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Siria
Esperanza en el exilio: cómo los sirios en el extranjero viven la caída de Al Assad
![El exilio sirio en París celebra la caída del Gobierno de Bashar al-Assad.](/uploads/fotos/r2000/1d6d6300/siria_paris.jpg?v=63905811011)
La caída del régimen sirio reverberó como un trueno más allá de las fronteras, sacudiendo los cimientos de una diáspora dispersa que había cargado a su tierra natal en fragmentos: recuerdos, cicatrices y susurros de un futuro imaginado. Para los exiliados, no fue solo el colapso de una dictadura, sino el despertar de una esperanza latente, cruda y peligrosa, impregnada de desafío y desesperación. En rincones distantes del mundo, los sirios se atrevieron a soñar con una nación renacida, un fénix que resurgiera de las cenizas de la tiranía. Pero esa esperanza no era una llama suave: ardía con intensidad, iluminando las grietas de una identidad fracturada y la amarga verdad del exilio. Creer en una Siria unificada era un acto de rebeldía; esperar en el exilio era luchar contra el borrado de su historia, su cultura y su lugar en un mundo que les había dado la espalda.
Conocí a Nawras Yagan cuando apenas comenzaba mi carrera como periodista. Como mentor y periodista más experimentado, me guió en esos primeros pasos. A veces, después del programa en France24, nos tomábamos un café y hablábamos sobre periodismo, política y la vida. Inevitablemente, nuestras conversaciones terminaban girando en torno a Siria. En más de una ocasión, me habló de su ciudad natal, Alepo. Sus palabras aún resuenan en mi mente: después de la caída de Alepo, ninguna pérdida lo ha afectado tanto. Describía la belleza de la ciudad y la singularidad de su gente, con una mezcla de nostalgia y dolor en su voz.
Una vez le pregunté sobre la cicatriz en su frente, y compartió conmigo fragmentos de sus recuerdos de su tiempo en una cárcel siria. Mientras lo escuchaba, todo parecía irreal, como si estuviera ensamblando un sueño febril mientras tomábamos espresso en un tranquilo café de París.
Fue arrestado y detenido durante tres meses cuando era estudiante en Siria. Tras su liberación, huyó a través del Líbano, Jordania y Turquía antes de llegar a Francia en 2016. “Llegar a Francia fue como dejar Siria por primera vez”, dice Yagan. En el Líbano, Jordania y Turquía, la vida se sentía familiar, rodeada de comunidades sirias. Francia, en cambio, era diferente: extranjera y distante.
Yagan está agradecido por las oportunidades que Francia le ha brindado. “Este país me dio mucho”, compartió. Sin embargo, describe la burocracia como “asfixiante”. A diferencia de algunos, no ha enfrentado racismo en Francia. Destaca cómo los sirios reciben un trato favorable. “Puedes obtener la residencia en un año y luego una tarjeta de diez años”, explica.
Antes de la caída del régimen de Assad, Yagan no pensaba en regresar. “Ni siquiera lo extrañaba”, admite. Pero cuando cayó el régimen, todo cambió. Las emociones que había reprimido durante años estallaron y se dio cuenta de que había estado en negación todo el tiempo; una negación que lo había ayudado a sobrevivir a la abrumadora pérdida de su hogar. “Me golpeó todo de golpe”, dice. “Fue como si hubiera intentado borrar mis sentimientos para seguir adelante. ”Ahora, mientras otros regresan a Siria, siente tanto anhelo como celos.
“El régimen de Assad ha caído, y ahora hay una posibilidad de hacer algo por Siria”. Sin embargo, no es optimista acerca de la nueva administración. “Absolutamente no”, dice Yagan. “No hay nada que me dé tranquilidad al respecto”
Yagan se casó con Diana, una siria que vivía en Turquía. Enfrentaron numerosos desafíos con problemas de visa y el registro de su matrimonio. Les tomó seis meses, pero finalmente superaron los obstáculos. Como familia, solo necesitan visitar Siria para retribuir, pero no planean regresar permanentemente. “Tenemos esperanza en una nueva era”, dice Yagan. “El régimen de Assad ha caído, y ahora hay una posibilidad de hacer algo por Siria”. Sin embargo, no es optimista acerca de la nueva administración. “Absolutamente no”, dice. “No hay nada que me dé tranquilidad al respecto”.
Las dificultades van más allá del régimen islámico. El éxito de la transición política es crucial, pero Yagan teme el riesgo de que Siria se hunda en una nueva guerra civil si esta administración falla. “No veo estabilidad para Siria en al menos diez años”, admite. “Pero eso es normal para un país que ha soportado 61 años de dictaduras militares y 14 años de guerra”. Incluso con paz civil y sin conflicto sectario, garantizar la seguridad nacional tomará mucho tiempo. Compara la situación con Iraq, prediciendo años de confusión antes de que Siria empiece a estabilizarse.
