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Perfiles con tiempo
Miguel Tadeo, pintor: “Cuanto más conocimiento tienes, más sabes lo poco original que eres”
La insoportable indiferencia fue el título de la exposición que el pintor Miguel Tadeo (Logroño, 1986) ofreció en la Casa de Vacas del Retiro (Madrid) en el verano de 2024. Quien visitó la muestra pudo contemplar una serie de lienzos en los que cuerpos y rostros marcados por el desasosiego, tal vez por el dolor, aparecían representados en un momento de particular intensidad. Miraban con fuerza, como si sus ojos y gestos contuvieran lo esencial de una vida. El propio autor ofrecía unas palabras a modo de introducción: “Hay momentos en la vida en los que nos asestan un golpe. Tarde o temprano, todos sufrimos ese instante en el cual la realidad impacta contra ti y, si no estás preparado, te anula, te desintegra. Provoca un dolor que se aloja en las llanuras abisales de nosotros mismos que se nos queda de por vida”.
Los lienzos de La insoportable indiferencia mostraban un retrato de esas llanuras abisales: el torso desnudo de un hombre sentado que muestra las palmas de sus manos, la cabeza apoyada sobre una mesa de cristal que la refleja, la mirada desesperada de quien parece dispuesto a hacerse daño.
Para conocer a Miguel Tadeo nos acercamos meses después —una tarde del pasado mes de noviembre— a su estudio, que es también su casa, en un barrio de Madrid.
Son las cinco de la tarde. Nos recibe en un salón amplio: el espacio en el que pinta. Ha hecho una pausa para conversar. Huele a aguarrás. En un lateral se acumulan varios lienzos embalados. En el lateral opuesto, sobre el sofá, destaca un autorretrato del propio pintor, el único cuadro colgado en la estancia.
Presentó su primer cuadro a un certamen y Antonio López se enamoró de aquel lienzo que representaba la imagen de un hombre sobre la cama al que le habían amputado las piernas
En el tiempo compartido de conversación, Miguel Tadeo sonríe cada vez que quiere matizar alguna de sus palabras. Sonríe también al referirse a los giros más inesperados de su vida. Giros como la ocasión en la que presentó su primer cuadro a un certamen y el pintor Antonio López (Tomelloso, 1936) se enamoró de aquel lienzo que representaba la imagen de un hombre sobre la cama al que le habían amputado las piernas. “La sábana se cortaba de repente”, rememora al aludir a aquel cuadro que evocaba una imagen que se le había quedado grabada desde niño. Giros como el hecho de que ese cuadro se lo robaran en una mudanza de Salamanca a Madrid. Giros como el de 2020: acababa de dejar en febrero un trabajo para dedicarse plenamente a la pintura y al mes siguiente estalló la pandemia; el inicio de esa nueva etapa estuvo marcado entonces por una soledad excesiva. Y sonríe al aludir al momento de placidez en el que se encuentra. Habla de la felicidad de pintar en casa y de compartir ese espacio con su marido. “Ese arte melancólico tan romanticista que bebemos mucho los artistas está tornándose de otro color”, explica.

Para acercarse a la pintura de Miguel Tadeo puede servir de brújula la tríada a la que alude en uno de sus textos: conocimiento, técnica e intimidad. “Cuanto más conocimiento tienes, más sabes lo poco original que eres”, dice para resumir su pasión por aprender, por indagar en la tradición para colocar en sus justos términos cualquier presunto hallazgo. En su caso, su formación se inició en el taller de un artista local en Logroño, donde aprendió a encajar y a dibujar a carboncillo. Continuó más tarde con los estudios de Restauración de Bienes Culturales en Valladolid y de la especialidad de Documento Gráfico en Salamanca. Mientras se formaba en el cuidado de obras ajenas, tuvo la inquietud de saber si tenía mano para la pintura al óleo. Comenzó en aquel tiempo a realizar copias de los artistas que más le atraían: Vermeer, Durero, Velázquez. Solo entonces, cuando supo que podía acometer la pintura al óleo con destreza, pintó su primera obra propia sobre lienzo. De modo que su primer cuadro —el lienzo que representaba a un hombre con las piernas amputadas— lo terminó cuando tenía 25 años.
