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Centroamérica
El retorno a la autocracia en Centroamérica
Centroamérica, con poco más de 50 millones de personas, es esa región vibrante que conecta el Norte y el Sur del continente ahora conocido como América. Vibrante en todo sentido, biológicamente, culturalmente y, sobre todo, políticamente.
No podemos entender la región sin analizar a los siete países que la componen, no de forma aislada, sino interconectados de múltiples formas culturales, políticas, económicas y biológicas. Una conexión histórica que se trata de mantener en el tiempo y el espacio, aunque esto implique enlaces dictatoriales y represivos que trascienden las fronteras centroamericanas.
Son siete Estados: Belice, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá, los que conforman la región del istmo, territorios con abundante agua, minerales, acceso a los océanos Pacifico y Atlántico y un clima bastante benévolo para la agricultura y en general para la vida. Por esta razón, civilizaciones como la maya, decidieron habitar y coexistir con la naturaleza desde hace más de 12.000 años, sobre todo en el Norte de Centroamérica (Guatemala, parte de Honduras y El Salvador).
Pero esta región, desde la invasión europea hace más de 500 años y posteriormente la independencia de la corona española, entró en una etapa de violencia monárquica y estatal en contra de las poblaciones originarias que persiste hasta el día de hoy. Violencia que los Estados modernos continúan ejerciendo a través de las instituciones que sirven de brazo armado para empresas oligárquicas locales, corporaciones multinacionales y desde hace algunos años el crimen organizado transnacional. Sin olvidar a los Estados de Europa y Norteamérica, que siguen ejerciendo una fuerte presión sobre los ecosistemas y los cuerpos de las poblaciones originarias y mestizas en los países centroamericanos.
La región está en una etapa de retorno a las autocracias y gobiernos represores, que utilizan todas las herramientas estatales para ejercer control, miedo y violencia en contra de las sociedades
Es a raíz de esa influencia de los Estados del Norte global y de sus corporaciones que la región está en una etapa de retorno a las autocracias y gobiernos represores, que utilizan todas las herramientas estatales para ejercer control, miedo y violencia en contra de las sociedades.
Este será un breve resumen de los últimos meses en el área haciendo énfasis en países como El Salvador, Guatemala y Nicaragua. No quiere decir que el resto de Estados centroamericanos no estén navegando en la deriva autoritaria que marca la región y es así que, para el resto de los países se requerirá otro texto para describir sus frágiles democracias atacadas por el conservadurismo religioso, la corrupción, impunidad, narcotráfico y las influencias de los Estados del Norte global.
Durante la segunda mitad del siglo pasado, no hubo país centroamericano que se escapara de los regímenes dictatoriales y de los golpes de Estado. Las dictaduras brutales en Nicaragua, El Salvador, Honduras y el genocidio en contra de población maya en Guatemala marcaron las autocracias en la región. Pero esto cesó, de alguna forma, a inicios de la década de los noventa, cuando los acuerdos de paz hicieron su aparición y la violencia estatal mutó en la región, dando paso a una represión judicial de la que hablaremos en el caso guatemalteco.
Se pensaba que las autocracias clásicas, aquellas del “hombre fuerte y caudillo”, habían desaparecido en la región. Pero esa sombra reaparece con Daniel Ortega en Nicaragua, en abril de 2018, y con Nayib Bukele en El Salvador, el pasado 1 de junio durante la “renovación” de su mandato presidencial; aun cuando la constitución política de El Salvador prohíbe la reelección del presidente en ese país.
El Salvador y el renacer del autócrata
El sábado 1 de junio, Nayib Bukele apareció en público, durante la toma inconstitucional de su segundo mandato, rodeado de policías y militares fuertemente armados y ataviados al estilo de las SS (Schutzstaffel) de la Alemania nazi, vestidos con abrigos y capas largas en el calor tropical de San Salvador. Una muestra de músculo y mano dura, se vaticina que vendrá una represión cruda.
Toda la parafernalia y demostración militar de Bukele es la prolongación y el cierre de su estrategia con tintes mercadológicos y de propaganda, que pasó de autonombrarse el “presidente más cool del mundo” a dirigirse sin freno a un segundo mandato presidencial con tintes dictatoriales y de represión a la oposición.
