Suma Cero
Cop26: de parlamento de la tierra a mercado de indulgencias

Las cumbres climáticas de Naciones Unidas están diseñadas para fracasar a un determinado nivel, el propiamente ecológico, y ser un éxito a otro nivel, el mantenimiento del orden político y económico global.
COP26 Conferencia sobre el cambio climático 2021 - 2
Boris Johnson tiene ese extraordinario aspecto de estar contando el último chistaco picante antes de sentarse en la silla eléctrica.
Isidro López

Es miembro de la Fundación de los Comunes. 

19 nov 2021 06:14

El veredicto es unánime: la COP26 de Glasgow ha sido un fracaso con todas las letras. Todo por culpa de China, que ya era culpable de antemano, y de la India, nuevo culpable preferido de los políticos y medios occidentales. En el meollo de tal acusación, nos dice el bloque mediático occidental, está la renuncia de la delegación India a firmar una declaración final que incluyera Phase Out, reducir y eliminar, referido a la utilización de carbón como fuente de energía poniendo en su lugar el término Phase Down, reducir y mantener bajo. Pero el fracaso de otra conferencia de las partes del Programa de Naciones Unidas para el cambio climático no debería ser motivo de duelo y quebranto, de hecho no debería ser noticioso. Todas las COP desde que se pusieron en marcha a mediados de los años noventa del siglo pasado, incluyendo sus grandes hitos: Kyoto, Copenhague y París, han sido calificadas de fracaso.

Lo cierto es que las cumbres climáticas de Naciones Unidas están diseñadas para fracasar a un determinado nivel, el propiamente ecológico, y ser un éxito a otro nivel, el mantenimiento del orden político y económico global sin que se vea constreñido por las perturbaciones en el orden propiamente ecológico. Fracaso siempre en la evaluación de los resultados de las anteriores cumbres, y en los compromisos, que siempre están por debajo de lo que las evaluaciones de la situación de la pata científica del programa, el IPCC, recomendarían. Y éxito en desplazar a futuro cualquier posible obligación vinculante de los tratados. Si la única “superación” posible de las crisis en el capitalismo es el desplazamiento de las contradicciones a futuro, la COP ha cumplido con su cometido histórico, pero no está en absoluto claro que pueda seguir haciéndolo en un panorama post pandemia global en el que todas las contradicciones acumuladas desde hace cuarenta años por el capitalismo se abaten sobre el presente una tras otras. 

Money talks

En el primer punto no hay duda alguna, la COP26 es un fracaso desde el punto de vista de la mitigación de los procesos atmosféricos, oceánicos y territoriales a los que llamamos Cambio Climático. Todo el modelo de gestión política y económica del cambio climático que han estado utilizando los estados del mundo proviene de estas conferencias de Naciones Unidas. Va para treinta años de conferencias, se puede perfectamente responsabilizar a este modelo, surgido en los años de auge de la globalización neoliberal, de haber sido el facilitador de que lo que eran tendencias se hayan convertido en realidades palmarias. 

Precisamente la pata experta del programa de Naciones Unidas , el IPCC, no solo da cada vez por más evidentes los cambios de origen antrópico en la temperatura de la tierra, sino que introduce cada vez con más seguridad un factor de alteración del régimen precipitaciones, y de los vientos, como efecto de la acumulación de gases de efecto invernadero, que multiplica exponencialmente la complejidad de los efectos del cambio ecológico global. La consecuencia de esta situación son fenómenos de amplísimo calado meteorológico como la alteración de los monzones, o de la corriente de Labrador, que simplemente cambian radicalmente las condiciones en las que se han definido los usos del suelo, y los asentamientos humanos, desde hace milenios. Es obvio, que desde este punto de vista, la COP, como órgano de más alto nivel de la gestión política y económica de la lucha contra el cambio climático, y todos aquellos que han estado involucrados en sus políticas, incluyendo el modelo de contestación vía contracumbre y exigencia a los gobiernos nacionales, han fracasado estrepitosamente. 

Después de esta cumbre resulta evidente, no tanto la crisis del lenguaje científico cuanto la crisis de la política planteada en el lenguaje de los científicos y técnicos

El nacimiento de las cumbres del programa de cambio climático de Naciones Unidas fue, en su momento, una pequeña brecha en un orden transnacional entonces aún férreamente controlado por las instituciones neoliberales del consenso de Washington. Uno de los efectos de la primera ola de luchas ecologistas, que precisamente se puede dar por cerrada a mediados de los años noventa, fue ganarse a un buen número de expertos y académicos en un sinfín de especialidades técnicas y científicas. Esta potente composición técnica y experta del movimiento ecologista es la responsable directa de abrir tal brecha en el orden neoliberal, brecha ecologista que a su vez fue componente principal del movimiento antiglobalización del cambio de siglo. 

