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Sidecar
¿Corrección del rumbo hacia la izquierda en Alemania?
En Alemania el extremo centro se resiente y es vapuleado cuantitativamente. En las elecciones estatales celebradas en Baviera y Hesse a principios de octubre, los tres partidos de la denominada «coalición del semáforo» –el Sozialdemokratische Partei Deutschlands (Partido Socialdemócrata Alemán, SPD), el Freie Demokratische Parte (Partido Democrático Libre, FDP) y la Bündnis 90/Die Grünen (Alianza 90/Los Verdes, B’90/Grüne)– sufrieron un duro revés. El SPD de Olaf Scholz obtuvo el peor resultado de su historia en ambos estados, perdiendo en Baviera y Hesse 5 y 6 escaños y obteniendo el 8,4 y el 15, 1 por 100 de los sufragios respectivamente, mientras el FPD perdía 11 y 3 escaños y Los Verdes 6 y 7 también respectivamente. Die Linke, muy mermada, obtuvo resultados muy pobres: tras no alcanzar el umbral del 5 por 100 para obtener representación parlamentaria en el Bundestag en 2021 y sobrevivir en el mismo únicamente gracias al tecnicismo de conservar tres circunscripciones elegidas de forma independiente, ha perdido todos sus escaños en Hesse y Baviera en las pasadas elecciones celebradas en estos estados. La derechista Alternative für Deutschland (AfD) ha sido el éxito inequívoco de las mismas, asegurándose casi el 15 por 100 de los votos en Baviera y casi el 20 por 100 en Hesse, donde quedó como segunda fuerza política, resultado nunca conseguido por el partido en un estado occidental. A finales octubre, AfD proyectaba una intención de voto a escala nacional sin precedentes, adscribiéndose potencialmente el 23 por 100 de los sufragios, resultado que la colocaba inmediatamente por detrás del principal bloque de la oposición, la democristiana CDU/CSU, que ganó las elecciones en Baviera y Hesse, cosechando el 37 por 100 de los votos en el primer estado y el 34,6 por 100 en el segundo en el que ganó 12 escaños respecto a las elecciones precedentes de 2018.
La semana pasada, sin embargo, surgió un nuevo desafío para la debilitado establishment político alemán. En una rueda de prensa celebrada el 23 de octubre, Sahra Wagenknecht, militante de Die Linke, anunció que iba a fundar su propio partido independiente, la Bündnis Sahra Wagenknecht – Für Vernunft und Gerechtigkeit (Alianza Sahra Wagenknecht – por la Razón y la Justicia, BSW). En la noche del anuncio, anticipado desde hace tiempo, su nuevo partido, que incluye a otros nueve diputados y diputadas del Bundestag adscritos a Die Linke, ya contaba con el apoyo del 12 por 100 del electorado, habiendo arrebatado electores básicamente a AfD (que cayó el 5 por 100) y a otros partidos pequeños; el SPD, la CDU, Los Verdes y Die Linke también perdieron apoyo. Se espera que la BSW se presente como partido el próximo enero con vistas a las elecciones europeas de junio y las encuestas sugieren que podría obtener hasta el 20 por 100 de los votos nacionales. La iniciativa de Wagenknecht ha desplazado el baricentro de la política nacional lejos del centro y, por primera vez en años, significativamente a la izquierda.
