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Residencias de mayores
Naces, creces, te reproduces, envejeces y sigues generando beneficios
Desde la escuela primaria sabemos cuál es el ciclo vital de cualquier ser vivo: nace, crece, se reproduce y muere. Si de seres humanos hablamos, el ciclo es similar aunque un poco más sofisticado: naces, creces, estudias, trabajas, te reproduces, compras un piso, te jubilas, envejeces y mueres. Por ahí pasamos la mayoría. Pero donde tú ves un itinerario vital, el capitalismo extractivista ve oportunidades de negocio. Las pupilas como símbolos de dólar del Tío Gilito. El sonido de caja registradora: clin, clin. Cada etapa de tu vida es monetizable. Una fuente de ganancia que no puede desaprovecharse, que puede ser detectada, extraída, gestionada y transformada en capital. Del cerdo hasta los andares, dice el refrán, no se tira nada, todo es comestible. Lo mismo con nuestras vidas: desde que naces hasta que mueres, todo puede generar beneficios.
El trabajo era el modo clásico, la extracción fácil de plusvalía, pero no nos quedemos ahí. ¿Necesitas un techo para vivir? Clin, clin. ¿Has enfermado? Clin, clin. ¿Estudias, quieres un título, seguir formandote? Clin, clin. ¿Necesitas que te cuiden, tienes familiares que precisan atención? Clin, clin. Tanto tintineo de moneditas, tanto clin-clin de caja, acaba atrayendo a los campeones de la extracción de riqueza: los fondos de inversión, los grandes inversores internacionales, que desde la última gran crisis de 2007-2008 están a la que salta. Y durante los últimos quince años, España sustituyó su icónico toro de las carreteras por un gran cartel de “Se vende”.
Teclea en Google “los fondos de inversión desembarcan…”, y verás: están ganando terreno en todo tipo de sectores, desde la agricultura al turismo, del Ibex 35 a los medios de comunicación, la tecnología, las obras públicas, la distribución, pasando por supuesto por la vivienda, la sanidad o la educación.
Volvamos de nuevo al ciclo de la vida: naces, creces, etc. Naces, y puede que lo hagas en un hospital público pero donde funcione la tan extendida “colaboración público-privada”. Lo que se llama venir con un pan bajo el brazo, beneficios cosechables nada más llegar al mundo. Creces, y tal vez pases los primeros años de vida en una guardería, a la que los inversores todavía no han metido mano pero seguramente ya tienen echado el ojo, a la espera de que se universalice la siempre prometida educación gratuita de 0-3 años.
Después estudias y, según vas avanzando en tu vida académica, se multiplican las posibilidades de ganancia: colegios concertados y centros privados, pero también comedores escolares en centros públicos (históricamente ofrecidos por pequeñas empresas, y hoy cada vez más concedidos a grandes grupos empresariales), clases particulares, enseñanza de idiomas, que son calderilla comparado con la verdadera mina: la educación superior. Cada vez más universidades privadas, con fondos y grupos internacionales comprando las ya existentes o abriendo nuevos campus con todas las facilidades de los gobiernos autonómicos, además de posgrados, escuelas de negocios, formación profesional privada, y la joya de la corona hoy: las residencias universitarias, un negocio en alza que combina la falta de vivienda con la demanda de enseñanza superior.
Siguiendo tu ciclo vital, una vez empiezas a trabajar (que es la forma clásica de extracción de plusvalía, y no cesa), querrás tener una casa donde vivir. Ya sea en propiedad o en alquiler, el mercado inmobiliario (aka derecho a la vivienda) está cada vez más controlado por grandes inversores internacionales, que llegaron hace años con alfombra roja comprando vivienda pública a precio de ganga y haciéndose con las devaluadas carteras inmobiliarias de los bancos. Además de distorsionar el mercado de alquiler, han extendido su negocio a los pisos turísticos y a las “nuevas soluciones habitacionales”, lo mismo habitaciones que el gracioso coliving.
Mientras vas cumpliendo años, seguramente tú y tu familia necesitaréis más de una vez asistencia médica, clin, clin: además de la ya mencionada “colaboración público-privada”, tal vez pases por alguna clínica privada, concertada o no, o pagues un seguro médico, desconfiado de una sanidad pública desatendida y falta de medios. España es ya el tercer país de Europa que más gasta en sanidad privada, y los fondos hace tiempo que olieron sangre.
