Opinión
El pueblo pide sangre

El ajusticiamiento público fue siempre una forma de disfrazar la venganza de justicia. Detrás, más lento, más profundo, está la cuestión de las raíces del problema, la forma de combatir las causas y no de paliar las consecuencias.

Pintada contra la violencia de género
Álvaro Minguito Una pintada contra la violencia de género en una calle de Madrid
28 dic 2018 06:03

Como la visión de una erección era inapropiada para las mujeres de bien, y además era una consecuencia indigna para el reo, Fernando VII le regaló a su esposa, en un cumpleaños, la abolición de la horca en favor del uso del garrote. De esa forma las damas podían gozar igual que los varones del espectáculo de las ejecuciones.

El ajusticiamiento público fue siempre una forma de disfrazar la venganza de justicia, de reducir el crimen a desgracia, de delegar la responsabilidad sobre las masas garantizándose el apoyo satisfecho de la pulsión primera del rechazo, y del impulso gregario de buscar alinearse al lado de los buenos, que significa estar en contra de los malos. Mediante el espectáculo sangriento, el Estado eludía su fracaso en el único pilar que lo sustenta: ser garante de seguridad para sus ciudadanos.

Detrás, más lento, más profundo, la cuestión sobre las raíces del problema, la forma de combatir las causas y no de paliar las consecuencias. El crimen es un fenómeno estudiado desde el origen primigenio de los tiempos, desde todas las ciencias conocidas. Cuando hay un rasgo común que determina una violencia aprendida, una deshumanización concreta, estructural, cultural, una costumbre que nos confronta a un error de muchos siglos, se debería afrontar la situación como se afronta cualquier otra epidemia: analizando las causas, los patrones y los síntomas. Buscando el diagnóstico precoz del portador y el tratamiento menos invasivo. Y sabemos cual es. Está estudiado, por sociólogos, psicólogos, juristas… Pero eso es caro en esfuerzo y compromiso.

Sirven los cuerpos en la mesa y ofrecen incrementos de las penas y cadenas perpetuas revisables para ganar votos sacados de las tripas, convirtiendo el dolor en espectáculo

Exige un riesgo mayor que el populismo. Y entonces salen los oportunistas, alimañas carroñeras de lo odioso. Sirven los cuerpos en la mesa y ofrecen incrementos de las penas y cadenas perpetuas revisables para ganar votos sacados de las tripas, convirtiendo el dolor en espectáculo. Si lo primero era el horror, esto es el asco.

El jurista Daniel Amelang, que de esto sabe, hace meses alertaba de este riesgo. Se ceñía a la evidencia irrefutable de cuestiones probadas al respecto: no resucita a nadie, no es rentable, no evita delitos semejantes… Y nos usa a todos, y nos mancha. Es carnaza sin más, utilizada como obscena distracción para la plebe.

Echamos tierra sobre otro cuerpo joven que una vez fue una mujer que estaba viva, con la certeza de que volverá a repetirse, que puede ser cualquiera la siguiente… Y nos ofrecen la obscenidad de la revancha puntual contra el último asesino, sobreactuando una preocupación que se reduce al funcionamiento de las rotativas, instrumentalizándolo para aparentar unos principios, exprimiendo el jugo electoral de quienes sangran.

La otra opción sería más complicada: pensar en la educación, en la cultura que normaliza la deshumanización ajena, disminuir la desigualdad de clase, sexo, género, raza, edad y procedencia, porque está demostrado que la delincuencia baja cuando la equidad social se consolida… En fin, pensar qué hacer para evitarlo cuando aún puede hacerse algo.

Sabemos que quien agrede es egoísta, que tiene bajo autocontrol, poca empatía, que evade la responsabilidad… Y que son hombres en una significativa mayoría. Y nadie quiere abordar esta estadística. Es peligrosa. Aún hay quien, ante estas circunstancias, corre más a defenderse que a atajarlo, justificándose en una ley fallida que reduce su aplicación a reprimendas judiciales, pensiones alimenticias a los hijos y órdenes de alejamiento que se incumplen en uno de cada cinco asesinatos.

Nadie quiere perder votantes ofendidos, nadie quiere gastar dinero en un sistema que no condene a las víctimas a escarnio

Nadie quiere perder votantes ofendidos, nadie quiere gastar dinero en un sistema que no condene a las víctimas a escarnio, que no encierre a las agredidas bajo llave, que invierta en pensamiento por si acaso la turba idiota, el dócil populacho, aprendiese a cuestionarse la estructura que sustenta la injusticia y la violencia, empezando por los feminicidios, la violencia sexual y la doméstica, los crímenes machistas y de sangre, los delitos de odio y el abuso de autoridad, y otros asuntos, porque, claro, al final todo se enlaza… Y sería terrible si esa horda, que se alimenta tan bien con sangre y fútbol, llegasen a plantearse si el Estado es, de verdad, garante de derechos.

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