Opinión
Muchos cuerpos, una sola salud

La institución médica se ha ganado el reconocimiento universal por su capacidad de minimizar los riesgos vitales. Sin embargo, no llega al corazón del malestar contemporáneo. Se le escapa entre las manos el pez que se muerde la cola: como no me siento bien recurro a sucedáneos de felicidad (compras, scrolls, ultraprocesados, sustancias), pero como estos sucedáneos no son saludables, no me siento bien (inflamación crónica de bajo grado, estrés metabólico, estrés oxidativo). Una rueda de hámster que gira y gira, impulsada por toda una constelación de desequilibrios emocionales, políticos, sociales y ecológicos. De este modo, resulta artificial separar fascias de angustias laborales o microbiotas de malestares familiares.
Esto explicaría porque se está abriendo un nuevo paradigma salutogénico, vitalista y regenerativo. Ya no tenemos suficiente con “ir tirando”. La salud integrativa se ha convertido en tendencia. Los tips inundan las redes. Influencers especializados surfean la ola. La investigación científica aborda todos los ángulos imaginables ¿Cómo interpretarlo? ¿Un salto de conciencia integrativo? ¿Una pulsión consumista más, al servicio de la optimización neoliberal? ¿Un empuje a la autogestión de la salud? ¿Una reacción desesperada a la epidemia de pérdida de vitalidad y “enfermedades de la civilización”? ¿Una expresión más del self neurótico? ¿Un camino de respeto, cuidado y responsabilidad? Todo esto y más.
Un escenario central de este estallido son las redes. Y la paradoja de las redes es que las semillas de información gratuita que diseminan tienen un importante potencial liberador y democratizador, pero al mismo tiempo el contexto cultural en el que deben germinar está intoxicado por la precariedad, el individualismo, la mercantilización y la dispersión cognitiva. De aquí que se acabe imponiendo una distancia significativa entre la información que circula y la capacidad que tenemos para digerirla y aplicarla. Todo el mundo tiene una noción general de las ventajas de la comida ecológica o de hacer ejercicio, pero el margen de maniobra para priorizarlo no es el mismo para todes. De la misma forma que la interminable oferta de consumo que se pasea ante nuestros ojos cada día no garantiza en absoluto su acceso, tampoco la disponibilidad de información lo hace.
La sobreagendización y el productivismo 24/7 internalizado son parte del problema. Por tanto, es clave saber priorizar. Y esto requiere tiempo para combinar virtuosamente información, práctica y escucha del propio cuerpo
Aprender es pues condición necesaria, pero no suficiente. Acceder a la mejor investigación científica siguiendo a personas honestas y rigurosas en las redes es un buen comienzo. Aporta herramientas concretas que cambian vidas. Recursos gratuitos que, en tiempo de impotencia, nos permiten encarnar cambios palpables. Pero para navegar este mar de consejos sin naufragar es necesario jerarquizar y personalizar la información, ya que no tenemos tiempo para hacerlo todo. Es más, el estrés es uno de los disruptores centrales de la homeostasis. La sobreagendización y el productivismo 24/7 interiorizado son parte del problema. Por tanto, es clave saber priorizar. Y esto requiere tiempo para combinar virtuosamente información, práctica y escucha del propio cuerpo.
¿Cómo hacerlo si vamos a tope o nuestros entornos no son especialmente saludables? No todo el mundo puede dedicar horas a formarse para abrazar la complejidad interdisciplinar. Y para la mayoría de nosotros tampoco es fácil pagar una medicina integrativa personalizada ni sostener un proceso que casi nunca es resolutivo a corto plazo. Hoy, por ejemplo, sabemos que elegir alimentos con alta densidad nutricional reduce riesgos digestivos. Y que al reducir la energía invertida en la digestión podemos dedicarla a otros procesos metabólicos. Pero estos alimentos, cuando son sanos y sostenibles son también más caros. Así, construirse una caja de herramientas para superar un desequilibrio de salud crónico se convierte en una carrera de obstáculos… precisamente en el momento de nuestras vidas en que menos los necesitamos.
Como no se cansa de repetir a Yayo Herrero, somos interdependientes y ecodependientes. Es decir, nadie se salva solo
Mi cuerpo, mi responsabilidad. Nadie puede moverse, comer o dormir por nosotras. ¿Pero se trata de una responsabilidad exclusivamente individual? Como no se cansa de repetir a Yayo Herrero, somos interdependientes y ecodependientes. Es decir, nadie se salva solo. Hay variables que nos afectan de lleno pero que por mucha disciplina que le pongamos no podemos modificar al sobrepasar nuestra agencia individual. Por mucho que pedaleemos con la bici, no será suficiente para limpiar el aire del barrio. Y pese a esta obviedad, el contexto dominante dirige la responsabilidad hacia el individuo aislado, priorizando la generación de nuevos nichos de mercado a una conciencia robusta de derechos colectivos, acceso universal y contención ecológica.