Y por fin llegas a la última etapa de tu vida: envejecerás, y tal vez requieras unos cuidados que nuestro modelo social, familiar y laboral obliga a externalizar mayoritariamente. Mientras la asistencia domiciliaria es todavía un negocio atomizado y muy dependiente de la economía informal (mujeres cuidadoras, muchas de ellas migrantes), al que tímidamente van asomándose los inversores (ahí están los pioneros de Cuideo, una especie de Uber del cuidado a domicilio), distinto es el caso de las residencias de mayores, donde el capital internacional ya lleva tiempo ganando terreno.
Del cerdo hasta los andares, y de las trabajadoras y trabajadores hasta sus últimos andares, ya sean con bastón, taca-taca o silla de ruedas. Una vez exprimido el ciclo de vida, todavía hay que rebañar el fondo del bote, el clin-clin de la cuchara que suena como el de la caja registradora. Estamos ante una suerte de fracking humano: igual que la industria petrolera, que exprime el subsuelo para aprovechar los hidrocarburos que no emergen solos a la superficie, extrayéndolos de cualquier manera sin importar el alto coste, el daño ambiental o los residuos; también el capitalismo extractivista emplea un fracking similar sobre la última etapa de nuestras vidas: exprimir nuestra capacidad de producir beneficios hasta el último aliento.
Una sociedad cada vez más envejecida, con una de las esperanzas de vida más altas del mundo; una demanda creciente e inagotable de cuidados y servicios a los mayores; un modelo familiar-laboral que dificulta el cuidado en casa; y un sistema público falto de recursos, y que prefiere subvencionar el cuidado privado que asumirlo con medios propios. La combinación perfecta para que sigan fluyendo hacia manos privadas los recursos de las personas mayores: sus pensiones, su patrimonio (las “hipotecas inversas” tan de moda), los recursos de sus familias y los del Estado.
Normal que los fondos de inversión tengan en el punto de mira al negocio de las residencias de mayores, con cada vez más compras de centros y nuevas aperturas, favorecidos por las administraciones, que además les entregan la gestión de centros de titularidad pública. Tres de cada cuatro plazas en residencias de mayores son privadas. Un mercado que crece a un ritmo del 4% anual en los últimos diez años.
Como pasa en el resto de sectores mencionados, también aquí manda la búsqueda de rentabilidad máxima por encima de cualquier otra consideración. Por encima del cuidado de las personas, claro. Precariedad laboral, plantillas desbordadas, falta de recursos, instalaciones deficientes, incluso mala alimentación y penosidad para unos residentes que pagan grandes cantidades por un mal servicio. Y todo ante la indiferencia social más absoluta. Cada poco nos horroriza una noticia sobre ancianos atados a la cama, muertos que tardan en ser descubiertos, o comida en mal estado. Y no pasa nada. Ninguna sorpresa, visto el abandono criminal que sufrieron los mayores residentes durante la pandemia.
Un estudio de la universidad sevillana Pablo de Olavide demostró cómo la mortandad en edades avanzadas fue superior en aquellas comunidades autónomas con más porcentaje de residencias privadas, y en aquellos centros de mayor tamaño. Por el contrario, los centros con menos mortandad fueron las residencias públicas de pequeño tamaño.
Al ciclo vital solo le queda el último paso: naces, creces, te reproduces, envejeces… y mueres. Otro día hablamos de cómo los mismos fondos están comprando tanatorios, el proceso de concentración en el sector funerario, y la aplicación de la misma lógica extractiva sobre nuestra última hora. El más allá de los beneficios, una vuelta más de tuerca del fracking humano.
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Llegado el declive de los recursos del planeta (agravado por la crisis ecológica global), finalizada al era del crecimiento, los fondos de inversión se lanzan sobre las últimas migajas: los últimos rincones de naturaleza, y... nuestros cuerpos.
Muy acertado el planteamiento central. No quedan espacios en nuestras vidas que no sean objeto de explotación económica, de la misma manera que no quedan espacios fuera del control de los dispositivos de dominación. Lo terrible es que, en el discurso oficial, todo lo elegimos libremente, todo forma parte de nuestro derecho a elegir. Elegimos educación privada, medicina privada, residencias privadas. En la fiesta de la libertad y del derecho a elegir, nos creemos lxs invitadxs, cuando en realidad somos las vacas a cuyas ubres se enchufa la maquinaria que nos exprime. Un artículo, en fin, acertado y muy necesario.