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Let America be America again.
Let it be the dream it used to be.
Let it be the pioneer on the plain
Seeking a home where he himself is free.
(America never was America to me)
Langston Hughes, «Let America be America again», 1935.
[Dejemos que América sea América de nuevo / dejemos que el sueño sea lo que acostumbraba a ser / Dejemos al pionero en la llanura /que busca un hogar donde él es libre (América nunca fue América para mí.]
El 4 de julio de 2023 no comenzó en Estados Unidos con un tiroteo masivo. Eso ocurrió el día anterior en la ciudad donde se firmó la Declaración de Independencia. En los vídeos —y ahora casi siempre hay vídeos de las matanzas masivas— una figura vestida de negro dispara con un arma tipo AR-15 contra nadie en particular en una calle del sudoeste de Filadelfia.
Los muertos son siempre particulares, en este caso Daujan Brown, de 15 años; Lashyd Merritt, de 20; Dymir Stanton, de 29; Joseph Wamah, Jr, de 31; Ralph Moralis, de 59. Dos niños no identificados, de 2 y 13 años, resultaron gravemente heridos. Según la policía, el autor de los disparos llevaba chaleco antibalas y una pistola de 9 mm, cargadores y un escáner de la policía. Un antiguo compañero de piso declaró a la prensa que el detenido por el tiroteo, de 40 años y residente a pocas manzanas de donde se produjo la matanza, era «tranquilo» y «creativo»; el tipo de persona que «ayuda a todo el mundo», dijo un vecino.
Durante la pasada década, el 4 de julio ha sido el Día de la Muerte por arma de fuego en Estados Unidos. No es que hayan sido las únicas fechas al respecto. Desde enero, ha habido más muertes en tiroteos masivos que días transcurridos, 356, según el Gun Violence Archive. Pero el 4 de julio supera a todos los demás días de la historia reciente, probablemente porque algo sale mal en una barbacoa organizada en el patio trasero de casa o en una fiesta callejera (como ocurrió este año el 2 de julio en Baltimore, dos muertos, 28 heridos) o en una reunión familiar (como ocurrió a última hora del 4 de julio en Shreveport, Luisiana, tres muertos, 10 heridos); alguien fue menospreciado, alguien tuvo una discusión, alguien disparó al aire alegremente, alguien planeó un tiroteo desde un coche.
No sabemos por qué esa mujer honra y glorifica al Reich, ni por qué otra se reía de QAnon, pero su amiga se convirtió en devota
El año pasado Robert E. («Bobby») Crimo III se subió a un tejado en Highland Park, Illinois, e hizo del desfile del 4 de julio de la ciudad un ejercicio de tiro al blanco, matando a siete personas e hiriendo a 50. Un portavoz de la policía declaró a la prensa que Bobby, que entonces tenía 21 años, «tenía algún tipo de afinidad con los números cuatro y siete». Los números estaban tatuados en su pómulo y pintados en el lateral de su coche. Un chico «tranquilo», según un conocido. Cuando el día anterior, después de misa, le preguntaron qué había planeado para el 7/4, Bobby respondió: «En realidad, nada».
Los procedimientos judiciales se han prolongado, porque resulta que las pruebas de su presunta planificación son tan abundantes como alarmantes son sus mensajes previos en las redes sociales. Uno de ellos, del que se hizo eco la prensa, decía: «Sólo quiero gritar, a veces parece que estoy viviendo un sueño [...]. Viviendo el sueño, nada es real, sólo quiero gritar, que le den a este mundo».
Bobby tituló el post «Toy Soldier». ¿Un grito de ayuda? Su único amigo, un chico amable según dicen, ya estaba muerto. Sobredosis. El padre de Bobby le ayudó a obtener un permiso de armas cuando era adolescente, a pesar de que un familiar había llamado previamente a la policía alegando que el joven había amenazado con matar a la familia. Su próxima cita en el juzgado es el 11 de septiembre.
