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Siria
Raqqa, antigua capital del terror, diez años después
Fue hace apenas diez años: encaramados a camionetas, cientos de combatientes armados desfilaban por el centro de Raqqa, ondeando banderas negras con el sello de Estado Islámico al viento. Imágenes propagandísticas perfectamente escenificadas, tras la proclamación, unos días antes y por parte de Abu Bakr al-Baghdadi, de un “califato” islámico a caballo entre Irak y Siria.
Raqqa, la primera capital provincial que se había liberado del férreo control del régimen de Bashar al-Assad un año antes, había sido tomada por las garras de la muerte, y pronto iba a erigirse a los ojos del mundo, junto con su “colega” iraquí Mosul, en capital mundial del terror. Un reinado que duraría más de tres años, periodo durante el cual las escasas noticias que recibíamos de Raqqa horrorizaban al mundo, con decapitaciones públicas, lapidaciones y crucifixiones.
Los tentáculos de esta ciudad no tardarían en extenderse hasta Europa, en el corazón de nuestras ya heridas sociedades, en un trágico vaivén. Mientras miles de combatientes extranjeros se unían al “califato” y tenían su base en un barrio de Raqqa, era dentro de los muros de la ciudad donde se decidían la mayoría de los atentados que iban a golpear Occidente, y que después serían reivindicados por el EI.
La interminable reconquista de Raqqa, culminada en 2017 por la coalición árabe-kurda liderada por las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), abrió nuevas perspectivas. Pero a qué precio: mutilada, traumatizada y arrasada en un 80%, Raqqa, que pasaba entonces a estar bajo el control de la Federación Democrática del Norte de Siria (AANES, que administra un tercio del territorio sirio, al este del Éufrates), estaba a punto de enfrentarse a su mayor desafío: resurgir de sus cenizas y que este museo al aire libre de la monstruosidad volviese a albergar vida.
Cicatrices
Una apuesta que, sin duda, ha merecido la pena: siete años después, aunque los edificios destruidos saturan el paisaje y los recuerdos de los horrores del pasado siguen atormentando los corazones de la población local, Raqqa ha recuperado, casi milagrosamente, cierto dinamismo, a pesar de las pésimas condiciones económicas.
En un barrio de la ciudad, un grupo de mujeres, sentadas con las piernas cruzadas frente a sus casas acribilladas a balazos, dicen que quieren pasar página y enterrar el doloroso pasado. Pero los traumas nunca están lejos. Mientras ella y sus amigas encienden un cigarrillo, Amina Rachou, de 48 años, se deja llevar por sus pensamientos: “En aquella época, fumar en la calle era un suicidio. Temblábamos día y noche, teníamos miedo de la gente, a salir de casa”, explica.
A su lado, Leila Mohammed, de 42 años, toma la palabra: “Ni siquiera en casa estábamos seguros. Algunos combatientes extranjeros, probablemente tunecinos, que estaban haciendo una ronda, entraron en nuestra casa y destruyeron nuestro televisor. En otra ocasión, grupos de combatientes recorrieron todos los pisos del edificio para llevarse a las jóvenes solteras. Estábamos viviendo un infierno”.
A pocas calles de allí, en el corazón de una zona residencial destruida por los combates, Amar Abou Khala, un joven de 28 años, recuerda: “La vida se paralizó, las escuelas y las universidades cerraron. Sólo había lugar para la religión. Cuando sonaba la llamada a la oración, corríamos a las mezquitas por miedo a ser castigados”.
“Todo el mundo venía a Raqqa, y era muy difícil saber de qué país procedían. Pero muchas de las brigadas que controlaban a la población en las calles ni siquiera hablaban árabe”
El hombre, que cuenta que fue condenado a 40 latigazos por posesión de cigarrillos, recuerda vívidamente cómo su barrio fue tomado por los extranjeros. “Todo el mundo venía a Raqqa, y era muy difícil saber de qué país procedían. Pero muchas de las brigadas que controlaban a la población en las calles ni siquiera hablaban árabe”.