“Creo que el artista tiene que tener un conocimiento técnico de lo que está haciendo, al menos por respeto a la obra”, apunta Tadeo
De esta trayectoria atípica —ajena a modas y grupos— se deriva un profundo respeto por la técnica. “Creo que el artista tiene que tener un conocimiento técnico de lo que está haciendo, al menos por respeto a la obra”, apunta. Es consciente de que sus años de estudio y su trayectoria como restaurador le permiten disponer de una técnica sólida, del conocimiento de los materiales, los procedimientos y los tiempos necesarios para la elaboración de una obra que pueda perdurar. Mientras conversamos, señala un lienzo que acaba de montar sobre el bastidor. Antes fijaba la tela con clavos de metal, pero desde hace tiempo ha optado por unas grapas inoxidables que dañan menos el lienzo. Suele fabricar los estucados y las imprimaciones. Para los colores, se inclina por las marcas holandesas que reproducen los procesos clásicos de elaboración de pigmentos. Nos muestra su cromoteca: los tarros con la gama de colores que emplea. Y en cada explicación queda el poso de que una obra es un proceso concienzudo, lento, pausado, donde la técnica juega un papel esencial. Un proceso en el que intervienen múltiples elementos —las fotografías con distintas profundidades de campo como referencia, la investigación detallada sobre el tema— y que desemboca en una creación en la que han de correrse riesgos. “A veces vamos demasiado rápido y queremos acabar ya el cuadro. O te hastías y lo quieres abandonar. Pero en el fondo tú sabes que lo puedes hacer mucho mejor si te pones y te concentras. Pero a veces el ser humano no puede más y se agota”.
El tercer factor late en las obras presentadas en La insoportable indiferencia: intimidad. “Siempre me saturo antes del ruido, de la algarabía, que del silencio. Estoy mucho más cómodo en el silencio que en el ruido. Y esa intimidad me ayuda a conectarme mejor con la obra. Se genera como un aura de trabajo, de concentración maravillosa”. Late también en el propio estudio del pintor, en el que el encuentro para esta conversación es tan solo un momento de pausa. Cuando nos vayamos, seguirá pintando. “Es un trabajo paulatino, pero constante. No ceso. Es lo que quiero hacer. No hay ningún drama”.
Ese trabajo cotidiano y constante es la consecuencia de una decisión tomada en febrero de 2020: dedicarse plenamente a la pintura, a la creación de su propia obra. “Fue genial, porque era algo que estaba gestando desde hace meses. De repente, decirlo fue como una liberación”. La clave del arco de aquella decisión la tuvo muy clara: “Tiempo para equivocarte vas a tener. Si te sale mal la jugada, ya encontrarás un trabajo”. Aquella clave contenía también el deseo de no quedarse con la duda. “¿Qué hubiera pasado si…? ¿Qué hubiera pasado de hacerlo? Esa duda hubiera sido mucho peor que arriesgarte y fracasar”.

Está anocheciendo. El mes de noviembre acorta las tardes y alarga las noches. Miguel Tadeo nos muestra algunos detalles del autorretrato que cuelga sobre una de las paredes. Se detiene también en explicarnos la función de algunos objetos de la estantería.
Y, en el tiempo detenido de una tarde de otoño, queda también la sensación de que el pintor está caminando hacia nuevos terrenos, como la abstracción y una mayor exposición de su obra y del proceso creativo. “Veo la abstracción como cuando quieres decir algo, pero te lo callas, por vergüenza o porque igual no lo tenías claro, o por miedo”, comenta. Lo que se quedó sin decir y va quedando, lo que se quedó en el umbral, forma parte de los nuevos caminos que explora Tadeo.
También quiso dar un salto en la exposición La insoportable indiferencia y pintar allí ante el público. “He querido romper. Igual por influencia de Antonio López, que le encanta salir y pintar con gente y que no le molesta”.
Salir y pintar. Explorar lo no dicho.
Nos despedimos del pintor agradeciendo la intimidad compartida.