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Sabemos de sobras que no es la primera vez que el Estado español utiliza la herramienta de infiltrarse en los movimientos sociales y que mucho menos será la última, pero para algunes de nosotres sí que era la primera vez que nos tocaba de cerca y en este formato. Cuántos de ellos habrán habido que conozcamos —y desconozcamos— desde los infiltrados en las universidades antifranquistas, pasando por Albert Martínez, Ángel Grandes Herreros y tantos otros, hasta este último caso destapado de tres infiltrados en Catalunya y el País Valencià.
Recurrentes e hilarantes historias se comparten sobre chivatos y secretas en manifestaciones, herramientas de la policía a las que estamos mucho más habituades. Una amiga vasca nos explicaba que la policía, para infiltrar a alguien en Euskal Herria, tenía que ser una persona que supiese hablar euskera de nacimiento —de otra manera se nota que es aprendido—, y así es como conocí a Mikel Lejarza, alias “el Lobo”, quien llegó a formar parte de la cúpula de ETA, desarticulando una parte importante de la organización.
Son conocidos también diferentes empeños por parte del Estado de crear confidentes entre nosotres, como el caso de Pandora, cuando después de sucesivas quedadas, un militante hizo público que trataban de cerrar un trato para sacarle información a cambio de 200 míseros euros mensuales —¡mira que son cutres!—. Por otra parte, son sabidas algunas de nuestras frágiles tentativas de poner en entredicho según qué identidades o perfiles sospechosos, y ojalá cada recelo nos lo tomásemos siempre con tal discreción y rigurosidad comunicativa como se ha hecho, a rasgos generales, con estos casos.
Pero quizás estaría bien reflexionar sobre el abordaje que se ha hecho del tema y las reacciones políticas que hemos dado desde los movimientos sociales y, especialmente, desde el movimiento feminista y libertario. Podríamos entrar en la cantidad de cuestionamientos machistas vertidos de manera anónima en redes sociales, en los bares o en medios a través de respuestas recalcitrantes provenientes de la academia, como la de Santiago Alba Rico en el artículo firmado por él. Este profesor nos alecciona sobre lo poco reprochable moralmente que es mentir sobre nuestra condición para aspirar a establecer relaciones sexuales, llevando al absurdo la acusación de agresión sexual dirigida a ‘Dani’ con la comparación con un policía que va a una discoteca de barrio a ligar y oculta su “oficio” de madero a sabiendas de que podría causarle perjuicios a su corrida tal ambiente.
Sí, creemos que sin honestidad respecto a tu condición o sinceridad sobre el objetivo que escondes detrás de tener sexo en un entorno como el nuestro, donde no es bienvenido alguien situado en el bando enemigo, no hay consentimiento, pues es fruto de un engaño
La respuesta es clara: sí, creemos que sin honestidad respecto a tu condición o sinceridad sobre el objetivo que escondes detrás de tener sexo en un entorno como el nuestro, donde no es bienvenido alguien situado en el bando enemigo, no hay consentimiento, pues es fruto de un engaño. Solo hace falta hacer un pequeño recorrido histórico para confirmar que ciertos “oficios” han sido históricamente rechazados por la izquierda radical. De hecho, los estatutos de los sindicatos de corte anarquista impiden formar parte de estos a militares, empresarios o policías, por ejemplo.
Por otra parte, hay que tener presente que estos debates se dan en el seno de un movimiento anticapitalista fragmentado por las agresiones y en un marco general social de la polémica Ley del solo sí es sí. En este sentido, como transfeministas hay que volver a recordar que no hay voluntad ni reciprocidad sin contar con dos elementos básicos: la información y la libertad.
Por otro lado, el ilustre profesor critica el hecho de que se están privilegiando las relaciones sexoafectivas sobre las demás —de amistad, de compañerismo, etc— que construyó el infiltrado y sobre los ideales que fingió, y aquí tenemos que darle un poquito la razón, a medias. Nuestros símbolos no son simples dibujos que garabatear en una pared o que tatuarse en la piel únicamente —como hizo Dani con la estrella del caos—, tienen una historia y todo un significado detrás. Nuestros ‘antis’ no componen una retahíla de sufijos: están revestidos de amor hacia la diversidad y la igualdad. Nuestra historia de resistencia la conforman personas de carne y hueso, y son los pasos de estas los que seguimos, aquellos que marcaron el camino con sangre derramada, conquistando derechos en una lucha por un mundo mejor. Pisadas que, en su inmensa mayoría, surgen de una honesta decisión y un comprometido actuar. Pues sí, nos duele que no le demos más importancia a esto y a las redes de afectos en general, pero es que la cuestión que se ha puesto de relieve y por la cual se ha denunciado es la especificidad del uso de la violencia patriarcal —sexual, concretamente— en este caso de espionaje.