En el centro de la ciudad, al final de una concurrida calle comercial, destaca una gran rotonda. Es la plaza al-Naim, tristemente célebre por haber sido escenario de las peores atrocidades a lo largo de los años. Fue aquí donde los yihadistas ejecutaron a personas acusadas de delitos o sospechosas de ser opositores políticos. No faltan los testimonios: cadáveres crucificados expuestos durante días, cabezas decapitadas empaladas en hileras en las puertas de la rotonda, cuerpos abandonados en el asfalto para que se descompusieran con el ir y venir de los vehículos hasta confundirse con el mismo. Al-Naim —paraíso en árabe— se había convertido en el infierno en la tierra.
Un joven de 20 años prefiere no recordar: “Este pasado, créanme, todo el mundo aquí quiere olvidarlo. Pero sigue con nosotros: en la mente de mucha gente, haberlo presenciado nos convierte en cómplices potenciales”. Unos minutos después, denunció haber permanecido seis meses detenido por las fuerzas de seguridad árabe-kurdas, “sin que nunca me hubieran dado una explicación”. “No me maltrataron, pero nunca me dijeron de qué era culpable. Muchos jóvenes de mi edad son considerados sospechosos por los kurdos”, lamenta.
Convivencia árabe-kurda
Está claro que este interludio del EI ha dejado una profunda huella en la población de Raqqa. Sobre todo porque la población, abrumadoramente árabe, está ahora administrada por una coalición que, aunque pretende ser integradora, sigue estando dominada por las fuerzas kurdas.
En el barrio de Qandil Mohamed —rebautizado en honor de un mártir kurdo caído en Raqqa—, Abu Yasser, de 39 años, sigue marcado por los años del Daesh. Y no es para menos. Su familia fue directamente atacada por los yihadistas, y su hermano, abogado, decapitado en la universidad de la ciudad: “En términos de seguridad, nuestra ciudad está mucho mejor. Ahora es relativamente estable. Pero políticamente las cosas están más difíciles. Muchos de nosotros tememos problemas de convivencia entre las fuerzas kurdas y la población árabe. Sufrimos al sentirnos sospechosos a sus ojos”.
Antes de matizar sus comentarios: “Hay que decir, sin embargo, que muchos jóvenes residentes en Raqqa se han unido a las Fuerzas Democráticas Sirias, y esto ha tenido un efecto muy positivo, hemos recuperado cierta estabilidad y confianza. Al menos, eso espero”.
Cerca de la plaza al-Naim, entramos en un edificio cuyas distintas plantas están ocupadas por dirigentes de tribus árabes. El cheikh Farès, representante de la Aniza —una de las mayores del país— nos recibe en sus oficinas. Vestido con una brillante dishdasha blanca, el hombre se muestra encantado de hablar: “La dominación de Daesh creó mucha confusión entre las tribus y nos separó. Hoy trabajamos juntos por Raqqa y para no repetir los mismos errores”.
Al igual que un número significativo de tribus, los Aniza se han puesto del lado de la coalición árabe-kurda. Es una elección de la que el cheikh Farès dice no arrepentirse ni un segundo: “Para nosotros, se ha abierto un periodo dorado, podemos controlar y proteger la zona colectivamente, entre kurdos y árabes. Es algo muy valioso, más aún a la luz de nuestro pasado”.
“Aunque los árabes dieron mucha sangre para librarse de Daesh, la liberación la iniciaron los kurdos, y les estaremos eternamente agradecidos”
Aunque el jeque afirma que está haciendo todo lo que está en su mano para llevar la paz a la zona, lamenta que muchos árabes no tengan acceso a los puestos de mayor responsabilidad dentro del gobierno: “No debemos cegarnos por nuestro equilibrio, hay gente muy nacionalista en ambos bandos, y éste es nuestro principal obstáculo para el entendimiento total. Nuestra misión es continuar nuestra labor de equilibrio, todos juntos. Y preservar la memoria: aunque los árabes dieron mucha sangre para librarse de Daesh, la liberación la iniciaron los kurdos, y les estaremos eternamente agradecidos”.
Es un hecho que nadie parece discutir: las cuestiones tribales están definitivamente en el centro de los desafíos de la coexistencia, como confirma el investigador Arthur Quesnay: “Este tejido social tribalizado y basado en clanes también tiene tendencia a desafiar a veces las decisiones de la Administración autónoma. Aquí es donde se juega la relación de fuerzas políticas. Pero hay agitación sociopolítica, debates y movilizaciones. Es un éxito. Los estadounidenses nunca consiguieron hacer eso en Iraq durante la ocupación”.
