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Precariedad laboral
En la cuerda floja del arte
El empleo en el ámbito de la cultura se nutre de trabajo eventual, en muchos casos sin cotizar y con sueldos ‘a la baja’.
El pasado 7 de julio, el acróbata Pedro Aunión moría después de caer desde una estructura de 30 metros de altura durante el espectáculo acrobático que ofrecía en el Festival Madcool. Pese a la conmoción de las miles de personas que lo presenciaron y la divulgación instantánea de la noticia a través de los medios de comunicación, los conciertos del evento continuaron con normalidad.
Al día siguiente, la Unión Estatal de Sindicatos de Músicos, Intérpretes y Compositoras organizó una concentración a las puertas del recinto de la Caja Mágica en Madrid donde, además de recordar al artista, reclamaban mayor seguridad y unas condiciones de trabajo dignas que evitasen accidentes como este. Unas horas después, dentro del recinto, la lectura de un comunicado y el cese de la música durante tres minutos constituyeron el homenaje al acróbata.
La repercusión mediática de lo sucedido duró unos días, pero terminó difuminándose y a día de hoy se desconocen los resultados del informe de la autopsia que determinaría si el fallecimiento fue accidental o si esa muerte requeriría de una investigación más exhaustiva donde se valorase si se cometieron negligencias por parte de la organización del festival.
No fue el único accidente mortal que se produjo durante los festivales veraniegos. A finales de junio, un operario que instalaba las gradas para el ciclo Conciertos de Viveros, en Valencia, falleció tras caer desde dos metros de altura y después de permanecer en coma cerebral durante una semana. “Esperamos que las instituciones se conciencien sobre el problema de la seguridad en este tipo de eventos”, señala David García Aristegui, miembro de la Unión Estatal. Cree que, después de los accidentes de este año, las autoridades estarán más atentas a cómo se desarrollan los eventos multitudinarios.
Siniestralidad y precariedad suelen tener nexos comunes y la salud física y mental entran en juego. La muerte de Pedro Aunión y las posibles causas de su accidente desencadenaron otro debate: el de las condiciones laborales del personal que trabaja para estos eventos, desde artistas o montadores hasta quienes están detrás de las barras. “Los festivales dan mucho dinero, pero fundamentalmente para quien lo organiza, para los promotores y para los grupos extranjeros”, comenta Aristegui.
El convenio por el que se rige el trabajo en estos eventos es el de salas de fiesta, baile y discotecas, que no siempre se cumple y que no se corresponde con la realidad de las tareas al aire libre que se ejecutan en los recintos. “Las condiciones de precariedad son absolutas”, añade el sindicalista. Según explica, el verano pasado se cancelaron 24 festivales de música.
Porque si las condiciones generales del mercado laboral actual son precarias, en el ámbito cultural no se dan muchas diferencias. “Las salas de conciertos generalmente alquilan el espacio para ese evento, quien actúa no se lleva nada de las bebidas y, además, tiene que poner al personal técnico”, comenta Aristegui. El grupo o artista realiza su actuación pero no media una contratación. La escena musical se basa en eventos donde la mayoría del dinero que se mueve es en negro. “Es desolador, pero es así: o eres empresario, o eres amateur y debes compaginar este trabajo con otras actividades”.
En otras disciplinas como el teatro, la danza, la literatura o el dibujo la situación se repite. Quienes a título individual o colectivo tratan de encontrar la forma de mostrar su creación se encuentran con que las oportunidades para hacerlo se concentran en unas pocas convocatorias anuales destinadas a proyectos muy concretos, becas o residencias, envueltos en toda su democracia y sin garantías de concesión.
También son dinámicas habituales realizar encargos puntuales donde el tiempo invertido no se corresponde con la remuneración recibida o la ausencia de contrato y de cotización por los trabajos desempeñados. Negarse a pagar por los ensayos o las horas extraordinarias en el caso de las artes escénicas está a la orden del día.
Pero el culmen llega cuando quienes gestionan las empresas o compañías artísticas proponen ‘trabajo gratis’ a cambio, únicamente, de la visibilidad que dará formar parte de determinado espectáculo o evento.
