Pequeñas grandes victorias
El multiplicador de fuerza

En el caso de los humanos, uno de los grandes debilitadores se condensa en las palabras “cargarse de razón”.
Belén Gopegui

Escritora

24 dic 2023 05:00

También lo llaman abretarros, pero es mejor la expresión de un amigo: multiplicador de fuerza. Triangular, redondeado en el vértice y con una goma en su interior, esta herramienta para la vida cotidiana multiplica la fuerza de las manos.

Quizá lo contrario de un multiplicador de fuerza sea la kryptonita, ese mineral imaginario cuya radiación debilita los poderes del superhéroe. En el caso de los humanos, uno de los grandes debilitadores se condensa en las palabras “cargarse de razón”. Ferlosio, al describir la acción que designan, puso el énfasis en la pasividad: quien se carga de razón “no es alguien que haga algo, sino alguien que permanece inmóvil mientras otro, añadiendo torpeza sobre torpeza, error sobre error, injusticia sobre injusticia o maldad sobre maldad, viene de alguna forma a convertirse en un auténtico motor que carga de razón (y creo que cuadra la eléctrica metáfora) la dinamo o la batería del primero, como si acumulase un potencial moral a favor de éste”. Lo considera la imagen más viva del fariseísmo, definido como “construir la propia bondad con la maldad ajena”.

Cuando el cargarse de razón se produce entre personas o posiciones que están en bandos próximos o, grosso modo, en el mismo bando, la metedura de pata ajena no debería cargar ninguna batería, ni causar ese insano pero real placer que se produce cuando un bando cree ver aumentar su cantidad de razón, su “saldo moral”. Lo lógico sería sentir tristeza por tener ahora ambos menos fuerza. En lugar de una cuenta a favor en el saldo propio, el error ajeno podría generar deseo y necesidad de completar la perspectiva equivocada. Sin embargo, el placer sucede, y no es fácil apartarlo.

Aún menos fácil es complementar la perspectiva propia con esa que se quiere opuesta, contraria, imaginar la parte de verdad que hay en el argumento ajeno. Quizá porque cuando se trata de elegir prioridades para la acción política, a menudo solo hay honestidad en la convicción de que modificar ligeramente el marco propio devendrá en daño para las personas afectadas. ¿Cómo hacer uso del tiempo muerto, o tomarse un respiro para recapacitar, ahora que todo parece tan urgente?

No obstante, se sabe, si el debilitador entra en acción, el resultado de la disputa será menos que cero. Entonces, ¿la propuesta consiste en evitar disputas mediante componendas, buenas palabras, falsas reconciliaciones? No.

Hay formas de distinguir entre la voluntad de doblegar al otro y la voluntad de regular en común los tiempos. Hay maneras de separar los intereses que simplemente son distintos de los que chocan entre sí. Y, sobre todo, es posible tener presente que de ese choque puede salir algo mejor, un plan de acción más útil.

Contra la kryptonita política, vengo a recomendar un multiplicador de fuerza específico, el libro Grupos inteligentes, de José Ángel Medina y Fernando Cembranos. Porque el cómo es el qué. Porque las grandes palabras a veces han de ceder el paso a la prosa pequeña de los procedimientos para trabajar en común, y esos procedimientos se aprenden: no son innatos, no tienen necesariamente que ver con el carisma, ni con la bondad de los principios que se defienden, ni con su oportunidad.

Imagino que si usted y yo fuéramos, qué sé yo, eso que llaman colapsista o eso que llaman no colapsista, o parte de cualquier otro grupo próximo pero enfrentado, al leer esto cada cual consideraría que los errores de procedimiento atañen solo al supuesto enemigo cercano. Multiplicar la fuerza es, en cambio, salir de sí, porque hoy la victoria no está en que tu árbol sea mejor que el mío o viceversa, sino ser capaces de conseguir que ambos den sombra, en lugar de arder.

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