Opinión
Balance de final de año: PSOE, crisis política y perspectivas frente al auge reaccionario

Con Pedro Sánchez al borde del precipicio, la derrota política del sanchismo es solo la consecuencia de una batalla que la derecha va ganando ya en la sociedad española
Pedro Sanchez colegio electoral - 1
Álvaro Minguito Un grupo de simpatizantes del PSOE a la salida de su colegio electoral donde vota el Presidente del Gobierno.
militante de Anticapitalistas
21 dic 2025 06:00

Nunca se insistirá lo suficiente en el impacto del estado de ánimo de los contendientes de la batalla política sobre el resultado final. Con Sánchez al borde del precipicio, la derrota política del sanchismo es solo la consecuencia de una batalla que la derecha va ganando ya en la sociedad española. Sin embargo lo más llamativo del momento actual no es esto, sino hasta qué punto el PSOE y la izquierda parlamentaria que lo viene sosteniendo está siendo víctima de su propia estrategia.

De manera esquemática bajo el prisma liberal las democracias tal como las conocemos, se sostienen sobre la necesaria separación de la vida social y la vida política. En una formación social dada, en nuestro caso la española del siglo XXI, los distintos sectores sociales se interrelacionan y conflictúan. Se enfrentan, disputan por intereses contrapuestos, se agrupan con quienes comparten intereses mutuos y buscan hegemonizar, convencer, de que sus ideas e intereses particulares le son también útiles a un conjunto social más amplio que el suyo propio. Por un carril paralelo discurriría la política, el marco acotado según una reglamentación concreta donde esos sectores sociales a través de la representación de agentes políticos operan, se interrelacionan y encuentran puntos de equilibrio. 

Esta idea, la separación entre lo social y lo político es constitutiva de nuestras democracias parlamentarias. Desde el fin de la IIGM la ideología liberal ha actuado como armazón ideológico de este engranaje político, sólo en los momentos de crisis estos dos caminos aparecen como yuxtapuestos, uno salta sobre el otro y se desbordan. Todo apunta a que en estos tiempos estamos asistiendo a uno de esos momentos de crisis que nadie sabe dónde puede acabar. La extrema derecha, su desarrollo político, cultural e ideológico responde y está imprescindiblemente ligado a esta fase de crisis política estructural.

Signos de una crisis política que apenas empezamos a vislumbrar

La ruptura de este armazón político e ideológico que ha dirigido la política en las últimas décadas comienza a presentar grietas y con ellas las divisiones entre estos campos aparentemente separados comienzan a difuminarse y con ello las contradicciones comienzan a hacerse más visibles. Esto es lo que actualmente todo el arco político y de opinión reconoce como crisis política. Parece que el gobierno progresista, con Pedro Sánchez a la cabeza, ha sido el último en enterarse.

Las pruebas están ahí. En los últimos años la relación tradicional entre representantes y representados comienza a dar signos de disfuncionalidad y nuevos actores políticos irrumpen como un vendaval en la escena. En segundo lugar, los ideólogos, agentes de opinión tradicionales de cada campo político, exponen de manera cada vez más abierta ideas que rompen con los marcos del consenso político que viene acotando lo posible y lo inviable. En tercer lugar, el desplazamiento del poder del parlamento a los aparatos del Estado. Posiblemente este sea uno de los procesos estructurales que se desarrolla de fondo y abre campo a la extrema derecha. El incremento del papel político de los aparatos policiales y judiciales desplazando el papel del gobierno formal, incrementando la intervención y capacidades autoritarias de las clases dominantes a través del Estado. No es motivo de este artículo, pero seguramente sea una de las grandes diferencias respecto al fascismo de entreguerras y su necesidad de un escuadrismo militante. 

Y por último, las diferencias antes soterradas entre distintos sectores de las clases dominantes y sus representantes políticos alcanzan en esta fase una gran envergadura, llevando incluso al enfrentamiento abierto incluso dentro de los aparatos e instituciones del Estado. 

Sirva un ejemplo concreto para acompañar estas cuatro expresiones de la crisis política actual en el caso español. La condena a un fiscal general sin prueba alguna. Un fiscal general que no es sino un eslabón más de una de las instituciones del Estado salido del Régimen del 78, el Partido Socialista Obrero Español. Desplazamiento de las decisiones y la disputa política del parlamento a las instituciones, expansión de la vocación autoritaria del Estado, ruptura del consenso liberal en torno a la separación de poderes y la confianza ciega en la objetividad judicial. Su condena es una derrota crucial del sanchismo que no hace sino evidenciar la tesis que tratamos de explicar, este golpe institucional es la consecuencia de una batalla perdida en el seno de una sociedad donde la derecha avanza a la ofensiva. Solo así puede entenderse uno de los acontecimientos más llamativos de nuestra historia reciente. Este conflicto permanente en la sociedad es lo que llamamos lucha de clases. Y es ésta la que determina los equilibrios en las instituciones y no al revés. La derecha ha asumido esta evidencia y ya viene jugando la partida. En este momento de crisis política nos encontramos y solo desde este prisma puede entenderse la sucesión de acontecimientos en modo avalancha que estamos viviendo.

