Opinión
El Robe y los locales
En 2014, muchos de los sospechosos habituales en los locales de ensayo nos habíamos ido a estudiar o estábamos ya trabajando fuera. Pero volveríamos al pueblo cada verano, cada Navidad o cada Semana Santa con más ganas que nunca de volver a congregarnos allí, encender los amplificadores y desgañitarnos hasta las tantas. Allí nos esperaban siempre los amigos con charlas inagotables para ponernos al día y para rajar de música y cultura, de mucha política y, en fin, del sexo de los ángeles.
Además de músicos embrionarios o de pleno derecho, entre los asistentes a los locales había —y hay— técnicos de luces y de sonido, electricistas, carpinteros o sencillamente motivados y manitas de toda ralea. Por eso los locales están hechos con las aportaciones de sus parroquianos. La apacible iluminación del local 1, con su altillo y sus sofás destartalados donde solía descansar la perra Lluvia mientras sus colegas humanos entraban y salían durante unas jams sessions eternas. El local 2 con su amplitud, sus instrumentos en buenísimo estado y su equipazo de sonido. El abarrotado local 3 con sus altavoces cascados, el pie de micro hecho con una cadena y las alfombras hasta el techo haciendo las veces de trampas de graves. Y, sobre todo, el local común, con su reproducción del Guernica, su barra y su escenario cuyas tablas acogen desde ensayos de las chirigotas carnavalescas hasta los batiburrillos anuales, donde suena rock, punk, heavy, blues y lo que se quiera.
También en 2014 empezaríamos a oír rumores sobre la supuesta disolución inminente de Extremoduro y recibiríamos la noticia de que al Robe le otorgaban nosequé medalla de Extremadura. Aunque esto pasó sin pena ni gloria para nosotros, claro, ya que ante cualquier acto que oliera mínimamente a institucional compartíamos los preceptos del Iros todos a tomar por culo.
Y tal vez pasara desapercibido entre nuestras filas porque nosotros ya teníamos aquello que el Robe pidió en su humilde discurso en la ceremonia de entrega del galardón. Concedió pocas entrevistas y rara vez ocupó espacios públicos, y en esta ocasión dio en el clavo. La generación de los nacidos en la sierra de Aracena entre los años 80 y 90 tuvimos el inmenso privilegio de contar con unos locales de ensayo públicos, autogestionados por la asociación local Nos Falta el Bajo. Gracias al espacio comunitario de los locales, la asociación no tardaría en encontrar bajistas y guitarristas y baterías y teclistas, e incluso llegaría a organizar un festival.
Los músicos salían de debajo de los empedrados y, ahora que sobraban, se montaban y desmontaban grupos en función de los componentes que hicieran falta. En prácticamente todas las formaciones había una constante: versiones de Extremo y de Platero. Los temas del Robe y del Uoho eran brújulas musicales para nuestros dedos y nuestras muñecas, deseosas de ensanchar las limitaciones inherentes a las escalas pentatónicas y a las partituras y a los redobles de tambor. “Bribriblibli”, “Juliette”, “Decidí”, “La vereda”, “Pepe Botika”, “Ama”.
Necrológicas del Robe ya hay a diestra y siniestra. Hasta Feijóo le ha dedicado unas palabras. Porque la máscara de irreverencia desaforada del extremeño, que tantas pasiones extremas suscitaba en el mundo analógico de los años 90 e inicios de los dos mil, fue poco a poco desvelando su ternura elemental sin perder ni un ápice de su naturaleza arrolladora. El berrido se mantuvo a su manera, aunque el aire se fue entrecortando. El hastío existencial sacó un poco la cabeza de los márgenes para dirigirse a todos los públicos. Era eso o morir. Entre los colegas lo habremos hablado unas mil veces.
En el pueblo de Aracena, que no tiene demasiadas apreturas, los locales no fueron —no son— una utopía sino un espacio intergeneracional al que los chavales presentes y futuros van a tocar música, a hablar, a hacer lo que les da la gana. Hay camaradería a espuertas porque allí se crea y se comparte, se vive y se convive. En verano se improvisan cenas de tomates rajaos con sal a la fresca, en invierno nos apelotonamos dentro para darnos calor unos a otros. De allí surgió una generación entera de jóvenes apegados de por vida a la música. Como predijo el Robe en su petición, allí en los locales ganamos todos.
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