Opinión
Pisarse la lengua

Orgullo Crítico Madrid difundió en redes un nuevo posicionamiento contra la psicología que se ha saldado con la salida de varios colectivos históricos de este espacio. ¿Por qué se llenó la publicación de comentarios de reproche?

Psicólogo analista de la conducta con perspectiva queer e interseccional

@desmarcadxs

27 jun 2025 07:00

Desde hace varios años, la manifestación del Orgullo Crítico de Madrid (OCM en adelante) es, junto con la del Orgullo Vallekano, la elegida para marchar en defensa de nuestros derechos y aspiraciones por quienes no nos sentimos interpelades por el festival de marcas y empresas que es el MADO, que aprovecha estas fechas para vestir al gaypitalismo con sus mejores galas y continuar vaciando de contenido político nuestras existencias.

No es este el momento para explicar en detalle por qué es necesario que recordemos que lo LGBTIAQ+ no puede convertirse en una simple cuestión de colorines y el consabido y absurdo “love is love”. Baste decir que nuestra existencia, nuestras identidades, nuestras formas de relacionarnos, trascienden y desbordan los marcos de la normatividad y que esto tiene mal encaje con las instituciones de esta normatividad si no nos convierten, como buscan una y otra vez, en una caricatura higienizada, suavizada y expurgada de nosotres mismes.

Poco más de una semana antes del 28J esta organización publicó en su Instagram un carrusel de “nuevos posicionamientos”, uno de ellos relativo a la abolición de la psicología

Este año, sin embargo, y poco más de una semana antes del 28J, día en el que habitualmente se celebra la marcha del Orgullo Crítico, esta organización publicó en su Instagram un carrusel de imágenes bajo el título de “nuevos posicionamientos”, generando un conflicto que de momento se ha saldado con la salida de varios colectivos históricos del paraguas del Orgullo Crítico y la publicación, por parte de esta organización, de una “aclaración” que dejó a gran parte de nosotres exactamente igual que estábamos. ¿Qué es lo que tan mal ha sentado, entonces? ¿Por qué se llenó la publicación de comentarios en los que se les reprochaban estos posicionamientos tildándolos de procedentes del privilegio, de incomprensibles o de desatinados? Dentro de los nuevos posicionamientos, estaba incluido un señalamiento directo de muchas estructuras y cuestiones, pero el que más llamó la atención y al que yo voy a referirme fundamentalmente fue el relativo a la abolición de la psicología.

Reproduzco aquí algunas de sus frases: “(…) señalamos a la psicología como disciplina puesta al servicio del sistema. Lejos de ser una alternativa amable a la psiquiatría, opera como un dispositivo que regula la normatividad productivista imponiéndonos unos códigos de comportamiento afines al individualismo neoliberal. En nombre del bienestar y la salud mental, condena emociones y comportamientos, produce etiquetas que excluyen a quienes no se ajustan a sus marcos y vuelve a marcar la división entre una normalidad deseable y una anormalidad a castigar. Así, no solo genera diagnósticos, sino que se ha convertido en un agente reproductor del orden establecido que, lejos de cuestionar las condiciones materiales y los factores sistémicos que nos precarizan y aíslan, los invisibiliza incentivando una visión individualista sobre las personas y su sufrimiento”.

Posteriormente, proponen como alternativas otros espacios desde los que “gestionar el dolor y la angustia”, como “casas de crisis autogestionadas, el apoyo mutuo y las redes vecinales”, para terminar aclarando que “este proceso solo podrá darse a través de la abolición del trabajo asalariado y del capitalismo, ya que nos fuerzan a anteponer la productividad a nuestro placer, bienestar y autonomía, obligándonos a sustituir la gestión colectiva de nuestro sufrimiento por el adormecimiento de la rabia en la terapia individual. Caminar hacia la abolición de la psicología pasa por perseguir, al mismo tiempo, la eliminación de todas las violencias que nos llevan a recurrir a ella”.

Además de ejercer la psicología, también soy un maricón visible, no monógamo, y ahora mismo enfadado

Antes de continuar, y por una cuestión de demarcar claramente el lugar de enunciación desde el que abordo este tema, algo sobre mí. Soy psicólogo (doctorado en Psicología Clínica), he sido profesor universitario 9 años y llevo 15 años ejerciendo la terapia en el ámbito individual, aparte de 14 formando a terapeutas. Además de ejercer la psicología, también soy un maricón visible, no monógamo, y ahora mismo enfadado. Soy y he sido explícito en mis posicionamientos y compromisos políticos e ideológicos en todo espacio que he ocupado, cuestión esta que me ha acarreado un coste personal y profesional bastante elevado en los últimos años de mi desempeño profesional, viéndome obligado a abandonar espacios e instituciones, directa o indirectamente, por mis posicionamientos y existencia como persona queer. 

