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Opinión
“Tener correa” y la ridiculización del afecto

Imagina ser Pablo. Tienes 20 años, te va bien en los estudios, disfrutas de tus amigos y valoras tu independencia. Tienes ambiciones, aficiones y tiempo para ti. Existe equilibrio en tu vida. Hace poco más de un año te enamoraste, y desde entonces mantienes tu primera relación.
Es viernes, y esta vez, te perderás parte del plan con tus amigos. Quedas con Laura. Dos minutos después de escribirlo en el grupo de WhatsApp, Diego escribe, sanciona: “correa”. En cuestión de segundos, el chat se llena de respuestas parecidas, emoticonos de perros con correa incluidos. Hace tiempo que esta broma forma parte de vuestro código interno. Esta semana te ha tocado a ti, pero lo cierto es que os vais pasando el relevo: de semana a semana, la broma le toca a aquel chico que se salga de lo establecido, el que prioriza una cena con su pareja, el que se queda a dormir con ella, el que decide no aparecer por una noche.
“Tener correa” es un comentario que hoy en día cualquier pareja joven (generalmente conformada por un un chico y una chica) ha escuchado. A ellos: “te tiene con correa”. A ellas: “le llevas con correa”. El algoritmo de Tik Tok de cualquier chico joven se ha inundado alguna vez de vídeos sobre el tema, con jerga del tipo “no sale porque tiene correa”, “hoy no hay FIFA, la correa aprieta”.
Sin ánimo de demonizar una broma que, a simple vista, parece inofensiva, vale la pena observar qué dice de nuestras dinámicas y de cómo entendemos las relaciones. La expresión “tener correa” no habla tanto de lo que pasa en la pareja, sino de lo que pasa en el grupo masculino. Es una forma de marcar límites a lo que se permite sentir, elegir o vivir como chico joven.
No me refiero a los casos en los que sí existe un control real en la relación, donde una mujer ejerce poder sobre su pareja. En esas situaciones, hacer la broma de “tener correa” no sólo satiriza una dinámica de abuso (trivializando cuando la víctima es un hombre), sino que además lanza el mensaje de que, si el control lo ejerce una mujer, hace gracia. Se minimiza el daño, se ridiculiza a quien lo sufre y se refuerza la idea de que solo un hombre débil podría estar “sometido” por una mujer. Por tanto, aquí la broma ni siquiera debería plantearse.
En estos casos, se ridiculiza a las mujeres por ejercer agencia en una relación (“te domina”, “te manda”, “te controla”), pero sobre todo se ridiculiza a los hombres por aceptar esa agencia (“te dejas mandar”, “no tienes huevos”, “hace lo que quiere contigo”). Aquí la broma revela una desigualdad muy arraigada sobre quién puede ejercer poder sin ser juzgado.
En este contexto, la broma es muy vieja. La sátira del “hombre dominado por su mujer” ya era un tema recurrente en el teatro europeo de los siglos XVII a XIX: en comedias como las de Lope de Vega o Molière aparece la figura del marido débil y la esposa dominante —porque sin marido débil no hay esposa dominante—. Lo que hacía gracia entonces, y sigue haciéndolo hoy, es que un hombre que hace caso a su mujer pierde toda su virilidad.
Además de antigua, la broma es repetitiva, hasta el cansancio. Ha sido el cuerpo de tramas de sitcoms clásicas estadounidenses, y también de programas españoles como Escenas de Matrimonio.
Tampoco me refiero al hombre que deja de hacer cosas que le gustan o de tener su propio espacio, como viajar o salir con sus amigos, por la presión de su pareja. Ese tipo de situación tampoco debería ser motivo de broma y no tiene que ver con “tener correa", tiene otro nombre: dependencia emocional.
Pero, como digo, no me quiero remitir a estos casos. No estamos hablando de la “novia controladora que lleva con correa a su novio”, sino de la novia como excusa simbólica para trasladar a ella la responsabilidad de una decisión que ha tomado él por voluntad propia.
Sólo se valida lo que se ajusta al ideal de “libertad masculina”, entendida como desapego, independencia, y muchas veces, desinterés. Se ridiculiza el afecto: el amor o el compromiso te vuelve menos hombre.
Existe una presión muy fuerte (fruto asimismo del sistema patriarcal) sobre los propios hombres para que no amen demasiado, no cuiden demasiado. El ideal de “libertad masculina” tradicionalmente se entiende como independencia, desapego, y muchas veces, desinterés. Volvamos a Pablo. Durante toda tu adolescencia, te ajustaste a ese ideal. Aunque no conocías otra forma de vivirlo, realmente lo sentías así, y aún hoy sigues disfrutándolo.
Hoy es viernes. La Navidad se acerca, y esta tarde Laura y tú vas a patinar sobre hielo. Ella ha subido un BeReal, en el que se te ve sonriente y empapado, quitándote los patines. Tú nunca subirías algo así, pero no te paras a pensar por qué.
