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El Salto de Verano
Canción de verano
El autor de ‘Los asquerosos’ nos regala un relato sobre croquetas, pequeños pedazos y vasos rotos.
El Pinacho es un bar de ociosos y mal encarados. Al local le pasa eso muy común de que es un sitio al que da repelús entrar, pero sólo hasta que has entrado una o dos veces. Luego, no hay quien te saque. Lo lleva una señora denterosa y desquiciante que se llama Evangelina.
La peor de los habituales es una bronquista sexagenaria. Es mejicana, o americana, o de por ahí, porque habla castellano pero con acento inglés. Se llama Ann. Está abonada al viejo truco de los que son gorrones y desfachatados a partes iguales. Llega con apetito de comida y gresca. Se pide a lo mejor una de croquetas, un flan y un Bitter Kas. A la altura de la última croqueta empieza a meter prisa con muy malas formas, y con que si qué masa guarra y con que si corre con el postre, zopenca, que he quedado para ir a la cabalgata en enero. Se monta la bulla, la tía se hace la ofendida, rompe algo y Evangelina la echa del bar con los muy usuales ¡por aquí no vengas más!, etc. A resultas de la tangana, Ann no se ha ido. Sino que la han echado. Con lo cual no paga. A la semana reaparece compungida y pidiendo perdón, abona alguna cosa, es readmitida en el Pinacho, y vuelta a empezar. A Evangelina en el fondo le distrae sacar a alguien a palos de su bar de vez en cuando.
La insufrible Ann es una miserable que parece llevar siempre un pedo a punto de emisión, o recién emitido, o emitiéndose ahorita, puro presente, siempre anexo, cercano y adyacente, como quien lleva en un bolsillo un paquete de tabaco (veinte pedos en una cajetilla, doscientos en un cartón).
Ann se descuelga hoy con que “Roger, el de Supertramp” (supongo que habla de Roger Hodgson) le compuso a ella Give a little bit para rogarle que se casara con él. Cuenta a gritos que ella le dijo que nones, que “pa su puta madre”.
Ya estamos. Diciendo paridas para llamar la atención. Las fechas, ahora bien, cuadran. Me voy a ella a tirar del hilo. Ann me canta la canción en perfecto inglés. Me habla de teclados, de Los Angeles, de “Crime of the century”. Si fuera verdad, sin embargo, los del bar se quedarían boquiabiertos, y nadie le hace ni caso. Luego caigo en la cuenta de que en este bar de psico-deslavazados, suficiente tiene la parroquia con acordarse del nombre de sus hijos. Como para acordarse de aquellos Supertramp.
Ann me saca de su cartera una foto en la que aparecen Roger Hodgson y una hermosa mujer besándose por Londres, a mediados de los setenta. La mujer es ella, reconocible en los ojos a pesar de todo. En el reverso de la foto conserva unas palabras de amor firmadas con un “Hodgson”. Lo de Ann y Give a little bit, pues resulta que es verdad. Esta menda inspiró una tonada irresistible cuya propuesta devolvió con desdén hacia su enamorado autor.
O sea, que tenemos a un sujeto capaz de brillar con sólo escribir cuatro notas en una hoja. Que se enamora de una jamba que lleva metido bajo piel el polen del desbarajuste, del tropezón y de la ruina en ocho o diez variantes temáticas (salud, amigos, recursos, todo eso). Y que es esta la que rechaza a aquel. A quién no le dan ganas de irse al pasado y gritarle al juglar: “¿Pero qué haces, Roger? ¿Qué desarreglo te estás montando tú solo?”.
Viéndola ahora, la Ann metió la gamba cuando se decidió por las calabazas y cuando optó por dejar tirado a su bardo. En cambio, este sí que tuvo la fortuna de cara, por mucho que el día en el que recibió la negativa matrimonial le pareciera lo contrario. Menuda potra, el rechazado. Imagínate, Roger Hodgson, que te salen las cartas que querías entonces y va Ann y te dice que sí, y que venga, que te give el little bit. Asómate al balcón de los años y mira ahora lo que te habría tocado. Todo el día cogiendo aviones para venirte al Pinacho a pagarle las croquetas a esta, y a pedir perdón a la dueña por los vasos que ha roto tu musa, y a rogar excusas por las barbaridades que nos ha llamado a todos. Es mucho mejor tu canción que la ameba que le dio génesis.
Le revelo a un cliente que Ann motivó una de las canciones más gordas de Supertramp.
—Por mí como si motivó el himno de Inglaterra. A ver quién conoce al Superman ese —bebe un trago—. Lo que sí tiene chicha, lo gordo de verdad, es lo de aquella mujer de allí.
Señala a Evangelina, que transita por la barra con una bolsa de plástico y su anorak a cuadros.
—Ahí la tienes. Evangelina es Eva María. La de Eva María se fue buscando el sol en la playa. Era novia de uno de Fórmula V. A la tía le cambiaron el nombre para la letra porque el suyo les sonaba a viejo. Pero es ella.
El cliente dice todavía un par de cosas más.
—El nombre les sonaba a viejo. Les sonaba a lo que es ella ahora. A lo que serás tú en cuanto te descuides.
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