Soy también perfectamente consciente de las violencias que sufren (o sufrimos) por parte de las instituciones (sí, también las sanitarias) las personas psiquiatrizadas o psiquiatrizables por razón de nuestra divergencia en uno u otro sentido. Sé que un ingreso o una consulta en un servicio de psiquiatría pueden funcionar casi como una letra escarlata, un dato que sesgará con toda probabilidad a los profesionales sanitarios que tengan acceso al expediente y que pueden hacer (y de hecho hacen) que personas con graves problemas de salud sean mal atendidas o incluso displicentemente rechazadas con un “a ver si es que vas a estar muy nerviosa, que aquí pone que tuviste un ataque de ansiedad hace tres años”. Sé que esto impacta a poblaciones migrantes, discas y divergentes en cualquier otro sentido de una forma mucho más acentuada que a esa entelequia inexistente llamada “ciudadano promedio”. Ni qué decir tiene que conocemos todes la violencia insufrible de las retenciones físicas, los tratamientos de electroshock o la sedación innecesaria. También, como con cualquier otra disciplina sanitaria o atencional, la historia de la(s) psicología(s) está repleta de ejemplos en los que se ha maltratado a algún colectivo minorizado o se han retorcido datos para llegar a conclusiones que cuadraban con los sesgos de partida de los investigadores, particularmente en lo que respecta a la psicología diferencial y las personas racializadas y migrantes.

Todas estas violencias no deben ni pueden soslayarse o negarse, como tampoco se debe o puede impugnar la experiencia de todas aquellas personas victimizadas por instituciones que, valiéndose de la supuesta autoridad como expertos de psiquiatras, psicólogos y otros profesionales sanitarios, les han infantilizado y robado la agencialidad.

Es más: todas estas cosas se enseñan en las aulas universitarias. Yo lo he hecho, y yo no soy excepcional en esto, como no lo soy en ninguna otra cosa. La crítica y la advertencia en contra de replicar estas violencias forma parte de lo que se imparte en clases universitarias en asignaturas de corte clínico o ético. La explicación de cómo la psicología puede ser (y de hecho fácilmente acaba siendo en ciertos entornos) una herramienta de “normalización”, de castigo y eliminación de toda disidencia, no es una rareza. Hay, evidentemente, divergencias en cuanto a su explicación, y, lamento decirlo, muches profesores a quienes esto les parecería “meter la ideología en el aula”, como si silenciarlo o ridiculizarlo no fuera también puramente ideológico.

Y eso por no hablar de los diagnósticos; en el propio contenido de las asignaturas de evaluación psicológica hay, siempre, una crítica a los diagnósticos, como se elaboran y cómo se aplican. Es más, hay corrientes enteras, nada minoritarias dentro de la psicología, que no es solo que no diagnostiquen, sino que están técnica, epistemológica y éticamente en contra de la creación y aplicación de etiquetas diagnósticas. Por ejemplo, el Análisis de Conducta no solo no ve valiosas o útiles las etiquetas, sino que las considera directamente problemáticas y contraterapéuticas, aparte de técnicamente insostenibles.

Comparto la constatación de la realidad de las violencias psi, y que diagnósticos e instituciones se usan a menudo como herramientas de control y castigo de la divergencia

Entonces, ¿dónde está el problema? Si estoy diciendo que comparto la constatación de la realidad de las violencias psi, y que diagnósticos e instituciones se usan a menudo como herramientas de control y castigo de la divergencia, ¿qué es lo que me parece incorrecto de este posicionamiento?

Hay varias cuestiones. En primer lugar, el posicionamiento habla de “la psicología”, cayendo en un error fundamental. No es solo que esté mezclando “la psicología” con “la terapia psicológica”, cuando la psicología como ciencia del comportamiento tiene muchísimos ámbitos de aplicación, algunos de los cuales se alejan bastante de lo sanitario; es que, además, dentro de la psicología hay una multiplicidad de enfoques y corrientes que no comparten entre sí nada más que una conexión histórica, pero que divergen (y entran en conflicto) en objeto de estudio, método, objetivos, herramientas… De hecho, como decía más arriba, en el caso del Análisis de Conducta aplicado a la clínica, jamás se diagnostica, sino que se analiza cada comportamiento individualmente teniendo en cuenta el contexto en el que se da y la historia de aprendizaje propia de la persona. Todas esas acusaciones de apuntalar un sistema neoliberal, de individualizar el sufrimiento, de rehuír el señalamiento de las variables que más influyen con frecuencia en nuestros malestares (las sociales y contextuales) sencillamente no se pueden aplicar nada más que a un subconjunto muy pequeño de la psicología clínica actual. Y esto no es novedoso; incluso diría que dentro de la terapia psicológica actual, y fuera de reductos muy específicos, hablar del contexto, del papel del capitalismo como generador de malestar y sufrimiento, de tejer redes de apoyo colectivo, de no equiparar jamás lo “normal” (es decir, estadísticamente frecuente) con lo “bueno”, es el discurso mainstream, por suerte.