Dos décadas de austeridad han incrementado la pobreza, la inseguridad general y el deterioro de los servicios públicos, lo cual ha generado una fuerte oposición a una mayor reducción del Estado social
Los fundamentos para un amplio programa de oposición están claros. Alemania se encuentra de nuevo en recesión, menos de una década después de su supuesto segundo milagro económico, el cual debía servir de modelo para el resto de Europa, si no del mundo. Las condiciones temporales que permitieron sus relativamente buenos resultados económicos entre 2010 y 2019 –básicamente el crecimiento histórico mundial de los mercados de exportación de Brasil y China– se han agotado. Sin embargo, en las difíciles circunstancias actuales, Berlín ni siquiera ha hecho un gesto para apuntalar el bienestar de su ciudadanía, habiéndose sumado obedientemente, por el contrario, al proyecto de Washington de militarización implacable y de guerra sin fin hacia el este. Esta posición no sólo ha socavado el acceso de Alemania a fuentes de energía a un coste razonable, lo cual resulta esencial para su competitividad industrial, sino que también ha detonado otra crisis histórica de refugiados, que muchos habitantes de las zonas en proceso de desindustrialización perciben como un factor agravante de los efectos de la desaceleración económica.
La condiciones políticas inéditas que Wagenknecht espera explotar son igualmente evidentes. La opinión pública tiene buenas razones para considerar que el gobierno actual continúa el ataque de la clase dominante contra su nivel de vida, iniciado en 2003 por el programa Agenda 2010 de Gerhard Schröder y continuado desde entonces por los gobiernos de centro-derecha y centro-izquierda por igual. Dos décadas de austeridad han incrementado la pobreza, la inseguridad general y el deterioro de los servicios públicos, lo cual ha generado una fuerte oposición a una mayor reducción del Estado social. Las iniciativas de los Verdes por trasladar el coste de las medidas medioambientales a los particulares, como demuestra la sustitución de los calentadores de gas domésticos, también han sido ampliamente impopulares, suscitando la disensión en un consenso que, en realidad, está apoyado principalmente por las clases acomodadas y con un alto nivel educativo.
Wagenknecht aborda estas preocupaciones más directamente que ningún otro político de derecha o de izquierda. Sin embargo, a pesar de su amplia popularidad, en la República de Berlín se la considera a menudo una figura controvertida, sobre todo en las mermadas filas de su antiguo partido. Por sus intervenciones críticas –sobre la guerra de Ucrania y el papel de la OTAN en ella, sobre las contradicciones de la política sobre el Covid-19 del gobierno y sobre la inmigración, así como sobre la política «liberal de izquierda» de una Bildungsbürgertum [clase media educada] autocomplaciente– ha sido denunciada como simpatizante de Putin, como teórica de la conspiración, como populista antiinmigración y como «diagonalista» traidora, que mezcla izquierda y derecha. Su formación en Alemania Oriental –creció en Jena y Berlín–, combinada con su intransigente política comunista que se prolongó hasta la década de 1990, atrajo en el pasado incluso la atención de los servicios de seguridad interior del Estado alemán.
Intelectualmente superior a la mayoría de los diputados del Bundestag –es autora de varios libros, entre ellos una disertación económica sobre el ahorro y un estudio crítico sobre el joven Marx–, Wagenknecht expone sus argumentos con un estilo comunicativo directo y sobrio, que le ha valido invitaciones regulares a los programas de entrevistas de la televisión alemana, a pesar de la hostilidad de sus presentadores hacia sus puntos de vista. Presentándose a sí misma como una «conservadora de izquierda», aunque su política podría caracterizarse mejor como un «realismo de izquierda», ha presentado su nueva formación como una respuesta a la Repräsentationslücke (laguna de representación) existente en la Alemania contemporánea, donde casi la mitad de la población no ve su perspectiva reflejada en el actual sistema de partidos. Wagenknecht ha establecido cuatro ámbitos para presentar las reformas propuestas por la BSW. 1. «Racionalidad económica»: «innovación, educación y mejores infraestructuras»; 2. «Justicia social»: «solidaridad, igualdad de oportunidades y seguridad social»; 3. «Paz»: «una nueva concepción de la política exterior»; y 4. «Libertad»: «defensa de la libertad personal, fortalecimiento de la democracia», que incluye la ampliación del Meinungskorridor, o espectro de opinión.