Paloma Cano es actriz. Sus ingresos mensuales rondan los 600 euros, aunque esa cantidad es variable. A veces no llega a 400 y los meses buenos puede conseguir 1.000. Lo que tiene muy claro es que no va a trabajar sin cobrar. “Habrá quien pueda permitírselo, pero yo si no tengo ingresos no como, así que no voy a aceptar ningún trabajo en el que la ‘recompensa’ sea la visibilidad, como me han ofrecido muchas veces”.
Encasillarse en una profesión resulta muy complicado manteniendo varias ocupaciones al mismo tiempo. “Cuando me preguntan que a qué me dedico no sé qué decir, depende de la época, incluso de la semana: tengo un trabajo habitual como profesora de clases extraescolares, a veces consigo una actuación, a las dos semanas trabajo de figurante y ahora que llega Navidad tendré un empleo de camarera”.
Aunque su sueño sería dedicarse plenamente a la interpretación, le ha resultado imposible. “Excepto un par de meses en el que me contrataron para un espectáculo, nunca he tenido una estabilidad o unos ingresos permanentes trabajando como actriz, de hecho, nunca he tenido una estabilidad en general; lo que ocurre es que le voy dedicando cada vez más tiempo a sobrevivir y pagar el alquiler y menos a lo que realmente quiero hacer”.
Externalización en la cultura
La precariedad en la cultura no la sufren solo quienes se dedican a la creación sino también las personas que desempeñan su trabajo en empresas o administraciones relacionadas con la gestión cultural. Daniel García pertenece al Grupo de Autodefensa Laboral (ADELA) de la Asamblea de Carabanchel y al Sindicato de Artes Gráficas, Comunicación y Espectáculos de CNT. Asegura que siempre ha habido precariedad laboral en este ámbito pero que en los últimos años se ha llevado a cabo una externalización del trabajo que la ha acentuado aún más.
“Las condiciones son más extremas, ahora puedes alargar la temporalidad; de hecho, el 90 % de los contratos son por obra y servicio”, advierte García. Personal becario, fijo discontinuo o gente a la que despiden y vuelven a contratar después de un tiempo son dinámicas habituales en el sector.
“Los teatros de la Comunidad de Madrid los llevan empresas multiservicios como Eulen y Clece; son empresas sin experiencia en gestión cultural que quieren encargarse de los centros culturales porque les dan grandes cantidades de dinero”. Daniel García explica que, cuando las Administraciones adjudican los servicios a estas empresas, están valorando el importe económico en lugar de la experiencia. El resultado es que, por ejemplo, en un mismo espacio confluyan varias empresas.
“En el centro cultural Matadero Madrid están presentes seis empresas y cada una se encarga de un ámbito diferente: taquillas, acomodación, seguridad, hostelería”. Si la tendencia es la adjudicación a la baja, ocurre lo mismo con los sueldos y las condiciones laborales de estas empresas: cuanto más dinero puedan ahorrarse, mejor.
Hace algo más de un año salía a la luz la precariedad a la que se veía sometido el personal que trabajaba en las taquillas y acomodación de Matadero después de que SIFU Madrid obtuviese la adjudicación de este servicio. “La Administración, en estos casos, no actúa de oficio, tenemos que ir a decírselo; de cualquier forma, a estas empresas no les importa que les sancionen porque les sigue compensando económicamente”, explica García.
La elusión de responsabilidad cuando la subcontrata incumple los derechos de quienes trabajan para ella es otra de las consecuencias de la externalización. “Proman quebró y no pagó las nóminas de su personal, pero el Ayuntamiento no se responsabilizó”. Proman había sido subcontratada por Ferroser y esta, a su vez, por el Consistorio madrileño.
Un entramado de relaciones empresariales y económicas que hace que el arte sea un nicho de beneficios para un sector muy reducido y un campo de batalla para el resto de las personas que desean ganarse la vida dignamente en este sector. Parece que aún no está claro que amar la cultura y creer en la necesidad de sus diferentes manifestaciones no significa querer (ni poder) trabajar por amor al arte.