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Poesía
Belén Soto: “Tenemos mucha agencia desde la observación, la intuición, la experiencia y la sensibilidad”
La autoficción, como género literario ‘de segundas’, tiene el calado y la capacidad subversiva del juego. Evidencia que cada realidad es situada y, con la excusa del cuento, expone problemáticas sociales y se demora todo lo necesario en la teoría afectiva. La autoficción como género inventado —como los demás pero sin miedo a hacerlo evidente— se relaciona bien con los formatos híbridos, porque no hay una forma única que la contenga. Y si, como es el caso de la autora Belén Soto (Córdoba, 1992), siempre a medio camino entre Barcelona y Madrid, le sumas la ilustración retórica y la métrica rítmica y rota de la poesía, el combo se convierte en una genialidad incapturable.
Su ópera prima, ¿pasarás a despedirte? (Blatt & Ríos, 2024), tiene de libre, valiente y tierno lo que tiene también de discursivo en torno a algunas aristas actuales como el binomio poliamor/monogamia, la crítica al necrocapitalismo, la muerte, el suicidio y el reposicionamiento de los lazos familiares. Suena muy crudo pero es de las lecturas más amables que se han hecho alrededor de estos temas en el ámbito nacional y desde la práctica artística. Este libro llega después de publicar las antologías colectivas Morir guay I (2020) y Morir guay II (2023), de relatos para ganarle al miedo con su colectivo DU-DA, y Conflicto no es lo mismo que abuso (2024) —como parte de la plataforma Hamaca— junto a Laura Macaya, diálogos sobre las lógicas punitivistas. Todas sus materias de investigación son tan interesantes que aprovechamos esta conversación para hacer un picoteo-aperitivo sobre algunos de los hot topics que aborda su primera publicación ‘al uso’, cómo nos gusta subvertir el lenguaje.
¿En qué mundo se encuentra tu escritura? ¿O la escritura de ¿pasarás a despedirte?? ¿Cómo funcionó el proceso de trasladar esta escritura al mundo físico en el que ahora la leemos?
El libro está configurado por textos que empezaron a escribirse hace ya años, pero fue en 2023 cuando adquirieron una entidad y sentido de conjunto porque fui atravesando una especie de “en el bosque un claro”, que es algo que describen eddie circa y raxet1 y que sacan de María Zambrano, como una iluminación del entendimiento que despeja lucidez. Aproveché en ese momento, que además estaba acompañado de distintas circunstancias de dolor profundo en mí y mi alrededor, para terminar de escribir y trabajar con mi editora —Paula Pérez-Roda— en la configuración del libro como unidad de sentido y no como un puñado de unidades más pequeñas e inconexas de textos. Así llegamos a ese mundo que hace el libro y que podría ser un claro del bosque, y que es también un ejercicio de búsqueda de alguna luz o esperanza para este tiempo, no tanto la respuesta. Pero que quizás sí propone un método: esa compasión, ese tomarnos menos en serio para tomarnos más en serio.
Los modos en los que nos llega la información y las historias en esta época están transformando nuestros modos de lectura y de expresión: estamos simplificando la recepción a una lectura literal, verídica, cerrada y única
Este libro empieza con un “cuéntalo todo, exagerando muchísimo”. ¿Cómo podemos reapropiarnos del verbo ‘exagerar’?
El pronóstico de exageración se utiliza constantemente para deslegitimar un relato o a la persona que lo cuenta, es una acusación totalizante, no dimensionada a lo que se considera en concreto exagerado. Tomando en cuenta que esto ocurre, empiezo el libro poniéndome del lado de les que no son de fiar.