*
Escribo desde el tren que se dirige al oeste de Nueva York a Buffalo. Es el Día de la Independencia y el vagón está abarrotado de familias de Bangladesh. Padres e hijos y ancianos hablan la antigua lengua. La mayoría está haciendo el viaje completo de 644 kilómetros a Buffalo. Los niños se agitan incómodos durante las ocho horas de viaje, pero permanecen relativamente tranquilos. Si el patrón que conozco de los vecinos de Buffalo se mantiene, los padres solían vivir en Nueva York. Los hombres pueden haber conducido taxis, como muchos hicieron cuando empezó la migración desde Queens hace aproximadamente 10 años, o haber regentado pequeñas tiendas o pizzerías, etcétera. Se trasladaron a Buffalo, donde aún pueden conducir taxis, pero también tener una casa bifamiliar, un jardín, una vida a una fracción del coste en Nueva York. Algunos de los pasajeros adultos de edad similar pueden ser hermanos o hermanas que acaban de mudarse, a juzgar por sus maletas, numerosas y grandes y a veces atadas con cinta adhesiva. Algunos pueden haber sido contables o profesores universitarios en su país, pero finalmente se convencieron de que debían emigrar ahora que el resto de la familia se ha reasentado y las comunidades se han fortalecido; ahora que, una tras otra, las iglesias católicas han sido desconsagradas y santificadas como mezquitas, mientras el ciclo del nacimiento y de la muerte se ha invertido. Las ancianas vestidas con ropas vaporosas parecen tensas mientras sus hijos las cuidan, una vez que se han situado. Tranquilas, acarician a los niños, que se recuestan en sus regazos, presos de la ensoñación.
Todos viajamos en un transporte más o menos público, ya que Amtrak depende de subvenciones y normativas federales y estatales, pero funciona como una empresa con ánimo de lucro. Somos de todos los colores, edades y sexos. Múltiples idiomas tararean la longitud del tren. No estamos precisamente cómodos, pero nos acomodamos unos a otros como podemos. Es un día festivo; lo pasamos cerca, como extraños, comiendo perritos calientes kosher o comida de casa, diciendo «perdón» y «por favor», como hace la gente que respeta la sociedad.
Gracias a los nuevos inmigrantes y refugiados, la población de Buffalo creció en el censo de 2020, el primer aumento registrado en setenta años. Como en la anterior Gran Migración de la población negra procedente de los estados sureños, los viajeros del tren son ángeles salvadores para el norte del país ahora postindustrial.
*
[…] I am the people, humble, hungry, mean—
[Yo soy el joven, lleno de fuerza y esperanza / Enredado en esa antigua cadena sin fin / De beneficio, poder, ganancia, de ¡agarrad la tierra! / ¡De acaparad el oro! [...] ¡De haced trabajar a los hombres! ¡De coged la paga! / ¡De poseerlo todo para la propia codicia! / [...] Yo soy el pueblo, humilde, hambriento, mezquino]
La mayoría de los bangladeshíes se han asentado en la misma zona de la ciudad que aquellos primeros emigrantes internos, el East Side, que antaño, hace mucho tiempo, antes de la huida de los blancos, podría haber significado también el distrito polaco, pero que desde hace décadas significa simplemente el distrito negro. Es a esta parte de la ciudad a la que el año pasado un nacionalista blanco de 19 años procedente de una zona rural del estado de Nueva York condujo durante horas para masacrar a personas negras en un supermercado un sábado por la tarde. A pesar de los monumentos conmemorativos, el dolor de aquel 14 de mayo parece en verdad remoto ahora, incluso en el East Side, si no conocías a las víctimas o si no vives en el código postal que el asesino eligió precisamente por su densidad de población afroamericana, o si no dependes de su único supermercado. De la misma manera que la enfermedad parecía remota en Nueva York en el apogeo de la Covid-19 hasta que alguien que conocías moría. La misma forma en la que el peligro se comporta justo antes de atraparte.
Y así, en otro contratiempo, está esto: un libro fino y perturbador que llevé en el tren llamado The Undertow: Scenes From a Slow Civil War. Su autor, Jeff Sharlet, pasó por Buffalo en la conclusión de su viaje a través del país efectuado en 2021 siguiendo el fantasma de Ashli Babbitt, la rubia veterana de las Fuerzas Aéreas de 35 años, que fue tiroteada por un oficial mientras trepaba por una ventana rota dentro del Capitolio el 6 de enero de 2021. Nos sentamos en el porche delantero en una suave y frondosa noche de verano en el East Side, donde apostaría a que casi nadie conoce el nombre de Ashli Babbitt. Jeff es un testigo del país que lo sabe.