No existe una polarización social. Al auge autoritario y reaccionario, no le corresponde en la otra parte de la balanza un auge revolucionario. Sino más bien un reforzamiento del reformismo

Y este es el segundo punto sobre el que nos gustaría llamar la atención como balance de la situación política conforme se acerca el final del año. A diferencia de la derecha en todas sus dimensiones y frentes, el bloque progresista ha acabado asumiendo como propia esta separación artificial entre lo social y lo político. La incredulidad, la cara de asombro viene de quienes han creído, pues prácticamente se trata de un asunto de fé, de que en verdad es cierta esta división entre la esfera de lo social y en una dimensión paralela la política. Han acabado asumiendo que con los juegos de despacho, las negociaciones a puerta cerrada y los votos de última hora era suficiente para hacer avanzar un proyecto político y un bloque social. Solo así se entienden los mensajes cargados de optimismo casi insultante con la que los partidos de gobierno vienen bombardeando a quienes les pusieron allí mientras la vida para la clase trabajadora se hace cada día más invivible. Y no nos referimos únicamente al encarecimiento cotidiano de una vivienda y una cesta de la compra, sino al clima social que obliga a millones de trabajadoras y trabajadores a vivir con la cabeza agachada. Porque esa es la gran victoria que busca imponer la derecha, de eso trata el racismo y las nuevas formas de machismo, ese es el objetivo de la ofensiva deportadora, de esto trata la agresión contra los derechos laborales conquistados. Someter y dominar al conjunto de la clase trabajadora, impulsar sus miedos y rencores para animarles a pelear contra el que tienen al lado o incluso peor quebrando así cualquier estertor de solidaridad y lucha. Sobre este escenario caen como una losa los casos de machismo y corrupción en el PSOE, el partido más votado por la clase trabajadora. Pero el problema ya no es la derrota de Sánchez y sus socios, sino que su irresponsabilidad la pagaremos el resto.

La otra cara de la moneda

Por nuestra parte debemos también ser honestos. A diferencia de la izquierda que sostiene al gobierno, aspiramos a levantar un proyecto político que parte de la ruptura de esa división artificial entre la vida política y la vida social. Donde en una relación dialéctica ambas se retroalimentan. Buscando consolidar también en el terreno político un proyecto revolucionario a partir de los avances que se hemos venido alcanzando en las calles. Partiendo de dos constataciones. La primera es que, a diferencia de la opinión de los periodistas de mesa camilla, no existe una polarización social. Al auge autoritario y reaccionario, no le corresponde en la otra parte de la balanza un auge revolucionario. Sino más bien un reforzamiento del reformismo entre amplias capas populares como mejor y más accesible herramienta para la tarea más urgente, frenar a la extrema derecha. Y la segunda, es que a pesar de la capacidad para movilizar en las calles a varios miles de personas con la voluntad de afrontar el conflicto como nos viene impuesto y sobre él intentar alcanzar algunas conquistas, no ha sido suficiente para consolidar un sector social que se reconozca en nuestro proyecto político.

Las miles de personas manifestadas en no pocas ocasiones frente a la complicidad del imperialismo occidental con el genocidio en Palestina no han conseguido imponer sanciones a Israel y la ruptura total de relaciones con el Estado sionista por parte del gobierno y las empresas españolas. A pesar de haber conseguido organizar la primera jornada estatal de lucha por la vivienda la pasada primavera, el gobierno continúa legislando a favor de los rentistas en el mismo momento de que más de medio millón de contratos de alquiler finalizan, sufriendo desahucios o subidas del alquiler.

Estos avances son imprescindibles y nos dejan algunas lecciones importantes que debemos profundizar y expandir. Algunas pinceladas de este punto para acabar. 

Somos conscientes de que un gobierno de la derecha no hará sino profundizar en las tendencias que aquí ya señalamos, incrementando el sentimiento de miedo legítimo entre amplias capas sociales. Prepararnos para su impacto pasa por redoblar nuestros esfuerzos para aparecer como una herramienta que impulsa la necesaria política defensiva, especialmente ahí donde más atacarán, el proletariado migrante en primer lugar para posteriormente encarar la ofensiva contra el conjunto de la clase trabajadora atacando las organizaciones sindicales, desmontando las conquistas sociales, etc. Impulsar la agitación frente a esta tarea eminentemente defensiva, alcanzar cada vez más con nuestras ideas, ampliando el campo social movilizado más allá del nicho de los revolucionarios. Aprovechando cada ataque como una ocasión para experiencias concretas unitarias que influyan levantando el ánimo y la autoestima en nuestras propias fuerzas.

Ahora bien, sin un proyecto político propio con vocación sistémica, esto es revolucionaria, capaz de confrontar con el avance de la reacción y de ofrecer una alternativa aprovechando todos los terrenos de lucha, lo cual pasa también por la disputa efectiva en el terreno político y electoral, el riesgo de generar las condiciones para la continua reproducción del reformismo es evidente. Sin duda que cuantitativamente su impacto en las actuales condiciones será pequeño, pero conforme el proyecto autoritario se desarrolle y la crisis capitalista vaya destapando la inevitabilidad de una vuelta atrás en el tiempo, como espera el reformismo, la intervención en la lucha de clases dependerá de nuestra capacidad para generar un bloque social y político que no desdeñe ningún terreno de disputa por la conquista de un horizonte ecosocialista.
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