Cualquier persona que vea lo que se publica en redes, que preste atención a lo que psicólogues jóvenes y no tan jóvenes, particularmente dentro de la órbita del conductismo, están diciendo, verá que el énfasis actual está, precisamente, en identificar y señalar esos determinantes contextuales de nuestros dolores. Y no hablo de entornos académicos porque entiendo que no están accesibles para el público general, y porque yo mismo —que lo he abandonado— lo considero un contexto repleto de dinámicas perversas y seguidismos pero, incluso en ese suelo tan poco fértil, es muy frecuente ver hablar de este origen estructural de los sufrimientos, y aludir a lo colectivo como solución de más calado que la simple modificación del comportamiento individual. Me pregunto, entonces, de qué psicología hablan les compas de OCM, y por qué toman la parte por el todo.

Una de las cuestiones que más a menudo surgían en las aulas, cuando aún las habitaba en uno u otro papel, era qué podíamos hacer como profesionales de la psicología si, siendo conscientes no solo desde lo ideológico, sino también desde lo técnico y lo científico de que las causas últimas del sufrimiento estaban frecuentemente muy relacionadas con el capitalismo, el endoalocisheteropatriarcado y otras estructuras de opresión, nuestro trabajo era en última instancia “reparar” a la persona para que volviera a encajar como parte del engranaje de producción. Mi respuesta a esto es que no es incompatible explicarle a una persona cómo estas estructuras han influido o causado su problema con darle herramientas para que su vida se parezca más a lo que elle quiere que sea.

Tan erróneo me parece hacer a alguien “adormecerse” para aguantar más como decirle “no puedes hacer nada mientras no caiga el capitalismo”. En esto último, además, veo un poso de cierta casi inhumanidad

Tan erróneo me parece simplemente hacer a alguien “adormecerse” para aguantar más como decirle “no puedes hacer nada mientras no caiga el capitalismo”. En esto último, además, veo un poso de cierta casi inhumanidad; no, primero tiramos el capitalismo y luego ya nos encargamos de lo tuyo. Le veo una similitud demasiado intensa para ser casual con los postulados de estos supuestos nuevos partidos “de izquierdas” (nótese el entrecomillado) que consideran que cualquier lucha que no sea únicamente la de clases “distrae” o es “un caprichito neoliberal”. Estos partidos que no hablan de violencias machistas o que consideran que lo queer es una “trampa de la diversidad” venida a dividir las fuerzas del proletariado para que no identifique a su enemigo tienen el mismo tipo de respuesta cruel e insatisfactoria a los malestares actuales: ¿te pegan por marica? Bueno, tiramos el sistema de clases y luego echamos un ojo a eso. ¿Que matan a mujeres? Calla, que primero hay que acabar con el patriarcado y luego ya verás como eso se soluciona solito. Entiendo que es cómodo tener un enemigo tan omnipresente y tan obviamente perverso como es el capitalismo, y comparto el horizonte de su desaparición, pero ocurre que a veces necesitamos soluciones para ahora, para este mundo en el que estamos viviendo, el actual, no uno hipotético en el que tal vez pudiera ser todo diferente. Sé, por supuesto, que les compas de OCM han aclarado esto, o matizado, o han aludido a ello en cualquier caso, dejando claro que no se refieren a dejar en la cuneta a la gente que necesita ayuda psicológica (o médica, o recursos de trabajo social, áreas cuya “abolición” también parece ser un posicionamiento esencial para OCM) para vivir, en un sentido estricto y literal.