Por eso, la forma en que estamos abordando la salud integrativa en las redes, en las consultas o en las academias acaba siendo reduccionista, ¡incluso a pesar de adoptar un enfoque holístico! Porque más allá de la acción individual hay un desierto. El cuerpo social y sus dolencias quedan fuera del frame. Incluso parece como si se nos propusiera que la incertidumbre de estos tiempos amenazantes sea resuelta por la terapeutización. El problema es que en el lenguaje terapéutico desaparece el horizonte social. En los podcasts de salud encontraremos muchas y bienvenidas herramientas, pero casi nunca serán colectivas. No escucharás consejos sobre cómo conseguir la jornada laboral de cuatro días o cómo forzar una compra pública agroecológica masiva. Y, sin embargo, cualquiera de estas medidas haría más por tu salud que ningún suplemento.
El ecosistema empresarial de la salud integrativa opera pues en una posición de privilegio pendiente de ser democratizada. Una consigna habitual del sector sostiene que “hay que cobrar caro porque sino la gente no se toma el tratamiento en serio”. Pero la frase sólo tiene parte de verdad en tanto que vivimos en un imaginario colonizado por la asignación de valor neoliberal. Y dado que esta mirada resulta rentable, no se exploran otras formas de asignar valor y monitorizar la continuidad del tratamiento, como precios de consulta proporcionales al salario de cada uno o apps de seguimiento compartidas entre médico y paciente.
Pese a la acumulación de cada vez más evidencia científica, el acceso universal a este abordaje integrativo a través de la médica pública avanza a paso de tortuga
Mientras tanto, y pese a la acumulación de cada vez más evidencia científica, el acceso universal a este abordaje integrativo a través de la medicina pública avanza a paso de tortuga, frenado tanto por la presión privatizadora y los recortes, como por protocolos farmacéuticos que marginan las prácticas y sustancias no patentables. Si la barata vitamina D todavía no forma parte de la mayoría de protocolos inmunoreguladores no es por dificultades presupuestarias, sino conceptuales.
El problema de fondo es que para la mayoría de la gente un estilo de vida saludable no tiene tanto que ver con los entornos que habitamos y las redes de apoyo mutuo de las que formamos parte, sino con el acceso a servicios de mercado. Y esto pasa tanto de forma directa como indirecta, ya que incluso cuando no hace falta poner dinero es necesario poner tiempo. No hace falta explicar que los vasos comunicantes entre tiempo, dinero y energía condicionan fuertemente el margen de maniobra para hacer yoga o cocinar. Es más, después de un día interminable y agotador, no sólo cuesta encontrar un agujero, cuesta también encontrar la calidad de atención necesaria.
Por lo tanto, como sociedad necesitamos asegurar condiciones de vida dignas que permitan conciliar teoría y práctica más allá de la mitología meritocrática. Ensanchar el margen de acción personal con el músculo de una infraestructura público-comunitaria-cooperativa expansiva. Lo necesitamos tanto en el ámbito sanitario como en el resto de sectores esenciales para la vida, es decir, para la salud. Desde entornos urbanísticos y laborales que nos lo pongan más fácil a algo tan básico como vernos las caras (y no sólo los perfiles digitales). Porque la salud holística real es en realidad “una sola salud”: un enfoque integral y colaborativo que reconoce que la salud de las personas, sociedades, seres vivos y ecosistemas están estrechamente interconectados. Así lo recogen múltiples administraciones públicas, al menos sobre el papel.
¿Pero hemos arrojado la toalla? ¿Ya no creemos que juntas llegamos más lejos? La desvalorización de la dimensión política, tanto de moda también, es en realidad un tiro al pie. Y la autosuficiencia que se nos propone a cambio, es una fantasía que facilita tanto la culpa como la culpabilización. Si la medicina es el cuidado del cuerpo individual, la política —comunitaria o institucional— es el cuidado del cuerpo social. Pero, ay, esa dimensión parece hoy menos atractiva, más fuera de nuestro radar. Y ciertamente, aunque puede ser muy gratificante y productiva, la acción colectiva reclama un esfuerzo de cooperación social menos proclive a generar dopamina inmediata y resultados a corto plazo.
Llegar agotado después de demasiadas horas en un “trabajo de mierda” no constituye un buen contexto para cuidarse. Pero es en esta dificultad donde resulta más vital disponer de herramientas para cuidar el cuerpo y la mente. No es ninguna pijada, es el campamento base
Sí, de la neurología hemos aprendido que es más útil invocar la abundancia que la escasez, que nos sentimos mejor cuando nos orientamos hacia la acción palpable. Pero este hackeo personal no puede servir de cortina de humo para esconder el marco estructural de creciente desigualdad e individualismo patológico. Un marco que nos limita tanto o más que cualquier mal hábito.
