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Personas sin hogar
Las personas sin hogar: los ojos a los que no nos atrevemos a mirar
Hace apenas unos pocos días que ha dejado de llover durante casi toda la jornada en la ciudad de Valencia. Durante esas largas dos semanas, Pepe consolaba a los presentes alegando que al menos no hacía frío: “Dicen en la radio que rondan los 13 grados”. Las lluvias han cesado, al menos de momento, pero por lo demás la rutina se repite: en el transistor, dispuesto entre mantas y abrigos que hacen las veces de almohada improvisada, suena la reconocible voz de Aimar Bretos. El reloj marca las 10 de la noche pasadas y ya ha empezado el programa de cabecera de Pepe, “este en el que habla el que era vicepresidente”. Le gusta porque “son gente entendida, saben de lo que hablan”.
A Pepe le preocupa “la guerra de Putin” y cree que va a traer, además de muertes, más pobreza y después riqueza para otros. Le fascina la complejidad del mundo y del propio ser humano, al cual analiza —prácticamente desde fuera— con extrañeza. “El ser humano es muy raro”, alega diciendo no entender la crueldad de algunas personas.
Pepe tiene 78 años y vive en la calle desde julio de 2021. Nació en el valenciano barrio de Orriols, “al lado del estadio del Levante” y luego se mudó a l’Olivereta. Desde que era muy joven, su padre y uno de sus hermanos cayeron en una situación de dependencia y se hizo cargo de todo. El resto de los familiares se desentendieron y fue él quien, durante 40 años, se encargó de los cuidados. “No tenía vida. Mi hermano tenía síndrome de Down y una operación que salió mal lo dejó en cama”. Cuenta que salía a comprar y volvía corriendo a casa porque no lo podía dejar mucho tiempo solo ya que “su situación era muy delicada”.
“Lo hice lo mejor que pude, quizá otra persona lo habría hecho mejor, pero le puse todo mi amor”. Cuando habla de su hermano, se hace perceptible su emoción y se abre en canal. “No nos hablan sobre la muerte, no nos enseñan que es natural. Cuando mi hermano ya estaba muy enfermo lo ingresaron en el hospital y lo sedaron, cuando murió, entré en su habitación y vi que su cara sonreía, ya había acabado el sufrimiento”, dice mientras se toca la cara como si fuera ajena. “Lo siento, no me esperaba llorar”.
— Pepe, ¿cómo estás? ¿Necesitas algo? –interrumpe un vecino del barrio desde lo lejos.
Fingiendo normalidad, Pepe le dice que no, que tiene comida, mantas… que la gente le cuida mucho. Cree que es debido a que no crea problemas, que es educado, que no molesta a nadie. Incluso a veces se preocupa porque cree que ocupa demasiado espacio en la parada de autobús en la que se resguarda de la lluvia. Tras una pequeña charla cordial, el vecino recuerda que la radio falla de vez en cuando y se compromete a traerle una nueva. “La que tengo a veces no sintoniza los canales, ya no funciona bien”, asegura Pepe.
Antonio es otra de las personas sin hogar que reside en Valencia. A pesar de la lluvia y el frío de semanas como la pasada, cubre sus pies únicamente con unas chanclas. Cuenta que tener el pie cerrado agobia una vez te has acostumbrado a tenerlo al aire libre. También escucha la radio, pero se la dosifica durante el día para no quedarse sin pilas. Escoge, generalmente, los deportes o los informativos y se detiene en la cadena según el programa que esté sonando. Afirma que le hace compañía y que la echaba de menos. “Se me rompieron los auriculares. En cuanto dejó de funcionar uno, al poco tiempo se estropeó el otro también. Esto es por la obsolescencia programada”, dice con una risa resignada. Un miembro de la ONG InVisibles le ha traído unos auriculares nuevos y Antonio pregunta cuánto han costado. La etiqueta marca 2,95 euros y el precio le parece excesivo. “Ya sabes que quiero salir yo solo adelante”.
La invisibilidad es una situación que sufren constantemente las personas que viven en la calle, sentir que nadie los ve, que nadie quiere mirar a los ojos a una realidad incómoda que se opta por ignorar
InVisibles es una de las muchas organizaciones que ayuda a las personas sin hogar en Valencia. Ofrecen comida y abrigo y lo utilizan como puente para llegar hasta las personas y poder “crear una relación de confianza en la que puedan sentirse cómodos, arropados y escuchados”. La organización nació en 2016, en plena ola de frio, y recibió ese nombre por los lamentos de un joven que lloraba desconsolando al rezo de “soy invisible”. Esta es una situación que sufren constantemente las personas que viven en la calle, sentir que nadie los ve, que nadie quiere mirar a los ojos a una realidad incómoda que se opta por ignorar. Constantin trabaja como aparcacoches callejero y lamenta que hay gente que ni le responde a los “buenos días”. “No es necesario que me den nada, no es obligatorio, pero al menos respóndeme”, espeta enfadado.
Desde la ONG estiman que, solo en la ciudad de Valencia, viven entre 700 y 800 personas sin hogar y aseguran que han percibido un aumento en este último año. Rosana Villena, presidenta de Invisibles, achaca este incremento a razones como la subida del precio del alquiler, la pandemia, o la pobreza energética.
“Los prejuicios sobre la gente que vive en la calle se rompen en cuanto hablas cinco minutos con alguno”, asegura Villena. Cree que los perfiles son muy heterogéneos y que la realidad es mucho más amplia de lo que nos pensamos, “lo único que tienen en común es la falta de una vivienda digna”, concluye.
