino de todo el planeta. El 30 de octubre sabremos si se consolida la barbarie de las armas o se abre una nueva ventana de esperanza.
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El artículo parece casi propaganda electoral gratuita, cero autocrítica y ocultamiento total de cómo Lula traicionó las políticas ambientales y muy concretamente la Amazonía, abrió paso al extractivismo y al genocidio de los pueblos originarios (que el horror que vino después fuera peor no justifica sus traiciones: de hecho la desmoralización que provocó es una de las causas de la victoria del fascismo) y cargándose a Marina Silva... Esperemos que esta vez cuando tenga que optar entre el extractivismo y su (ella sí) admirable ministra de Medio Ambiente no se la vuelva a cargar, pero esperanza ya tenemos pocas y entusiasmo ninguno, nos tenemos que conformar con que Lula es el mal menor.