La velada hostilidad de la izquierda putinista hacia el pacifismo

No hay un pacifismo único, hay matices; los he estudiado, los he discutido y los he respetado. Pero también sé que en las izquierdas hay quien entiende el pacifismo de manera hostil
Putin anuncio invasión
Putin durante la madrugada del 24 de febrero en la que ha anunciado el ataque a Ucrania. Foto: Kremlin
Historiador
5 dic 2025 07:55

¿Por qué hay que condenar la invasión rusa de Ucrania? Acabáramos. ¿No basta con decir que eso es lo propio de un movimiento pacifista? Sé que no hay un pacifismo único. Sé que hay matices; los he estudiado, los he discutido y los he respetado. Pero también sé que en las izquierdas hay quien entiende el pacifismo de manera disimuladamente hostil, gente contraria a la experiencia pacifista que hemos ido acumulando desde hace más de un siglo, desde los tiempos del “pacifismo histórico” previo a la Gran Guerra, desde las luchas noviolentas en muchas partes del mundo, y, por supuesto, desde la movida ecopacifista de los tiempos de la Guerra Fría. Me pregunto por las razones que desde cierta izquierda se aducen para deslizar que no hay que ser pacifista en esta época de “diplomacias” neoimperialistas basadas en la coacción y la fuerza. Me lo pregunto con malestar porque yo no concibo otra cosa. Para mí la pregunta debería ser: ¿cómo no ser pacifista cuando nos amenaza la guerra y quizás una guerra más devastadora que todas las anteriores?

En este caso, además de tener que hacer frente a la complejidad del conflicto ruso y ucraniano, hay de por medio retóricas belicistas que no podemos dejar de analizar y rechazar de plano. Llegan recurrentemente a nuestros colectivos por la paz y el desarme. Una de ellas proviene de una izquierda que, cargando las tintas en el rechazo de la OTAN y las políticas represoras del gobierno ucraniano, realiza una explicación simplificadora que disculpa o incluso hermosea la agresión rusa de Ucrania y suscribe de manera acrítica su narrativa belicista. Los pacifistas somos otra cosa. No caer en el seguidismo de esas narrativas no es equidistancia, es coherencia, es lo que hay que hacer si de verdad queremos convencer, entre otras cosas, para poder activar la protesta antiguerra en un contexto de rearme y aumento de las políticas antisociales y autoritarias en Europa.

¿Cómo no ser pacifista cuando nos amenaza la guerra y quizás una guerra más devastadora que todas las anteriores?

Esa izquierda no va a mover nada para condenar el ataque ruso contra Ucrania porque realmente no quiere mover nada, porque no quiere una movilización pacifista que ponga en evidencia el militarismo y la crueldad bélica de Rusia. ¿Cómo va a ganar legitimidad para oponerse al rearme? Generará suspicacia y tendrá que escamotear sus argumentos para no parecer parciales. Esa izquierda que acusa al antimilitarismo y el pacifismo de equidistancia por introducir en la ecuación de la guerra a los tres actores principales —la OTAN, el gobierno de Ucrania y el gobierno de Rusia— se ufana de no ser equidistante porque, sencillamente, es una izquierda de parte, una izquierda que pide algo disparatado: quitar a Rusia de la ecuación y la espiral de la guerra y presentar su agresión como un acto de defensa. Si no fuera por lo serio del asunto, nos consolaríamos deduciendo que es una actitud pueril que podemos solventar obviándola.

Cabe esperar que algo de lucidez se anteponga en el campo ideológico de la izquierda no socialdemócrata (pues de las fuerzas socialdemócratas es verdad que muy poco se puede esperar, incluyendo el actual gobierno español). Cabe esperar que se siga imponiendo la lucidez, el aliento y las buenas prácticas asamblearias de parte de una izquierda coherente y respetuosa con el movimiento por la paz y el desarme. Varias décadas después de 1986 una gran mayoría de izquierdistas habremos aprendido a ser y sentirnos pacifistas. No somos raros por eso, somos coherentes con el mundo que queremos ser.

Marcha Marañosa
Marcha al complejo químico-militar de La Marañosa (San Martín de la Vega, Madrid) en mayo de 2006 (Fot.: Archivo Asamblea Antimilitarista de Madrid) CC BY-NC

La coherencia no es equidistancia, al contrario, exige mucha valentía. El arma de los verdaderamente fuertes es la noviolencia, dijo Gandhi, porque no es fácil echar mano de ella. Requiere temple y preparación. Hemos sido siempre coherentes cuando mirábamos hacia Occidente y su estela de capitalismo y militarismo. Y no podemos dejar de serlo con Rusia. Señalemos y desvelemos su propaganda. ¿Acaso es tan difícil ver que la invasión rusa de Ucrania ha ido acompañada de una serie de narrativas oficiales diseñadas para justificar el uso de la fuerza, movilizar apoyo interno y crear un marco interpretativo que legitime la agresión? Entre los argumentos más reiterados destacan la necesidad de “desnazificar” Ucrania, la persecución de poblaciones rusoparlantes (sin asumir su irresponsable participación en esos ataques), la amenaza existencial representada por la evidente expansión de la OTAN y la apelación a vínculos históricos que cuestionarían la soberanía ucraniana. Estas justificaciones, aunque conlleven algo de verdad como ya se ha hecho constar, favorecen la propaganda de guerra porque buscan articular un discurso de inevitabilidad y defensa preventiva que, sin embargo, no resiste un análisis jurídico ni histórico riguroso (menos todavía si tenemos en cuenta que provienen de una potencia nuclear que ha sembrado de dolor y muerte zonas enteras de Oriente Medio y África, con mercenarios sanguinarios de por medio).

