Personas refugiadas
Los refugiados de Quíos, entre las ratas y el olvido

Un total de 3.700 desplazados de guerra se hacinan en la isla griega de Quíos en condiciones deplorables entre dos campos de internamiento sobresaturados.

refugiados grecia quios 1
Un refugiado llegado a la isla griega de Quíos. Joan Mas
Çesme (Turquía) / Quíos (Grecia)
13 jul 2017 15:19
Seyf Akram Alí deambula entre los pasajeros de la estación de autobuses de Çesme, una población costera de Turquía situada en las orillas del mar Egeo. A poca distancia, separada por un estrecho de ocho kilómetros de largo, está la isla griega de Quíos. Akram, refugiado iraquí originario de Mosul, lleva más de un año en tierras turcas. Desde que entró en el país, sus condiciones de vida han sido miserables. Después de verse obligado a dormir en la calle y de trabajar durante ocho meses en una fábrica donde cobraba unos 130 euros mensuales, el desplazado de guerra de Iraq consiguió ahorrar algo de dinero para hacer el salto hasta Grecia.

Para cualquier persona con la documentación en regla, el viaje en barco desde la población turca de Çesme hasta la isla de Quíos cuesta solamente unos 20 euros. Sin embargo, para los refugiados que intentan acceder en Grecia de manera irregular, el precio es estratosférico. Mientras espera en la terminal, Akram pide dinero a las personas de su alrededor para comprarse un billete de autobús. No tiene que ir muy lejos: se debe desplazar hasta el punto de encuentro donde le ha citado un grupo de traficantes que le ofrece un vía de transporte para llegar a Quíos. En su bolsillo, el refugiado iraquí atesora todos sus ahorros. Son solo 400 euros, el dinero justo para pagar el trayecto marítimo que le trasladará hasta tierras griegas.

Pese a la corta distancia, la ruta hacia Quíos que hacen los refugiados es peligrosa y no siempre tiene garantías de éxito. Entre las aguas del Egeo, Akram viaja en una pequeña embarcación que se tambalea y está sobresaturada de gente. Se trata de una lancha neumática Zodiac con capacidad para pocas personas, pero dentro hay casi setenta pasajeros que arriesgan su vida para pisar territorio europeo al precio que sea. Sin embargo, los impedimientos para llegar hasta aguas griegas son muchos: poco después de zarpar, un barco de la guardia costera turca intercepta el bote de refugiados, se acerca a la embarcación, intenta impactar contra ella y da vueltas alrededor suyo para hundirla. “Nos salvamos por los pelos”, comenta Seyf Akram Alí, que finalmente consiguió llegar a Grecia junto con el resto de la tripulación.

Una huída hacia delante

Con el acuerdo bilateral entre la Unión Europea y el gobierno de Erdogan de marzo de 2016 para cortar el flujo masivo de refugiados, los viajes clandestinos desde las costas turcas a las islas griegas han disminuido en un 98%. No obstante, la cantidad de personas que cada mes huye de Turquía para buscar cobijo en Grecia es aún muy alta. Según los datos de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), hay más de 10.000 personas que han alcanzado tierras griegas en lo que va de 2017. La mayoría lo ha hecho por mar, a través del archipiélago de las islas del Egeo.

Quíos, con poco más de 50.000 habitantes, es una de las islas helenas que más gente ha recibido a lo largo de los últimos meses. En opinión de Barbara Colzi, directora de la oficina del Alto Comisariado de las Naciones Unidas por los Refugiados (ACNUR) en la isla, “Quíos está desbordada a nivel humanitario desde hace mucho tiempo”. 

Desde marzo de 2017, más de 2.300 solicitantes de protección internacional han tomado tierra en esta unidad periférica de Grecia que está a ocho horas en barco de Atenas. Sin embargo, la mayor parte de refugiados no puede proseguir su viaje hacia el continente hasta resolver sus trámites de asilo en la isla. Para muchos, ese margen de tiempo se puede hacer interminable. 

A día de hoy, Quíos retiene a más de 3.700 desplazados de guerra que se hacinan en condiciones deplorables entre dos campos de internamiento sobresaturados. Para refugiados como George, un joven kurdo de nacionalidad siria, el atasco dura desde hace más de un año. Recientemente, el Estado griego rechazó su primera solicitud de asilo, pero apeló contra la resolución y ahora está pendiente de recibir una respuesta a su segunda petición. Si la sentencia es negativa, George podría ser expulsado de vuelta a Turquía. En las islas griegas del Egeo, la deportación a tierras turcas es el mayor temor de muchos solicitantes de asilo. Hasta ahora, más de 1.200 personas han sido devueltas. 