La exageración, en muchas ocasiones, se vincula a la expresión de reacciones emocionales a la vida, pretende anularlas. ¡Claro que las reacciones pueden ser exageradas, distorsionadas! No por eso deben ser invalidadas; otra cosa será lo que hagamos con esas reacciones, cómo las filtremos y las transformemos en decisión, en acción, y en el relato final de las cosas con el que nos quedamos. La exageración constantemente existe: para mí el desastre viene cuando, al considerarla detectada, se pretende incapacitar una subjetividad, lo que bloquea todo el posible proceso posterior de recalibraje, interpretación, mutación del sentimiento a pensamiento, a actuación y a memoria. La vida la hacemos entre muchxs y encuentro muy bueno acompañarnos en el viaje de partir de un yo emocional y perceptive para llegar a un nosotres que piensa, interacciona, comparte códigos e imaginarios, se ayuda, se posiciona…
Pero la exageración tiene para mí también un vínculo muy relevante con lo que algunxs llaman el arte de contar historias. Para mí es la manera coloquial de describir un conjunto de recursos literarios que tienen funciones fundamentales en la práctica de narrar. Creo que los modos en los que nos llega la información y las historias en esta época están transformando nuestros modos de lectura y de expresión: estamos simplificando la recepción a una lectura literal, verídica, cerrada y única; estamos olvidando el potencial literario de las letras de las canciones, del corrillo que hacemos sentadas en la calle por la noche con una cerveza, incluso de la propia ficción. Yo quiero reivindicar este potencial. Quiero que me cuenten historias antes de dormir en las que la vida se mezcla con invenciones y exageraciones y al final lo que pasa es que estoy un poco más cerca de mi amigue, de mi compi de piso o de mi abuela que me la cuenta.
Además, “cuéntalo todo, exagerando muchísimo” es una frase que escuché un día que estaba con mi madre viendo Sálvame, este producto televisivo tan relevante para la cultura popular española de las últimas décadas. A lxs andaluzxs también se nos dice a menudo que somos exageradxs. He querido rescatar distintos formatos culturales y folklores que desde los ámbitos más refinados y rígidos de la cultura o lo intelectual se consideran inadecuados, poco de fiar, para sacar algunas reflexiones que nos apelan a todxs.
Creer en los lugares seguros de manera literal puede acelerar una autopercepción de víctima y de tragedia intolerable en cuanto algo va mal: nos puede hundir cualquier cosa
¿Qué papel juega la ternura en tu forma de escritura? Aquí me interesa especialmente la redefinición de la ternura que hace Sara Torres como “la inteligencia que es capaz de acompañar a la vida”.
La ternura puede ser un tipo de inteligencia que te acompaña hacia la compasión. Creo que, cuando escribo, intento desplegar la compasión hacia todo quien interviene en las situaciones tan complejas que estar viva te hace atravesar, quieras o no. El libro, al final, habla de una época de desasosiego que estamos atravesando no solo porque el mundo es miserable y estamos en unas crisis económicas y ecológicas, en unas guerras, unos desmantelamientos del “bienestar”, un genocidio abominable, sino también porque hemos llegado a una situación absurda en la que acercarse a la muerte es caerse constantemente del guindo de que la vida no es segura per se. La vida, incluso la más privilegiada, también está repleta de riesgos y sufrimientos: accidentes, conflictos, rupturas, pérdidas, enfermedad, fragilidad, envejecimiento, disenso... Creer en los lugares seguros de manera literal puede acelerar una autopercepción de víctima y de tragedia intolerable en cuanto algo va mal: nos puede hundir cualquier cosa. Si no espabilamos y nos enteramos de que tenemos que estar disponibles para nuestras propias desgracias y dificultades y las de nuestres más allegades, ¿cómo vamos a estar preparades para defender el mundo, la opresión de quien no conocemos o vive en circunstancias diferentes a las nuestras? Y bueno, como a mí se me da mejor pensar en escalas pequeñas, pienso que entrenar la ternura y la compasión al nivel más próximo es empezar el trabajo que hoy toca.
Nadie nos prepara para los enamoramientos inverosímiles, intergeneracionales, de sentimientos difusos según nuestra idea de ‘amor’. No sabemos qué hacer con ellos, pero ahí están, retratados en tu libro, como si conocieras a esa persona de vidas pasadas, como la película de Celine Song.
Ay, a mí Vidas pasadas me recuerda a les novies inventades que menciono en algún fragmento. Es que claro, yo creo que las personas tenemos una capacidad, en principio, ilimitada de amar. Lo que sí es limitadísimo es el tiempo que pasamos por la vida, el que podemos dedicar al amor y a sus gestiones y el que tenemos que gastar en trabajar o dormir o pensar a soles; es limitado nuestro cuerpo y el espacio en el que puede estar; son limitadas las decisiones que podemos tomar para que nuestra configuración colectiva de vida sea afectivamente viable; es limitada la energía que tenemos para hacer y estar con cada une… Y como al mismo tiempo tenemos deseo, imaginación, expectativas, memorias… pues qué misteriosos son los caminos de amor extraños, los que no encajan en los relatos normativos o estereotipados.
