Sexualidad
Vaginismo y silencios del cuerpo

Se calcula que el 40% de las mujeres y el 30% de los hombres pueden sufrir en algún momento de su vida una disfunción sexual. Dispareunia y vaginismo son dos de las que pueden afectar a las mujeres. Y tienen tratamiento.
Ginecóloga, obstetra y divulgadora, autora de 'Hablemos de vaginas', 'Hablemos de nosotras' y 'Hablemos de adolescencia'
31 mar 2023 06:00

Tienes un dolor persistente de cervicales que te impide seguir tus rutinas con normalidad y, al contarlo, después de mucho tiempo aguantando en silencio, la respuesta es: “¡Ah, no te preocupes, simplemente relájate!”. Esta respuesta que no se produciría con la mayoría de las dolencias es habitual cuando alguien dice estar sufriendo una disfunción sexual.

Se considera una disfunción sexual cualquier dificultad que impida tener relaciones sexuales satisfactorias, algo que puede tener diferentes causas, bien biológicas o psicológicas. Y, pese a los tabús en torno a ellas, las disfunciones sexuales son frecuentes: los estudios apuntan que el 40% de las mujeres y el 30% de los hombres las pueden sufrir en algún momento de su vida. Los trastornos más habituales en las mujeres son la pérdida del deseo, los problemas en la excitación, la falta o disminución de la intensidad del orgasmo y la “dispareunia”, un término difícil de pronunciar pero que puede definirse de forma sencilla con dos palabras: “Coito doloroso”.

Se considera una disfunción sexual cualquier dificultad que impida tener relaciones sexuales satisfactorias, algo que puede tener diferentes causas, bien biológicas o psicológicas

¿Qué hacemos cuando se produce este dolor? Lo primero que hay que entender es que no es normal y se hace necesario acudir al especialista para buscar ayuda. Lo que hará el personal médico para empezar es tratar de descartar causas orgánicas como infecciones, atrofia, liquen escleroso o endometriosis. Si la causa es orgánica, hay que tratarla. También existen casos más complejos en los que, tras la exploración y pruebas complementarias preceptivas, todo sale normal. En ese caso, puede ser necesaria  una valoración más detallada para, por ejemplo, descartar desequilibrios en la microbiota (disbiosis),  enfermedades autoinmunes o el conocido como síndrome del cascanueces, entre otras posibilidades.

Además, no solo hay que descartar causas que están en el tejido vulvovaginal, sino también en otros tres planos. En el muscular, hay que descartar la hipertonía en los músculos del suelo pélvico. Este tono aumentado que impide la penetración es lo que llamamos vaginismo, algo de lo que hablaremos enseguida. En el vascular, hay que descartar el síndrome de congestión pélvica. En tercer lugar está el plano neurológico, donde hay que valorar tanto los receptores del dolor —como ocurre en el caso de la vulvodinia, el dolor vulvar por disfunción de estos receptores— como los nervios que conducen la sensibilidad dolorosa —como la neuropatía del pudendo, una alteración de este nervio de la región pélvica—.

También podemos encontrar una mezcla de diferentes tipos de dolor. Si, por ejemplo, hay una causa inicial como una infección o una atrofia que no se tratan y se cronifican, con el tiempo podría generarse una hipertonía en los músculos que rodean a la vagina (vaginismo) o también  una sensibilización de receptores del dolor (vulvodinia). En estos casos no solamente habría que tratar la causa del dolor sino también el vaginismo y la sensibilización que se producen como consecuencia de esa infección o atrofia.

Otra cosa que puede ocurrir cuando se cronifica el malestar es que se extienda al vecino sistema urinario y se mezclen síntomas vulvovaginales —picor, dolor, escozor vulvovaginal— con síntomas urinarios —dolor al orinar, sensación de ganas constantes de orinar, etc.—. A esto lo llamamos síndrome genitourinario.

El tratamiento se individualiza según cada caso. A veces es muy sencillo y otras requiere tratamientos multidisciplinares que implican a otras especialidades como fisioterapia de suelo pélvico, nutrición, sexología o técnicas de bioestimulación del campo de la ginecología regenerativa.

La causa del vaginismo puede estar relacionada con algún problema físico: por ejemplo, una vulvovaginitis crónica que no se ha tratado

Contracción involuntaria

El vaginismo es la imposibilidad a la penetración vaginal que se produce al contraerse involuntariamente los músculos alrededor de la vagina. Esta musculatura es de contracción involuntaria, no se puede relajar por decisión propia, por lo que, como decíamos antes, no se trata de respirar hondo y “relajarse”. La causa del vaginismo puede estar relacionada con algún problema físico: por ejemplo, una vulvovaginitis crónica que no se ha tratado. Otras veces, el origen no es físico sino que se inicia en el cerebro: por traumas relacionados con el sexo o con los genitales o por una educación represiva, entre otras causas.

Pero no siempre tiene por qué haber un hecho traumático detrás o una educación muy represiva. A veces se instaura de una forma más sibilina, por una distorsión de la conciencia corporal. Si nunca te has mirado ni tocado la vulva porque, por alguna razón, te ha dado asco, sensación de culpa o pudor, esta parte del cuerpo no tendrá representación en el cerebro. Es como si hubiera un “silencio” y no quedasen bien integrados los genitales en la conciencia corporal. Por ello, cualquier cosa, como un simple granito, puede ser interpretada como algo muy preocupante. Muchas mujeres van al especialista espantadas por haberse notado algo como esto. Si ese mismo granito lo ven en el brazo no le darían importancia, pero ¿en la vulva? ¡Uy! Cuando no tenemos conciencia corporal de alguna parte del cuerpo, cualquier estímulo puede percibirse de manera distorsionada.

Si no escuchamos al cuerpo y seguimos intentando la penetración, podríamos entrar en un círculo vicioso entre dolor y vaginismo

En contexto, la penetración en algunas mujeres con cierta desconexión con esta parte de su cuerpo podría desencadenar esa contracción involuntaria de los músculos del suelo pélvico, como si esos músculos interpretaran que hay que “proteger” a la vagina y se cerraran. Si no escuchamos al cuerpo y seguimos intentando la penetración, podríamos entrar en un círculo vicioso entre dolor y vaginismo.

Termino como empecé: no es tan sencillo y, sobre todo, no hay que conformarse. Si esto te ocurre, busca ayuda en un equipo profesional con enfoque integrativo y multidisciplinar. 

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