Desde la academia, múltiples especialistas en derecho internacional han señalado que la invasión constituye una violación directa del principio de prohibición del uso de la fuerza establecido por la Carta de las Naciones Unidas. Ninguno de los supuestos alegados por Rusia —ni la autoprotección, ni la intervención humanitaria, ni la protección de minorías— cumple los requisitos establecidos por el marco jurídico internacional. ¿Por qué íbamos a desdeñar estas fuentes? No inciden en la responsabilidad de la OTAN, pero es que una cosa no niega la otra. Del mismo modo, historiadores y expertos en relaciones internacionales han desmontado la idea de que Ucrania carezca de identidad nacional propia o que exista un derecho histórico que legitime la anexión o tutela política por parte de Rusia. Más que imperialismo moderno, esos discursos de Putin y sus mentores suenan a antiguallas, a chatarra ideológica que operan como justificaciones imperialistas ostensiblemente esencialistas, ahistóricas y ultranacionalistas, amén de ultraderechistas.

La comunidad académica también ha prestado especial atención a la dimensión retórica del discurso estatal ruso. El uso de conceptos como “operación militar especial” o “desnazificación” no responde a hechos verificables que sean relevantes, ni siquiera considerando que evidentemente hay nazis en Ucrania y que en el fragor de las dinámicas belicistas también hayan sido reclutados nazis para el frente, porque sería burdo proyectar la imagen de Ucrania como una nación nazi, y porque a todas luces apelar a esas cuestiones lo que intenta es crear marcos simbólicos que buscan justificar la violencia y moldear la percepción pública, tanto dentro como fuera de Rusia. Estos análisis muestran cómo la construcción de amenazas externas funciona como un instrumento político destinado a reforzar el poder interno, cohesionar el apoyo nacionalista y deslegitimar cualquier forma de resistencia ucraniana o crítica internacional. Afrontar eso solamente se puede hacer desde enfoques de cultura de paz, para que dejemos de “ver” supuestos y despreciables nazis donde lo que hay es gente que sufre bombardeos indiscriminados.

El arma de los verdaderamente fuertes es la noviolencia, dijo Gandhi, porque no es fácil echar mano de ella

Nada justifica la invasión rusa, pero tampoco eso puede cegarnos respecto de la implicación de Occidente en la dinámica belicista, ni acerca de la participación del militarismo ucraniano en la ausencia de perspectivas para la paz mediante el diálogo con Rusia. Mucho más debería tenerse en cuenta para analizar las causas del conflicto. Ninguno de los actores puede salir bien parado de una mirada crítica, aunque los niveles de responsabilidad sean distintos, como suele ocurrir en todos los conflictos bélicos. Pero en los frentes de batalla mueren a diario los soldados y Rusia no cesa de atacar a la población civil de Ucrania. Mientras tanto, Ucrania viola flagrantemente los derechos humanos de los activistas por la paz. Repito: todo conflicto es complejo, pero la condena de la guerra siempre y en todo lugar debe ser simple y limpia: no a la guerra ni a ninguna de sus causas.

¿Qué puede hacer el movimiento pacifista? Le conviene analizar en profundidad, claro que sí, pero su responsabilidad es actuar desde posicionamientos claros. Lo que le conviene es posicionarse con claridad y no quedarse paralizado en análisis que serían lógicamente interminables si lo que tienes enfrente es un interlocutor que no solamente no es pacifista, sino que alberga viejos y rancios prejuicios rojipardos contra el pacifismo y el antimilitarismo, no digamos ya la noviolencia. Una buena fórmula siempre ha sido preguntar a nuestra gente en las zonas de guerra (ojalá no tengamos que hacerlo también próximamente en Venezuela, pero pinta mal). Los pacifistas rusos y ucranianos nos pueden dar referentes discursivos que podrían ayudar a la movilización pacifista en España.

El pacifismo ucraniano, perseguido por Zelensky, y el pacifismo ruso, perseguido por Putin, coinciden con la Internacional de Resistentes a la Guerra (IRG/WRI), fundada por Bertrand Russell, y han ofrecido una lectura radicalmente distinta del conflictoEl pacifismo ucraniano, perseguido por Zelensky, y el pacifismo ruso, perseguido por Putin, coinciden con la Internacional de Resistentes a la Guerra (IRG/WRI), fundada por Bertrand Russell, y han ofrecido una lectura radicalmente distinta del conflicto, centrada en los efectos humanos, éticos y sociales de la guerra. Abrazan la declaración fundacional de la IRG: “La guerra es un crimen contra la humanidad”, un principio que implica rechazar toda forma de violencia armada independientemente del actor que la ejerza, lo que, evidentemente y en este caso, no resta ni un ápice de responsabilidad al expansionismo de la OTAN y a la dinámica imperialista desatada desde tiempo atrás.

Ha habido una invasión militar, por lo que es imposible obviar tanto la agresión rusa como sus efectos en el aumento global del militarismo, alertando de que la escalada armada alimenta ciclos de violencia que castigan de manera desproporcionada a la población civil.

El pacifismo ucraniano, perseguido por Zelensky, y el pacifismo ruso, perseguido por Putin, coinciden con la Internacional de Resistentes a la Guerra y han ofrecido una lectura radicalmente distinta del conflicto

Uno de los elementos más relevantes aportados por el pacifismo contemporáneo es la defensa incondicional de la objeción de conciencia. Frente al reclutamiento forzoso, la persecución de objetores y la represión de movimientos antiguerra tanto en Rusia como en Ucrania, la IRG sostiene que la negativa a participar en la violencia constituye una forma legítima de resistencia ética y política. Esta perspectiva introduce dimensiones que los análisis geopolíticos tradicionales no suelen considerar: las trayectorias individuales de quienes rechazan matar, la vulnerabilidad de los movimientos civiles y la importancia de construir alternativas noviolentas de resistencia y mediación.

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