El libro lo recorren historias de algunos arquetipos afectivos: la idealización de las personas que muchas veces invisibiliza a le otre o a une misme, el alivio de descubrir que estabas insistiendo en algo que no era, el desgarro de la pérdida inesperada, la agonía de una incomprensión con quien quieres, el refugio que son quienes te quieren con tus virtudes y defectos y aceptan con cariño tus transiciones. Estos se entrelazan con distintos modelos relacionales posibles —amigues, novies, amantes, hermanes, abuelas…— que a veces suceden en el mundo de la fantasía y a veces en el mundo de lo que se hace carne. Y, además, intervienen todo el rato cuestiones como la incapacidad, la imposibilidad, el consentimiento, el coraje… Lo que pretendo contar con todas esas derivas tiene mucho que ver con esa extrañeza, con ese misterio que es amar más allá de los límites conocidos. Es algo que da muchas alegrías y muchos desconsuelos, pero también es algo que para mí configura el core del verdadero amor, algo así como: “No tenemos ni idea de cómo va a salir esto, pero te prometo que voy a hacer lo que esté en mi mano para que estemos bien”. Si no, si ya lo traes montado y simplemente ejecutas comandos preestablecidos, me cuesta comprender dónde está la genuina implicación amorosa de construir tu vida junto a alguien.
¿De qué tenemos tanto miedo?
En ocasiones, las relaciones de pareja atraviesan momentos terribles en los que discutes, dudas, te bloqueas, estás fatal y no encuentras la manera de salir de ahí. Es algo desgarrador y muy agonizante porque, si existe un compromiso o una intención de superarlo pero la crisis se alarga, empiezas a martirizarte cavilando si puedes hacer algo, si tenéis que cambiar, si se va a pasar con tiempo y aprendizaje, si te va a salvar unx hijx/un proyecto/una propiedad/una mudanza/whatever, o si cada día que pasa solo acumula más dolor y retrasa lo que parece que todo el mundo piensa: que lo tenéis que dejar. Es agotador y a veces se convierte en algo muy solitario porque terminas cansándote de contarle a tus amigas que otra vez habéis discutido, a veces ya te da vergüenza. Y a la vez, desde el papel de la amiga te sientes muy inútil y a menudo terminas apoyando la opción más fácil: el abandono. Pero jo, luego a todas nos conmueve y deseamos una de esas relaciones duraderas y fuertes que son tan sabias porque han sabido atravesar los momentos duros. Para mí estas fases son tan espantosas como, inevitablemente, parte de la vida. Virgencita que no me venga una pronto, ni a ti, ni a la otra… pero van a estar, forman parte del misterio. Tenemos que trascenderlas y no hay una respuesta. Por eso, ahí, creo que a lo que tenemos tanto miedo es a no ubicarnos adecuadamente en la tensión entre no fallarse a une misme o no fallar al nosotrxs que se estaba manteniendo.
¿Crees que es el ghosting una forma de hablar sin utilizar el lenguaje verbal? ¿De qué otros lenguajes disponemos?
Sí, y para nada lo digo defendiéndolo. Simplemente pienso que el silencio, la ausencia, la no acción, la indisponibilidad, nos dicen cosas. Si un ligue que había generado expectativas de quedar hoy desaparece dos días: amiga date cuenta. Si tu amigue se queda callade mientras otres te acusan injustamente de cualquier cosa o se mofan de ti: amiga date cuenta. Esperar al lenguaje verbal sin leer los gestos, los tiempos… es quedarse pendiente de una fracción de la comunicación que no siempre es honesta, ágil o funcional. Y al final lo importante en la comunicación, sea mediante el lenguaje que sea, es que ambas partes se entiendan, ¿no? Además, el lenguaje verbal, como decía, a veces se queda tanto en lo representativo, en lo simbólico… y no vale conformarse con eso. Lo que decimos que vamos a hacer tiene que bajar de la abstracción y suceder en la tierra. Te digo que te quiero pero te ignoro: amiga date cuenta.
