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Sexualidad
El orgasmo masculino es aburrido porque es previsible
En 1977, dos jóvenes filósofos franceses —Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut—, hartos de la celebrada revolución sexual del momento, se embarcaron en una crítica mordaz de la sexualidad masculina, y por tanto, del imperio de lo genital y del orgasmo. El nuevo desorden amoroso, el primero de sus libros –con una escritura sobrada y pedante-, se cristalizó en una serie de soflamas que se inocularon entre mis venas, dejando un poso de incertidumbres sexuales y desestructuras discursivas. Así, con toda la intención del mundo de hacer común, os traspaso, hombres que me leéis, el fastidio angustiante que ridiculiza y desprecia nuestra actividad –y deseo- sexual. Aunque parezca que en las letras siguientes me adentre en una especie de biologismo de nuestro sexo, no es más que socialización arraigada hasta los tuétanos. Y las gónadas. Porque, aunque cueste, se puede transformar si tomamos conciencia de nuestro goce, y, sobre todo, porque no todos los hombres sienten suya la hipérbole de estos polemistas franceses. Bendita intersexualidad.
En lo más intenso de la tormenta voluptuosa, el hombre mantiene la cabeza fría, se distancia, huye. Mira imágenes, pero no crea fantasías
Comparto estas embestidas contra nuestro cuerpo viril para que la distancia que podamos tomar con respecto al código sexual inscrito nos permita descubrir finalmente nuestra propia polimorfia, nuestra elasticidad, y abrirnos así a nuevas voluptuosidades desconocidas. Nuestro placer tampoco es impermeable, y se puede pensar. Nos corresponde otro lugar y debemos regalárnoslo; donde no sea deseable la hegemonía, donde nos satisfagamos como Objeto, y por el que por fin podamos abandonar el narcisismo de lo propio. Alcanzar un espacio impreciso liberado por una afirmación escandalosa: nuestra sexualidad es mediocre.
Una de sus tesis principales, desarrollada de manera cargante (son ideólogos franceses…), es la siguiente: La relación sexual histórica para el Hombre es el recorrido siempre dramático de un ser que quiere gozar del cuerpo de una mujer –o de un otro, añadiría yo- y acaba invariablemente por gozar de sus propios órganos.
“Lo menos que puede decirse del placer masculino es que es breve y débil”, porque en nuestro goce se da un triple reduccionismo: la sexualidad se enfoca en los órganos y placeres genitales, el erotismo se limita al bagaje sexual masculino, y el cuerpo masculino se limita al pene, con el olvido consciente de la heterogeneidad anal y de otras zonas erógenas. Por lo tanto, llegando aún más lejos, ¿podemos hablar de goce en mayúscula o se queda en una mera representación de lo que debería ser? ¿Cuánto hay de performance mentirosa en nuestros sentires corporales? ¿Sentimos francamente el ardor pulsional caótico o no somos más que un proyector de fotogramas de Cinexin? El frenesí carnal tiene género, y mienten los que nos vendieron que era el nuestro: dime de qué presumes y te diré de qué careces.
Nuestra sexualidad (auto)reprimida, inconscientemente limitada, se convierte en genitalidad obsesiva… y, al final, “en una débil convulsión espermática”. La decepción es el resultado mismo del goce masculino genital. En lo más intenso de la tormenta voluptuosa, el hombre mantiene la cabeza fría, se distancia, huye. Mira imágenes, pero no crea fantasías: en las primeras hay separación; en las segundas, apego. A las exorbitantes obligaciones ligadas a la condición masculina (honor, coraje, violencia, dureza…) se le suma una especie de deber del placer genital, una obligación de eficacia hedonista entendida en términos de erección/eyaculación permanentes. Al fin y al cabo, una experiencia breve y aterradora de una vacuidad.
La falsa desinhibición –siempre hay control-, el ligue ocasional –rechazo al compromiso-, las proezas de la virilidad como deporte, la disposición perpetua del cuerpo femenino, los discursos sobre la homosexualidad, la perversión como una nueva forma de esnobismo, la avasalladora toma de espacios de la pornografía y los vínculos sensuales desvirtuados se erigen como elementos sustanciales de nuestro imperativo categórico masculino.
La angustia de nuestro orgasmo no pasa tanto por ser fulminados por el esplendor genital como por el miedo de quedar atrozmente apáticos. “Derrame es derrumbamiento. Después del orgasmo no es el corazón sino el cuerpo lo que le falta al hombre, una gran devastación le ha privado de su potencia. Desposeídos de toda disponibilidad”. El coito ha representado una inmensa encrucijada de desilusiones carnales. No nos desgarramos, nos vaciamos. El máximo de la fuerza coincidirá y se confundirá con el máximo de la debilidad. Goza la parte y no el todo. “Cuando nuestro deseo culmina, ya ha desaparecido. Esperábamos una deflagración y sólo se ha producido el chispazo de un petardo”.
Son planteamientos implacables, de una ausencia total de amabilidad con nuestros placeres, lo sé; pero hagamos un ejercicio de honestidad y preguntémonos cuánto de verdad hay en lo que estáis leyendo. Si no os rompe en mil pedazos porque no os reconocéis, os envidio… yo y muchos de los hombres con los que he ido compartiendo estas reflexiones en los últimos años.