Sin embargo, parecen mantener la idea de que señalarnos a quienes ejercemos la psicología con compromiso y desde lo queer, para tratar de ayudarnos unes a otres a navegar este mundo, fortalecernos para poder continuar luchando y tener conocimiento y control sobre nuestro propio comportamiento es el camino a seguir. Leído ese posicionamiento, nada distingue en lo fundamental a la psicóloga que te da herramientas para controlar la ansiedad y poder disfrutar con tu con gente, el médico que te receta la PREP o la enfermera que está en un chill arriesgándose a ser detenida para mantener a salvo a todo el mundo, del antidisturbios que te golpea con la porra en una manifestación, el casero que te echa de tu piso o el psiquiatra (o psicólogo) que te condena a la contención física. Nada distingue a quienes navegamos las frecuentemente complicadas aguas de ser personas queer y proporcionar apoyo o ayuda a nuestra comunidad de aquellos que hacen que necesitemos ese apoyo. Tienen el detalle, eso sí, en sus “aclaraciones”, de decir que “[los posicionamientos] no son un veto a quienes ejercen estas disciplinas”, para luego hacer “un recordatorio de que ser kuir no borra tu capacidad para ejercer violencia”, aclaración aparentemente innecesaria si la profesión de la persona queer en cuestión fuera cualquier otra. Debe quedar bien claro, por lo visto, que las únicas personas queer sospechosas de ejercer violencia somos las dedicadas a las profesiones sanitarias y asistenciales, y no, por ejemplo, quienes trabajen como agentes inmobiliarias, peluqueros o abogades. Es un alivio que toleren nuestra presencia, que no nos veten, siendo tan indignes de esa magnanimidad y tan peligroses para la revolución.

Los grupos autogestionados y horizontales son perspectivas mucho más interesantes que los internamientos en hospitales. Pero claro eso podremos hacerlo cuando no vivamos en ciudades que hagan imposible echar raíces y crear una red

En lo que respecta a las alternativas propuestas, ya se ha señalado desde múltiples frentes lo difíciles que son. Ojo, esto no quiere decir que no me parezcan metas deseables; me lo parecen completamente. Los grupos autogestionados y horizontales son, indudablemente, perspectivas mucho más interesantes que los internamientos en hospitales o el aislamiento. Pero claro, y a riesgo de señalar lo evidente, eso podremos hacerlo cuando no vivamos en ciudades que hagan imposible echar raíces y crear una red, cuando no tengamos que elegir entre ayudar a mi amigue que está teniendo una crisis y dar el biberón de las dos de la mañana a mi criatura. Habría que señalar también que estos contextos tan frecuentemente idealizados como las redes horizontales de apoyo, los grupos de amigues o los espacios asamblearios muy frecuentemente no solo replican las violencias que se viven en otros espacios menos conscientes, sino que crean las suyas propias. Y no olvidemos que un cambio de sistema no lleva forzosamente a la desaparición de los problemas psicológicos: siempre que haya una sociedad a la que adaptarse, habrá problemas para hacerlo, sea bajo el capitalismo o sea bajo cualquier otro esquema. Todo esto es tan evidente por sí mismo que les compas de OCM lo saben perfectamente y aluden a ello en sus aclaraciones. Sin embargo, eligieron cuidadosamente qué poner y qué no poner en sus posicionamientos, cómo expresarse y qué destacar.

Nos encontramos en un momento de emergencia: la ideación suicida es mayor en personas LGBTIAQ+, las familias de mujeres sáficas están en el punto de mira en Italia y en las ciudades españolas la policía se está dedicando a una verdadera “caza del maricón” 

Eligieron destacar su horizonte (o vía, no queda claro) de abolición de las profesiones asistenciales y sanitarias dos semanas antes de la marcha en un momento de verdadera emergencia en lo que respecta a nuestra comunidad: la ideación suicida es mayor en personas LGBTIAQ+ que en quienes no lo son, buscamos y requerimos ayuda psicológica con más frecuencia que el resto de la población, y esto se está acentuando; las familias formadas por mujeres sáficas están en el punto de mira en Italia, por ejemplo, y en las grandes ciudades españolas la policía se está dedicando a una verdadera “caza del maricón” con absoluta impunidad y relatos de vejaciones y detenciones injustas aparecen cada dos por tres en nuestros feeds, por no hablar de la emergencia habitacional que afecta desproporcionadamente a quienes son vulnerables de cualquier otra manera, el insoportable racismo institucional y policial que se ha cobrado su última víctima en Abderrahim, en Torrejón, y todo esto con el telón de fondo de un genocidio emitido en 4k desde Gaza para el mundo. No tengo nada más que el respeto más absoluto para quienes dan su tiempo y su esfuerzo a la frecuentemente ingrata tarea de organizarse asambleariamente para la defensa de nuestros derechos, de debatir, de poner el cuerpo.