Creo que nos hace mucha falta entrenarnos en, como dice Blanca Arias, “el lenguaje de lo sutil”, que tiene que ver con prestar atención, con abrir la percepción a todo aquello que no es discurso: al cuerpo, a la respiración, a la mirada, al titubeo, al tono, a los silencios… Todo ello es significante. Nos dice cosas sobre si alguien quiere follar o no, si a alguien le importas o no, si alguien se siente segure o no…
Tu aproximación al reality de La Isla de las Tentaciones es: “En la tele las parejas están mal y no tienen compromiso, en su vida previa escapaban de la falta de compromiso generando un sistema de encierre en la relación: monogamia, enganche, rutina-fusión…”. ¿Es la monogamia un encierro por la falta de compromiso real para cambiar y adaptarte a la/s persona/s que tienes enfrente?
Creo que hay cierto tipo de monogamia muy normativa, compactada y aislada de lo demás que puede ser un encierro; pero creo que es una trampa que puedes generar en cualquier tipo de relación; así como pienso que en cualquiera, también en la monogamia, puede caber el misterio. Pienso que lo importante es ir adoptando progresivamente el modelo que mejor se adapte a las necesidades y los deseos de las personas implicadas, que no se de nada por sentado ni por perpetuo y que el amor se cultive cada día, no sólo en situaciones extraordinarias que celebran o se van de vacaciones. Yo hablo sobre todo desde fuera de la monogamia porque es lo que conozco y permite más fácilmente las ambigüedades que quiero plantear, pero también he sentido esa sensación de encierro en relaciones abiertas en las que los pactos tienen unos límites rígidos y todo lo que los desborde se convierte en evasivas o en grandes ofensas.
Es inmedible de cuántas maneras nos necesitamos unas a otras y nos ayudamos: a veces ni nos damos cuenta de cómo lo hacemos. Pretender hacer cuentas con ello me parece cínico, pero muchas veces con el agobio que llevamos encima acabamos cayendo ahí
Dices: “Muchas veces no hay disposición a pedir ayuda porque parece que se espera que no sea pedida, como si se evitara entrar en deuda porque el cuidado se midiera como en una economía”. ¿Cómo podemos descapitalizar el concepto de ayuda?
Creo que la respuesta tiene que ver con rebelarse contra lo que se entiende como deuda y propiedad. Hay como una noción de que las personas estamos enteras con nuestro cuerpo, nuestras ideas, nuestra energía y nuestras cosas. Entonces, si tú me pides algo —sea dinero, sea que me acompañes al médico, sea pasar unas noches en mi casa— pareciera que me falta algo y me lo tendrás que devolver. Porque mi piso de alquiler, mi esfuerzo, mi dinero y mi comprensión son como mi propiedad simbólica y deberían permanecer incorruptas o, en todo caso, enriqueciéndose. Esto sería la perspectiva capitalista, muy individualizante, ¿no?
Yo creo que actuar en estas medidas es imposibilitante y capacitista, porque, aparte de ignorar el sistema de clases, considera que todes deberíamos mantener un estado homogéneo aproximado de necesidad y capacidad de devolución. Sin embargo, no es así, unes somos más frágiles y necesitamos que nos escuchen hablar más de nuestros miedos, otres somos más torpes y necesitamos que nos lleven a sitios en coche porque no somos capaces de aprender a conducir, otres son más pobres y necesitan que sus amigxs se adapten a planes más baratos, otres son más viejes y necesitan que caminemos despacio con elles cogides del brazo, otres… Y probablemente, en nuestro complejo sistema de relaciones, yo ayude muchísimo a mi novie a pensar sus decisiones pero yo no necesite tanta ayuda suya, pero necesite que mi madre me ayude a acercarme más a mi primo, y mi primo lo que necesite ahora es que su colega le deje pasta porque se le han muerto las plantas y no le puede decir a su madre que se ha fundido la beca en marihuana. Y sumemos la variable del tiempo, y… Más allá de eso, es que es inmedible de cuántas maneras nos necesitamos unas a otras y nos ayudamos: a veces ni nos damos cuenta de cómo lo hacemos. Pretender hacer cuentas con ello me parece cínico, pero muchas veces con el agobio que llevamos encima acabamos cayendo ahí.
En el libro tocas con mucha gracia conceptos de la física cuántica alrededor de nuestra concepción y organización del tiempo. ¿Crees que el racionalismo se ha apropiado de estos conceptos y los ha vuelto crípticos y ahora, por fin, somos capaces de devolverles la sencillez que se merecen?