¿Resurgimiento de Daesh?
En un cuartel militar que antaño fue bastión yihadista, Farhad Shami, un alto mando de las Fuerzas Democráticas Sirias, sigue de cerca la situación en Raqqa y la región circundante.
Sin ánimo de parecer alarmista, señala “signos claros” del resurgimiento del EI y evoca “una amenaza real”. “Por un lado, hay gran cantidad de células durmientes imposibles de detectar, incluso en Raqqa, y por otro, hay una revitalización del EI en las zonas desérticas bajo el control del régimen sirio, quien obviamente le permite operar. Nos enfrentamos a numerosos intentos de infiltración en nuestra frontera sur a lo largo del Éufrates, a pocos kilómetros de distancia”, afirma.
La AANES parece atrapada en una geografía compleja. Atacada por Turquía en el norte, las relaciones al sur con el régimen sirio parecen más difíciles que nunca. Farhad Shami intenta ser claro: “Desde 2017, el régimen no ha hecho nada para debilitar al EI. Tiene miedo de que crucemos el río y ampliemos nuestro territorio, así que intenta, a su manera, debilitarnos”.
Un statu quo que parece tranquilizar a los habitantes de Raqqa, ocupados ahora en reactivar una moribunda economía. “Ya no estamos en la fase post-Irak, estamos en una nueva fase”, afirma Arthur Quesnay. “La ciudad es ahora una de las más dinámicas de la AANES, y se ha desarrollado una zona industrial con una política de fuertes incentivos para atraer a las PYME de los territorios controlados por el régimen, que sufren de corrupción y de la falta de electricidad y petróleo. A pesar de su frágil equilibrio, Raqqa tiende a convertirse en una especie de capital administrativa”.
“A Raqqa llega mucha droga de las zonas controladas por el régimen, sobre todo captagon. La gente se está volviendo loca y esto plantea grandes problemas de seguridad”
Temor al regreso del régimen
A medida que la luz del día se desvanece, Raqqa se sumerge en un espectáculo de colores. Cerca del estadio municipal, que el EI había transformado en prisión, un grupo de mujeres envueltas en oscuros niqabs improvisan un picnic bajo la mirada recelosa de los miembros de las Fuerzas Democráticas Sirias.
La mayoría apenas mayores de edad, todos árabes, desfilan armados en la parte trasera de camionetas, banderas de las FDS ondeando al viento. A pesar de algunas miradas suspicaces a lo largo de las calles de la ciudad, estos jóvenes, que afirman ser todos de Raqqa, reciben una acogida más bien calurosa y benévola por parte de la población local.
Amar Abou Khala ve en las FDS “una garantía de paz” y cree que “un regreso, sea del régimen o de Daesh” les sumiría “en el mismo infierno”: “Nos sentimos mejor, pero tenemos miedo. Y no sólo de las células del EI que siguen proliferando en silencio. A Raqqa llega mucha droga de las zonas controladas por el régimen, sobre todo captagon. La gente se está volviendo loca y esto plantea grandes problemas de seguridad”, explica. Información confirmada por las FDS, que hablan de un “verdadero desafío” y señalan con el dedo a los grupos vinculados a Irán, que siguen activos en la región.
El raqqauí Abu Yasser concluye: “Para nosotros, lo peor sería una vuelta del régimen. Estaba el EI, pero no hay que olvidar que antes de 2014, la mayoría de la gente de aquí estaba vinculada a grupos de la oposición. Sin duda, nos enfrentaríamos a un terrible castigo colectivo. Aunque sueño con una Siria unida bajo una sola bandera y sabemos que esta estabilidad no durará para siempre, de momento no tenemos nada mejor que eso”.
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No se puede dudar de la entrega militar kurda que libero del DAESH a esta gente, ni del muy positivo sistema de democracia radical y pluriétnico que han construido, pero no todo lo que brilla es oro y esos ataques incesantes contra el gobierno sirio (que sufrió muchísimo los ataques terroristas o de Turquía al igual que los kurdos) me parecen exagerados e interesados.
Y no se comenta que los pozos petrolíferos en control de las SDF están saqueados por los EE.UU, siendo protegidos por estos.