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Después del considerable éxito de la docuserie ¿Quién mató a Malcolm X? (2020), Netflix vuelve a la carga con el documental Hermanos de sangre: la amistad fatal entre Malcolm X y Muhammad Ali, cuyo estreno mundial se ha celebrado este 9 de septiembre. Y es que, desde el punto de vista de la producción cultural yankee, nos encontramos sumidos en un nuevo estallido de ‘malcolmania’. Podría decirse que el aclamado director de cine Spike Lee fue responsable del primero cuando, basándose parcialmente en la Autobiografía de Malcolm X, estrenó en 1992 su película sobre quien ha pasado a la historia como una de las personalidades políticas más impactantes del siglo XX. A pesar de que a simple vista pueda parecernos un fenómeno netamente norteamericano, el revelador origen del interés despertado en torno a este ídolo revolucionario es, en realidad, mundial y desborda los límites pantanosos de la cultura pop.
Por supuesto que actualmente Amazon Prime y HBO también están en el ajo. Malcolm X, aún mostrado por los medios del mundo entero como la antítesis violenta del también manipulado Martin Luther King Jr., aparece y desaparece al modo de una gran sombra en productos cinematográficos de los últimos años como Selma (2014), sobre la vida de Luther King, o en Una noche en Miami (2020) film en el que se retrata de forma ficticia un encuentro sin embargo real entre Muhammad Ali, Sam Cooke, Jim Brown y el propio Malcolm después de que Ali ganara por primera vez el campeonato del mundo de los pesos pesados. Así mismo, es una de las figuras fundamentales de la popular serie El Padrino de Harlem (2020-2021), en la que Forest Whitaker da vida al legendario gánster de Harlem, Bumpy Johnson, quien resultó ser amigo personal de Malcolm X, interpretado por Nigél Thatch. Por si fuera poco, el Premio Pulitzer en la modalidad de biografía, durante este 2021, ha sido otorgado a los autores Les y Tamara Payne gracias al libro The dead are arising, una nueva biografía sobre, sí, de nuevo, Malcolm X.
Los múltiples espectros de Malcolm X han estado y están también presentes de forma evidente en el universo Hip Hop a través del trabajo de grupos míticos de la old school como Public Enemy, Afrika Bambaata, Arrested Development, Gangstarr, o en el de artistas como Sista Souljah, Nas o Mos Def, entre tantas otras voces de las nuevas generaciones. Pero también en el de artistas del ámbito francés como Youssupha, Médine o Nekfeu, y de manera más tímida en algunas articulaciones musicales producidas desde nuestro territorio y en otras partes de Europa, Latinoamérica y del mundo. No es algo que se circunscriba a la música rap. A modo de muestra, el autor Richard Brent Turner afirma en su suculento ensayo Soundtrack to a Movement: African American Islam, Jazz, and Black Internationalism (2021), que Malcolm influenciaría la deriva artística y espiritual del mismísimo John Coltrane.
La poderosa influencia de Malcolm X emerge como uno de los símbolos internacionalistas más fecundos de la historia para la política, la ética y también las estéticas que animan las luchas de liberación, los movimientos antirracistas y antimperialistas de los pueblos no blancos
En lo que respecta a lo que Hisham Aidi ha llamado ‘Los usos políticos de Malcolm X’ encontramos ejemplos de los más diversos y sugerentes. Audre Lorde, bell hooks, Angela Davis, Amiri Baraka o Cornel West, que aparece en el último documental de Netflix, se encuentran entre algunas de las grandes voces críticas que durante las últimas décadas han reflexionado amplia y repetidamente sobre su legado en el contexto norteamericano. No obstante, más allá de Estados Unidos, el intelectual decolonial, Sadri Khiari le dedicó su libro Malcolm X. Estratega de la dignidad negra (2015). Houria Bouteldja, militante antirracista, otrora portavoz del Partido de los Indígenas de la República —en cuya fundación también ondea el aura de Malcolm X—, escribe el último capítulo de Los blancos, los judíos y nosotros. Por una política del amor revolucionario (2017), inspirada en parte por el militante panafricano musulmán. Hamid Dabashi le dedicó el último capítulo de su libro Islamic Liberation Theology. Resisting the Empire, llamándolo “Malcolm X as a Muslim revolutionary” (2008). Como podemos observar, el impacto global de Malcolm, que sigue creciendo a 50 años de su asesinato, inspira la producción intelectual y política de autores tan diversos como prolíficos. Hisham Aidi, mencionado más arriba, Souhail Daulatzail, Maytha Alhassen o Antumi Toasijé, quien, desde nuestro territorio, realiza la introducción al castellano del mítico discurso “El voto o la bala”, para una reciente edición publicada por el colectivo editorial La Panafricana, son tan solo algunos ejemplos de ello.
