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Suma Cero
La burbuja de la guerra energética
Si como sostienen los opinion makers globales, la guerra de Ucrania está ahora mismo en una fase de guerra comercial por intermedio de la guerra energética, desde luego Europa no está ganando la partida. Todo aquel capital productivo y todos aquellos activos financieros que parecían situar a Europa como una fuerza productiva competitiva en la globalización parecen haberse esfumado como por arte de magia. Europa hoy es, en términos macroeconómicos, casi únicamente, un aumento sostenido sin precedentes de los precios de la energía, dirigidos por los precios del gas al que se acoplan como pueden el resto de variables macro. Y en las últimas semanas, estas variables macro, no han dejado de mostrar una serie de síntomas agudos de crisis: contracción creciente de la demanda, nuevas rondas de endeudamiento público, caída sostenida de la moneda única frente al dólar, y por supuesto, inflación de dos dígitos con su consiguiente erosión de los salarios y el ingreso real, todo ello con origen en la formación de precios en los mercados energéticos liberalizados.
Alemania, corazón del modelo industrial de exportación sobre el que se construyó la moneda única, se cae como un castillo de naipes ante la subida de los precios de los inputs energéticos, sin que, perdida la batalla del capitalismo verde, haya cambio tecnológico alguno a la vista que le permita volver a recuperar las capacidades productivas rentables perdidas definitivamente en favor de China. En las sucesivas crisis de la Eurozona a partir de 2008, la posición continental aún dominante de Alemania pudo evitar una crisis del Euro propiamente dicha mediante su conocida estrategia de encajar los peores efectos de la crisis financiera global en una división continental del trabajo articulada sobre el eje cultural norte austero-sur despilfarrador que tuvo su máxima expresión disciplinaria en los tres tramos del rescate a Grecia.
Pero la nueva crisis de deuda pública europea no está llegando en esta ocasión por los exuberantes mercados inmobiliarios de los países del sur de Europa, sino por los mismos mercados energéticos, surtidos de gas ruso, que abastecen a la gran industria de exportación alemana. No va a existir una nueva crisis de la eurozona como las de 2008-2016 por el simple motivo de que la profunda crisis del modelo socioeconómico alemán no le permite volver a ser el policía continental del control del gasto público desde la misma posición de superioridad económica indiscutida que entonces. También ha quedado claro en los meses que han transcurrido desde la invasión rusa de Ucrania, que ni Estados Unidos, ni Francia, ni el bloque de países del este de la UE, han tenido el menor reparo en hacer pagar a Alemania su apuesta por las relaciones comerciales con Rusia, pero también se le ha hecho pagar el antibelicismo de su constitución y la decisión de cerrar definitivamente las centrales nucleares en su territorio.
En el campo político europeo, y por extensión en el español, se plantea la situación como una derrota económica tácita infligida con métodos que contravienen la esencia misma del orden comercial liberal. En un claro ejemplo de respuesta simbólico/cultural ante la crisis, el mensaje que manda Europa es qué estará económicamente moribunda pero aún puede dar una última lección al mundo: mejor encajar una recesión profunda que arrastrarse ante la autocracia fósil de Putin. La forma de ese “encajar” la recesión económica que plantean los Estados europeos consiste en asumir como propia una inflación galopante que está llevando el índice general de precios a aumentos anuales por encima del 10% debido a una situación de traslado generalizado de los márgenes de beneficio a los precios. Esos Estados absorben el ajuste que debería producirse por el choque de unos precios de oferta en espiral alcista con una demanda efectiva que cae por falta de ingreso suficiente para sostener los nuevos niveles de precios.
Los millones de apuestas que diariamente se hacen sobre los desarrollos futuros de los mercados energéticos carecen de la más mínima base científica y son simples desarrollos probabilísticos
Pero los precios no se ponen en Moscú, ni en Bruselas, ni siquiera en Washington DC. Aunque en los tres lugares mencionados se sepa cómo intervenir sobre ellos, los precios de los activos energéticos se ponen en Wall Street, en Londres o en Chicago, y se ponen en dólares. Y evidentemente, las progresivamente altas sumas que los estados miembros de la UE están gastando, de una forma u otra, en la absorción de las subidas de los precios finales de consumo, están en euros, y también lo está la deuda pública que genera este rescate generalizado a la larga cadena de intermediaciones financieras que caracteriza el mercado energético europeo liberalizado. Hay que recordar que en 2008-2016 se evitó un desplome del Euro, porque Alemania asumió el papel político de agente disciplinador del gasto público de la eurozona con la colaboración de los mercados secundarios de deuda. En ausencia de ese papel, es la moneda única la que absorbe el deterioro de la posición financiera de la eurozona en sus términos de intercambio.
En un clásico efecto de feedback, el rápido deterioro de la posición del euro frente al dólar en las últimas semanas, todavía encarece más las compras de gas de los operadores nacionales europeos frente a los grandes brokers energéticos de Wall Street, amenazando con un impago. Default sigue siendo la gran palabra tabú y los estados europeos piensan evitarlo de manera tan clásica en ellos como contraproducente: produciendo la demanda solvente a través de un flujo de dinero público que sostenga la espiral de precios en los mercados energéticos. Si a esto se le añade el salto cualitativo que puso a China en una posición de hegemonía indiscutida en la producción durante los años de la pandemia, la caída del euro frente al dólar supone un considerable encarecimiento del acceso a las cadenas de valor globales.