Hacinados en el foso del castillo

Cada día, los refugiados que malviven en el campo de Suda ven las costas de Turquía con nitidez en la otra orilla del mar. El recinto de internamiento es un largo pasillo insalubre con varias hileras de tiendas y barracones de plástico que están comprimidos en el foso de la muralla de la ciudad vieja de Quíos. Justo en el centro de la capital de la isla, a pocos minutos de la calle mayor, los refugiados habitan un hueco donde su existencia no es visible para el resto. Sin embargo, el campo de Suda está sobresaturado de gente. “El recinto tiene capacidad para acoger a 575 personas, pero ahora hay alrededor de un millar de refugiados que vive en su interior”, explica Isabel Retuerto, una voluntaria independiente de origen español que trabaja en tareas de apoyo a los desplazados de guerra. Para ella, “las condiciones higiénicas del espacio son nefastas: las duchas escasean, a menudo no hay agua caliente y los residentes sólo tienen 30 urinarios a su disposición”. Ante ese escenario, los ratones merodean por el campo sin control y se colan con facilidad dentro de las estructuras deterioradas que dan techo a los refugiados.

“En Suda hay ratas que son como conejos”, lamenta Mohammed, un solicitante de protección internacional que llegó en el campo cinco meses atrás. Procedente del Sáhara Occidental, el refugiado reside en una tienda grande que está dividida en varios compartimientos. Allí, comparte un espacio pequeño con dos jóvenes argelinos que duermen en colchones tirados en el suelo. En el interior, la sensación de calor es sofocante y todo el mundo sale sudando. La tienda apenas tiene ventilación. Aún así, Mohammed se toma la situación de precariedad en la que vive con sarcasmo. Mientras pasea por el campo, comenta la jugada con un amigo marroquí al que el día anterior le mordió una rata. El hombre cojea y tiene la herida del pie cubierta por una gasa. “’Go sleep to Souda!’, me dijeron de mala manera en el hospital cuando pedí si me harían seguimiento por la mordedura”, se queja el solicitante de asilo de Marruecos.

Según la voluntaria Isabel Retuerto, “la atención sanitaria que reciben los refugiados en Quíos es prácticamente nula”. Theurgia Goetia, una activista autóctona que mantiene su identidad real en secreto por amenazas de la ultraderecha, lo corrobora: “Ha habido incluso casos de refugiados que tenían tuberculosis, pero las autoridades no hacían nada al respecto”.

Goetia publica informaciones diarias a través de las redes sociales sobre el estado en qué viven los solicitantes de asilo de la isla, pero tiene que ir con cuidado. “La sociedad de Quíos es muy conservadora y la extrema derecha utiliza la presencia de los refugiados a su favor”, explica. “Amanecer Dorado es una minoría, pero ha conseguido que las personas solidarias con los refugiados estemos estigmatizadas”, añade.

Tirados en la playa

Desde que se habilitaron las instalaciones, elementos ultranacionalistas han atacado varias veces el campo de Suda. Actualmente, el recinto sigue saturado y en su interior no caben más personas. En este contexto, los últimos demandantes de protección internacional que llegaron no tienen otra opción que dormir en una pequeña playa que está fuera del campo. En la arena, entre las olas del mar y el muro medieval, se esparcen decenas de tiendas donde viven todos aquellos que no tienen acceso en el recinto.

“Llegamos en Europa y nos dejaron tirados”, lamenta Philippe, un solicitante de asilo camerunés que lleva varias semanas durmiendo con dos compatriotas en una tienda que apenas se aguanta en pie. Según comenta, está gravemente enfermo: tiene los ojos rojos, la cara demacrada y el cuerpo esquelético. En su brazo, una inyección le suministra alguna sustancia en la sangre de manera permanente. Sin embargo, Philippe no quiere dar más detalles sobre su salud. “Necesito una atención continuada para tratar mi enfermedad, pero en Quíos sólo me dan una asistencia básica”, declara el refugiado de Camerún.

Hace poco más de un mes, 50 paquistaníes llegaron juntos en un bote desde las costas turcas. Les dirigieron directamente en la playa de Quíos, donde duermen repartidos entre un montón de tiendas. La mayoría son jóvenes y muchos no llegan a la mayoría de edad. Wajid tiene 17 años y viajó sólo desde su región natal de Paquistán para alcanzar territorio europeo. Sin embargo, ahora está atrapado en Quíos sin vías de salida. El chico, entristecido, se siente rechazado: “Vivimos en condiciones miserables, vistiendo la misma ropa desde que llegamos”, denuncia señalando sus zapatos rotos, el único calzado que le han proporcionado. A pesar de las dificultades, Wajid y sus compañeros van a iniciar el proceso de acojida en Grecia, pero son conscientes de la dificultad de conseguir protección internacional en el país heleno: según datos de ACNUR, el 45% del total de solicitantes de asilo deportados a Turquía desde las islas griegas son de nacionalidad paquistaní.

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