A lo largo de su viaje ha hablado con gente blanca que venera a Ashli como a una mártir; con gente que ha revisado su edad a la baja hasta convertirla en la de una niña, tal vez de sólo 16 años, curiosa, que sólo quiere ver: oye, ¿qué está pasando?, inocente; con cristianos que consideran su asesinato como el comienzo de una guerra civil o como una batalla de la misma; con predicadores que han retirado la cruz de sus iglesias, porque Jesús sufriente es un mariquita; con uno que ha construido un altar con espadas.
Jeff ha informado sobre la derecha cristiana durante décadas; ésta era la primera vez, me dijo, que había sentido miedo. Durante un servicio religioso, el predicador ya le había denunciado como enemigo del pueblo. Era algo que Donald Trump había empezado a hacer lanzando improperios contra los medios de comunicación en sus mítines de 2016, mientras se acosaba a los y las periodistas y se animaba a los fieles del candidato a extasiarse con los exabruptos que vertía sobre ellos. Después del servicio, tras habérsele negado una entrevista con el predicador, Jeff estaba en el aparcamiento hablando con dos mujeres, cuando un conserje y un guardia fuertemente armados le amenazaron y le ordenaron que se marchara. «Yo tengo un cuaderno y un lápiz, ¿y vosotros venís armados?», me dijo, contándome la historia, sin aliento, mientras imitaba la forma patética en la que había blandido sus armas.
No dudo del miedo de Jeff en ese momento, pero lo que estremece al leer su libro es la espantosa acumulación. La cascada de afirmaciones de sus informantes que, por el bien del lector, él debe rechazar enérgicamente y poner entre paréntesis. La vertiginosa violencia celebrada en algunos de esos «hechos» (Trump aún controla los códigos nucleares; Hillary fue ejecutada en secreto). Las afirmaciones de que el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 fue una «operación de distracción» protagonizada por las personas que lo estaban asaltando. La nítida percepción de que los hechos, las mentiras, la refutaciones, no importan en absoluto en el reino del mito y del sueño. Los repetidos hilos de «investigación» que podría querer proseguir para conocer la verdad. Las mujeres blancas que han caído en la madriguera del conejo QAnon, rechinando y llorando por los ficticios cientos de miles de niños secuestrados, abusados sexualmente y canibalizados por los Demócratas. Los hombres blancos que consideran el aborto como «un complot para reemplazar a los recién nacidos estadounidenses por niños y niñas adoptados». Los hombres que ven el aborto como un simple problema de preparación para el combate. Cuando llega la guerra (ya sea civil o una invasión de los chinos), le dijo a Jeff uno de sus entrevistados, «pierdes tantos cuerpos que necesitas un nivel de cuerpos frescos que nunca soñaste que tendrías que rebuscar». Los hombres «para quienes las mujeres son un chiste». La gente que enarbola banderas negras, imágenes de calaveras de Punisher, banderas de Trump diseñadas para las elecciones presidenciales de 2024, banderas confederadas, banderas estadounidenses negras y grises, banderas de armas.
*
El testigo, Jeff en este caso, no discute con sus interlocutores. El testigo muestra principalmente: aquí está la forma del deseo: armas, poder, guerra, un hombre fuerte.
Basta con que llame a sus puertas. A veces se hace el tonto, mostrándose sólo como un hombre blanco torpe (por lo tanto, relativamente seguro), que va por ahí con un cuaderno, diciendo que él también siente curiosidad por una bandera, o por un tatuaje, o por el gato que se pasea con cuidado alrededor de una pequeña pero formidable parte del arsenal de una familia. «Me llaman nazi», se quejaba una joven de Marinette, Wisconsin, por su tatuaje en el hombro; estos idiotas ni siquiera saben distinguir una esvástica de la Cruz de Hierro y de la bandera alemana. «“Honor y gloria para Alemania”, dijo ella, con una voz semejante al zumbido de un dron».
Aquí también puede estar la forma de la angustia. No sabemos demasiado sobre las vidas que hay detrás de los símbolos y las armas. Es arriesgado que el testigo merodee por ahí. No sabemos por qué esa mujer honra y glorifica al Reich, ni por qué otra se reía de QAnon, pero su amiga se convirtió en devota, ni por qué Ashli Babbitt escribió #Love(d) Trump en más de 8.000 tuits, tanto que dio su vida por él. Por qué tantos hablan de entusiasmo por la guerra civil.