Las mujeres y los géneros no hegemónicos hemos sido desde tiempos inmemoriales objetos de batalla: o somos trofeos de guerra o un medio para la conquista
Y es que las mujeres y los géneros no hegemónicos hemos sido desde tiempos inmemoriales objetos de batalla: o somos trofeos de guerra o un medio para la conquista. Respecto a la denuncia, considero que no hay que entrar a juzgar sobre quién ha denunciado ni sobre el hecho en sí de usar el aparato judicial. Dentro de los debates sobre la conceptualización o redefinición de términos grandisonantes como agresión o violación, aparece el término torturas en esta denuncia judicial. No os negaré que no me llegó con dureza, y si una rememora las torturas físicas sufridas por militantes en Via laietana en la comisaría de la policía nacional, en Les Corts por parte de los mossos o de los carceleros en las cloacas del estado, puede sonar incluso a un ultraje. ¿Pero no es justamente esta la batalla que estamos librando por significados definidos desde el feminismo y por darle la importancia que se merecen las violencias psicológicas?
De manera cíclica, la represión, en todas sus vertientes, relatada por les compañeres que nos preceden o encarnada por nosotres mismes, se muestra ante nuestros ojos como un aviso a navegantes para quien quiera emprender o continuar la lucha. Ya nos recordaba cuál era nuestro posible destino como mujeres libres —de manera tajante y muy desafortunada— la película Libertarias, pero como exclama Prosòdia en Colp, no hace falta desear una guerra, ser tu misma te coloca en un lugar y delante de esto elegimos no ceder. “La lucha es para siempre y violento el camino”, aclaman.
No debemos caer en darles el placer de cerrar nuestras puertas —ni nuestros coños— sino de ser más cuidadoses
La impronta del engaño que deja tras de sí este descubrimiento es imborrable y el miedo y la desconfianza se instalan en el cuerpo para no diluirse del todo. El sentimiento de traición es, por mucho que nos pese, un sentimiento que siempre nos acompañará. ¿Quién no ha sentido dolor cuando une compañere abandona la lucha, cuando alguien cambia de ideales de manera “extrema” o cuando un compañero ejerce una agresión y no se responsabiliza de ella? Es momento de que nos cuidemos, de repetirnos, que la fiesta no puede ser una puerta de entrada a nuestros secretos y que el ego no nos haga hablar de más. De rememorar entre generaciones que no hace tantos años de encontrar micrófonos y cámaras ocultas, ni estamos tan lejos de ello, pero no debemos caer en darles el placer de cerrar nuestras puertas —ni nuestros coños— sino de ser más cuidadoses.
También son tiempos de tener más conciencia con no alimentar la morbosidad y la desconfianza que envuelve estas noticias. Respecto al tratamiento mediático, veo innecesario publicar información previa anunciando un nuevo caso sin desvelar la identidad del infiltrado, pues le hace un flaco favor al sufrimiento psíquico, sobre todo a las personas propensas a las paranoias.
Por último, considero que tratar los límites de la legalidad en cuanto a la infiltración legitima la justicia burguesa y el derecho del Estado a utilizar este mecanismo para acceder a una información por la cual tardaría mucho más tiempo con otros métodos. Además, mantener en la prensa un anarquismo con una apariencia moderada y amable con el Estado bajo ideas tales como ‘no se está previniendo ningún delito’ o ‘solo estaría justificada la infiltración en el caso de organizaciones terroristas’ es legitimar un discurso legalista, pacifista y ciudadanista, justificando este mecanismo para con grupos de determinadas actividades radicales, además de que invisibiliza e infravalora parte del accionar del entorno anarquista.
Animo a que siga la consigna “mujeres y disidencias: ni obedientes ni pasivas”, la de “anarquistas: ni culpables ni víctimas”. En este sentido, aliento a dejarnos el ‘maderos a pedazos’ mientras nos marcan el camino y restamos prácticamente inmóviles ante una de las vaciladas más grandes que el Estado nos ha hecho en los últimos meses y a canalizarla en las calles, o al menos, a no pretender dirigirlas.
Y recordad: la próxima será una mujer, seguro.
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Cuando leí el artículo del "ilustre profesor" me quedé helada : me suena haber leído anteriormente algo de él y haberme parecido un pavo prescindible e incluso evitable, ahora ya no tengo adjetivos ....
Este artículo pone los puntos sobre las íes en todos los aspectos. Gracias Laura