En ningún aspecto ha sido Wagenknecht más contundente y coherente que respecto a la guerra, cuya posición marca un neto corte respecto a la ortodoxia predominante. Durante un tiempo, la bandera ucraniana adornó la totalidad de los edificios oficiales de Berlín y cualquier cuestionamiento del conflicto estuvo totalmente proscrito como muestra de su alineamiento partidista con Moscú, ya se tratase de invocar el tabú de posguerra vigente en Alemania contra la exportación de armamento a zonas en guerra, de mencionar la orientación derechista de gran parte del nacionalismo «naranja» ucraniano, de aducir la expansión de la OTAN hacia el este o de indicar el peligro de que el conflicto ucraniano provocase una escalada bélica. A pesar de esta Gleichschaltung [sincronización, termino de regusto nazi] predominante, la línea disidente de Wagenknecht en intervenciones casi semanales parece haber mejorado su prestigio en lugar de perjudicarlo. También ha sido directa al atacar al gobierno por su increíble negligencia en relación con el sabotaje de una infraestructura energética crítica para Alemania producto del probable ataque estadounidense contra el gasoducto Nord Stream 2. Wagenknecht conecta hábilmente la política exterior con los asuntos internos, vinculando, por ejemplo, el déficit de la capacidad nacional alemana para producir medicamentos con el compromiso del gobierno de fabricar munición para Ucrania. Más recientemente, ha criticado la ofensiva de Tel Aviv contra Gaza, una rareza en un país que ha prohibido las manifestaciones pacíficas de simpatía hacia el pueblo palestino.
La otra toma de posición de Wagenknecht que ha suscitado críticas, especialmente desde la izquierda, es su postura sobre la inmigración, cuestión cuya importancia a menudo se exagera a la hora de considerar integralmente su concepción política. En sus discursos públicos se hace poco hincapié en esta cuestión y en su boletín y en sus videoconferencias semanales casi nunca es mencionada. Su posición sobre la cuestión migratoria no es en absoluto extraña en la escena política alemana. Como ella misma señaló en la rueda de prensa del mes pasado, Wagenknecht apoya el pleno derecho de los solicitantes de asilo a vivir en Alemania, así como la protección jurídica de los inmigrantes, oponiéndose a lo que describe como la actual forma no regulada de inmigración. Esta es también ahora la posición revisada de Scholz y también era la posición de facto adoptada por Merkel, después de que diera marcha atrás dos veces sobre la cuestión. La postura de Wagenknecht tampoco es particularmente inusual históricamente en el seno de la izquierda sindical y socialista de Alemania Occidental y de otros lugares. Se trata, en efecto, de una perspectiva gremial, favorable a la regulación del mercado de trabajo.
Con toda probabilidad las deficiencias y contradicciones teóricas del partido sólo pueden superarse mediante una mayor asociación política organizada al margen de la videosfera
La política de Wagenknecht no está exenta, por supuesto, de limitaciones e incoherencias teóricas. Como la mayoría de las oposiciones parlamentarias de izquierda de la última década, la visión económica presentada por su Alianza, especialmente el entusiasmo mostrado por la reactivación del sector industrial, se basa implícitamente en la revitalización de la rentabilidad de la economía nacional como fundamento para efectuar una redistribución más igualitaria de la riqueza. Este marco no solo no tiene en cuenta los persistentes problemas a los que se enfrenta la economía mundial, sino que también ignora las dificultades de intentar aumentar la competitividad de la industria manufacturera alemana y, al mismo tiempo, mejorar el nivel de vida de la clase trabajadora (después de todo, la expansión de Alemania durante la década de 2010 se produjo a expensas de su clase trabajadora, así como del sur de la Eurozona). En el contexto de una economía mundial crónicamente debilitada, las recuperaciones poco profundas que han logrado los distintos Estados han dependido de la implementación de políticas neoliberales que precipitaron la erosión de los niveles de vida, estrategia aborrecida por Wagenknecht y por la mayoría de la población alemana. No obstante, independientemente de que su programa económico sea capaz o no de detener la desindustrialización del país e revertir sus peores efectos, no puede negarse que la actual senda de guerra interminable la está acelerando gratuitamente a medida que la economía alemana, pobre en recursos y orientada a la exportación, se ve golpeada por el encarecimiento de los costes de la energía.