El libro está descatalogado, y es difícil de encontrar, por eso me tomo la licencia de seguir jodiéndoos la vida –a quien se muestre sensible con lo expuesto- con los siguientes extractos cortados y pegados: “La eyaculación es una promesa incapaz de ser mantenida; el hombre tiene la impresión de que alzará el vuelo y estallará, pero se desploma. Ya se ha acabado, piensa, pero apenas había comenzado a perder la cabeza y ahora todo se ha ido. La eyaculación siempre es el no era eso. En relación a lo que esperaba, no era eso, la crisis más intensa y al mismo tiempo más insignificante, fácil de obtener, rápida de satisfacer, pobre en sensaciones.
La eyaculación no sólo es precaria, siempre es precoz, prematura; no llega a su hora, no depende de ninguna maduración, es repentina, imprevisible, siempre catastrófica. Todo acaba de una vez; soltando el chorro de semen nada permanece en el hombre, todo está dicho. En otras palabras, está muerto, extenuado, no disponible, inepto para toda continuidad. Su cuerpo, vaciado de capacidades de goce, es devuelto a sus funciones puramente animales, es una carne fría y diáfana que sólo obedece al principio de autoconservación, a una mecánica desprovista de sensaciones, una mera utilidad”.
Parece que los ideólogos franceses se encierran en un callejón sin salida impuesto por lo biológico, pero no es así, os lo aseguro: ellos también apostaban por el cambio… sabiendo que era a través de la crudeza cómo removernos, fracturarnos, y soltarnos en un campo que siempre hemos tenido atado y bien atado.
Propongo combatir el empobrecimiento al que hemos estado abocados en materia sexual, trascender la historia simple que nos contamos a nosotros mismos, desacralizar nuestro pene, poner el foco en la piel, en el cuerpo, abandonar el centro y alumbrar nuestra fisiología periférica oculta. Nuestro ritual amoroso debe ser revolucionado, así como nuestras vivencias pulsionales. Desprendernos de la tiranía del orgasmo ideal, del protagonismo que nos sujeta, de la promoción castrante y ridícula de nuestra potencia y permanentes ganas. Pero continúo con la flagelación:
“Para el hombre, cuando los cuerpos se encuentran ya no crean ningún sentido nuevo, ya están habitados por unas verdades preestablecidas que deben realizar si no quieren caer en la locura no viril o en la monstruosidad. Copiada de la teoría de la racionalización industrial, la ideología del orgasmo es utilitarista; es la adaptación de los medios a un fin, el cronometraje preciso de los más ínfimos gestos, contribuyendo todo al precioso resultado.
Al diferenciar el acto sexual en apogeo final y preliminares, desvaloriza automáticamente estos últimos, los lleva a no ser otra cosa que compañeros de viaje más o menos subordinados a un goce central inmediatamente satisfecho. Hipótesis: la obligación del orgasmo está precisamente ahí para resolver la angustia de no saber qué se quiere”.
Redoblo la apuesta y entro sucintamente –y con toda la falta de rigurosidad del mundo- en el último terreno, en el del patriarcado: cómo se relaciona todo lo expuesto con la estructura social más allá de nuestra psicología sexual interna. De esta manera, en una de sus páginas, Finkielkraut y Bruckner llegan a exponer que “el hombre domina a la mujer tal vez no tanto para gozar libremente como para sofocar en ella una voluptuosidad que presiente tan fuerte y tan violenta que agota y relativiza para siempre la suya”. Se demostraría la hipótesis de Mary Jane Sherffey –psicoanalista norteamericana- según la cual “una de las piedras angulares indispensables sobre la que están basadas todas las civilizaciones modernas es la supresión coercitiva de la desmesurada sexualidad de las mujeres”. Aquí lo dejo, buen amor de verano.
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Rollos aparte, si que hay algo de cierto en el miedo del varón a la sexualidad desbordante femenina, que puede no ser general pero cuando se produce acojona. A mi me ha dado envidia ver a algunas de mis parejas vivir algunos orgasmos hasta el cielo y con todo el cuerpo y reconozco que los mios no le llegaban a la suela del zapato. Que le vamos a hacer
En el mundo académico se interrogan muy a menudo por aquello que les diferencian del resto de preocupaciones, hasta tal punto que, eyaculan piedras.
La sexualidad de cualquier ser vivo es vida y este artículo lo que busca es la muerte
En esta mediocridad sexorgásmica del hombre puede basarse la busqueda de "emociones fuertes" como violar en grupo.
#20314 No olvidemos que Reich es el mismo que demuestra una homofobia sin límites en su "gran obra". Ni se puede ni se debe olvidar ese detalle, seamos críticxs de verdad con los dichosos vates del psicoanálisis.
Es una pena. No he follado tanto como para entender esta mística
Estos dos autores bebían de Freud y de Wilhelm Reich. Freud excepto en su primera etapa era más conservador, pero Reich, padre del freudomarxismo (corriente del psicoanálisis que incluía el factor de clase y señalaba la autoridad en el seno de la familia como causante de las personalidades cerradas) dejo grandes libros como La revolución sexual (se pueden encontrar en pdf) sobre el carácter y la personalidad en relación con la sexualidad y la educación recibida, como explica en Psicología de masas del fascismo. Por cierto que la peli sobre Reich (2014) está en youtube con subtítulos
El libro al que hace referencia este artículo es El nuevo desorden amoroso y se puede descargar aquí https://openload.co/f/bxcewOlccsc/112973.zip