A pesar de los desafíos, Yagan sigue siendo cautelosamente esperanzado respecto al futuro de Siria. “Podríamos ver algo de luz en los próximos años, pero tomará tiempo”, concluye.
Alivio, felicidad, tristeza y dolor
Bochra Zo’bi, originaria de Dar’a, Siria, ha estado viviendo en Francia como refugiada política durante tres años. Es una de las organizadoras y activistas siria residente en París. Me puse en contacto con ella para conocer su perspectiva sobre la caída del régimen de Assad. Ella sugirió un lugar de encuentro, y para mi sorpresa, estaba sentada con sus amigos en un restaurante kurdo que visito frecuentemente cerca de Strasbourg - Saint-Denis. La entrevisté dentro del restaurante, rodeada de bandejas llenas de comida kurda que iban y venían. Bochra huyó de la guerra y pasó nueve años en Jordania, donde obtuvo una licenciatura en Traducción (inglés, francés y español). Tras recibir una beca, se trasladó a Francia, donde completó un año de francés y dos años de maestría en Derechos Humanos y Trabajo Humanitario en Sciences Po París.
La caída del régimen de Assad provoca sentimientos encontrados en Bochra. Expresa alivio y felicidad, pero también tristeza y dolor, especialmente después de que resurgieran imágenes de las prisiones de Assad. “Es un sentimiento nuevo, algo que nunca imaginé que experimentaría”, comparte. “Hay mucha esperanza, pero también tristeza por aquellos que perdieron la vida antes de este día y no pudieron presenciarlo”. A pesar de la pena, considera que este momento es uno de los mayores logros de la revolución.
Bochra describe a Bashar al-Assad como un criminal de guerra, no solo por la tortura física que impuso, sino por despojar a los sirios de su humanidad y extinguir cualquier esperanza que quedaba. Su hermana vive en Damasco, mientras que el resto de su familia está dispersa por el Medio Oriente. Aunque sus opiniones políticas divergen, todos coinciden en una cosa: están aliviados de que el régimen haya caído, por cualquier medio necesario.
![Siria Embajada Madrid 02](/uploads/fotos/r2000/f2a4c4de/5958356423085770307.jpg?v=63900894671)
Sus padres, solicitantes de asilo en Jordania, están felices pero temerosos. Aún no han recibido asilo y enfrentan incertidumbre. “El Gobierno jordano tiene la capacidad de devolverlos a Siria”, explica Bochra. “Jordania no ha firmado la Convención de 1951 sobre el Estatuto de los Refugiados, que define quién califica como refugiado y los derechos de las personas a quienes se les concede asilo. Esto significa que no hay garantías para su protección”. La Convención, que tiene como objetivo salvaguardar los derechos de los refugiados, no ha sido firmada por muchos países de Oriente Medio, incluidos Jordania, Líbano e Iraq, dejando a los refugiados vulnerables a la deportación. Bochra reflexiona sobre la deshumanización que muchos sirios, incluida su familia, han experimentado, habiendo sido forzados al exilio en múltiples ocasiones, tanto dentro como fuera de Siria, y con algunos perdiendo la vida en el camino.
A pesar de las sanciones internacionales contra Siria y la falta de un Gobierno estable para reconstruir el país, Bochra sigue siendo optimista. “Siria sigue en caos, y su diversidad étnica y sectaria es tanto una fortaleza como un riesgo”, dice. “Pero el deseo de regresar a casa y reconstruir es fuerte en todos nosotros”. La casa de su familia fue destruida, y la infraestructura básica, la educación y la representación política, especialmente para las mujeres, son inexistentes. “Hemos perdido todo en Siria”, dijo Bochra. “Pero sabemos que la revolución nos ha dado una diáspora altamente cualificada, con personas que han experimentado la democracia en el extranjero y ahora están en posición de contribuir”.
“¿Habrá caos? Sí”, reconoce Bochra. “Pero también hay señales positivas. Ahora tenemos múltiples futuros potenciales para Siria, mientras que bajo Assad solo teníamos uno”.
Aunque Siria está ahora en una transición política, Bochra no puede predecir el resultado. “¿Habrá caos? Sí”, reconoce. “Pero también hay señales positivas. Ahora tenemos múltiples futuros potenciales para Siria, mientras que bajo Assad solo teníamos uno”. Reflexiona sobre cómo muchos países habían comenzado a normalizar relaciones con el régimen, cerrando el expediente sirio. Mirando hacia el futuro, Bochra está considerando regresar a Siria para ayudar a construir una democracia en la que se incluya a las mujeres.
El sueño distante de una Siria unida
Durante mi tiempo trabajando en la sede de la ONU en Nueva York, me crucé con Lava, una mujer kurda siria empleada por la Secretaría de la ONU. Su nombre oficial, tal como aparece en su pasaporte sueco, es Liljan, pero para este artículo me referiré a ella por su nombre kurdo, Lava.