De todos modos, tus amigos siguen la cuenta de Laura, y esa noche, cuando vas a cenar con ellos, se comenta. La broma ni siquiera tiene forma, simplemente se ríen de que hayas pasado tu tarde en la pista de hielo. Presuponen que algo así solo has podido hacerlo desde la obligación, y no desde el deseo. Laura se convierte así en un pretexto: aunque no haya dicho ni exigido nada, aunque no haya tenido nada que ver, se le atribuye ese poder, y además, se ridiculiza. Tú no dices nada, pero sabes que la verdad es que realmente te apetecía mucho hacer ese plan. Fuiste tú quien hace unos días vio cómo montaban la pista en la plaza y se lo propusiste a Laura. Has esperado toda la semana a que vuestros horarios por fin pudieran cuadrar hoy, por eso has faltado a la quedada por la tarde. No dices nada, ni siquiera te detienes a pensarlo. Solo esperas a que la conversación pase a otro tema, sabiendo que dentro de unos días serás tú quien estará al otro lado de la broma, cuando uno de tus amigos elija no jugar esa noche para ver con su novia su programa favorito.
Este tipo de razonamientos no hacen otra cosa que negar a los hombres su autonomía emocional y desautorizar su voluntad cuando no encaja con lo esperado: sólo se valida lo que se ajusta al ideal de “libertad masculina”, entendida como desapego, independencia, y muchas veces, desinterés. Se ridiculiza el afecto: el amor o el compromiso te vuelve menos hombre.
No se espera que cuides tanto, ni que te comprometas tanto. Y si se espera, no se espera que sea por algo más que por obligación. ¿Te has parado a pensar por qué te da vergüenza decirles a tus amigos que le escribiste una carta a Laura? ¿No te cansa cada vez que el grupo, que debería ser un lugar de apoyo, se convierte en una especie de policía emocional?
Y es que nuestra cultura popular está llena de estereotipos del “hombre enamorado” como sinónimo del “hombre débil”. La narrativa no es nueva: el hombre lleva desde el principio de los tiempos “cayendo por influencia de la mujer”, aunque la decisión sea suya o compartida. El antecedente más claro es la figura de Eva en el Génesis. Aunque Adán come del fruto del árbol por voluntad propia, la culpa se atribuye a Eva por “haberlo convencido”. Es uno de los grandes mitos que construyen la idea de que la mujer desvía al hombre de su camino “natural”, como cuando, semanas después de ese viernes, uno de los amigos de Pablo no sale de fiesta un sábado porque decide cenar con la familia de su novia.
En la Odisea, Ulises pasó 20 años llenos de aventuras fuera de casa, pero su destino final era su esposa. El héroe deja la aventura por Penélope. Aunque su decisión era volver, muchas lecturas modernas representan a Penélope como el fin del deseo.
En redes sociales, es una constante. El meme del amigo que, después de empezar una relación, “muere”. El famoso “soldado caído". Un hombre con novia es una pérdida para el grupo.
Más allá de ser una broma, calificar estas situaciones como chicos “llevados con correa” , es una expresión cultural de cómo una parte de nuestra generación entiende las relaciones, la masculinidad y la autonomía. Sin criminalizar el humor, ponerle nombre a la situación ayuda. Si un chico como Pablo identifica lo que está ocurriendo —que se está usando una broma para invalidar su decisión libre—, puede decidir no tomárselo como un ataque, sino como una señal de que hay cosas que aún cuesta aceptar en ciertos entornos. Llamarlo por su nombre le da poder.
Desmontar esta lógica pasa por entender que los grupos cambian desde dentro. La broma se reproduce porque nadie la cuestiona. Si alguien del grupo empieza a devolverla con otra perspectiva, puede generar una apertura para replantear el tema.
Es crucial normalizar que el cuidado, el afecto y el amor no son signos de debilidad, sino de decisión, como parte de un ejercicio para validar la autonomía afectiva de los hombres.
Es crucial normalizar que el cuidado, el afecto y el amor no son signos de debilidad, sino de decisión, como parte de un ejercicio para validar la autonomía afectiva de los hombres.
Esto pasa por hacer una revisión de la masculinidad tradicional, que valora la independencia, la dureza emocional y la fidelidad al grupo masculino por encima de todo. Debemos trabajar para que esta sea la última generación que perpetúe esos valores, y abrir espacios donde los chicos puedan expresar afecto sin miedo a ser juzgados.
El chiste de la correa no es nuevo, es una forma contemporánea de repetir viejas ideas: que las mujeres con poder son motivo de broma, que amar y cuidar es perder libertad.
Busquemos otras formas de relacionarnos, más libres, recíprocas, y menos condicionadas por los moldes de siempre. Comencemos por aceptar y fomentar una masculinidad libre y afectiva, que permita a los hombres expresarse sin restricciones ni estigmas.
Así que, Diego, tu amigo se ha enamorado. Déjale sentirlo. Con un poco de suerte, quizá algún día tú también te sientas libre de hacerlo.