Para un ecologismo que aceptó estos foros como sustitutos de un inexistente gobierno mundial, la fuerza política vino durante muchísimo tiempo del lenguaje científico. Prácticamente hasta esta COP26 de Glasgow. Después de esta cumbre resulta evidente, no tanto la crisis del lenguaje científico cuanto la crisis de la política planteada en el lenguaje de los científicos y técnicos. En el paso del análisis biofísico del IPCC al lenguaje político y económico de la COP se produce una desviación irremediable. En el momento en el que el lenguaje lo ponen los economistas y los políticos profesionales aparece algo a lo que los epistemólogos estructuralista franceses del siglo pasado llamaban una “ruptura epistemológica”, se entra en un nivel de cientificidad muchísimo mas bajo, por no decir, inexistente, con relación tan sólo tangencial, y altamente azarosa, con los fenómenos sobre los que dice querer intervenir. Es decir, en las COP fundamentalmente habla el poder, y lo que es lo mismo en el mundo capitalista, el dinero.

Unas herramientas contra el cambio climático con características chinas

Quizá el ejemplo más evidente del dominio del lenguaje del dinero en estas cumbres sean los mercados de carbono, piece de résistance de la política surgida de las cumbres COP. Una vez más, como sucede con los nefandos mercados “marginalistas” de energía, un dispositivo que jamás debió salir de su departamento de economía, termina siendo una entidad fuera del control y la comprensión de sus propios autores. No digamos ya de los políticos profesionales. Estos últimos mejor representados como colectivo en este momento por el patetismo de Boris Johnson, con ese extraordinario aspecto de estar permanentemente contando el último chistaco picante antes de sentarse en la silla eléctrica, que por ningún otro líder occidental.

Poco sorprende que China haya mostrado escaso interés en esta cumbre que ya es pantalla superada, y que, como remate, la India no haya querido someterse al imperativo de consenso de puertas para afuera

Nacidos como herramienta económica para reducir las emisiones evitando aumentar directamente los impuestos, mediante la asignación de derechos de emisión por parte de los Estados, los mercados de carbono gestionan esos derechos, que se pueden vender y comprar de manera que no se supere el techo total de emisiones asignadas. La lógica es encarecer las emisiones de carbono por encima del umbral asignado para provocar mediante los precios altos un cambio a tecnologías verdes no emisoras de gases de efecto invernadero. Durante la gran mayoría de su existencia, los mercados de carbono, fundamentalmente el mercado europeo, han languidecido sin apenas actividad, con unos umbrales de emisión extraordinariamente amplios y sin tener repercusión alguna sobre el precio del carbono. 

En enero de 2021 Larry Fink, CEO de BlackRock, la mayor masa financiera del mundo escribe una carta dirigida nada menos que a los CEOs del mundo y conjura a las fuerzas financieras globales para producir un “movimiento tectónico” que signifique la mayor reasignación de capital de la historia del capitalismo” hacia las nuevas industrias verdes. Llamada a la masa financiera global que venía completada con una fortísima entrada de BlackRock en los nuevos mercados financieros globales chinos. Y entre estos nuevos mercados financieros chinos, desde enero de 2021, hay un mercado de emisiones de carbono que sigue a pies juntillas los diseños promovidos por la COP para alcanzar la “neutralidad climática”, el Net Zero, esa especie de figura de redención que se ha concedido el capitalismo para sí mismo haciendo uso de su potestad de hacer la cuenta que se supone que debe pagar. 

Evidentemente, no hablamos ya de los mismos mercados de carbono residuales mantenidos por la UE de forma propagandística, sino de gigantescas masas financieras, engordadas a fondo por los sucesivos tsunamis monetarios de los Bancos Centrales en 2020. Masas bien capaces de determinar al alza mediante el uso de futuros los precios de toda la distribución energética, y en este caso, de hacerlo con el absoluto beneplácito de las instituciones que velan por el orden climático global y en un marco institucional controlado por el Partido Comunista de China. Poco sorprende que China haya mostrado escaso interés en esta cumbre que ya es pantalla superada, y que, como remate, la India no haya querido someterse al imperativo de consenso de puertas para afuera, bajo el que, en realidad, se oculta una plana mayor de los poderes poscoloniales y posimperialistas, que ya no gobierna el capitalismo global unilateralmente.

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