En estos momentos, sin embargo, la mayor debilidad de la iniciativa de Wagenknecht no es principalmente teórica, sino práctica: su Alianza carece de un movimiento social activo. En lugar de cuadros, nos encontramos con una masa incipiente de opinión, que aún debe organizarse mediante la movilización. En el pasado, Wagenknecht se ha mostrado en realidad reacia a transformar el entusiasmo por su política en algo más disciplinado y arraigado. Ha evitado intervenir en actos de la izquierda universitaria o en aquellos que ella misma no ha convocado. Aufstehen (Levántate), el movimiento que lanzó en 2018, se desvaneció rápidamente. Siguiendo vagamente el modelo de La France Insoumise de Mélenchon, ahora se ha reducido a un boletín de noticias por correo electrónico. La protesta contra la guerra que organizó en febrero de 2023, que atrajo a decenas de miles de personas a la Puerta de Brandemburgo, nunca fue seguida por otras convocatorias de manifestaciones públicas. Con toda probabilidad las deficiencias y contradicciones teóricas del partido sólo pueden superarse mediante una mayor asociación política organizada al margen de la videosfera. Algunas secciones de su nuevo programa, especialmente su compromiso con una mayor participación democrática, pueden indicar la toma de conciencia, tras la experiencia de Aufstehen, de la importancia de la afiliación activa. Este aspecto será especialmente crucial, dadas las probables consecuencias para Die Linke, que probablemente se verá gravemente debilitada por la marcha de Wagenknecht. En este caso, la izquierda corre el riesgo de perder importantes vínculos institucionales con el pasado.
Hay quien considera la Alianza de Wagenknecht como un intento cínico y potencialmente perjudicial de atraer a los votantes de AfD. Oliver Nachtwey, por ejemplo, ha argumentado en Jacobin que al «intentar conformarse y adaptarse a la Nueva Derecha», Wagenknecht corre el riesgo de «legitimar» su discurso, lo cual podría «normalizar aún más e incluso fortalecer a AfD». Pero esta preocupación no tiene en cuenta la secuencia de los acontecimientos. El ascenso de AfD, y más en general de la llamada derecha «populista», fue en gran medida un síntoma del fracaso de la izquierda en general y de Die Linke en particular a la hora de sostener una oposición creíble a las coaliciones gobernantes (a menudo porque mantenía la esperanza de unirse a ellas) y, por lo tanto, de mantener la confianza de amplias capas de la sociedad. Sólo entonces gran parte del campo político alemán quedó a disposición de la derecha, que explotó la justificada indignación reinante contra los partidos existentes. Lejos de significar una «normalización» de AfD, los esfuerzos de la BSW de Wagenknecht por ganarse a quienes se han alejado de Die Linke y de otros partidos señalan potencialmente el camino de vuelta a una izquierda más formidable y disidente, capaz de poner en primer plano su oposición a la guerra y de vincularla a las preocupaciones domésticas de la sociedad alemana.
Así pues, en lugar de representar un brusco giro a la derecha, Wagenknecht aboga por el retorno de la soberanía popular a la dilucidación de los asuntos exteriores frente a un centro político que conjura e invita a la conflagración nuclear desde el Mediterráneo Oriental hasta el Mar Negro y el Estrecho de Taiwán. La prueba decisiva para su nueva Alianza es si puede inspirar la acción popular necesaria para hacer realidad su programa y superar las numerosas limitaciones objetivas a las que se enfrenta cualquier gobierno en la Alemania actual, por no hablar de un partido de la oposición, que pretenda cambiar el rumbo del país hacia la prosperidad y la paz.