Rosana Villena, presidenta de Invisibles, achaca el incremento de personas sin hogar a razones como la subida del precio del alquiler, la pandemia, o la pobreza energética
Pepe se quedó en la calle porque el dueño de su piso quería utilizarlo como vivienda de arrendamiento vacacional. Igual que la mayoría de personas en su situación, tiene muy difícil conseguir un nuevo alquiler por diversas razones. La brecha digital le impide tener entrada a los portales habituales de búsqueda de pisos, ya que se hace mediante internet y dispositivos tecnológicos a los cuales no todo el mundo puede ni sabe acceder. Su edad es otro escollo importante debido a que la mayoría de los alquileres disponibles buscan el perfil de estudiantes y, por último, la dificultad de no tener un contrato de trabajo, requisito muy demandado.
“Cada vez nos encontramos a más personas que, aun teniendo una prestación económica, siguen en la calle porque no pueden acceder a un piso”, asegura Felipe Bobis, coordinador del área de Reinserción Social de Amigos de la Calle. Su labor, entre otras, es ayudar a las personas sin hogar a encontrar una vivienda digna y afirma, “no es nada sencillo”. Cuenta que tienen que ocultar su situación de calle ya que “eso les cerraría más puertas” y que encontrar arrendatarios que quieran hacer contrato —necesario para poder empadronarse— es una absoluta quimera.
Andrei llegó hace cinco meses a Valencia con la promesa de unas condiciones laborales muy distintas a las que se encontró. Vio en internet una oferta de trabajo en la recogida de la naranja, que incluía alojamiento y contrato. Tiritando y con discurso acelerado habla sobre el compañero de habitación que le habían asignado. “No dejaba de fumar, beber y gritaba todo el tiempo”. La habitación era como una celda, explica recreándola con el movimiento de sus brazos. Acto seguido y sin permitir asimilar las dimensiones de la habitación, cuenta que esa promesa de contrato era falsa y que lo tuvieron trabajando dos meses de manera irregular y, asegura, cobrando menos de lo acordado.
“Cada vez nos encontramos a más personas que, aun teniendo una prestación económica, siguen en la calle porque no pueden acceder a un piso”, asegura Felipe Bobis
Para las personas migrantes es más difícil acceder a un empleo —y por consiguiente a una vivienda— ya que las empresas son reticentes a contratar a alguien sin documentación y para conseguirla, es necesario obtener un contrato de trabajo. “Es la pescadilla que se muerde la cola”, asegura Francisco Molina, responsable de Actiyam. Por su parte, Ababacar y Hasan coinciden: “hay trabajo, pero no papeles”.
Berta asegura estar harta de su situación. “Me tengo que ir ya de aquí”, reclama con nerviosismo. Maldice el frío, la lluvia, el viento… pero, sobre todo, la hostilidad de la calle, las miradas ajenas, insultos.
Desde su teléfono móvil, enseña con orgullo las fotos de sus hijos, varón y mujer, ampliando la cara para que se observen sus bellezas. Cuando le dicen que su hija se parece a ella lo acepta como un halago y suspira por ir de vuelta a su país para verlos de nuevo. Las mujeres sin hogar son minoría respecto a los hombres, pero, según apunta Rosana Villena, “para ellas es mucho más difícil estar en la calle”. Según el segundo Censo de Personas Sin Hogar realizado a mediados de diciembre del año pasado, las mujeres representaban, en aquella “foto fija”, el 19% de la población sin hogar valenciana y de ese porcentaje, el 20% había sido víctima de agresiones sexuales.
Según el segundo Censo de Personas Sin Hogar realizado a mediados de diciembre del año pasado, las mujeres representaban el 19% de la población sin hogar valenciana y de ese porcentaje, el 20% había sido víctima de agresiones sexuales
Miroslav, en un pulido “spanglish” sobre el cual bromea, recuerda vívidamente el periodo del confinamiento. Cuenta que estuvo tres meses sentado en el mismo banco, sin moverse del mismo parque. Asegura que no le faltaba de nada, que le traían comida los y las voluntarias de organizaciones, que ese no era el problema. “En la calle no estás solo, la gente viene y te da comida, pero nadie te puede ayudar con tu cabeza. Ahí sí que estás solo”. Cerrando los ojos y poniendo las yemas de sus índices a la altura de la sien, cuenta que le preocupa que su mente va demasiado rápido, que piensa mucho y que su cabeza va “demasiado lejos”. Su carácter le hace también rechazar la ausencia de pensamientos y cree que debe encontrar un equilibrio. “Si pienso mucho estoy mal, si pienso poco también”.
A Misroslav le gustaría poder volver a su país de origen, donde está toda su familia, pero le produce mucho dolor no poderles contar su situación. Sereno, pero visiblemente apenado, asegura que “no poderle contar a tu familia lo que te pasa, es peor que vivir en la calle”.
Rosana Villena, directora de Invisibles, señala que los problemas de salud mental son una de las principales realidades que se viven en la calle y lo califica como un tema acuciante. “Encontramos casos de personas que tenían un problema de salud mental y acabaron en la calle y personas que no lo tenían y por estar en la calle lo han adquirido”. Lo mismo sucede con las adicciones, las cuales, según un estudio de Metges del Món realizado entre el 2018 y el 2020, están presentes en, aproximadamente, la mitad de las personas sin hogar.
Esta noche Pepe la pasará en vela porque mañana, a las ocho y media, tiene cita en el médico y no quiere llegar tarde. Le da miedo quedarse dormido y perder su turno. Lamenta que tendrá que llevarse las bolsas consigo porque el supermercado en el que suele guardar sus pertenencias no abre hasta las nueve. Con la noche ya cerrada, a punto de empezar el programa de deportes de su emisora favorita, nos despedimos con un apretón de manos y le deseamos buenas noches. “Gracias por tomaros la molestia de venir y hablar conmigo”, responde, confirmando esta sensación de invisibilidad.