Dicho esto, asignar toda la responsabilidad de nuestra salud a los factores estructurales resultaría tan absurdo como el reduccionismo individualista que hemos venido cuestionando en este texto. Porque la desigualdad no lo explica todo. Hay gente que lo tiene todo y no se cuida en absoluto. Otros hacen milagros con migajas. La salud es multidimensional. Muchos hábitos saludables tienen más que ver con ejercitar una presencia centrada que con dedicar recursos materiales o de tiempo significativos. Sí hemos integrado que lavarse los dientes constituye un trade-off razonable entre esfuerzo y beneficio, lo mismo vale para otras muchas prácticas de autocuidado cotidiano pendientes de generalizar. Y no todo lo que nos daña son ultraprocesados baratos, también nos degradan productos caros como el tabaco o los cubatas.
En realidad, los primeros que a principios del siglo XX exploran la conexión con la naturaleza y el cuidado del cuerpo como antídoto contra la desconexión tecnoindustrial fueron los anarquistas naturistas, poco sospechosos precisamente de operar desde una posición de privilegio o de estar al servicio del capital.
Sin duda, vivir bajo una amenaza de desahucio o llegar agotado a casa después de demasiadas horas en un “trabajo de mierda” no constituye un buen contexto para cuidarse. Pero al mismo tiempo, es en esta dificultad donde resulta más vital disponer de herramientas para cuidar el cuerpo y la mente. No es ninguna pijada, es el campamento base. Es cuando no tenemos colchón económico para pagar una operación cara en el futuro que más necesitamos estrategias preventivas en el presente. Es cuando estamos agotadas que más necesitamos llenar el depósito y driblar los sucedáneos.
La toxicidad no es patrimonio de ninguna clase social ni ninguna puede aislarse del todo. Tiene muchas caras, algunas sutiles pero igualmente reales. Pasar largas jornadas laborales con la espalda doblada bajo el sol cosechando fresas por un salario bajo es simple y llanamente explotación. Pero el sedentarismo fósil que encadena a las poblaciones urbanas a una pantalla por horas y horas tampoco es saludable.
Un “camino del guerrero” personal es pues insoslayable. La autogestión de la salud es en buena medida un rompecabezas biográfico. Y nuestra escala de prioridades también amplía o reduce el margen de maniobra. De hecho, constituye una variable central. Más que nunca, cultivar la atención y la capacidad de posponer la recompensa son músculos a ejercitar cotidianamente. La autonomía no se vende en ningún centro comercial ni la pueden cubrir sólo los servicios públicos, se construye en mil cruces de caminos, algunos cooperativos o disruptivos, otros tremendamente minimalistas e íntimos.
Cada alquiler inflado, cada hora pasada en un atasco, cada jornada extenuante, cada alimento empobrecido, son succiones de vitalidad que como sociedad podemos evitar sin explotar a terceros
No todo está perdido. Aprovechamos que la ciencia hila cada vez más fino, llegando a conclusiones que mayoritariamente podemos describir como humanistas. Nos estamos beneficiando tanto de un enfoque más interdisciplinar (por fin) como de una investigación de vanguardia en múltiples campos, desde el metaboloma a la mitocondria, de la neurología a la genética. De hecho, vivimos una época emocionante, superadora de muchas compartimentaciones artificiales. Se están estableciendo conexiones que ya estaban presentes en el bagaje colectivo de la humanidad, pero que ahora el método científico avala, añadiendo una capa de precisión, actualización y accionabilidad.
En resumen, la toxicidad es multidimensional, pero las herramientas personales y colectivas a nuestro alcance también. La revolución comienza en el umbral de casa: respirar, sentir. Desde aquí, empujar cambios estructurales entre todas: escuchar y organizar. No se trata de tener más objetos de consumo, sino más tiempo y garantía de acceso a los bienes esenciales. Porque la “carrera hacia el éxito” que nos proponen se sostiene en buena medida sobre las espaldas de los inferiorizados, como extensamente han documentado el feminismo, el ecologismo o el poscolonialismo. En cambio, cada alquiler inflado, cada hora pasada en un atasco, cada jornada extenuante, cada alimento empobrecido, son succiones de vitalidad que como sociedad podemos evitar sin explotar a terceros.
La propuesta de la autogestión de la salud podría resumirse en la exploración, desde el apoyo mutuo, la intimidad con la naturaleza y la coherencia evolutiva, de formas de vivir saludables y antifrágiles que nos aporten flexibilidad metabólica. Se trata de construirnos en red desde la condición biográfica, familiar, psicosocial, de género, clase o origen que nos moldea a cada uno. Esto empieza por diseñar buenos planes, a cualquier escala, con los que poder priorizar con eficacia pese a la hipertrofia informativa y al creciente delirio cognitivo. Nuestros cuerpos lo agradecerán. El cuerpo-territorio también. Todo está entrelazado.
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