Podría decirse que El Hajj Malik El Shabazz, nombre islámico de Malcolm X, o Omowale —el hijo que ha retornado—, tal y como lo nombraron, en yoruba, los miembros de la Sociedad de Estudiantes Musulmanes de Nigeria (MSSN), es en sí mismo, como una gran constelación que articula las heridas causadas por la supremacía blanca y las respuestas revolucionarias del nacionalismo negro en los EE UU. Pero también hay que reseñar que, al mismo tiempo, su poderosa influencia emerge como uno de los símbolos internacionalistas más fecundos de la historia para la política, la ética y también las estéticas que animan las luchas de liberación, los movimientos antirracistas y antimperialistas de los pueblos no blancos a nivel mundial.
Hermanos de sangre: la amistad fatal entre Malcolm X y Muhammad Ali
Muhammad Ali aparecía, cuando todavía respondía al nombre de Cassius Clay, en un momento complicado para Malcolm X. Atraído de forma irresistible por el discurso y la imponente organización afroamericana de la Nación del Islam, se presentaba así mismo, prediciendo sus propios combates a base de poesía, como el próximo campeón mundial de los pesos pesados. Pero Ali no se le parecía a ningún deportista de élite o showman del que podamos hablar en la actualidad. De hecho, era un deportista político. Comprometido férreamente con la lucha de la población afroamericana contra el racismo de los EE UU, no titubeaba, hablaba claro y actuó en consecuencia, lo cual pagó caro. Todo ello a pesar de que hoy sea celebrado, hipócritamente por muchos, como un símbolo del país, de la misma forma que lo es Malcolm.
Ali era un deportista político. Comprometido férreamente con la lucha de la población afroamericana contra el racismo de los EE UU, no titubeaba, hablaba claro y actuó en consecuencia, lo cual pagó caro
Quizás, fueron dos los acontecimientos principales que cambiaron la vida de una leyenda que transfiguró para siempre el boxeo y la relación entre deporte, espectáculo y política con su extraordinaria habilidad pugilística y su carisma difícilmente igualable. El primero de ellos tiene que ver con su conversión al islam y su vinculación a una compleja organización militante demonizada por la prensa blanca del momento y considerada ‘herética’ desde determinados sectores del islam tradicional sunni como la Nación del Islam. El otro fue su negativa radical a participar en la Guerra de Vietnam, episodio que es escuetamente mencionado en el documental de Netflix. Al contrario que artistas encumbrados como Elvis Presley, Ali mostró su rechazo a formar parte de una guerra del Imperio de los EE UU contra una nación del Tercer Mundo a la que consideraba hermana, hecho por el que fue frecuentemente hostigado y abucheado en numerosas ocasiones. A causa de ello, se enfrentó a la posibilidad de ir a la cárcel y, por la misma razón, el título de campeón mundial y su licencia como boxeador le fueron retirados, perdiendo, según los expertos en la materia, los mejores años de su carrera.
Sin embargo, gracias a su valentía, y a su solidaridad inquebrantable con los colonizados, se ganó el respeto y el amor del denominado Tercer Mundo convirtiéndose en aquello que decía querer ser cuando tenía once años: ‘el hombre más famoso del mundo’. Fue precisamente en Ghana, durante un encuentro casual entre Muhammad Ali y Malcolm X, donde se fracturó para siempre lo que había comenzado a lesionarse cuando este último tomó la deriva que lo llevó a abandonar por completo la Nación del Islam y a su líder, Elijah Muhammad. Pero rebobinemos. El documental, de poco más de una hora y media de duración, muestra la intensa fraternidad que surgió entre estos dos titanes desde el primer instante en el que entraron en contacto. Malcolm vio en Ali el potencial del orgullo cultural y la dignidad sin la que ningún pueblo que haya sido pisoteado podrá levantarse. Con su seguridad, su fuerza y su conciencia de pertenencia, Ali podía ser un héroe que ayudara a recuperar la fibra moral de una comunidad entera. Por otra parte, Muhammad descubrió en Shabazz a un maestro y a un mentor. Lúcido y desacomplejado en su apreciación de los efectos del racismo, así como en sus propuestas para acabar con el problema, un verdadero intelectual orgánico dotado de una capacidad de reflexión y oratoria magnéticas.