Por eso, en esta ocasión, me resulta incomprensible que estos posicionamientos se hayan considerado prioritarios e imposibles de flexibilizar o matizar, hasta el punto en que se ha preferido desde la organización de OCM que colectivos afines como Docentes LGBTIAQ+ abandonasen el Orgullo Crítico antes que recular. Decía alguien —no sé si de la organización— en BlueSky que no estábamos entendiendo el comunicado, que su función era PROVOCAR, así, en mayúsculas. ¿Provocar a quién y por qué? ¿A “la psicología”, una profesión feminizada y llena de personas LGBTIAQ+ en el ejercicio de la terapia, muchísimos de los cuales van (iban) al OCM? ¿A las asociaciones y colectivos de personas queer que practican su labor asistencial, formativa o sanitaria por y para su gente? ¿O al capitalismo, cuyos agentes desde luego no van a leer ni les va a importar ningún posicionamiento surgido de una asamblea de personas queer? Creo que el resultado está claro: se ha provocado, sí, y el efecto inmediato es la quema de puentes y la disolución de alianzas entre nosotres. Esto es lo que, por algún motivo, ha primado frente a la unidad del colectivo contra las amenazas que sufrimos.

Había en la primera publicación un comentario dirigido hacia OCM por parte de alguien que apoyaba el posicionamiento y que comenzaba con un comentario que, de alguna manera, muestra una parte importante de lo que está ocurriendo, en mi opinión. Decía “mucho ánimo con la oleada de cisgays blancos con barba y psicólogos de los comentarios”, dando a entender que las respuestas de estos dos grupos son ruido, poco más que un chiste y dejando patente, de paso, lo fácil que se olvida que una de las características más importantes de nuestra vida como personas queer es que podemos ser gays y trans, ace, arro, inter y tantas otras cosas que pueden no ser inmediatamente visibles. Digo que es significativo porque precisamente ese colectivo de “cisgays blancos con barba” es con el que se ceban los policías de paisano en su cruzada pretendidamente antidrogas (sin obviar lo que ocurre cuando además se trata de personas racializadas o mujeres trans), o el que está más en riesgo actualmente con el consumo problemático de drogas en contextos de chill y chemsex. Les están pegando y torturando, están muriendo de sobredosis, pero son “cisgays blancos con barba” y, por lo tanto, no son interlocutores válidos en lo que respecta a vivencias de opresión o su relación con la terapia psicológica. Si este razonamiento no se ve problemático, yo creo que estamos perdides.

Termino con una mención a la aclaración publicada por OCM. Si bien es de agradecer, aunque sea una semana después, que se publique algo que al menos muestra que no se están haciendo oídos sordos a las críticas, es bastante descorazonador que la respuesta sea un “te lo voy a explicar más despacio, que se ve que no lo has entendido”. Creo que el problema, para muches de nosotres, no era la falta de comprensión. No es, al fin y al cabo, un texto tan complicado como para no entenderlo, ni un razonamiento tan elevado como para estar solo al alcance de unes cuantes, aunque confieso una animadversión profunda por la palabra “abolición”, tan convenientemente sonora y tan afortunadamente nebulosa: cuando no se marca una hoja de ruta clara, “abolición” puede significar lo que queramos que signifique, y bien podríamos cambiarla por “pitufar”.

Todo movimiento tiene sus tiempos y su ciclo vital, y tal vez estamos asistiendo al momento en el que OCM debe refundarse o repensarse en profundidad

La condescendencia que empapa ese comunicado, en mi opinión, convierte su publicación en el equivalente comunicativo de apagar un incendio con gasolina. Pareciera que hay un intento de ocultar más que mostrar con el lenguaje, un jugueteo de pretendida radicalidad pero vacío con la K, un sacar la lengua tanto que nos la pisamos, un ejercicio de sí-pero-no, un trilerismo verbal para dar la impresión de que uno se mueve cuando se queda en el sitio, cosa evidenciada por el hecho de que los colectivos que se fueron, incluyendo el Orgullo Vallekano, a día de hoy, no han vuelto. Hoy estamos más dividides, más débiles, más disgregades, menos dueñes de nuestros propios espacios, y esto es preocupante. Todo movimiento tiene sus tiempos y su ciclo vital, y tal vez estamos asistiendo al momento en el que OCM debe refundarse o repensarse en profundidad. Tengo la absoluta confianza de que, en su seno, hay personas con doble militancia para las que no solo está siendo realmente difícil la situación, sino que están dejándose la piel para que sea un movimiento de aglutinación de las luchas queer, y deseo de corazón que podamos volver a marchar juntes contra el capital, la norma y el statu quo opresor. Espero que sea así el año que viene.

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