Pienso que la historia del conocimiento organiza constantemente modos bienintencionados de comprender y aplicar la razón para el bien común y que éstos terminan continuamente pervirtiéndose al servicio de las estructuras del poder. Es decepcionante ver cómo casi todo conocimiento termina activándose en detrimento de quien menos tiene o necesita y es muy importante defender instancias que persiguen hacerlo accesible y útil para todes. Para análisis más eruditos de esto ya prefiero redirigir al pensamiento de, no sé, desde Silvia Federici o la majísima Donna Haraway hasta cualquier colegui que guste de la lectura o debate filosófico.
Pero me gustaría hacer aquí un comentario respecto al lenguaje, que forma parte de toda esta cuestión porque está al alcance de todes lxs que leemos y es uno de los modos en los que estructuramos el conocimiento —humano, claro, que no deja de ser una convención de verosimilitud. El lenguaje tanto es simbólico y limitado como tiene capacidad para invocar lo que queda fuera de él. Y en esta capacidad invocadora tenemos mucha agencia todes les que sabemos cosas desde la observación, la intuición, la experiencia y la sensibilidad en lugar de mediante el estudio coyunturalmente objetivo y encriptable en los términos de, por ejemplo, la academia. Para mí, el problema del racionalismo es que invalida los conocimientos que no se construyen desde sus métodos. Y puede que los conocimientos que obtenemos desde otros métodos más misteriosos sean obviamente volátiles desde la epistemología racionalista, pero no necesitamos sus métodos para obtener la verosimilitud de lo poético o de la experiencia, ni —¡importante!— necesitamos replicar su lenguaje de objetividad para defender nuestros conocimientos sensibles. Entonces: estoy volviendo a reivindicar un uso más abierto y literario de las palabras. Salir de la parafernalia racionalista no implica salir del conocimiento!
Como el feminismo no es moral sino político, actuar como si fuera nuestra religión solo nos lleva a resquebrajar desde fanatismos obedientes las complicidades que tanto nos había costado construir
Me gustan tus formas de rezar, ¿qué significados le das en el libro?
Me gusta pensar el rezar de una forma desolemnizada y desacralizada, mucho más cercana y libre que lo que enseña la iglesia, el nacionalcatolicismo o cualquier doctrina que impone una espiritualidad-moral cerrada. Pienso que el rechazo u orfandad espiritual en los que vive la izquierda en España son parte de los motivos por los que atravesamos una etapa políticamente desafectada —o, al menos, que cultivar nuestra espiritualidad nos llevaría a actuar más ante los problemas. Venimos de una historia cultural católica en la que la religión o su contra, el ateísmo, hacían una función en la instrucción y movilización de valores, esperanzas, motivos por los que habitar el mundo de unas maneras. El vacío, vivir de espaldas a estas cuestiones, ahora mismo lleva a poner en el lugar de dios o de los líderes espirituales a la feminista de Instagram de turno, el presentador de podcast de turno, le filósofe de turno, la escritora de turno… Pero no funcionan, porque ni la manera en la que los medios y las redes capitalistas ametrallan la información permite una digestión consciente y profunda de fundamentos, ni replicar los modelos de doctrina jerárquica de una iglesia mediante gurús o influencers trae unión y esperanza. O dicho de otra manera: como el feminismo no es moral sino político, actuar como si fuera nuestra religión solo nos lleva a resquebrajar desde fanatismos obedientes las complicidades que tanto nos había costado construir. Ahora puedes cambiar feminismo por cualquier otra lucha política y sigo suscribiendo la anterior frase.
Entonces, para mí estos modos libres de rezar tienen que ver con practicar una espiritualidad que nos sirve porque la construimos juntas día a día, porque nos guía para alinear nuestras acciones con nuestros valores y porque nos acompaña para aceptar lo bueno y lo malo que supone pasar vivas por un mundo compartido. El budismo tiene tres principios que me parecen muy acertados para nombrar por qué necesitamos la espiritualidad: todo es transitorio, ninguna esencia es sólida, hay sufrimiento en las personas. Yo propongo propagar una especie de pequeñas comunidades autoconstituyentes y libertarias que se apropien de los elementos que les sirvan para crear espiritualidades compasivas y tiernas que nos den fuerzas, belleza, guía. Cada grupo a su manera. Rezar podría ser una de las maneras en las que especular éticas o invocar intenciones. A mí me sirve lo de pensar en la virgen como mi amiguita.