Este inicio dictatorial tiene sus bases en el primer periodo presidencial de Bukele, donde la norma ha sido encarcelar a miles de jóvenes acusados de pertenecer a las pandillas y desestabilizar al país y la sociedad salvadoreña, pero también el encarcelamiento de integrantes de la sociedad civil, de militantes de partidos políticos de izquierda y de organizaciones de jóvenes. Es decir, una afrenta en contra de la oposición política con cierre de medios independientes, exilio, prisión sistemática y asesinatos selectivos.
Bukele utiliza el discurso de la seguridad ciudadana —por ende, de la seguridad nacional— como estandarte de batalla en contra de las pandillas. En ese sentido, se ha encargado de edificar la cárcel más grande de la región: el Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT), la mega prisión inaugurada por Bukele el 31 de enero de 2023 que se ha convertido en un símbolo de su “guerra contra las pandillas” y de la política de seguridad que le ha dado una popularidad sin precedentes a nivel nacional e internacional.
Desde que comenzó el estado de excepción, más de 70.000 personas han sido detenidas, una serie de garantías constitucionales están suspendidas y existen numerosas denuncias de graves atropellos a los derechos humanos
El apoyo a Bukele se basa sobre todo en la drástica reducción de homicidios que se ha registrado desde que comenzó su gobierno en el que llegó a ser el país más violento del mundo. Pero esa baja de homicidios es cuestionable, al no contar con estadísticas independientes que lo demuestren.
Son muchos los que destacan ese cambio y respiran aliviados, sobre todo en los barrios antes controlados por las pandillas, en los que “ver, oír y callar” era la regla y los vecinos pueden ahora cruzar las fronteras invisibles que estas impusieron históricamente sin sufrir hostigamiento y sin miedo a represalias, extorsión o muerte. Sin embargo, el CECOT es también un exponente del hermetismo y las acusaciones de opacidad del régimen de excepción aprobado tras los 76 asesinatos registrados en solo 48 horas en marzo de 2022.
Desde que comenzó el estado de excepción, más de 70.000 personas han sido detenidas, una serie de garantías constitucionales están suspendidas y existen numerosas denuncias de graves atropellos a los derechos humanos, desde arrestos arbitrarios y torturas hasta muertes bajo la custodia del Estado. Todo esto ha sido la norma de la autocracia en el país más pequeño de la región, el pulgarcito de América.
Guatemala, ¿el regreso de la primavera?
En Guatemala se habla de un retorno a la primavera, esa primavera que floreció entre los años 1944 y 1954 del siglo pasado, cuando los presidentes elegidos democráticamente Juan José Arévalo y Jacobo Árbenz, producto de la Revolución de Octubre en el país, instauraran la democracia luego de decenas de años de dictaduras y una crisis constante.
Esa primavera duró poco, ya que el gobierno de los Estados Unidos a través de un golpe de Estado y con el apoyo de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), así como de otros gobiernos centroamericanos y militares anticomunistas guatemaltecos, derrocó al militar progresista Jacobo Árbenz en junio de 1954, obligándole al exilio en más de diez países alrededor del mundo hasta su muerte en México en 1971.
Durante esos diez años de primavera democrática se lograron avances sin precedentes en el país. Por ejemplo, la creación del código del trabajo, la creación de la seguridad social, el acceso al voto de las mujeres, la reforma agraria que repartía la tierra a los indígenas y campesinos, así como la construcción de infraestructura vial, marítima, educacional, etc.
Es todo lo anterior lo que la sociedad guatemalteca aún recuerda y tiene en la memoria colectiva. Ese avance democrático nunca antes visto en Guatemala, así como esa memoria y otros factores, fueron los que llevaron a que el 20 de agosto de 2023 las y los guatemaltecos votaran mayoritariamente a Bernardo Arévalo, hijo de Juan José Arévalo, candidato socialdemócrata que utilizo el capital político e histórico de su padre y de la Revolución de Octubre para obtener la primera magistratura del país.
