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Militarismo
Militarismo y patriarcado: los siete horrores
Te propongo un sencillo ejercicio: piensa en las guerras y en el militarismo. Intenta concretar cuáles son sus objetivos y sus estrategias. Piensa después en el patriarcado. Trata de poner nombre también a sus intereses y sus métodos. Coloca al lado ambas reflexiones. Esto hicimos en un taller al que llamamos “El monstruo de dos cabezas”. Aún previendo la similitud de ambos paradigmas, nos sorprendió la casi absoluta coincidencia. Si dos conceptos se parecen hasta el punto de confundirse, ¿no serán una misma cosa?
Dando la vuelta a aquellos pasatiempos infantiles en los que había que buscar las siete diferencias, recogemos aquí siete similitudes, nacidas de las reflexiones colectivas del taller en el que nos hicimos conscientes de esta profunda sinergia. Más que siete errores, se trata de siete horrores:
- El rasgo común más visible es la consagración de la violencia como herramienta y como argumento. Los ejércitos no saben de diálogo ni de escucha. Saben cómo destruir cuerpos, casas, hospitales o tierras. Al igual que en las violencias machistas, la forma de materializar el poder y generar obediencia es practicar el daño o generar miedo a sufrirlo. Es la capacidad de usar la fuerza y no la justicia, el respeto o las necesidades de cada cual la que guía sus prácticas. Para disponer de un ejército capaz de destrozar, es necesario exacerbar los rasgos de la masculinidad más tóxica. Héroes o mártires, novios de la muerte (preferiblemente ajena), los ejércitos, sus prácticas, sus discursos, su ideología, son machismo en estado puro.
- Militarismo y patriarcado son sostenidos y sostienen una estructura jerárquica. Se trata de mantener privilegios, de normalizar un orden de dueños, de defender el orden social. La obediencia y la disciplina como valores, amparadas por las leyes, ponen muy difícil la contestación, la discrepancia, la subversión. Una jerarquía que ordena rigurosamente desde el general hasta el soldado, del BBVA (blanco, burgués, varón, adulto) a la mujer trans racializada.
- Detrás de las guerras, a veces escondidos en la trastienda, aparecen los negocios. El más obvio es el negocio armamentístico. Pero también la apropiación de bienes naturales como cereales, minerales, agua o gas. O el control del comercio a gran escala. En definitiva, la acumulación neoliberal. Esa acumulación que necesita de clases subalternas, de precariedad y de un “ejército” de mujeres que sostenga la reproducción social con coste cero. La conquista (léase invasión) de tierras tiene una lógica cercana a la apropiación gratuita de trabajos, tiempos y cuerpos de mujeres. Los feminismos comunitarios comprenden muy bien ese continuo territorio-cuerpo-tierra en las prácticas de apropiación.
- La guerra, como el machismo, impregna todas las capas de la cultura, se extiende más allá de los hogares y de los campos de batalla y empuja a la militarización y patriarcalizacion de la sociedad y sus instituciones. Normaliza el uso de la amenaza, la fuerza y el miedo en las calles, en las escuelas, en los centros de trabajo, en los medios de comunicación. El discurso único se impone, y con él la lectura monolítica de la realidad: así son las cosas. Se desprecia la diversidad y se elimina los matices. En contextos de guerra se uniformizan y aplanan los discursos y lecturas del mundo.
- Para sostener ese grado de violencia es necesario pasar por un proceso de desprecio a todo lo vivo. Hay vidas, dice Butler, que no son dignas de ser lloradas, que pueden desaparecer bajo los escombros o bajo el agua sin que nadie las nombre, que solo existen como herramientas para que otras vidas se sostengan. Para el patriarcado y para el militarismo hay vidas que no cuentan. El patriarcado infantiliza, el racismo deshumaniza, el militarismo cosifica. Son manifestaciones diversas de un mismo desprecio hacia los cuerpos, las tierras y las comunidades. Este utilitarismo despiadado niega nuestra dependencia del resto de seres vivos y su valor.
- Las confrontaciones bélicas nos empujan a una lógica binaria, reduccionista, de buenos y malos, amigos o enemigos. Coloca a la población en modo defensa o ataque. Civilizado-salvaje, cultura-naturaleza, hombre-mujer, constituyen dicotomías denunciadas por el feminismo porque, en esta lectura de opuestos, se invisibiliza la escala de grises, se jerarquiza y se reduce el otro lado de la trinchera a un espacio homogéneo, extraño y despreciable. Así se armó nuestra cultura patriarcal. La polarización es un rodillo que arrasa con la diversidad e inhibe la capacidad de comprender la complejidad.
- Las guerras nunca las gana la gente de a pie. Los daños caen en cascada hacia abajo, hacia los sujetos no normativos, hacia los pueblos más humildes, hacia las periferias. Personas mayores, racializadas, infancia, mujeres. También pierden poblaciones animales, bosques, ríos o cultivos. Las mujeres sufren acoso, violencia, violaciones, aunque paradójicamente se presentan como necesitadas de protección. En periodos de guerra son empujadas a ocupar papeles subalternos (en mayor medida que épocas de “paz”). Se intensifican los roles y los trabajos de cuidadora, madre, sostenedora del hogar o ejército de reserva para mantener el sistema productivo, esto último siempre que los hombres no puedan hacerlo. Igual que se intensifica el rol de conquistador, de autoridad familiar, de héroe al que mantenerse fiel durante la espera. Quien menos poder tiene es quien más poder pierde.
Tristemente esta lista de horrores se puede continuar. Está claro que el militarismo apuntala fuertemente la cultura patriarcal y el patriarcado es sostén imprescindible de la cultura militarista. Si hay sinergias entre estos sistemas de opresión, en sus objetivos y sus estrategias, entonces podremos enfrentarlos al tiempo. Porque las sinergias entre el feminismo y el antimilitarismo también son poderosas. Seguro que encontramos más de siete.
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Hacía mucho tiempo que un artículo no me impresionaba tanto. Y eso que hay en este medio artículos buenísimos.