Opinión
‘Ecce Homo’: Cecilia y la violencia de la risa

Durante mucho tiempo se dijo que el ‘Ecce Homo’ de Borja era “la obra española más importante del siglo XXI”. La frase, repetida con media sonrisa, pretendía ser irónica, pero toda ironía persistente acaba diciendo algo verdadero.
Ecce Homo Borja
El ‘Ecce Homo’ de Borja restaurado por Cecilia Giménez, obra del pintor Elías García Martínez en el santuario de Misericordia de Borja.Foto: Zuzu. CC BY-NC

Ha muerto Cecilia Giménez y, durante unas horas, la noticia ha circulado con la inercia de lo ya sabido. La mujer del Ecce Homo. La del meme. La de Borja. La frase se repite sola, como si bastase con nombrarla para que todo estuviera dicho. Como si su vida pudiera resumirse en una imagen deformada que lleva más de una década circulando sin descanso. Como si ya hubiéramos hecho suficiente con reírnos. La muerte introduce siempre una interrupción incómoda. Obliga a volver a mirar. A preguntarse qué queda cuando el chiste se agota, cuando la risa pierde fuerza y la imagen sigue ahí, insistente, sobreviviendo incluso a quien la produjo sin querer.

El Ecce Homo de Borja no fue una obra de arte contemporáneo. Fue un gesto de cuidado. Un intento torpe, sí, pero también honesto, de reparar algo que se estaba cayendo a pedazos. No había ironía, ni voluntad de provocación, ni deseo de visibilidad. Había una mujer mayor, un fresco deteriorado, una iglesia periférica y la convicción, tan poco espectacular, de que algo debía hacerse. Lo que vino después fue otra cosa: la transformación de ese gesto en espectáculo global.

El error se convirtió en valor, y el valor, como casi siempre, no volvió a quien lo había producido. Internet hizo lo que mejor sabe hacer: amplificar, descontextualizar, arrancar la imagen de su origen y devolverla convertida en mercancía simbólica

Durante semanas, meses, años, la imagen ha circulado como burla planetaria. Se habló de fracaso, de ridículo, de chapuza. Se hicieron camisetas, parodias, exposiciones, documentales. El pueblo se llenó de turistas. El error se convirtió en valor, y el valor, como casi siempre, no volvió a quien lo había producido. Internet hizo lo que mejor sabe hacer: amplificar, descontextualizar, arrancar la imagen de su origen y devolverla convertida en mercancía simbólica.

No es casual que quien quedó atrapada en ese proceso fuera una mujer mayor, sin capital cultural, sin red de protección institucional, sin derecho al error. El siglo XXI ha sido implacable con quienes no dominan sus códigos. Hay cuerpos que pueden equivocarse sin consecuencias, o incluso convertir el error en prestigio, y otros para los que el fallo se vuelve definitivo, marca, estigma. La ternura, cuando no produce beneficio, resulta profundamente molesta.

Durante mucho tiempo se dijo que el Ecce Homo de Borja era “la obra española más importante del siglo XXI”. La frase, repetida con media sonrisa, pretendía ser irónica, pero toda ironía persistente acaba diciendo algo verdadero. No porque estemos ante una gran restauración o pintura, sino porque pocas imágenes explican tan bien nuestro tiempo: la cultura del escarnio, la viralidad como forma de violencia blanda, la conversión del cuidado precario en espectáculo, la expropiación sistemática de la autoría cuando esta no encaja en los circuitos legítimos del arte.

Ahora que Cecilia ha muerto, la imagen queda sola. Sobrevive a su autora involuntaria, como sobreviven tantas imágenes a quienes las producen desde la necesidad y no desde la estrategia

El arte contemporáneo lleva décadas ensayando gestos de ingenuidad calculada, errores simulados, estéticas de la precariedad cuidadosamente producidas. Aquí ocurrió lo contrario: una ingenuidad real, sin cinismo, sin discurso previo, sin mercado esperando. El sistema llegó después, como siempre. A poner nombre, a capitalizar, a ordenar el relato. A decidir qué significaba aquello y para quién. ¿De quién fue esa obra? ¿De Cecilia? ¿Del pueblo? ¿De los medios? ¿De quienes la compartieron millones de veces? La pregunta no tiene respuesta clara, y esa es precisamente su fuerza. El Ecce Homo de Borja desestabiliza la idea de autoría, de valor, de obra cerrada. Funciona como una imagen herida que no deja de decir cosas incluso cuando ya nadie se ríe. También es una imagen profundamente española, pero no en el sentido costumbrista. No como postal, sino como estructura: el abandono institucional, la improvisación, la economía del apaño, el cuidado amateur allí donde el Estado no llega. Un catolicismo residual sostenido por mujeres mayores. Una periferia que solo se vuelve visible cuando puede ser consumida como anécdota. Todo eso está inscrito en ese rostro deformado que tantos aprendieron a reconocer sin querer mirar demasiado. Ahora que Cecilia ha muerto, la imagen queda sola. Sobrevive a su autora involuntaria, como sobreviven tantas imágenes a quienes las producen desde la necesidad y no desde la estrategia. La pregunta ya no es qué significa el Ecce Homo, sino qué hacemos nosotros con estas imágenes y con las vidas que quedan atrapadas en ellas.

Los artículos de opinión no reflejan necesariamente la visión del medio.

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