Las instituciones encargadas de administrar justicia se volcaron en judicializar, criminalizar, exiliar y asesinar a opositores políticos, líderes indígenas, dirigentes estudiantiles y sociales
Para entender el porqué de esta importante victoria de la socialdemocracia en Guatemala es preciso conocer que, desde el año 2017, se gestó en el país una dictadura de carácter judicial (los cabecillas de esta dictadura son la Corte Suprema de Justicia, la Corte de Constitucionalidad, el Ministerio Público y otros jueces). Es decir, las instituciones encargadas de administrar justicia se volcaron en judicializar, criminalizar, exiliar y asesinar a opositores políticos, líderes indígenas, dirigentes estudiantiles y sociales. También se orquestó esta afrenta judicial en contra de periodistas y operadores de justicia y en la actualidad hay más de 200 de estas personas exiliadas.
La sociedad civil, los pueblos originarios y, sobre todo, la gente de a pie se cansaron de la dictadura judicial, conocida en el país como el “pacto de corruptos”. El hartazgo fue demostrado durante las elecciones generales del año pasado y la gente votó masivamente a la opción socialdemócrata. Esta utilizó un discurso anti-dictadura y frente a la corrupción, pilar fundamental de la dictadura judicial que intentó impedir que el gobierno recién elegido tomara posesión. Quiso dar un golpe de Estado judicial (lawfare) a la elección popular, pero los pueblos originarios lo impidieron al manifestarse de forma pacífica por más de 106 días consecutivos para salvaguardar la frágil democracia en Guatemala. El gobierno de Arévalo pudo tomar posesión el pasado 15 de enero.
Se podría decir que Guatemala es una bisagra política en la región y es un respiro democrático a los sistemas autoritarios. Si se logra asentar la primavera guatemalteca nuevamente, esto podrá servir de contrapeso ante la dictadura que se estableció en El Salvador con el “dictador más cool” del mundo y con la autocracia rancia de Daniel Ortega en Nicaragua; dos dictadores que en sus formas parecen antagonistas, pero en esencia son autoritarios hasta el tuétano
Nicaragua, Nicaragüita y la eterna dictadura
Durante muchos años del siglo pasado la sociedad nicaragüense vivió bajo la dictadura de la familia Somoza, en contubernio con la oligarquía local y el beneplácito del gobierno de los Estados Unidos. Esta espiral represiva se vio cortada por la Revolución Sandinista de 1979, que fue un faro de esperanza libertadora en la región y el mundo. Una revolución que posicionó a la región, ya no por la desigualdad estructural sino por la posibilidad de construir una región para todos los pueblos y las personas, una región más inclusiva y menos desigual, una región democrática.
Esa revolución, que cuajó de 1979 a 1990 y que el neoliberalismo arrebató a la sociedad nicaragüense, tuvo luego una serie de gobiernos nuevamente alineados a la política exterior de los Estados Unidos. Y el hartazgo nuevamente se hizo presente en la sociedad nicaragüense: el pueblo de nuevo eligió de manera democrática a través de elecciones populares en el año 2007 al exguerrillero Daniel Ortega, artífice fundamental de la Revolución Sandinista.
Desde 2007 hasta abril de 2018, luego de las protestas que propiciaron una crisis política con el exilio de más de 30.000 nicaragüenses a Costa Rica, arrestos a opositores, cierre de medios y de organizaciones de la sociedad civil, así como hostigamiento a la comunidad católica, Ortega ha sido comparado con Somoza y ha sido señalado de autoritario por diversas fuentes, tanto medios de comunicación como políticos se han referido a él como un dictador.
Ortega ha sido acusado de caudillismo, oportunismo ideológico, enriquecimiento personal y de ejercer un control familiar sobre las instituciones del Estado
Ha sido acusado de caudillismo, oportunismo ideológico, enriquecimiento personal y de ejercer un control familiar sobre las instituciones del Estado, designando incluso a su esposa como vicepresidenta. Es decir, una autocracia con tintes monárquicos tropicales. Ortega sin lugar a dudas es un dictador, un autócrata clásico, de esos que durante el siglo pasado en la región ejercieron con mano dura y represión sistemática un terror sin precedentes.
En los anales de la historia centroamericana, nombres como los de Nayib Bukele y Daniel Ortega quedarán en la memoria colectiva como los artífices del retorno a la autocracia en Centroamérica, el retorno al autoritarismo.