Planchar o no planchar, esa es la cuestión

A riesgo de que nos llamen cochinas, volvemos a cuestionar la necesidad de algunas de las tareas domésticas y criticamos su coste ambiental y social. En esta ocasión nos preguntamos si de verdad necesitamos que las camisas salgan de casa sin ninguna arruga.

Sueños compartidos, Ivana Koblica
Sueños compartidos, de Ivana Koblica
30 may 2019 08:00

Dicen mis amigas que no planchar no da puntos para el carnet de ecofeminista, que no insista, que no cuela. Pero voy a insistir, que me he picado. Todo vino a raíz de la lectura de este fantástico artículo de Silvia de Santos García en este blog, “Limpieza, de lo personal a lo político”, ilustrado por una imagen muy provocadora. El artículo abre la puerta a un montón de reflexiones, y lo que es más importante, a un amplio abanico de acciones. Y es ahí donde se me ha quedado corto, o más bien, donde me he quedado con ganas de más, por ejemplo, debatir sobre el uso de la plancha como electrodoméstico que ejemplifica la división de tareas y el derroche energético.

Un aparato históricamente en manos de mujeres, para planchar las camisas que los “señoros” lucen en los debates públicos; un acto, el planchado, que se realiza en espacios privados, domésticos, que exige un gran esfuerzo, y un alto consumo de energía. La plancha es uno de los electrodomésticos que más potencia exige, más de 1.000 W, solo superada por aparatos mucho mayores como la aspiradora, otro trasto que ya me dirás para qué vale, la vitrocerámica, el horno o el lavavajillas. Es cierto que no se usa normalmente muchas horas a la semana, pero, por pocas que se usen, si enchufas a la vez la plancha, el horno y el lavavajillas, y tienes contratada una potencia razonable, es fácil que te pases y salten los plomos.

Insisto con la plancha quizá por una cuestión personal. De las tareas domésticas puede que sea la que más he aborrecido siempre. Es personal. Creo que hace unos 7 años de la última vez que planché algo, para una boda a la que nos invitaron. Después de aquello hice un trato con una amiga de las que plancha, a la que se le había roto la suya. Le regalé la mía, que estaba inmaculada, a cambio de que si alguna vez necesitaba planchar algo me la dejara. Solo se la he pedido una vez.

Tuve una compañera que planchaba mientras veía la tele, afirmando que así se relajaba. Era, y es, una mujer extraordinaria, pero, oye, cada una tenemos nuestras taras. Tengo también un amigo que plancha, y escribe. Y las dos cosas las hace bien. Lo de limpiar ya si eso vamos viendo, que no hay tiempo para todo.

No me da tiempo a nada

Y precisamente el tiempo, el uso del tiempo, es la clave. Según la encuesta de uso del tiempo más reciente que he conseguido encontrar, atención, de 2010, las mujeres españolas dedicaban entonces de media 4 horas y 7 minutos diarios a lo que el INE llamaba “hogar y familia”. Los hombres, solo 1 hora y 54 minutos. Vaya, qué sorpresa, ¿no? Siete años antes, en 2003, la encuesta arrojaba estas cifras: 4 horas y 24 minutos el tiempo dedicado a las tareas esenciales para mantener un hogar acogedor por las mujeres, 1 hora y 30 minutos, los hombres. No he encontrado datos para ver qué ha ocurrido en estos nueve años, desde la última encuesta, pero no tengo muchos elementos que me hagan sospechar que esa diferencia se haya reducido considerablemente. Lo pienso, y me da escalofríos. 4 horas al día dedicadas a… bueno, a hacer la comida, poner lavadoras, doblar la ropa y guardarla en los cajones (que no va sola, no), barrer, fregar los cacharros, hacer las camas (siquiera tapándolas un poco con el edredón), limpiar el baño de vez en cuando… un montón de cosas que muchas mujeres que conozco, y admiro, realizan entre las 6 y las 7.30 de la mañana, antes de ir a trabajar, o a última hora de la tarde, o no sé muy bien a qué hora porque yo nunca encuentro el tiempo.

En el futuro más próximo, en realidad ya mismo, deberíamos replantearnos con urgencia y seriedad qué actos podemos permitirnos, y qué aparatos vamos a poder utilizar. Pero claro, antes de eso, tendremos que replantearnos cómo organizar la vida, y los cuidados, para que se distribuyan de manera mucho más equitativa, y de verdad transitemos a una sociedad baja en carbono y respetuosa con las personas y el medio en el que vivimos.

Seguir produciendo electricidad a partir de combustibles fósiles no debería ser ya una opción. Consumir carne, ropa o energía por encima de unos límites tampoco debería poder ser una opción, ya que ello implica que nos estamos comiendo los recursos de otras personas, hoy, o de quienes estar por llegar, mañana y pasado mañana. Como bien describe Silvia Santos en su artículo, tener la casa como los chorros del oro, a costa del uso de productos muy tóxicos, y de nuestro tiempo de vida, tampoco parece una opción muy razonable.

Y planchar, podemos negociarlo si queréis, pero me cuesta ver la utilidad vital del invento. Claro que lo mismo me dirán mis amigas de la sandwichera, la palomitera o la última tentación que ha llegado a casa, una gofrera adquirida en un supermercado de esos innombrables a los que no deberíamos ir… pero ay, el camino hacia una vida coherente con el ecofeminismo no va a ser fácil, no. ¿O quizá sí? ¿Cuánto tiempo más puedes dedicarte si dejas de planchar? Quizá…

Sobre o blog
Saltamontes es un espacio ecofeminista para la difusión y el diálogo en torno al buen vivir. Que vivamos bien todas y todos y en cualquier lugar del mundo, se entiende. También es un espacio para reflexionar acerca de la naturaleza, sus límites y el modo en que nos relacionamos con nuestro entorno. Aquí encontrarás textos sobre economía, extractivismo, consumo, ciencia y hasta cine. Artículos sobre lugares desde donde se fortalece cada día el capitalismo, que son muchos, y sobre lugares desde donde se construyen alternativas, que cada vez son más. Queremos dialogar desde el ecofeminismo, porque pensamos que es necesario anteponer el cuidado de lo vivo a la lógica ecocida que nos coloniza cada día.
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