Pasado, presente y futuro de una imaginación radical
A pesar de la belleza poética del documental, de su interés histórico y de la aparición de un elenco memorable: Ilyasah y Atallah Shabazz, dos de las seis hijas de Malcolm X, Maryum y Hana Yasmeen, dos de las hijas de Muhammad, Rahman Ali, único hermano; el periodista Peter Bailey, colaborador personal de Malcolm, el historiador Zaheer Ali, etc., no puede pedírsele peras a Netflix. Bien es cierto que la producción trae a la luz apuntes importantes poco atendidos en el ámbito mainstream. Por ejemplo, gracias a un gran esfuerzo llevado a cabo por estudiosos de la vida de Malcolm X como Herbert Boyd, el legado de sus padres, militantes importantes del movimiento de Marcus Garvey, cuyo hijo, Julius W. Garvey, aparece también en escena, toma mayor importancia de la que tiene en el relato biográfico convencional sobre la construcción de su personalidad.
Dos inocentes pasaron veinte años en prisión por el asesinato de Shabazz, mientras que el principal asesino, cuya identidad reveló el único participante reconocido en los hechos, envejeció y falleció apaciblemente oculto gracias a la justicia y a la policía
Lo cierto es que, más allá de una aproximación sensacionalista y externa al conflicto que hace estallar por los aires la amistad entre Muhammad Ali y Malcolm X —que es, en realidad, un conflicto entre el liderazgo quietista de la Nación del Islam del momento y la creciente motivación política internacionalista de Malcolm X—, el espectador español, necesita un mayor conocimiento sobre el contexto en el que todo se desarrolla. Por lo que es posible que muchos detalles, algunos de ellos importantes, se le escapen. Un probable defecto del documental, que se basa, en gran medida, en el libro del mismo nombre Blood Brothers: The Fatal Friendship Between Muhammad Ali and Malcolm X, escrito por Johnny Smith y Randy Roberts en 2016, es no proporcionar una mayor atención al rol que el FBI y la CIA tuvieron en la instigación de los conflictos entre Malcolm y Elijah, o entre el primero y Muhammad Ali. Una sintomática falla que también se encuentra presente, aunque con matices determinantes, en ¿Quién asesinó a Malcolm X? No hay que olvidar que dos inocentes pasaron veinte años en prisión por el asesinato de Shabazz, mientras que el principal asesino, cuya identidad reveló el único participante reconocido en los hechos, envejeció y falleció apaciblemente oculto gracias a la justicia y a la policía.
No hay que hacer más spoilers, así que tan solo me queda animar no sólo a la visualización crítica de esta producción, sino a un verdadero y sosegado descubrimiento sobre quiénes fueron estos seres humanos que tuvieron el don de incomodar seriamente al poder. “Existe un gran coste en ser una persona libre y amorosa”, afirma el filósofo West, en una de las escenas. Y esto es cierto, sobre todo para Malcolm X, que pagó con su violenta muerte, al igual que su padre, la osadía de exigir justicia sin medias tintas. Por eso, desde entonces, su presencia ocupa un lugar privilegiado en el heterogéneo panteón de grandes personalidades revolucionarias de todas las épocas como Bartolina Sisa, Ho Chi Ming, Djamila Bouhired, el Che Guevara —con quien tuvo contacto—, Abdel Krim el Jattabi o Helios Gómez.
Si figuras de esta talla siguen convirtiéndose en tendencia y moda en la actualidad es porque sus aportaciones y sus vidas siguen informándonos sobre algo que late en nuestro presente político. Su actitud y su batalla en la lucha contra la opresión racial toma relevancia porque los problemas cuya existencia señalaron, siguen existiendo y forman parte del núcleo cultural que moviliza el éxito internacional de los reaccionarios en el campo del sentido común. La raza es un antiguo problema consustancial a nuestras sociedades. La ultra derecha lo sabe y hace lo que puede para aprovecharlo. La izquierda sigue encontrándose ante el reto de abrir los ojos ante ese tabú que tanto le incomoda y tomar partido con mayor valentía. Malcolm X y Muhammad Ali fueron dos musulmanes afro convencidos que se han convertido en una fuente de inspiración espiritual y política para la juventud no blanca, musulmana y panafricana del mundo entero en lucha contra la injusticia y la opresión. Conviene no olvidarlo en tiempos en los que la caricaturización del otro vuelve a convertirse, una vez más, en un arma para justificar la guerra, el neocolonialismo y, por lo tanto, la deshumanización de miles.