Lava es una inmigrante de segunda generación. Sus padres dejaron Siria mucho antes de la guerra, gracias a su tía, quien había recibido una beca para estudiar en Rusia y luego se estableció en Suecia. La familia de Lava dejó atrás a sus parientes en Qamishli, una ciudad en el noreste de Siria, en la frontera con Turquía. Cuando comenzó la guerra, sus familiares quedaron atrapados. Lava explica que el régimen abandonó al pueblo kurdo, dejándolos valerse por sí mismos frente al ISIS. A diferencia de muchas ciudades sirias, Qamishli no ha presenciado combates a gran escala durante la guerra, ya que se considera un bastión kurdo. Grupos insurgentes kurdos de Iraq y Turquía desplegaron recursos para proteger a la población. Lava reconoció las controversias en torno al reclutamiento de combatientes entre los kurdos, incluidos menores de edad, pero señaló que el caos desbordó todo. El abuelo de Lava falleció poco después de que comenzara la guerra. Era un hombre mayor, pero el estrés de la guerra y la agitación política lo desgastaron. Ni Lava ni sus padres pudieron asistir a su funeral.
Al comienzo de la revolución siria, Lava comenta que sus padres estaban tanto esperanzados como escépticos. Participaron en protestas en Estocolmo, con Lava a su lado, creyendo que la revolución era para todos los sirios, trascendiendo las diferencias sectarias y étnicas. Sin embargo, cuando estalló la guerra, los kurdos quedaron atrapados en el fuego cruzado. Lava reconoce que la comunidad kurda recibió un apoyo significativo de los países occidentales, lo que quizás intensificó las tensiones entre los kurdos y otros sirios. A pesar de las complejidades políticas, sus sentimientos hacia Siria siguen siendo profundamente personales. Por otro lado, la madre de Lava tiene dificultades para ver a Siria como su hogar. Para ella, es un país que nunca ofreció un futuro, y marcharse fue una decisión de supervivencia. “Si Siria se convierte nuevamente en un país unido y completo, un Estado para su gente, volverá a ser nuestro hogar”, le dijo la madre de Lava. La perspectiva de Lava es diferente. Ella ve a Siria como una especie de tierra idealizada, un lugar con el que sueña regresar. La caída del régimen de Assad trajo una renovada sensación de esperanza, lo que llevó a Lava y a su familia a unirse nuevamente a las protestas. Sin embargo, la idea de una Siria unida, donde los kurdos vivan en armonía con los demás, le parece un sueño distante.
Aunque Lava se siente aliviada de que la dictadura militar haya terminado, no se siente tranquila con el nuevo liderazgo: “No hay garantías para la seguridad de los kurdos”
Cuando le pregunto a Lava si le gustaría visitar Siria, su rostro se ilumina. “Me encantaría”, dice. “Quiero documentar la historia de mi familia. Es una forma de resistencia para el pueblo kurdo, porque incluso nuestra memoria está siendo borrada”. Si tuviera la oportunidad de visitar Qamishli, lo primero que haría sería visitar la tumba de su abuelo, un momento que le fue negado por las circunstancias cuando él falleció. En cuanto a sus esperanzas sobre la nueva administración, Lava es cautelosa. Aunque se siente aliviada de que la dictadura militar haya terminado, no se siente tranquila con el nuevo liderazgo. “No hay garantías para la seguridad de los kurdos”, dijo. Sueña con una Siria donde todos puedan pertenecer sin tensiones ni odio, donde la animosidad actual hacia los kurdos sea reemplazada por la convivencia. “Esa Siria es un sueño distante”, dijo Lava, “pero sigo siendo optimista”.
Las historias de Nawras, Bochra y Lava no son solo experiencias individuales, son las historias de millones de desplazados, esparcidos por todo el mundo. En la ausencia de un lugar al que llamar hogar, cada uno de ellos representa una parte de algo más grande: una historia, una cultura, un pueblo desgarrado por la guerra y el exilio. Pero incluso a la distancia, Siria no está perdida. Está en sus historias, en su lucha por aferrarse a lo que les fue arrebatado. Lo que estas historias subrayan es una dura realidad: la diáspora siria no es solo un problema humanitario, es un problema político. El desplazamiento de millones de sirios, combinado con la violencia y la inestabilidad persistente en su país, pone de manifiesto el fracaso de la comunidad internacional para abordar las causas fundamentales de la crisis. La lucha por mantener viva Siria, tanto en la memoria como en la práctica, es también un llamado a la acción política, exigiendo soluciones no solo para los refugiados, sino para el futuro de Siria en sí. Mientras los sirios sigan viviendo en el limbo, el mundo se verá forzado a enfrentarse a las consecuencias de una guerra que no termina, y de un pueblo desplazado cuya determinación de preservar su cultura e identidad crece con cada día que pasa.