Quizá se trate de una familiaridad con la muerte. Para Ashli, ¿esos ocho mil despliegues? Para otros, ¿todas las muertes por desesperación —por sobredosis, suicidio, abuso de alcohol— que se produjeron en mayor proporción en los estados y condados que se decantaron por Trump en 2016? Para la América rural y media, ¿todos los veteranos maltratados por décadas de lo que para la mayor parte del país ha sido una matanza legalizada de la que es mejor olvidarse? ¿Para todos ellos, la Covid-19? Más allá de la cháchara conspiranoica sobre una «plandemia» y la furia sobre el derecho que Dios nos ha dado a cada uno a no llevar mascarilla o a no vacunarnos, está la realidad del dolor: un millón de muertos se hizo tolerable incluso cuando la muerte provocada por la Covid-19 fue más del doble en los estados y condados partidarios de Trump que en cualquier otro lugar.
La pena puede ser coral. De Langston otra vez:
For all the dreams we’ve dreamed
And all the songs we’ve sung
And all the hopes we’ve held
And all the flags we’ve hung,
The millions who have nothing for our pay—
Except the dream that’s almost dead today.
[Por todos los sueños que hemos soñado / Y todas las canciones que hemos cantado / Y todas las esperanzas que hemos tenido / Y todas las banderas que hemos colgado / Los millones que no tienen nada a cambio de nuestra paga / Excepto el sueño que hoy está casi muerto].
Pero la encarnación del deseo pidió a su pueblo que se riera en la cara del dolor y desplazara su rabia hacia otros. Sus enemigos, ahora los suyos. Sus esperadas victorias, las suyas. Sus problemas con la ley, ahora soportados sólo por él, por el bien de ellos y de ellas, con una sonrisa, una mueca y una amenaza. Hace tiempo que se dice que Trump es un showman, un cómico. «Eso es una broma», dirá en sus mítines, a menudo queriendo decir lo contrario de lo que dice, como describe Jeff, capturando toda la abundante diversión maníaca existente entre sus seguidores para quienes Trump ha convertido el disfrute ante el sufrimiento ajeno en un carnaval.
*
Langston Hughes escribía en la época de la Depresión, del fascismo europeo; en medio de sentimientos de fascismo autóctono y de la organización que surgió de él; en medio de movimientos de internacionalismo socialista y comunista y de la persistencia de los negros en la lucha por la libertad a lo largo de una historia de racismo asesino, de la persistencia de los homosexuales como él por estar «en la vida», de un modo o de otro, a pesar de los peligros. Hughes termina su famoso poema diciendo que no hay ningún «antes», ningún paraíso terrenal, ninguna grandeza que restaurar. Sólo la ascendencia –sus tatarabuelas paternas esclavizaron a mujeres, sus tatarabuelos paternos fueron propietarios de esclavos en Kentucky– prohibía ese tipo de nostalgia.
Pero probablemente todos los escolares de Buffalo de mi época, mediados de la década de 1960, principios de la de 1970, aprendieron el poema, quizá lo escucharon el 4 de julio por su sueño de libertad: «The land that never has been yet — / And yet must be» [La tierra que nunca ha sido, y sin embargo, debe ser], gracias al esfuerzo de gente corriente en tiempos corrientes y extraordinarios. A nosotros nos tocó aprenderlo en un tiempo extraordinario, un tiempo de rabia, un tiempo de sueños también.
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https://www.publico.es/sociedad/informe-sanidad-recoge-14000-efectos-graves-500-desenlaces-mortales-vacunas-covid.html#md=modulo-portada-bloque:4col-t1;mm=mobile-big
"Al principio, decían que era más fácil que te tocara la lotería a que tuvieras un trombo, hablaban de una probabilidad entre un millón. Luego, dijeron uno de cada 100.000. Y ahora la AEMPS reconoce uno de cada 10.000...". Y Johan, el autor de éste artículo, sin enterarse de nada
Vaya ensalada de mierda. Un autor con un considerable cacao mental. Nadie murió POR Covid, un 0,24 % falleció CON Covid. Esto ya esta mas que demostrado, volver a estas alturas con una gripe como cualquier otra (por supuesto la gripe es diferente cada año, pero esta no fué especialmente grave en la inmensa mayoría de los casos).
Por lo demas el artículo mezcla demasiadas cosas y hace un relato propio del dominical de El País, con párrafos interesantes pero muy poco comprometidos con el antifascismo, y que mas parecen entretener que dar una contrainformación crítica y que sea dificil de encontrar en otros medios. Enfín, un autor del que prescindir, anotamos su apellido impronunciable para la lista negra, y así no perder mas el tiempo con novelistas baratos.