Conviene aquí recordar que los mecanismos de formación de precios no ya de unos mercados energéticos liberalizados, completamente sesgados en su diseño para favorecer a los grandes operadores financieros y energéticos, sino de los mercados financieros en general, se basan en apuestas sobre el futuro. Siempre, pero más en este momento de caos sistémico global, los millones de apuestas que diariamente se hacen sobre los desarrollos futuros de los mercados energéticos carecen de la más mínima base científica y son simples desarrollos probabilísticos, altamente especulativos, de elementos que en el presente y el pasado han determinado los precios, sobre esta endeble base empírica, las finanzas construyen sus posiciones alcistas y bajistas interrelacionadas. Que los precios que surgen de esos más que dudosos modelos predictivos sean tenidos por una verdad intocable, y los estados estén dispuestos a monetizarlos a cualquier coste, es una simple cuestión de poder y jerarquía en el orden capitalista.
En la coyuntura capitalista actual, caracterizada por el hambre voraz de beneficios extraordinarios tras el rescate generalizado a las finanzas durante la pandemia, basta que los bancos centrales suben los tipos de interés para que caigan abruptamente los precios de petróleo y materias primas en los mercados de futuros, o que Rusia amenace con cortar el suministro a Europa, para que vuelvan a dispararse los precios. En un ejemplo reciente de esta dinámica, la ofensiva de Ucrania que le ha permitido recuperar grandes porciones de sus territorios en el noreste del país, previamente ocupados por Rusia, ha puesto encima de la mesa la posibilidad de una victoria de Kiev sobre el terreno que inmediatamente ha sido convertida por Goldman Sachs en una previsión de bajadas significativas de los precios del gas en Europa tras el otoño.
La máquina de la comunicación política nos dice que la masa inicial de dinero público lanzado a la burbuja desbocada de los precios del gas, se hace bajo la impecable excusa discursiva de querer “bajar la factura energética” a familias y empresas a las que Putin ha puesto contra la espada y la pared. Tan sólo las recientes intervenciones en los países nórdicos y en Alemania admiten que, en realidad, intentan evitar la quiebra de los distribuidores e intermediarios energéticos nacionales en la liquidación diaria de los mercados de futuros energéticos.
En este contexto la izquierda institucional europea pide mayores impuestos a las grande empresas eléctricas en forma de Windfall Taxes que equilibraran redistributivamente la situación.pero estos famosos impuestos sobre beneficios “caídos del cielo”, atribuidas a la extensión a todas las fuentes de generación eléctrica de los precios de la burbuja global del gas natural, en última instancia tan sólo sirven para una redistribución en el interior del sector energético que evite la quiebra de los eslabones más débiles de la cadena de distribución de la energía, aquellos que quedarían más afectados por un impago masivo de las cuentas de la luz y el gas en unidades domésticas y empresas.
Conflicto comercial entre potencias decadentes
La guerra de Ucrania, entendida como artefacto político-ideológico que da sentido a la actual fase de la crisis capitalista global, está mutando en un conflicto comercial entre Rusia y Europa en el que se juega entre dos potencias decadentes, subalternas frente a Estados Unidos y China, quién va a ser el primero de los dos bloques regionales que absorba los costes, no ya de esta crisis puntual, sino de cincuenta años de crisis socioecológica no resuelta, y los traslade a sus poblaciones.
Mientras la pelea competitiva global se disputa en Europa, los big players de la economía global encuentran un punto de equilibrio en el nuevo poder del dólar. China, mayor tenedora a nivel global de reservas en dólares, sabe perfectamente que el fortalecimiento del dólar significa nuevas masas financieras que van, necesariamente a invertirse en sus dos mercados financieros en dólares, y nuevas masas monetarias que van, también necesariamente a desembocar en una mayor demanda de bienes de consumo y de bienes de capital desde EEUU. A la potencia hegemónica decadente, el nuevo poder renovado del dólar le sigue dejando a cargo de la política monetaria capitalista occidental mediante las decisiones de la Reserva Federal, y deja relativamente intacto el poder global de las grandes casas de finanzas de Wall Street.
La nueva situación sobre el terreno, y la posibilidad de algo parecido a una victoria de Kiev, pone incluso en duda que la “amenaza rusa” de secuestro de los mercados energéticos, vaya a durar mucho más como artefacto comunicativo eficaz para hacer aceptable la internalización de los costes de la espiral de precios actuales va a provocar con bastante seguridad en todo el tejido económico, incluyendo la esfera de la reproducción. En la actual fase de la crisis capitalista occidental, llámese crisis de la ecología de capital o crisis del capitaloceno, la posibilidad central, y casi única, de recomposición del beneficio pasa por una financiarización escalada en los mercados de energía, materiales y alimentos. Si no es la “guerra de Ucrania” será otra narración catastrófica la que marque la lectura política de este saqueo expandido a las esclerotizadas sociedades del welfare europeo vehiculado a partir de los aparatos de estado nacionales que componen la Eurozona.